Pensamiento XIV
Dixe en mi Discurso antecedente de
què modo la ignorancia es causa de la Detraccion,
y de la Maledicencia. Falta explicar còmo
contribuyen à las mismas las falsas idèas que tenemos en orden à los
vicios, ò por mejor decir, la falta de idèas, relativas à ellos.
Nosotros, à diferencia de todos los demàs entes animados, tenemos dos
especies de existencia. La una Physica, que
consiste en la conservacion de la vida, de que nos dotò el Criador; y la
otra Moral; esto es, aquella buena opinion, que
nos han adquirido para con los hombres la probidad, y demàs virtudes,
que nos han visto practicar, ò que deben suponernos, quando nuestra
conducta no ha dado pruebas de lo contrario.
El derecho, que tenemos à mantener, ò conservar ambas
existencias, es incontestable. Tiene su origen en la misma naturaleza; y
esta reclama, aun en las Naciones mas barbaras, las reglas generales,
que ha establecido para la comun conservacion.
El homicidio, y el robo, vicios
contra la existencia Physica, en quanto el uno
priva directamente de la vida natural, y el otro de los medios de
conservarla, estàn reconocidos, y detestados como tales, y las leyes han
impuesto penas severas contra los transgressores; pero no sucede assi
con la detraccion, y la maledicencia, vicios diametralmente opuestos à
la existencia Moral. Bien, que las leyes divinas nos hayan impuesto la
pena mas severa por esta transgression, y que las civiles no hayan
olvidado precaver de este azote à los Ciudadanos; la
costumbre, y ninguna reflexion han borrado en nosotros la imagen de la
malignidad de estos vicios, y el delito, de que nos hacemos reos en su
práctica. Assi, al passo que vémos pocos hombres, que dejen de mirar con
horror el robo, y el homicidio, porque generalmente todos tienen idèas
bastante justas de su malignidad, encontramos innumerables personas de
todos sexos, professiones, y edades, que se entregan al vicio de la
maledicencia, por no tener idèas, ni aun remotas, de su perversidad.
Raro serà el hombre, que deje de horrorizarse al vér cometer un
homicidio, y que no mire con indignacion la fealdad del hurto: pero son
muchissimos los que se complacen en vér destrozar la fama, y
estimacion del proximo. Oimos hablar de una muerte violenta, y apenas
hallamos suplicio suficiente para castigar el delito del agressor.
Tratase de un ladron, y en el instante se nos representa cubierto de
infamia, è indigno de comparecer entre los demàs hombres. Todo esto es
muy justo. Nuestra existencia Physica està aventurada entre tales
monstruos, y estas impressiones son consequentes al natural deseo de
nuestra conservacion. Pero si la existencia Physica nos merece tanto
cuidado: si miramos con tanto zelo el derecho, que tenemos à ella, ¿por
què tratamos con abandono el que tenemos à la existencia Moral? Sea
preocupacion, ò razon, esta nos es mas estimable, sin comparacion, que
aquella, y apenas se encontrarà hombre, que puesto en la precision de
elegir entre conser-var la vida con deshonor, ò terminarla
con gloria, no prefiera una muerte honrosa à una vida infame. ¿Por què,
pues, (vuelvo à decir) la miramos, no solo con indiferencia, sino
tambien sin formar el menor escrupulo de esta depravacion? Yo no
encuentro, ni créo que haya otra razon, que la de no tener idèas justas
del mal. La maledicencia priva à los hombres de su existencia Moral; y
aun quando no trajesse muchas consequencias perniciosas a la vida
natural, serìa siempre un daño irreparable. Por mas esfuerzos, por mas
reparaciones, que se hagan, si tal vez se cura la llaga, la cicatrìz
queda para siempre. El calumniare semper aliquid
hæret lo vémos verificado à cada instante. El veneno puede no
hacer el ultimo estrago en una constitucion robusta; pero la estraga, y
debilita. Del mismo modo los tiros de la maledicencia,
bien que no logren alguna vez producir todo el efecto, que debian,
debilitan la opinion, la hacen sospechosa, y dejan una mancha, que suele
durar lo que la vida.
Sin embargo, vémos à cada passo innumerables personas, y entre ellas
algunas de las que passan por timoratas, dedicadas à denigrar la opinion
del proximo; pero con una serenidad de animo, y una tranquilidad de
espiritu, que no pueden dejar de admirar à qualquiera que los mire con
reflexion. Incapaces de hacer mal à otros vivientes, se ensangrientan en
el hombre, y parece que sus lenguas han declarado la guerra al Genero
Humano. Nada hay seguro de su maledicencia. Assi las assamblèas parecen
mas bien juntas de lobos car-niceros, ò de tygres furiosos,
que de hombres civilizados. Y todo esto, hablando generalmente, no tiene
otro origen, que la ignorancia, y la falta de reflexion. La embidia, el
deseo de perder à un concurrente, y el maligno gozo, que tenemos en oír,
ò referir los defectos agenos, entran tambien à la parte; pero con menos
frequencia. Por esto vémos mucho mayor numero de detractores, que de
maldicientes. Si se tuviessen idèas justas del daño, que un gesto, ò una
palabra pueden causar en la fama del proximo, y de las consequencias que
trahen, no solo à su existencia Moral, sino tambien à la Physica, la
mayor parte de los hombres moderarian sus acciones, y velarian sobre sus
discursos. Pero esto de obscurecer la opinion, denigrar la fama, y en
una palabra, despojar à los hombres del concepto de
honrados, à que tienen tan sólido derecho, y ponerlos, en quanto està de
nuestra parte, al nivèl de los sugetos mas infames, exponiendolos à la
burla, y al desprecio, y procurando cerrarles todo asylo, y privarlos de
la proteccion, en que quizà consiste su fortuna: todo esto digo, y otro
sin numero de daños, que ocasiona una lengua maldiciente, se practíca
con la mayor satisfaccion, y serenidad del Mundo, porque no
reflexionamos sus consequencias. A no ser assi, veriamos una
contradiccion inexplicable en los hombres. Hallariamos, que los mismos,
que miran con horror el homicidio, se complacian en el assessinato
alevoso; y vendria à ser lo mismo, que tener lastima de cortar à uno el
extremo de la narìz, y no te-neria para cortarle la cabeza.
Finalmente, assi como nadie puede disputarnos la accion, que tenemos à
conservar nuestra vida natural, y moral, assi tambien no créo, que haya
alguno, que deje de conocer con solo lo expuesto en este Discurso, y el
antecedente, que el enorme abuso de maldecir, tan estendido, y arraygado
entre nosotros, tiene por causas peculiares en el país, la ignorancia, y
la falta de idèas en orden à la malignidad, y perniciosos efectos de
este vicio. Por lo mismo, sin detenerme mas en sus causas, passarè à
decir algo sobre la maledicencia, y la detraccion, considerandolas como
una misma especie, en quanto ambas dirigen sus tiros al honor, y fama de
los hombres.
Hay muchas especies de maldicientes;
pero todas créo pueden reducirse à tres classes. La primera
compuesta de hombres ossados, maldicientes de profession, que hacen gala
de la maledicencia, y procuran dominar, y avassallar à todos con el
terror, que infunden los golpes de sus lenguas. Estos son como una tropa
de furiosos, que animados unos contra otros, se atacan, y se despedazan,
haciendo de los Pueblos un Campo de Batalla cubierto de cadaveres. La
segunda de hombres simulados, que con un ayre de imparcialidad, y de
amor à la verdad, lejos de ser menos perniciosos, destrozan con golpes
mas seguros, y hacen gemir à la humanidad bajo los filos de sus armas
alevosas, cubiertas de un exterior dulce, y afable. Y la tercera de
personas hypocritas, que levantando los ojos al Cielo, y ostentando un
espiritu de caridad, infaman, y des-pedazan al proximo con
una negligencia estudiada, y una devocion escandalosa.
La primera de estas classes es la
menos perjudicial, y por consiguiente la menos temible. El maldiciente
de profession, à fuerza de querer herir à todos, à nadie hiere. Las
gentes conocen el humor maligno que lo domína: lo alhagan, y acarician
por temor de su lengua; y vienen à ser como los salvages idólatras, que
conociendo en el diablo un espiritu malhechor, sin embargo lo festejan
para que no les haga daño. Por lo demás, estos miserables maldicientes
pueden muy bien agitarse, hacer gestos, y contorsiones, inventar
frasses, dár voces, amontonar calumnias, y hacer juramentos para que los
crean: todos sus esfuerzos regularmente son vanos, y el Mundo es
bastante cuerdo para conocer que es depravado el hombre, en
cuyo concepto nadie es bueno.
La segunda classe es mucho mas
dañosa à la humanidad. En efecto, un hombre, en cuyo semblante se vè
cierta especie de candor, y que tratandose de algun sugeto, empieza su
discurso por elogiarlo, parece distante de querer maltratarle; y lejos
de dár indicios de ser su enemigo, hace alarde de su amistad. Con esta
mascara se empieza à derramar la ponzoña, tanto mas mortal, quanto el
maldiciente sabe fingir mejor su cariño, y su lastima. Ordinariamente
entablan estos su maledicencia, alabando alguna pequeña virtud, ò
propriedad del sugeto, à quien quieren hacer el tiro, para atribuírle
despues vicios capitales. Dicen de uno, que tiene lindos ojos, para
supo-nerle un corazon perverso: que es muy assistente en
el Templo, para tratarlo de hypocrita; y que es muy habil, para añadir,
que es un talento mal empleado, y que fuera mejor tuviesse menos
habilidad, y mas honor, y juicio. Finalmente, saben alabar del mismo
modo, que el maldiciente de la satyra IX. de Boileau:
C’est un homme d’honneur,
de pieté profonde,
Et qui veut rendre à Dieu, ce qu’il à pris au
monde.
Este es un hombre honrado, piadoso, y
justo,
pues à Dios restituye lo que hurtò al mundo.
Bien pudiera citar millares de exemplares, en que con estas, ò
semejantes salvas, he visto derramar este veneno sobre la fama de
personas virtuosas; pero tengolo por inutil, y fastidioso,
y mucho mas, siendo tan facil el encontrarlos cada dia, y casi à cada
instante, à qualquiera que se dedique à estàr en observacion.
Sin embargo, pondrè aqui parte de
una conversacion, que oì dias passados, y me diò motivo para escribir
este Pensamiento. Passó entre una Dama, y un Caballero, que sentados al
lado de un estrado, y viendome no lejos de alli, solo, y cabizbajo,
creyeron que los Pensadores no tienen oìdos, ò que son hombres sin
consequencia.
“D. Cierto
que es compassion vèr un hombre tan habil, y que se haya abandonado
tanto, que es el desprecio de las gentes. Yo lo quiero como si fuera mi
hijo: hace muchos años que lo trato; y aunque muy distante, no dejamos
de tener algun parentesco. Le he predicado mil veces: yà se
vè, como quien no desea sino su bien; pero inutilmente. Estos vicios,
que . . . . . = C. Pues, Señora, tambien há
algun tiempo que yo le trato, y no le he conocido vicio alguno. Nos
vemos con frequencia, y no he advertido cosa reprehensible en su
conducta; antes bien me parece un hombre muy bien educado, modesto, y
juicioso. = ¡Oh! En quanto à educacion, y saber tratar à las gentes con
toda la civilidad, y decoro, que à cada uno corresponde, venga el que
viniere; y à mas de esto, tiene otras habilidades muy estimables, y
dignas de un hombre de su nacimiento, que tampoco se le puede disputar,
pues nadie ignora que es de familia muy ilustre. De la Musica sabe mucho
mas de lo que corresponde à un aficionado. Bayla con mucha
gracia. Dicen los que lo han visto, que en el manejo de un Caballo hay
pocos que le igualen; y tiene buenos principios de Mathematicas. Pero
todo esto es inutil, y èl ha hallado el modo de obscurecer las prendas,
de que està adornado, entregandose à tantos vicios, y haciendo una vida
tan licenciosa, que es el escandalo de la Corte. = Señora, Vm. me
confunde, y para mì es tan nuevo lo que oygo, que me hace dudar si
sueño, ò estoy despierto. = Vaya. ¿De què sirve el dissimulo? Conmigo no
hay necessidad de fingir; ni tampoco me explicarìa yo de este modo, à no
estàr persuadida de la confianza que Vm. merece. = En esto no hay
ficcion. Digo con toda la ingenuidad imaginable lo que
siento; y bien podrà ser, aunque lo dudo, que esse Caballero tenga
algunos vicios; pero para mì estàn tan ocultos, que hasta ahora ninguno
le he conocido. = Ojalà no los tuviesse: Yo daria algo de bueno en
albricias. Lo estimo demasiado para no desear que fuesse assi. Pero
digame Vm. ¿No es vicio passar toda su vida en las casas de juego? ¿No
es vicio dissipar su hacienda, y tener à su muger, y hijos sumergidos en
la miseria? = ¡En la miseria! Me he de bolver loco. Yo conozco à sus
hijos, y muger, y sè que se mantienen con mucha decencia. = Vm. sabe
todo lo que es necessario para estàr en perpetua contradicion, y decir
que es negro lo que yo llame blanco. Sì Señor: en la miseria, yà que Vm.
me lo hace repetir. Sus hijos estarian desnudos, si no
huviesse una buena alma, que Vm. conoce, la qual se ha dedicado á
vestirlos. La decencia, con que se trata su muger, es assunto de otra
naturaleza. No digo yo, (ni Dios lo quiera, ni permita) que en esto haya
cosa mala. Yo la tengo por muger de juicio, y virtuosa; pero lo cierto
es, que su marido no la dá cosa alguna: que ella no tiene renta para su
adorno; y que sin embargo no hay moda, que se le escape, y en que no sea
de las primeras á dár el exemplo con profusion. Cómo se hacen estos
milagros, esso es lo que yo no entiendo, ni quiero entender. Y no porque
ignoremos lo que passa; pero hay cosas, que son mejores para calladas.
La tal Señora mia sabe muy bien que yo estoy enterada de todo el mys-terio: que sè que tiene mas de sesenta batas, todas muy
lindas, y costosas; y que no se me oculta de dónde, cómo, y por què han
venido. Pero dejemos esto. Ni quiero ofenderla, ni que Vm. se
escandalice. = Cierto, Señora, que á no ser Vm. quien lo dice, tendria
por supuesto quanto acabo de oìr. = Pues no lo tenga Vm. sino por muy
seguro. = Yo vèo esse Caballero muy introducido, y que las gentes mas
distinguidas estiman su amistad; y cierto que empiezo á compadecerme de
vèr mal empleadas tan lindas luces. = Mas se compadecerìa Vm. si
supiesse otras cosas, que dejo en silencio. Pero en fin, somos
Christianos, y no debemos descubrir los defectos del proximo.”
No pude sufrir mas una con-versacion tan depravada. Retìreme
luego, por no oìr la inteligencia, que daba esta alma baja á los
principios, y maximas de su Religion; pero no dudo, que, prosiguiendo
con el mismo espiritu de caridad, añadiria la tal Señora quantos
horrores ocurriessen á su malignidad, y que el Caballero, que yà
empezaba á ceder, los creerìa con una buena fé, llena de estupidèz, y de
ignorancia.
La tercera classe es la mas
dañosa, y detestable de todas. Una persona tenida por virtuosa, se mira
como exempta de toda parcialidad, de rencor, y de embidia; y esta buena
opinion, que sabe adquirirse para con las gentes, dá á sus discursos
cierta fuerza, y ayre de verdad, que nada puede contrarrestar. Esta
casta de hypocritas se forma una religion maquinal, y una
caridad a su modo. Ellos no conocen aquella, que es humilde, oficiosa, y
compassiva. No aquella, que interiormente siente el mal, y se alegra del
bien; sino una fantasma de caridad, que desea el mal para criticarlo, y
que examina las vidas de los hombres para hacer públicos sus
defectos.
Vè aqui el idioma, en que ordinariamente se explican estas Furias.
“Señores, dejemos de maldecir. ¿Hay vicio mas abominable, mas indigno
del corazon de un Christiano, que la maledicencia? ¿Dónde irá á residir
la caridad, esta virtud suprema, que hace de todos los hombres un pueblo
de hermanos, si nosotros no le damos possada en nuestros corazones? Que
ella se alvergue en nuestras almas. Los hombres son débiles, y
defectuosos; pero la cari-dad es habil, y discreta. Cubramos
las imperfecciones de la humanidad con un velo de amor; y lejos de
fatigarnos en descubrirlas, bolvamos à otro lado nuestros ojos. Hagamos
en nosotros el examen, y aprendamos en nuestra propria flaqueza á
compadecer la agena. El espiritu de maledicencia es el que divide las
familias: por èl se vèn dispersas las compañias, trastornado el orden
público, violadas las leyes, y rotos los lazos, que debian unir á los
hombres. Los que hemos contrahido este vicio, debemos hacer todos los
esfuerzos possibles para vencerlo; pero sin caer en el vicio opuesto. No
hagamos lo que Belisa, á quien todos conocen, que despues de haver
tenido una juventud escandalosa, retirada al presente, y dada á la
vir-tud, ha contrahido nuevos vicios, y exercita la
maledicencia contra la maledicencia misma. Estas son cosas, que todos
sabemos. Vms. la han oìdo murmurar la conducta de Clelia. Es verdad que
ha tenido mil razones: nadie ignora sus escandalos; pero no por esto es
justo sacarlos á luz. Si se huviesse de decir lo que se sabe de una, y
otra, quizá no havria quien quisiesse oirlo, ni creerlo; y si otro, que
tuviesse menos caridad que yo, lo supiesse, bastarìa para que ambas
viviessen desacreditadas el resto de sus dias. Pero dejemos esto.
Semejantes memorias son odiosas. Nosotros no debemos juzgar el interior
de nuestros hermanos, y solo nos toca dirigir á Dios votos fervorosos
por la enmienda de los infelices pecadores.”
Todo esto no es mas que un ligero bosquejo de los
maldicientes, de que nos vemos rodeados en todo lugar, y à toda hora.
Quizá no hay vicio, que estè tan propagado, ni de que se tengan idèas
menos justas. La passion vergonzosa de maldecir, que debia por su
naturaleza cubrirnos de rubor, ha llegado á ennoblecerse. En la Corte,
en la Villa, los Estrados, y los Conventos ha logrado tener entrada
franca, y hacer un papel distinguido, sin el qual parece que no se
halla, ni puede vivir el mayor numero de las gentes.
Casi todos los pesares, y los disgustos de la vida nos vienen de la
maledicencia; y sin embargo apenas se encuentra algun hombre, que no
estè tocado de este vicio. Todos generalmente parece que tenemos una
especie de aborrecimien-to al Genero Humano, y un cierto
deseo de adquirir estimacion, de passar por habiles à su costa; y de
parecer instruídos de los secretos agenos para complacer à los que
tienen el infelìz habito de maldecir.
Ni la bajeza de este vicio, ni el perjuicio de sus consequencias, ni las
declamaciones de los Oradores Sagrados, ni finalmente las sólidas
razones, y autoridades, dirigidas à combatir este vicio, han podido
contener el torrente. ¿Podrè yo lisonjearme de sacar algun fruto? No por
cierto. Sin embargo, allà và mi dictamen, y tomese como se quiera. Yo
digo, que toda persona, que cometa el feo delito de maldecir, es
sospechosa en su educacion, en todas sus demàs costumbres, y en su
sangre. Cometer la mas fea de las vilezas, hiriendo alevosamente al
proxi-mo, que, ò no se acuerda de nosotros, ò quizà en
el instante està procurando cubrir nuestros defectos, y ser de buena
extraccion, y tener sentimientos de honor, y ser digno de la humanidad,
son cosas, que essencialmente se contradicen. En una palabra, ser
maldiciente, y ser vil, y despreciable son analogos. Quien dice lo uno,
dice lo otro; y es impossible formar concepto de que es hombre de bien
el que hace gala de faltar al primer precepto de su Religion.
Demonos à partido. De hablar bien, de ser honradores, podemos tener una
justa complacencia. ¿La maledicencia puede dejarnos otra cosa, que
remordimientos, y amarguras? Vámos al caso. El vicio està envejecido, y
arraygado; pero tomemos un medio. Con una friolera se puede hacer un
gran benefi-cio à la humanidad. ¿Empieza alguno à
plantificar la baterìa de la maledicencia? Salganle Vms. al instante al
encuentro: diganle, que este diantre de Pensador, que se ha apropriado
unas facultades, que nadie le ha concedido, no quiere que se murmure.
Que le daràn parte, y que pobre del que tome por su cuenta.
Ridiculicenme Vms. en hora buena: digan perrerias de la ossadia de mis
Pensamientos. No importa. Como se divierta la conversacion, y se liberte
por este camino la fama, ò el credito, que se iba à despedazar, me doy
por contento. Tomen Vms. mi consejo, y crean, que puede producir mejores
efectos de los que discurren.
No se me olvide. He encargado à varios amigos Visitadores me avisen luego
que alguna Señora haya tomado la generosa re-solucion de
desterrar de su Estrado la maledicencia, y dado principio à este
utilissimo Proyecto. Pienso hacer notorio al Público su merito, y darla,
si no los elogios, de que serà digna, los que pueda; y à mas de esto, la
dedicarè un Soneto, que estoy trabajando. Por Dios que no me quede con
el trabajo hecho.