Tampoco lo sorprendía el mirar algunos cuya Filosofía toda se dirigía à engañar à todo el género humano; por último, nada excitó su atencion sino un grande Hospital lleno de enfermos.
Hospital de Quebrados. Oía un
excesivo murmullo y gritería, por lo que preguntó à uno que estaba en la
puerta:
Sin número, respondió el preguntado.
¿Pues qué, tan facil es quebrarse en este Pais?
De quantas enfermedades adquieren en este las gentes, ninguna se pega mas facilmente que esta.
Dígame Vm. Por su vida, ¿por dónde se quiebran esoso infelices?
Ha, ¿qué Vm. lo ignora?
Si lo supiera, no lo preguntára.
Pues no crea Vm. ni imagine que las quebradu-
Ha de saber Vm. que de esta multitud de pacientes hay várias especies. Unos que se han desgraciado sin poderlo remediar. Otros que podían muy bien haberlo evitado, y otros, en fin, que lo hacen con toda su voluntad y con el mayor descaro del mundo.
La segunda especie comprehende una grandísima porcion. Unos de estos echan à gastar y triunfar con tal exceso, que sin atender à lo que pueda producir el giro, quando menos se percatan, se hallan huyendo para San Antonio. Otros hay que se dexan llevar de sus mugeres, ò de las agenas, y con esto dán fin con todo lo que tuvieren suyo, y lo mas doloroso, con lo ageno. Estos no son ya acreedores à la conmiseracion. De estos hay otra clase, que aunque al parecer, son acreedores à la lástima, mirado con perplexidad son tan delinquentes como los mas: estos por la codicia excesiva se meten à redentores y salen crucificados. Ultimamente, los de esta gerarquía sacrifican à muchos, pues con la apariencia de muy precavidos y diligentes, obligan à que quiebren los que fían en sus exterioridades.
Los del tercer gremio son por todas circunstancias iniquos. Unos guardan
fondo sin atender que sea ageno, y despues se declaran incapaces de
pagar, presentan una mínima parte, y quedan por este medio ricos con el
cau-
Otra especie hay de estos, aun mas mal intencionados, pues hacen desde los principios una larga carta de dote à sus consortes. Quiebran, mas no del espinazo, y luego ocurren à las posesiones y caudales imaginarios que jamás tuvo su muger, y con esto caiga el que cayera, perezcan todos los que hubieren puesto fondos en sus casas.
Se vé otra especie de estos entes, que ya han ganado la costumbre de
quebrar, y con todo hallan soldadura con plata y oro, y lo mas gracioso,
à quien volver à engañar. La sinvergüenza con que se presentan al
público es lo mas chistoso que puede esperarse. Estos son por lo
contrario de los hombres de vergüenza, que ò dexan el pais, ò se meten
donde no les dé ni aun el sol. Muy al contrarío, se presentan mas gordos
y colorados, quando mayor ha sido la rotura. En fin, por no molestarle
dexo de referirle otras cien mil especies que visitan este Hospital,
todos de esta última rasa.
Pasmado y aturdido quedó el Argonauta al oir tantas y tales cosas. No le quedó que exclamar, ni maldicion que no arrojase sobre tal Hospital de Quebrados. ¿Tal sucede en el mundo? preguntaba. ¿Será creible que se consienta tal manera de hombres? ¿Cómo no hay remedio para precaver esa enfermedad, ni para curar tan pestilente casta de enfermos? ¿Duérmen acaso los sanos que fían su dinero, que lo exponen à tantas incurias? ¿Qué, no les será lícito vigilar y contener à los que se despeñan en gastar mas que lo que pueden? Vamos, que con razon el Argonauta no se ha llenado tanto de admiracion con lo que ha visto, como à la presencia de esto que sucede con tanta freqüencia.
Mi amado Señor Argonauta, no sea Vm. tan cruel: ordene Vm. mejor que à cada quebrado se le señalen uno, dos, ò tres mil pesos anuales para que puedan mantenerse interin dure el ajuste de cuentas. Ese será un medio mas benigno, y mas tolerable . . . . . Sí, para que haya mas quebrados de todos géneros. Pues, à lo menos redúzcalos Vm. à enteros, mas que sea apurando todo el cálculo infinito . . . . . Sí, eso haría desde luego enteros los colgaría como racimos de uvas.
No tanto, por vida suya. Mire que de este modo acabaría con el Comercio.
No, por cierto. Pocos, buenos, y sanos. Pues haga de ellos lo que quiera, no tenga compasion ni caridad christiana. La falta que tiene, que ni Barrabás es capaz de llevarlo adelante; porque, porque . . . . . Pues déxelo como se estaba. A Vm. no le han de llevar los ningunos reales que tiene. Ellos mismos avisan al que duerme, para que no se fíen de ellos; y asi, el que no escarmienta, que pague la pena.
Dice Vm. muy bien. Vivan todos, mas que no escamienten todos, esto es,
viva el que se acomoda con lo que no puede remediar.
El Argonauta quisiera en un dia tratar de todas las materias útiles, y se le incomoda muy demasiado quando vé que no puede desempeñar un punto solo de modo que satisfaga à Vm. y que le tranquilice à él.
En quanto al tiempo en que se dexaron las pieles, y se usaron otros materiales para tapar las carnes, no piensa entrometerse el Bachiller; pero vá à decir su modo de pensar sin pretender establecer ningun axîoma, ni destruir el sistema que otros han establecido sobre el particular. Dice, que supuesto que despues de haber pecado nuestro primer Padre le quedaron los conocimientos de las Ciencias naturales, verdad muy recibida en todo el Orbe Cristiano, que en este supuesto tuvo conocimiento de la lana, clin, pelo, cáñamo, lino y demás materias primeras de que en el dia se forman ò componen los vestidos. Tambien le parece que lo primero de que echaría mano sería de texerlos de palma, una obra tan sencilla, que sin el mayor trabajo se dexa conocer; y mucho más quando la habia en abundancia en los primeros Paises que habitaron. Se funda tambien para ello en que sería mas facil que no ocurrir à las preparaciones diferentes que pide el cáñamo y el lino. Opina tambien, que la lana sería la segunda materia de que haría uso; y por último que, à medida que fuésen presentándose las exigencias, tomaría los recursos.
Aunque el Abate Mr. Peluche en el Espectáculo de la Naturaleza de los
primeros texidos à manera de colchones ò de filtros, el Bachiller no
puede conformarse con esta opinion, y se funda en haber visto que
los indios en las Américas ignoran semejante modo de texer, y era, à
su parecer natural, que à lo menos en el tiempo del descubrimiento
lo usasen, como que en algunas partes parece que estaban qual los
primeros humanos. Tenían sus fil-
Veamos las materias de que sa [sic] compone el sombrero: la lana de los corderos, el pelo de liebre, el de conejo, el castor, el plumazo del abestruz, el pelo de camello, y otras lanas y pelos.
En el dia para los sombreros finos se toma la borra del castor
apartando antes el pelo largo y exterior ya endurecido con el ayre.
Ya se emplea un tercio de castor seco, con la circunstancia de que
no hayan dormido los habitantes del Canadá, y dos tercios del castor
crasn [sic]. Los selvages del Canadá se sirven de ella en lugar de
colchones; y despues de muy usado, como mas docil es mas propia para
que resulten mas tupidos los sombreros, y tengan mas consistencia.
Tambien los fábrican con mitad, y aun con un tercio de castor, y lo
restante de pelo ò lana. Ha visto el Br. una casta de conejos cuya
lana es tan larga, tan fina y tan liable, que se cree sea tan propia
como la borra del castor. Tambien se le encuentra una borra aderida
al pellejo, sumamente fina. Esta lana ò pelo de dichos animales es
tan docil, que se puede hilar lo mismo el algodon. Antes de emplear
el castor se mulle ò tunde con la cuerda de arco, y despues de
preparado se forman unas plastas de figura triangular, despues van
formando una tela à manera de embudo; y metiéndolo várias veces en
un caldero de agua hirviendo, van disponiéndolo en términos que esté
apta la tela para aplicarla al molde, después añadiendo el castor en
las partes mas débiles
Perdone por ahora el Señor Abate, que no es creible que los filtros fuesen los primeros texidos que se han usado en el mundo; à lo menos, no quiere creerlo por lo que lleva expuesto. Si piensa el Argonauta que los primeros que se usaron en el mundo, esto es, los sombreros, se gastaron gachos, y que el tener una cola levantada lo introduxo la milicia, y que los tres picos en forma de candil vinieron de las espaldas de los Pirineos, como asimismo las modas de grandes, pequeños, con el pico mas ò menos bajo, y con otras monadas que viene y ván, las que por ahora y siempre declara el Argonauta por enfermedades de los cascos, que varían en su configuracion entrando, como dicen, en la moda.
El fin primero de la invencion de los sombreros fué sin duda guarecer
la cabeza de las injurias exteriores, como del Sol y del agua: pero
el que los puso à manera de candiles, tuvo desde luego otro objeto
diferente. Por fin vino el Bachiller al mundo, los vió asi, y del
mismo modo los vá à dexar. Sí quisiera que se perfeccionasen las
fábricas de ellos; y ahorrasen à los Extrangeros el trabajo de
traerlos. Pero poco à poco, que ya los fabrican en España tan buenos
como los mejores de Francia . . . . . ¿Pues à qué dar à los
Extrangeros este beneficio? Esto es lo que no puede entender el
Bachiller. Pero ya, ya và à caer en la cuenta. Se quejan los mismos
Fabricantes de que no tienen estimacion los de acá, y se lamentan
los Patriotas de semejante desdicha, y si se les mira el que llevan
encasquetado es de Paris. Bien viene el don con el turuleque. El
patriota dexa de serlo en el momento que no viste y calza géneros de
su Patria; porque deseoso de que no salgan los metales de su Pais, y
de que prosperen las artes, mira como sacrilegio hacer lo contrario.
Algunos conozco que no usaran género extrangero por mas que los
apremiaran. Estos son verdaderos Patriotas.