Decipimur specie recti . . . . .
Horat. Art. Poet. v. 25.
Nos engañan del bien las apariencias.
Algunos de mis Lectores no han querido creer lo que he dicho en mi Discurso L. del particular talento que poseía mi Padre, de soñar metódica y ordenadamente. Lo han tenido por una ficcion unicamente inventada para llenar el pliego, que no podia ocupar el sueño que publiqué allí. Yo á la verdad no creía haber sido hasta aquí convencido de mentira alguna pa-
Paraíso de los locos.
Acaso parecerá á algunos poco exâcto este último pensamiento, y que podria aplicarse á otra cosa que la que yo intento. Pero no quiero detenerme en esto, pues me ha sucedido ultimamente caer yo mismo en una vision.
Error, y con muchas cabezas la Opinion vulgar, ocupandose en sortilegios, y haciendose amar por sus encantamientos, habitaban en lo alto de la montaña que me pareció mui dilatada. Una infinidad de personas que caminaban por dos diferentes sendas, iba á encontrarles. Algunas que parecian mas altivas y de un genio mas decisivo, iban derechas al Error, sin esperar ningun guia. Pero otros, cuyo caracter parecia mas mitigado, se dirigían primero á la Opinion vulgar, que despues de haberles llenado la cabeza de elogios, los enviaba al Error.
Quando llegamos á la cumbre de la montaña en que habitaba la Opinion, vimos allí á muchos hombres con quienes conversaba, y que habian llegado antes que nosotros. Su voz era agradable: esparcía una
Acercamonos en fin á un cenador formado de arboles, cuyas ramas enlazadas unas con otras, hacian un texido mui espeso. Sentado el Error á la entrada en un paraje que el arte habia obscurecido un tanto, estaba vestido con un ropaje Verdad. Como esta está siempre cercada de una luz que brilla á los ojos de sus adoradores, y que les sirve para descubrir las bellezas de la naturaleza; asi tambien el otro se servia de una varilla magica para imitarla de algun modo, y entretener con ilusiones á sus sectarios. Despues de haber levantado su varilla y murmurado entre dientes algunas palabras, quiso regalarnos con una gloriosa aparicion. Volvimos los ojos hácia la parte del Cielo que nos señalaba, y vimos en ella un objeto azulado y sutil, que se iba desvaneciendo poco á poco, asi como en la cumbre de los montes se disipan en el Estío las nieblas á medida que el Sol adelanta en su carrera. Pareció en fin á nuestra vista el Palacio de la Vanidad. Este edificio que se levantaba sobre ondeadas nubes que le servian de cimiento, no se soste-
Llegados que fuimos á la puerta, la qual hallamos franca y sin guardia alguna, fundado cada uno en su pretendido merito, entramos todos sin esperar á que nadie nos conduxese. Hallamos en la sala diversas fantasmas, que despues de haber vagado un rato de una parte á otra, se juntaron cada una á aquellos de nosotros, cuyo modo de pensar adoptaba. Vi allí á la Nobleza decadente, que de todas las hazañas de sus antepasados, nada tenia que Ostentacion, que no abria la boca sino para alabarse á si misma. Y la Galantería, que andaba siempre de puntillas. En la testera del Salon, y debaxo de un magnifico dosél, enriquecido con quanto puede imaginarse mas hermoso y brillante, habia un trono en que adornada de plumas de pavon, estaba sentada la Vanidad, á quien miraban sus admiradores como una Venus. El muchacho que tenia al lado para servirla de Cupido, y que obligaba á todos á que se postrasen delante de ella, se llamaba Capricho. Mirabase con freqüencia á sí mismo, atendiendo mui poco á los objetos que le rodeaban, y tomaba todas sus armas de aquellos mismos á quienes queria vencer. La flecha que disparaba contra el Soldado, iba guarnecida de la pluma de su mismo sombrero. Las alas del dardo que arrojaba contra el literato, eran hechas de Lisonja con una concha de arreból en la mano, la Afectacion con un espejo, y la Moda que mudaba á cada instante la disposicion y figura de su ropa. No era otro la ocupacion de éstas, que mantener las conquistas del Capricho, y cada una por su parte empleaba en ello toda su arte. La Lisonja daba á todo nuevos colores. La Afectacion, nuevos modos, nuevas apariencias, que segun decian, no eran comunes; y la Moda no se con-
Ocupado como estaba en reflexîonar sobre lo que pasaba á mi vista, oí que se levantaba entre nosotros una voz, la qual deploraba el triste estado de los hombres, que infatuados por la Opinion, engañados por el Error, y animados por el Capricho, se abandonaban de aquella suerte á todas las supercherias de la Vanidad, hasta que al cabo venian á caer en poder de la Vergüenza, y la Pobreza. Apenas fue escuchada esta voz, quando causó un general desorden; é inmediatamente apareció un venerable anciano de semblante grave y resuelto, á quien se queria castigar por haber proferido aquellas palabras. Me pareció dispuesto á abrir la boca para defenderse y dar razon de su hecho. Pero ninguno advertí que quisiese darle oídos. La Vanidad le miró, sonriyendose des-Capricho, con enojados ojos. La Lisonja, que reconoció luego ser la Franqueza, se cubrió la cara con una mascarilla, y le volvió la espalda. La Afectacion sacudió su abanico, le hizo una mueca, y le trató de envidioso, y de embustero. Y la Moda le dixo que era quando menos, un desatento, un mal criado. Burlado asi, despreciado de todos, fue arrojado de aquel lugar por haber hablado mal de personas, que hacen figura en el mundo; y de comun acuerdo, fue resuelto que se le tratase siempre de la mísma manera en qualquiera parte que se hallase. Por lo que á mí toca, desde luego habia conocido la verdad de sus primeras quejas. Pero aún dudaba del cumplimiento de sus últimas palabras; quando he aqui, que siento de repente un gran ruido á la parte de afuera, y veo la puerta rodeada de una tropa de harpías. Entran inmediata-Rabia, la Desconfianza, seguidas de la Turbacion, de la Vergüenza, de la Infamia, del Desprecio, y de la Pobreza. Desapareció entonces la Vanidad con su Cupido y sus Gracias, y todos sus vasallos se pusieron en huida para ocultarse en agujeros y rincones. Mas estos, añadió con desdén, son aquellos que querian habitar en este Palacio, no correspondiendo su merito y sus riquezas, ni á la magestad del lugar, ni al porte que en él se debe tener. Iguales escenas á la que acaba de suceder, hemos visto ya mas de una vez. Pero esperad á que haya pasado el tumulto, y volvereis bien presto á ver la pasada magnificencia. Pareció-Franqueza. Pero luego que se asomaron á la puerta, se quedaron admirados al ver que estaba disipada la ilusion del Error, y que todo el edificio estaba suspendido en el ayre sin algun fundamento sólido. Vimos luego con pavor, que solo un salto sumamente peligroso, podia sacarnos de allí; y yo me arrepentí mil veces de mi mal entendida curiosidad que me habia puesto en tal peligro. Por otra parte, á medida que se disminuía la buena opinion que teniamos de nosotros mismos, me pareció que se achicaba el Palacio con nosotros; y que quando nos hubimos reducido al justo grado de estima-Error, y de la Vanidad.”