Sábado 4 de Febrero de 1804
La maledicencia es comunmente una verdad perjudicial á aquellos contra quienes se dirige. Pero el maldiciente no es un hombre verídico, no es mas que un envidioso, un maligno, un malvado, cuyos discursos no pueden agradar sino á aquellos que se asemejan á él. Si no hubiera envidiosos, la maledicencia desapareceria de la sociedad; los hombres escuchan la maledicencia con cierta especie de aprobacion, porque deprime á los otros en la opinion pública, por cuyo medio considera cada qual un enemigo ménos en el grande hombre que ataca y denigra el envidioso.
El maldiciente es un hombre vano y orgulloso que no tiene buen corazon ni buena conciencia; quando revela las enfermedades de los otros intenta persuadir por este medio que está sano. Además, siempre ostenta ser verídico, al paso que no es mas que un hipócrita que solo propala sentimientos honrados, pero siempre falsos, supuesto que no van acompañados de bondad, de indulgencia ni de humanidad. El maldiciente debe ser considerado como un enemigo público, y sin embargo siempre se le escucha, y las mas veces con aplauso, de suerte que hay fundamentos para decir que los hombres se tratan y
Para que los hombres se curasen de la envidia y los zelos que los atormentan, del mismo modo que de la maledicencia y detraccion, convendria recordarles á cada momento que sus esfuerzos son inútiles contra el mérito y el verdadero hombre de bien. En vano exerce la maledicencia sus armas traidoras contra el hombre honrado. ¿Por ventura ignora nadie que no hay mortal alguno sobre la tierra exênto del todo de defectos? El critico injusto que quiere despreciar las producciones del talento, ¿no sabe que el hombre es desigual, y que no puede ser regular ni exâcto en todas sus producciones? ¿Los defectos pequeños han desacreditado jamas las obras inmortales del espíritu humano? La calumnia intenta comunmente manchar la providad, pero tarde ó temprano se descubre la iniquidad, y en el instante vuelve sus armas para confusion y oprobrio del envidioso que la ha propalado, y hace por este medio ó la inocencia que queria oprimir, mas amable y mas interesante.
Habria pocos envidiosos si los hombres reflexîonasen que son muy raros los seres verdaderamente felices y dignos de ser envidiados. Los grandes son objetos de la envidia porque los suponen mas contentos que el resto de los mortales; pero ¿cómo es posible que un hombre que sepa pensar pueda envidiar á cortesanos perpetuamente atormentados por una envidia recíproca, por alarmas continuas, por agudos pesares, y por inquietudes tan largas como la vida? El rico es el objeto de la envidia del pobre, y éste debe desengañarse sabiendo que con todos los medios que posee el poderoso capaces de procurarle el bien estar y el descanso, comunmente no usa de sus tesoros, ó usa mal de ellos. Devorado por la sed insaciable de riquezas, jamas tiene las suficientes para satisfacerse; roido por la ambicion jamas está, contento con su suerte; harto de placeres, ni tiene medios para variarlos, ni puede divertirse fácilmente; fatigado de su continuo desabrimiento cae en una especie de enervacion apática, que es el tormento mas cruel con que la naturaleza puede castigar al hombre que no quiere trabajar. En fin, todo prueba al hombre laborioso que su sobriedad y pocas necesidades hacen su destino que le parece tan lamentable, el mejor y el mas susceptible de una verdadera felicidad, porque esta exênto de una multitud de necesidades imaginarias, de intrigas, de pesares, y de inquietudes de espíritu, que oprimen y tienen en una dolorosa convulsion a la grandeza y la opu-
El maldiciente nos dirá tal vez que el hombre debe ser verídico en todas circunstancias; que importa al público conocer los hombres para saberlos tratar, y saber quienes son los malos para evitarlos y defenderse de ellos, y aun añadirá que solo dice mal de las personas indiferentes, á las quales nada debe; pero en este caso se le puede decir que la verdad es útil al público solamente quando se trata de delitos públicos, y no de pequeños defectos ocultos y domésticos; que el hombre verídico baxo este aspecto es un cobarde asesino, porque propaga verdades capaces de destruir ó minorar la buena opinion, de resfriar la benevolencia, y de perjudicar á la fortuna de sus conciudadanos, pues fácilmente se retraen los hombres de hacer un bien á aquel de quien han formado mala idea. Le diremos tambien que el maldiciente es muchas veces calumniador, y siempre, siempre presenta las verdades que dice por el as-
Baxo qualquier aspecto que se considere la maledicencia es muy damnable y digna del aborrecimiento general por los perjuicios, enemistades y discordias que produce. Hace mucho mal, y ningun bien; la maledicencia agrada, pero se aborrece al maldiciente; la maledicencia es hija de una mala complexion, del odio, de la envidia, de la ociosidad, y de las malas costumbres. Falta de espíritu, falta de instruccion, talentos limitados, orgullo, incapacidad de poderse ocupar en cosa alguna, y un desabrimiento eterno, alimentan aquel vicio odioso, pues por no poder hablar de las cosas se habla de las personas: Ninguna máxîma hay mas útil que la de saber callar, y la necesidad de hablar mucho es una de las plagas mas terribles y mas destructoras de la sociedad: en fin, evite vmd. en su periódico, segun lo ha hecho hasta aquí, toda personalidad, y no cese de repetir que la maledicencia y la calumnia son atributos de almas baxas, envidiosas, corrompidas, y de todo punto incapaces de poderse ocupar dignamente en la sociedad.
Mi objeto no es ver mi nombre ni mi produccion en letra de molde, es sí un ardiente y justo deseo de desterrar de la nacion un vicio el mas intróducido y el de peores conseqüencias, aunque tarde he conocido el daño, pues soy uno de los muchos degollados por este cruel
V. B. C.
no habiamos podido averiguar en que idioma estaban escritas, y que eran incapaces de leerse ni de sufrirse; recla-
Idiotas en punto á Medicina. Pero que milagro, si les falta la instruccion á puero, que se requiere segun el Príncipe de la Medicina, para entender, hablar y. escribir en punto de Medicina? Que milagro digo que haya resvalado en una materia, que no puede entender ni debe meter la ös en campo tan ageno; pero hago el concepto, que para ese Tribunal los tres papeles remitidos, todos son vigilias. "Nam si quid modo, aut in te acrius, aut de me elatius, aut de me elatius forte escribam, id omnes ab ipsa potius causa, quam à mea natura esse inteligant, neque id fieri acistende laudis gratia, sed contumeliae repellendae.”
No repare en publicar mi nombre y apellido, si en ese Tribunal Catoniano hay algun Medico, que con el lediaré, con mucho gusto; pero con criticones Regañones eruditos á la violeta, que son Presidente y Fiscal, tendria á pecado mortal perder el tiempo.
Sus escritos son los disparatados, y son tan in inteligibles que no tienen otra cosa que ojarasca; y como ese Tribunal no entiende de Medicina, por eso en Julio de 1803 puso los dos Papeles en el archivo de los inútiles; porque no alcanzó el provecho de su publicacion; y con nuevo desvario, dice "que ahora envia un quadernillo de papel escrito, incapaz de leerse”. Muy niño es que no sepa leerlo, y se conoce quant (sic)
Dios guarde muchos años con enmienda de sus culpas, como se lo ruega su seguro servidor q. s. m. b.
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P. D. Amice non facio tibi injuiram, tolle quod tuum est, et vade. Riolan. ad H. D. S. C.
Corrige, et tanto res est magis ardua, quanto Magnus Aristarcho major Home rus erat.
Se espera la contestacion &c. de nó se dará á otro periódico.
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Por tanto se hace saber al público que esta carta va copiada fielmente con la misma ortografia que ha venido, por convenir así á la legalidad del Juzgado. Todo lo certifica de órden del señor Presidente
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Con Real Privilegio
En la Imprenta de la Administracion del Real Arbitrio de Beneficencia.