Pensamiento LXXXVI Joseph Álvarez y Valladares [José Clavijo y Faxardo] Moralische Wochenschriften Alexandra Fuchs Editor Elisabeth Hobisch Editor Barbara Müllner Editor Sabrina Rathausky Editor Institut für Romanistik, Universität Graz 14.03.2013 o:mws-10A-769 Álvarez y Valladares, Joseph: El Pensador. 6 Bände. Madrid: Francisco Xavier García 1764. Hg. v. Manuel Lobo Cabrera/Enrique Pérez Parrilla. Mit einer Studie von Yolanda Arencibia. Cabildo de Canaria: Universidad de las Palmas 1999, 221-234 El Pensador 6 86 1767 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief Graz, Austria Spanish; Castilian Aberglaube Superstizione Superstition Superstición Superstition Menschenbild Immagine dell'Umanità Idea of Man Imagen de los Hombres Image de l’humanité Spain -4.0,40.0

Pensamiento LXXXVI

ln hac artium sola evenit ut unicuiquese Medicum profitenti credatur.

Plin. lib. 29. cap. 2.

La Medicina, el mas importante de to-dos los Artes, es la que tiene el pri-vilegio de que à qualquiera, que sellama Medico, se le crea sobre su pa-labra.

Desde que los hombres viven en sociedad ha havido charlatanes, y quien los crea. No hay Facultad, que no tenga los suyos, y todas las Ciencias, y Artes, y aun las Profesiones, y Estados abundan de esta polilla. La charlataneria es el vicio de los hombres, que deseando hacerse valer á sí mismos, ò á las cosas, que les pertenecen, usan de medios simulados para engañar á los credulos. En una palabra, es una hypocresía de talentos, como suele encontrarse de virtud; y bien examinado, no hay otra diferencia entre un pedante, y un charlatán, que la de que éste conoce el poco, ò ningun valor de las cosas, que ofrece, ò hace, y el pedante pone un merito singular en vagatelas, que cree de buena fé ser cosas admirables. El pedante es por lo regular un necio, y el charlatán casi siempre un bribon: aquel se engaña á sí mismo, y éste procura engañar á los demás.

En la mala fé, ò designio, y animo deliberado de engañar, todos los charlatanes son unos, y solo el objeto de sus embustes los distingue. Un charlatán de eloquencia, que pone toda la sublimidad de un discurso, no en la simplicidad noble, y magestuosa de pensamientos, y expresiones, si-no en llenarlo de voces hinchadas, mas capaces de excitar ruido, que de darle fuerza, y hermosura, es un charlatán, que puede divertir á los que le observen, y vean en él un extravagante presumido, y empeñado en tener colores à fuerza de apretarse el corbatin; pero un charlatán de medicina, que sin mas principios que los de su codicia, y sin mas licencias, que las que le dá la necedad de otros hombres, se introduce à Medico, con el pretexto de poseer ciertos secretos, con que pretende curar algunas dolencias en particular, ò en general toda suerte de enfermedades, es un charlatán, que solo puede ocasionar risa á los que no se valen de su ministerio, y cuya reputacion solo conduce à cubrir de luto las familias.

Si es antigua la charlatanería en otras Facultades, no lo es menos en la Medicina. Examinense las Historias de los Egypcios, y de los Hebreos, y se encontrará crecido numero de impostores, que abusando de la débil credulidad de los hombres, se jactaban de curar las enfermedades mas inveteradas, por medio de amuletos, talismanes, adivinaciones, y especificos.

Tambien los Griegos, y Romanos se vieron inundados de esta plaga. Aristophanes celebra á cierto Eudamo, que vendia anillos, haciendo creer, que tenian virtud contra las mordeduras de los animales venenosos. Chariton, y Clodio de Ancona no se hicieron menos famosos con semejantes embustes.

Nosotros hemos tenido tambien en todos tiempos algunos de estos hombres, que pasan por milagro-sos entre los ignorantes; pero nunca me parece que havemos estado tan bien surtidos de esta mercancia como en el presente. Diganlo las esquinas pobladas de carteles, en que estos señores hacen al público magnificas promesas. El uno ofrece poner negras las canas, y hacer salir pelo, y barba à los que carecen de estos adornos. La oferta es seductora, y harto será que se encuentre viejo, calvo, ni eunuco, que no quieran probar fortuna en la virtud de este secreto.

Presentase otro ofreciendo quitar con mucha facilidad todo genero de callos, y sabañones: ¿qué mucho harán los que padecen estas incommodas dolencias en valerse de un hombre, que asegura haver encontrado el modo de curarlas? El deseo de vivir, y de vivir sin do-lor, es natural en todos los hombres, y ninguno se persuade à que no hay remedio para la enfermedad que padece. Si un Medico (aunque fuese el mismo Hypocrates), lleno de ingenuidad, y de experiencias, asegura á un enfermo, que no hay remedio para su enfermedad, y por otra parte el charlatán mas despreciable ofrece curarla, no hay que dudar, Hypocrates será despedido, y recibido el charlatán á brazos abiertos.

Los charlatanes saben muy bien, que para engañar al vulgo es necesario autorizarse. Bien conoce éste que hay quien pretende engañarlo; pero tiene la simpleza de recelar estos engaños en aquellos á quienes vé con su misma ropa, y á su nivél, y no teme trampa en un hombre vestido de galones, y que está condecorado con titulos falsos, ò verdaderos.

Por lo comum [sic] estos charlatanes de Medicina, y Cirugía acaban de llegar de largos viages, en que han hecho singulares observaciones, y exercitado estas Artes por mar, y tierra, en Europa, y America, ò en Africa, y Asia. El uno ha sido Medico de Camara del Gran Muftí, que le ha concedido un Breve de Imán, y el otro del Gran Mogól, de quien ha recibido las insignias del Elefante blanco; y ambos han aprendido en sus largas peregrinaciones secretos extraordinarios, y trahido á su buelta cantidad de drogas de un valor inestimable contra todos los males, que pueden afligirnos, y nos las vienen à traher á nuestras casas, movidos de santo zelo por el bien de la humanidad. ¿Qué mucho que el Pueblo se dexe seducir de unos hombres, que cree tan experimentados, sabios, y piadosos?

Cuentase de cierto Caballero, que estando afligido de la gota, y entrando su criado á decirle, que havia á la puerta un hombre, que ofrecia un remedio infalible para curar su dolencia, hizo que el criado viese si aquel hombre havia venido á pie, ò en coche; y como supiese que havia venido á pie, respondió: , y dile à ese bribon, que vaya en hora mala: que si él poseyese un remedio infalible para este mal, mucho há que andaria en coche con caballos. Este cuento pudiera servir de preservativo contra los embustes, y artificios de estos fingidos Profesores. Tener secreto para hacer salir la dentadura á los setenta años, para cubrir de pelo á los calvos, para curar la palidéz, y manchas del rostro en las mugeres, para alargar la vida, y hacerla pasar sin enfermedades, y no ser poderoso, y señor de vasallos, es lo mismo que haver encontrado el arte de hacer el oro, y estár hambriento, y miserable. No puede darse embuste mas claro.

Apenas puede creerse, que haya hombre tan sencillo, ò tan necio, que no conozca, que todas las promesas de estos ilustres viageros son patrañas, y ellos mismos unos embusteros, y asesinos. Sin embargo, tal es la credulidad del vulgo, y la procacidad, y astucia de estos charlatanes, que hacen que su comercio continúe; y sobre las cenizas de unas ofertas, que nunca han cumplido, establecen otras, que no se cumplirán jamás. No parece sino que los hombres se complacen en verse engañados. Desde el tiempo á que puede alcanzar la noticia de nuestros mas ancianos se están prometiendo las mismas curaciones, y alabando los mismos secretos, y especificos: se ha visto ser todo mentira, y con todo hay quien tiene á estos operadores por unos verdaderos Esculapios, y cree encontrar infaliblemente en sus secretos la salud. Siendo de notar, que estos thesoros de Medicina jamás los alcanzan los Medicos, aun los mas famosos, que pasan toda su vida sobre los libros, y en medio de los enfermos, estando, al parecer, reservados à unos tunantes, sin ciencia, ni instruccion, que pasan su vida divirtiendose por el mundo á costa de tontos.

Uno de los primeros cuidados de un charlatán, y con que sue-le alucinar al vulgo incauto, es proveerse de porcion de Certificaciones, en que constan las dolencias que ha curado. Esto es de mucho peso con los boquirrubios; pero no con los que saben, que semejantes hombres tienen asalariadas diversas gentes, que haviendo gozado de perfecta salud toda su vida, han sido sin embargo curados de toda suerte de enfermedades.

Tambien encuentran otro recurso los charlatanes en los mismos amigos, ò parientes de un enfermo. Suelen estos, movidos de su cariño, emplear el ministerio de un charlatán, que no deja de aplicar sus drogas en secreto, con pretexto de no malquistarse con el facultativo. Si sana el doliente, el charlatán lo ha curado, y lleva el premio, y los aplausos; y si muere, queda oculto el suceso, por no hacerse cómplices en la muerte.

Otros, que han experimentado el mal suceso de las pomposas ofertas de un charlatàn, lo callan, por no padecer el rubor de manifestar su credulidad; y esto es tambien muy favorable à estos falsos Empyricos. Mas amor à la humanidad tenia el Chino de Su-Cheu-fu, que haviendo perdido una hija por la ignorancia de un charlatán, compuso un Manifiesto, en que expuso la mala conducta de su enemigo, con reflexiones capaces de desacreditarlo; y no contento con esto, fijó copias en las plazas públicas, y distribuyó otras en las principales plazas de la Ciudad. Esta venganza, que él llamaba zelo del bien público, produjo todo el efecto que esperaba. El charlatán, viendose desacreditado, tomó el partido de mudar de profesion, y la salud pública logró este beneficio.

Sería muy conveniente, que aquellos que han experimentado la vanidad, y aun los perjuicios de estos secretos, informasen al público, à quien harian en esto un beneficio muy señalado; pero es dificil inspirar esta ingenuidad à los hombres, llenos siempre, y pagados de todo lo que tiene ayre de maravilla, y no hay que esperar otros desengaños, que aquellos que se adquiera cada uno por sí mismo, si tiene la flaqueza de ponerse en manos de estos aventureros, llegando el aviso quando el daño no puede remediarse. El Marqués Carreto, uno de los mas célebres, y atrevidos charlatanes, de que se tiene noticia, poseyó, con un caracter libre, y familiar, el talento de persuadir, que tenia en su arte toda la habilidad, que faltaba à los demás sus Colegas, y logró vender à doce pesos cada gota de su especifico. ¡Cómo podia dejar de ser excelente un remedio tan caro! Enfermó de una pleuresía bastarda el Mariscal de Luxembourg, y no salió de la enfermedad, por haverse opuesto Carreto à la sangria, fiado en su remedio infalible. Desacreditólo el suceso; pero murió el Mariscal.

Pensamiento LXXXVI ln hac artium sola evenit ut unicuiquese Medicum profitenti credatur. Plin. lib. 29. cap. 2. La Medicina, el mas importante de to-dos los Artes, es la que tiene el pri-vilegio de que à qualquiera, que sellama Medico, se le crea sobre su pa-labra. Desde que los hombres viven en sociedad ha havido charlatanes, y quien los crea. No hay Facultad, que no tenga los suyos, y todas las Ciencias, y Artes, y aun las Profesiones, y Estados abundan de esta polilla. La charlataneria es el vicio de los hombres, que deseando hacerse valer á sí mismos, ò á las cosas, que les pertenecen, usan de medios simulados para engañar á los credulos. En una palabra, es una hypocresía de talentos, como suele encontrarse de virtud; y bien examinado, no hay otra diferencia entre un pedante, y un charlatán, que la de que éste conoce el poco, ò ningun valor de las cosas, que ofrece, ò hace, y el pedante pone un merito singular en vagatelas, que cree de buena fé ser cosas admirables. El pedante es por lo regular un necio, y el charlatán casi siempre un bribon: aquel se engaña á sí mismo, y éste procura engañar á los demás. En la mala fé, ò designio, y animo deliberado de engañar, todos los charlatanes son unos, y solo el objeto de sus embustes los distingue. Un charlatán de eloquencia, que pone toda la sublimidad de un discurso, no en la simplicidad noble, y magestuosa de pensamientos, y expresiones, si-no en llenarlo de voces hinchadas, mas capaces de excitar ruido, que de darle fuerza, y hermosura, es un charlatán, que puede divertir á los que le observen, y vean en él un extravagante presumido, y empeñado en tener colores à fuerza de apretarse el corbatin; pero un charlatán de medicina, que sin mas principios que los de su codicia, y sin mas licencias, que las que le dá la necedad de otros hombres, se introduce à Medico, con el pretexto de poseer ciertos secretos, con que pretende curar algunas dolencias en particular, ò en general toda suerte de enfermedades, es un charlatán, que solo puede ocasionar risa á los que no se valen de su ministerio, y cuya reputacion solo conduce à cubrir de luto las familias. Si es antigua la charlatanería en otras Facultades, no lo es menos en la Medicina. Examinense las Historias de los Egypcios, y de los Hebreos, y se encontrará crecido numero de impostores, que abusando de la débil credulidad de los hombres, se jactaban de curar las enfermedades mas inveteradas, por medio de amuletos, talismanes, adivinaciones, y especificos. Tambien los Griegos, y Romanos se vieron inundados de esta plaga. Aristophanes celebra á cierto Eudamo, que vendia anillos, haciendo creer, que tenian virtud contra las mordeduras de los animales venenosos. Chariton, y Clodio de Ancona no se hicieron menos famosos con semejantes embustes. Nosotros hemos tenido tambien en todos tiempos algunos de estos hombres, que pasan por milagro-sos entre los ignorantes; pero nunca me parece que havemos estado tan bien surtidos de esta mercancia como en el presente. Diganlo las esquinas pobladas de carteles, en que estos señores hacen al público magnificas promesas. El uno ofrece poner negras las canas, y hacer salir pelo, y barba à los que carecen de estos adornos. La oferta es seductora, y harto será que se encuentre viejo, calvo, ni eunuco, que no quieran probar fortuna en la virtud de este secreto. Presentase otro ofreciendo quitar con mucha facilidad todo genero de callos, y sabañones: ¿qué mucho harán los que padecen estas incommodas dolencias en valerse de un hombre, que asegura haver encontrado el modo de curarlas? El deseo de vivir, y de vivir sin do-lor, es natural en todos los hombres, y ninguno se persuade à que no hay remedio para la enfermedad que padece. Si un Medico (aunque fuese el mismo Hypocrates), lleno de ingenuidad, y de experiencias, asegura á un enfermo, que no hay remedio para su enfermedad, y por otra parte el charlatán mas despreciable ofrece curarla, no hay que dudar, Hypocrates será despedido, y recibido el charlatán á brazos abiertos. Los charlatanes saben muy bien, que para engañar al vulgo es necesario autorizarse. Bien conoce éste que hay quien pretende engañarlo; pero tiene la simpleza de recelar estos engaños en aquellos á quienes vé con su misma ropa, y á su nivél, y no teme trampa en un hombre vestido de galones, y que está condecorado con titulos falsos, ò verdaderos. Por lo comum [sic] estos charlatanes de Medicina, y Cirugía acaban de llegar de largos viages, en que han hecho singulares observaciones, y exercitado estas Artes por mar, y tierra, en Europa, y America, ò en Africa, y Asia. El uno ha sido Medico de Camara del Gran Muftí, que le ha concedido un Breve de Imán, y el otro del Gran Mogól, de quien ha recibido las insignias del Elefante blanco; y ambos han aprendido en sus largas peregrinaciones secretos extraordinarios, y trahido á su buelta cantidad de drogas de un valor inestimable contra todos los males, que pueden afligirnos, y nos las vienen à traher á nuestras casas, movidos de santo zelo por el bien de la humanidad. ¿Qué mucho que el Pueblo se dexe seducir de unos hombres, que cree tan experimentados, sabios, y piadosos? Cuentase de cierto Caballero, que estando afligido de la gota, y entrando su criado á decirle, que havia á la puerta un hombre, que ofrecia un remedio infalible para curar su dolencia, hizo que el criado viese si aquel hombre havia venido á pie, ò en coche; y como supiese que havia venido á pie, respondió: Vé, y dile à ese bribon, que vaya en hora mala: que si él poseyese un remedio infalible para este mal, mucho há que andaria en coche con caballos. Este cuento pudiera servir de preservativo contra los embustes, y artificios de estos fingidos Profesores. Tener secreto para hacer salir la dentadura á los setenta años, para cubrir de pelo á los calvos, para curar la palidéz, y manchas del rostro en las mugeres, para alargar la vida, y hacerla pasar sin enfermedades, y no ser poderoso, y señor de vasallos, es lo mismo que haver encontrado el arte de hacer el oro, y estár hambriento, y miserable. No puede darse embuste mas claro. Apenas puede creerse, que haya hombre tan sencillo, ò tan necio, que no conozca, que todas las promesas de estos ilustres viageros son patrañas, y ellos mismos unos embusteros, y asesinos. Sin embargo, tal es la credulidad del vulgo, y la procacidad, y astucia de estos charlatanes, que hacen que su comercio continúe; y sobre las cenizas de unas ofertas, que nunca han cumplido, establecen otras, que no se cumplirán jamás. No parece sino que los hombres se complacen en verse engañados. Desde el tiempo á que puede alcanzar la noticia de nuestros mas ancianos se están prometiendo las mismas curaciones, y alabando los mismos secretos, y especificos: se ha visto ser todo mentira, y con todo hay quien tiene á estos operadores por unos verdaderos Esculapios, y cree encontrar infaliblemente en sus secretos la salud. Siendo de notar, que estos thesoros de Medicina jamás los alcanzan los Medicos, aun los mas famosos, que pasan toda su vida sobre los libros, y en medio de los enfermos, estando, al parecer, reservados à unos tunantes, sin ciencia, ni instruccion, que pasan su vida divirtiendose por el mundo á costa de tontos. Uno de los primeros cuidados de un charlatán, y con que sue-le alucinar al vulgo incauto, es proveerse de porcion de Certificaciones, en que constan las dolencias que ha curado. Esto es de mucho peso con los boquirrubios; pero no con los que saben, que semejantes hombres tienen asalariadas diversas gentes, que haviendo gozado de perfecta salud toda su vida, han sido sin embargo curados de toda suerte de enfermedades. Tambien encuentran otro recurso los charlatanes en los mismos amigos, ò parientes de un enfermo. Suelen estos, movidos de su cariño, emplear el ministerio de un charlatán, que no deja de aplicar sus drogas en secreto, con pretexto de no malquistarse con el facultativo. Si sana el doliente, el charlatán lo ha curado, y lleva el premio, y los aplausos; y si muere, queda oculto el suceso, por no hacerse cómplices en la muerte. Otros, que han experimentado el mal suceso de las pomposas ofertas de un charlatàn, lo callan, por no padecer el rubor de manifestar su credulidad; y esto es tambien muy favorable à estos falsos Empyricos. Mas amor à la humanidad tenia el Chino de Su-Cheu-fu, que haviendo perdido una hija por la ignorancia de un charlatán, compuso un Manifiesto, en que expuso la mala conducta de su enemigo, con reflexiones capaces de desacreditarlo; y no contento con esto, fijó copias en las plazas públicas, y distribuyó otras en las principales plazas de la Ciudad. Esta venganza, que él llamaba zelo del bien público, produjo todo el efecto que esperaba. El charlatán, viendose desacreditado, tomó el partido de mudar de profesion, y la salud pública logró este beneficio. Sería muy conveniente, que aquellos que han experimentado la vanidad, y aun los perjuicios de estos secretos, informasen al público, à quien harian en esto un beneficio muy señalado; pero es dificil inspirar esta ingenuidad à los hombres, llenos siempre, y pagados de todo lo que tiene ayre de maravilla, y no hay que esperar otros desengaños, que aquellos que se adquiera cada uno por sí mismo, si tiene la flaqueza de ponerse en manos de estos aventureros, llegando el aviso quando el daño no puede remediarse. El Marqués Carreto, uno de los mas célebres, y atrevidos charlatanes, de que se tiene noticia, poseyó, con un caracter libre, y familiar, el talento de persuadir, que tenia en su arte toda la habilidad, que faltaba à los demás sus Colegas, y logró vender à doce pesos cada gota de su especifico. ¡Cómo podia dejar de ser excelente un remedio tan caro! Enfermó de una pleuresía bastarda el Mariscal de Luxembourg, y no salió de la enfermedad, por haverse opuesto Carreto à la sangria, fiado en su remedio infalible. Desacreditólo el suceso; pero murió el Mariscal.