Quint. Inst. orat.
Perdido está nuestro teatro.
chorizos y polacos fueron á ver la iluminacion. Media docena de ellos tomaron voletin para la primera fila de tertulia, y se subieron á sentar juntos. Por desgracia me tocó la china de sentarme junto á ellos, que fue lo mismo que si me hubie-la Ballerina amante. Callaron por un rato, pero no bien se habia acabado aquella escena quando rompieron el silencio señalándome, mirándose unos á otros, y soltando una carcaxada insultante. Comenzaron después una conversacion tirada, que no finalizaron hasta concluida la pieza, y en cuyo contexto mezclaron varios mentires, porvidas, y otras palabras menos decorosas. En vano les representaba que aquel no era lugar de disputas, que yo habia ido allí á oir la música, y que me impedian y mortificaban con sus voces. Viendo que no habia otro remedio, guardé mi anteojo, volví las espaldas al teatro, y tomé parte en la conversacion. Daré cuenta de lo que me acuerde de ella al público, porque se trataron en ella asuntos interesantes.
¿Pero no podré yo saber, dixe yo, por qué es ese odio contra los pobres extrangeros, y particularmente contra estos desdichados operistas, que no les han hecho á Vmds. mal ninguno? – Ha de saber Vmd. señor mi amo (interrumpió el herrero, que á la cuenta era el mas docto, porque fue él solo quien siguió la conversación) que nosotros somos apasionados – ¿Y qué es por su vida lo que significa esa palabra? ¿quiero [sic] Vmd. decir que está enamorado, ó qué es lo que Vmd. quiere dar á entender con decir que es apasionado? – Vaya, vaya, me parece que es Vmd. muy rocin. Agradecíle el cumplimiento, y le insté á que me dixese lo que significaba aquella palabra de apasionados. Apasionado quiere decir que le gustan á uno las cómicas y los cómicos, y los que les gusta la tirana se llaman chorizos, y los de la otra compañía polacos . . . . . ¿Pero y qué tiene que ver eso con el honor y aversion que Vmd. manifiesta á los pobres operistas? – Probes; mas probe es el diablo, que no ve la cara de Dios . . . . . Muchacho, Varisto, dexa á ese usia, (dixo el remendon alargándole la bota) que tambien parece medio Franchute, y echate ese trago á la salud de Garrido.
Un Teniente Coronel que estaba detras de mí en la segunda fila me hizo señas que les dexase, y me subiese á sentar á su lado. Así lo hice, y me puse á hablar con él, porque con la bulla de los señores chisperos no se oía una palabra de la opera en toda la tertulia. conceptos pueriles, y de equivoquillos y juguetes de palabras ridículas? ¿Cómo ha de agradar la relación de la vida es sueño, si apenas se puede comprender una sola palabra de todas las que amontonó allí sin ton ni son su celebrado é ignorante Autor – Amigo mio, Vmd. pierde el tiempo en demostrar la miseria de nuestras piezas de teatro, sería cosa ridícula en el año de mil setecientos ochenta y siete pararse á reprobar cosas que nadie aprueba, ó á impugnar cosas que nadie defiende – ¡Ah Señor militar! le dixe yo, quán poco ha observado Vmd. los gustos de la gente de esta Corte – Yo, señor mio, me replicó él, hace veinte años que falto de España, y no ha mas que tres dias que llegué á la Corte, pero si he de dar crédito al Señor Abate Denina, y á los Señores Cavanilles, Lampillas &c. &c. la literatura de la España está ahora en su siglo de oro – Tenga Vmd. ahí ese libro de comedias nuevas que se han representado por la primera vez el verano próximo, y advierta que fueron recibidas con tanta aceptacion, que la primera se representó un mes, y las otras dos poco menos. Dixe;
Antes de las seis de la tarde se estaba mi hombre paseando por la plazuela de los Caños del Peral, y á las seis y media (que sería la hora á que yo llegué al Corral) le hallé dando grandes patadas, y lanzando á guisa de furioso descomunales gritos. como un medio para evitar mayores males. Por otra parte yo creo mas dificil de lo que parece á primera vista el remediar nuestros teatros; porque . . . . . Interrumpióme vivamente diciendo ¿y dificil? ¡Jesus qué disparate! Yo le haré á Vmd. ver, si me escucha con alguna atencion, quán facil es de executarse la reforma. ¿Sería Vmd. señor Caballero, prosiguió sonriéndose, de aquellos que juzgan imposible todo lo que no han visto hacer?
El primer paso que se deberia dar sería aniquilar la influencia de los mosqueteros. Como qualquiera está en derecho de usar y abusar de lo suyo, siempre que no vulnere el derecho de otro hombre, sería un medio iniquo prohibir á ninguna clase de hombres, por de ínfima condicion que fuese el ir á la comedia. Pero se podria remediar á este inconveniente subiendo el precio de todos los asientos á tal punto, que las gentes de la ínfima plebe no pudiesen pagarles – Pero entonces no se podrian mantener los Actores – Bien creo yo, replicó, que al principio el Erario tendria que sacrificar algunas sumas de dinero para la reforma del teatro, pero ademas de que podria reembolsarse quando la gente hubiese tomado gusto, creo que este dinero era harto
Lo segundo es necesario dar suma libertad á los espectadores, para aplaudir, silvar, palmear, y desechar las piezas – Bueno, bueno, bueno, nuevo desvarío. Con que ve Vmd. que aun estando siempre los alguacilillos alerta, apenas nos dexan los espectadores oir una palabra, ¿qué sería si tuviesen plena libertad? – Vmd. ha olvidado, señor mio, que hemos desterrado á los chisperos de nuestro teatro ideal. ¿Esas bullas indecentes, esas carcaxadas sueltas quiénes otros las dan que los mosqueteros? – Pero, señor militar, si los Señores de la Luneta suelen tambien aplaudir á las mismas necedades que el apasionado mas salvage – No sucedería entonces lo mismo. Un Caballero de la Luneta suele ser el cortejo de una cómica, y aplaude sin vergüenza á lo que el Patio y las Gradas alaban. Pero no se atrevería á hacer lo mismo si viese que á nadie habia gustado la execucion de su cortejo; aunque no fuese mas que por el miedo de incurrir en la nota de hombre sin gusto – Pero, señor, ¿á qué esa plena libertad? – ¿A qué? á que el público sea el solo juez de las piezas y de los Actores, á que la Nacion se ilustre, y se forme una poesia que sea propia de ella.
Finalmente es necesario que el exercicio de cómicos no sea un exercicio deshonroso. La comedia debe ser la doctrina de las virtudes de los ciudadanos particulares, y la tragedia la de las virtudes heroycas, y es cosa harto ridícula que nuestros maestros de moral sean para nosotros unos hombres despreciables é infames. No basta que la ley declare un exercicio honroso para que él sea tal; el honor consiste en la opinion, y las leyes no tienen poder sobre nuestra creencia. El medio es proteger los espectáculos, es apartar de ellos esta manada de mosqueteros, es dexar suma libertad á los espectadores, y entonces quando sean los cómicos y las comedias lo que deben ser, es el tiempo de abolir la ley . . . . . Pero qual honor podrian tener los hombres expuestos á ser silvados á cada paso por el público – El mismo,