Sabado 4. de Julio de 1761.
Sed male dum recitas incipit esse tuus.
Mart. Epig. lib. I. ep. 39.
Olympi.
Virg. Æneid. 6. ver. 586.
El Duende ha dado que hacer desde que ha empezado à salir à la
verguenza. La Tertulia de donde sale, està casi adivinada, y no falta quien se precie de haver
descubierto yà en los mismos Discursos el caractèr individual de los que concurren à la formacion
del Folleto. Valgame Dios por comenzòn de indagar! Los dias passados huvo quien quiso participante à un cierto Arabigo de las Alpujarras, à quien nadie de nosotros, ni conoce, ni
jamàs ha visto. Pero lo que mas inquieta à los que tan solicitamente trabajan en espiar nuestra
Tertulia, es, que nadie hasta ahora ha tropezado con el Ecónomo de la Obra; porque no es possible
persuadir, que èste sea mucho menos conocido, que todos los demàs Tertulios, y contribuyentes à
ella. No es nuevo vèr, que se eche la culpa del asno sobre la albarda; y que el que se crea, ò suene
testa de ferro, no pueda ser Arrendador propietario. Sin embargo, me imagino, que esta serà la
primera vez, en que haciendose tan pública una cosa, como es divulgar el Duende sus Discursos, el Autor de ellos sabe de tal manera encapotarse, que nadie se ha
rezelado de èl hasta aora; y que viendo cargar sobre otro todo el peso de la desazon, con que
algunos han admitido su trabajo, tiene atrevimiento para oìr censurar agriamente sus partos, no solo
con paciencia, y risa, sino que anìma à sus contrarios, para que se rebienten à fuerza de las
Es un gusto el poderse revestir del caractèr de Duende, entrar, y salir en
todas partes, hablar recio, reirse, enfadarse, contradecir, y aun hacer callar à los que le enfadan,
sin que nadie sepa, ni sospeche, que trata con el Duende, y aun estarìa mas
completo este contento, sino viniesse este gusto acompañado con la mortificacion de deber, no pocas
veces, oìr sentenciar criminalmente su buena voluntad, y las apreciables prendas de sus
adherentes.
Duende, hallandose
en la Tienda de un Mercader de Paños, oyò hacer con mucho despéjo una oracion panegyrica de sus
locuras. Cortaronle un vestido, aunque de mal paño, el qual, hablando claro, no podìa servir para su
talle. Uno decia, que conocia especialissimamente al Duende; que le havia
tratado, y que era sugeto de poca substancia; y en esto no decia del todo mal. Añadiò, que el Duende no podia saber quanto mas, que el Caton; porque no
havia estudiado en Universidad, ni Colegio: y aqui acertò tambien. Prosiguiò diciendo, que todo
quanto el Duende havia publicado con apellido supuesto, havian sido
bagatelas, y sandeces; pero en esto diò el murmurador à entender, que no conoce al Duende: de suerte, que el voto de este sugeto no es de peso; siendo notorio en Madrid, que
solo le deleytan coplas de ahorcado. Duende capacidad, y talentos, para pensar, como hombre, sin
atender este sugeto à que en esto erraba, como Modista; pues nadie ha disputado al Duende, à lo menos aquellos pocos alcances, que Dios ha querido darle, y que èl ha realizado
con su trabajo. Otro, que se hallaba presente, no hincò tanto la uña para hablar mal del Duende; pero la gracia, que le hacia, era para hacerle servir de pedestál à una
Estatua, que levantò de repente à un Amigo suyo, à costa de las faenas del Duende mismo. El Duende, sin commoverse, ni inquietarse, oyò el
Dialogo; y despues que se huvo perficionado el retrato, se fueron los Pintores, sin haver conocido
el original, que havian copiado tan mal, aunque le tenian delante.
De buelta para su casa, repassò el Duende la Scena de que acababa de ser
testigo, no pudiendo contener la risa, por la insensata jactancia de tantos como fingen
conocimientos, y amistades, con personas à quienes jamàs saludaron. Yo, que sè, que mi rostro es
vulgar en la Corte, y que sè tambien, que mas de quatro veces le hablò de mi en público, me rio de
una infinidad de personas, que divulgan me conocen, y que quando llegan à hablarme, me preguntan
còmo me llamo.
Considerando, que la fortuna de una Obra depende algunas veces de la calidad, estado, y Duende, caracterizarme con quatro tiznazos, que me daràn à conocer con
facilidad suma, otorgando à favor de mis Lectores poder absoluto, para que dissequen mi capacidad, y
dissuelvan mis talentos, y aun si quisiessen, mis Mayorazgos.
Duende entre un millòn de personas. Con la mas leve observacion se le puede adivinar; porque
en todo es extremado, y singularissimo. Se le conocerà por la estatura, por el vestido, por sus
gestos, y conversaciones. Con tener cuidado con un hombre taciturno, melancólico, siempre cuidadoso
de divulgar lo que le oprime el espiritu: un poco incredulo, jamàs lisonjero, algo paciente, y nada
obsequioso, se hallarà al Duende al primer folio. La taciturnidad que le
asiste, no es innata, sino resulta de una reprehension, que los años passados le diò cierto
conocido, y quizàs amigo, sobre un deslìz, que havia tenido contra la temperanza de la lengua;
haviendose atrevido à sostener, con demasiado desahogo, un parecer ridiculo en la discusion de un
hecho de suma importancia, y en que el Duende arriesgaba una reputacion, y
credito, granjeado à costa de mucho trabajo. Era la question, sobre si los Españoles, en tiempo de
la Restauracion del Reyno, havian usado Espadas de à vara y me-Duende ha conservado para sì, està todavia à su orden. Con este medio ha conseguido tan
cumplidamente el bien, que apetecìa, que los que oy dia le sufren en su presencia, conocen por señas
el concepto que forma de las cosas sobre que se discurre, y el modo con que le mueven los objetos,
que se presentan à su vista. De modo, que imitando à un cèlebre Inglès aquellos à quienes el Duende llama Amigos, estàn yà tan hechos à esta maniobra, que responden
correctamente, y con expressiones propias, à qualquiera menéo de ojos, golpe de pies, ò risilla
falsa, ò verdadera, que le notan, y sin equivocarse jamàs en lo que significan sus ademanes, ò
gestos.
No menos descubriràn al Duende aquellos,
El Duende està muy contento :con que le adivinen aquellos, que desean
conocerle; y sobre todo, cierta casta de gentes, que lo miran todo con anteojos de larga vista, à
fin de disminuir lo bueno, y de abultar lo defectuoso, ò imperfecto. El permite, que estos le
observen con sus Telescopios, y le hagan Enano, ò Gigante, conforme se lo dictáre su fantasìa. Lo
estraño, y menos averiguable de todo, es, que en ninguna parte està el Duende
mas solo, y menos descubierto, que en aquellos Corrillos, ò Tertulias tumultuosas, donde no
encuentra Amigos, ò Escogidos; porque allì disfruta con ensanche las delicias de una Thebayda. El
hombre que frequenta el mundo, con el fin de cebar su curiosidad philosophica, goza los embe-Duende; porque siempre se encuentra en compañia de sì mismo. Estando solo, se divierte con sus
reflexiones, y con las conversaciones, gestos, y figuras de todos: se divierte, en vèr que le
buscan, le adivinan, y que maltratan à otros por causa suya. Què piedad! Pero si es mundo, para què
estrañarlo? Pues todo esto son espuelas, que mas le elevan en sus meditaciones. El Duende se entretiene con las necedades de muchos,
Pero què provecho podràn sacar los curiossos de haver descubierto al Duende? Ha cometido algun delito en haverse encargado del plan, y economìa de una Obra, para
la qual otros muchos le ayuden, proveyendole de materiales? El Duende no se
pregona por sábio, solo sì, haciendo lo que està de su parte para dàr cumplimiento à su empeño,
procura llegar à serlo, y por esto se despepita, para cautivar la benevolencia hasta de sus
adversarios. El habla con todos en terminos, y frases sencillas, para que le entiendan. Huye del
estìlo afectado, florido, y cadencioso. No và à caza de voces altisonantes, ni gusta de Tropos, ni
Figuras. Muchos se persuaden, que hablando clausulado, empeñen mejor la gente para la compra de sus
partos Literarios. Tampoco se casa el Duende con el lenguage vulgar, y
grossero, con que algunos impertinentemente satyricos, tratan el público como Cavallo desenfrenado,
que no tiene humanidad, ni inteligencia.
Quieren acaso mal al Duende, porque toma à su cargo manifestar las
necedades, y ridiculèces de algunos? Pues esto jamàs fue mal visto entre Griegos, Romanos, Cimbros,
ni Longobardos. Svvift declarò la guerra à
las costumbres, y ridiculèces de los Ingleses, con una estratagema admirable. Para Moliere, quien se propuso
esta misma reforma, tomò por otra senda, y revistiò todas las cosas censurables de su Nacion, con
trages ricas, no menos conocidas en Versalles, que en Parìs. Buscaba los carácteres, que queria ridiculizar en las Tablas, hasta en el propio quarto
del Soberano, y tomaba por modelos de sus Personages theatrales, sugetos verdaderos, y existentes; y
divirtiendo à los mismos originales con sus copias, les predicaba à todos una Mission de Coliséo,
con que enmendò una infinidad de abusos, y ridiculèces, de que los Franceses antes hacìan gala. Una
libertad tan grande, y à nuestro modo de pensar, tan injuriosa à la Nacion, no encontrò sin embargo
repugnancia, ni contradiccion de parte del Principe, ni del Pueblo; y los primeros hombres del
Estado celebraban el medio de que se habia valìdo este cèlebre Cómico, para pintar à lo vivo las
ridiculèces, y extravagancias de aquellos, que con singularidad pretendian sobresalir entre todos.
Duende, porque define las ridiculeces, con que todos estàn tan bien hallados? Y sabràn por
ventura los que quieren tan mal al Duende, y que se meten en el empeño de
denigrar, no lo que escribe, sino su persona, que lo que hacen con quien suponen Duende, lo harìan tambien si conociessen el verdadero? Què cosa es ridiculèz? Y por si se
ignorasse, diremos algo sobre el assunto. En primer lugar se debe saber, que la ridiculeèz, es una
cosa de que todos hablan, y que pocos entienden: La ridiculèz es indefinible: Decir à uno, que es
ridiculo, es como quererse desquitar de alguna injuria recibida, ò de algun desayre dictado por
colera, ò descuido. Llamar à uno ridiculo, es querer obscurecer, ò tiznar el merito, la capacidad, ò
la fortuna de aquellos, que nos ofendieron, ò eclypsaron con alguna de estas calidades. Los hombres
mas ridiculos, son à mi parecer, aquellos, que presumen mas de entendidos: pues en mi sentir, no
tenemos razon, para ridiculizar à quien Dios no favoreciò con entendimiento alguno. Aquellos à
Muchos siglos hace, que domìnan en el mundo los vicios, y ridiculeces, que adoptaron, y siguen
los hombres. Los Escritos serios para hacerlos la guerra, no han podido desarraygarlos; y los
Autores, que los han producido, han sudado sin essencial provecho. Si muchos Lectores aplauden, y
alaban estos escritos por el estilo, y manera de tratar los assuntos, la sequedad, la aridèz de la
materia, y la aspereza con que muchos escriben, son causa de que la verdad suene mal à quienes
Para que la reprehension de las ridiculeces, tratada con estilo ironico, haga sus efectos en los
hombres, se ha de procurar, que estè propuesta con tal arte, que todos admiren, sus retratos sin
agriarse, y tengan, como por especial favor, el que el Autor se acuerde de ellos. Es necessario, que
qualquiera confiesse, que el Pintor acertò con su retrato, y que no pueda dudar, que vè su propia
figura. Es menester, que todos con una risilla enojosa de aprobacion conocida, se quexen dulcemente,
que les lisongeò el Artifice, con colores algo vivos, y un tanto quanto demasiada afectacion en
beneficio suyo. Este debe hallar el peynado con extremo alhagueño; aquel cariñosamente rebolverse
contra la forma, que tiene su corba-
Mas fruto sacarian por ventura los Reclamadores de sus Sermones, si expusiessen clara, y
energicamente los defectos, è imperfecciones, que preparan, y conducen al pecado con colores
indulgentes, que no con las pinturas espantosas, y horrendas, que delinean por el pecado mismo.
Queriendo demonstrar con solidèz, y juicio mi pensamiento, he juzgado, que serìa bastante,
considerar en los hombres la sensibilidad, en lo que sea capàz de perjudicar à sus interesses, y al
honor que gozan entre sus iguales. A muchos no atemorizan las armas espirituales de la Iglesia, y
dexan sin embargo de contravenir à la Ley, por no pagar una multa de cien reales, ò vèr pregonadas
sus personas en públicos parages. No es menester:
Algunos Escritores se hicieron ridiculos, è insoportables, porque querian reformar las costumbres
con una bilis, que indiscretamente manchaba sus acciones, y representaciones mal digeridas, y peor
enunciadas; y sus obras han ido à parar à los coheteros. Aquel, que para desarraygar abusos, y
moderar demasìas, se dexa llevar del empellòn de sus propias inclinaciones, sin atender, ni escuchar
à la naturaleza, ò consultar la capacidad, genio, humor, y temperamento de aquellos à quienes
predica; perderà su tiempo, y se zambullirà en un empeño, no menos ridiculo, que impracticable.
Jamàs resultarà bien alguno,
Duende, por la desgracia, de que sus rasgos estaràn demasiado parecidos à originales, de que
èl no tendria la menor noticia, ò por el miedo, que no se les descubra una hypocresia, embozada con
una finissima politica. Pero à nadie se le deba comprimir el corazon por esto. Los hombres se
semejan todos en alguna cosa, y el acierto del Duende, es casualidad, y no
efecto de idea formada, ò de premeditacion absoluta. Duende le sucederà, lo que suce-Duende maneja, producir
algunos rasgos, y borrones, que salpicando el lienzo de una infinidad de modos, formen con sus
colores algunos rostros conocidos. Hay Retratos en la Naturaleza humana, que parecen mucho, à lo que
los Italianos llaman Caricaturas, y de esta casta son las pinturas del Duende. En medio de proporciones dislocadas, y de pinceladas embrolladas, y
confusas, se puede, sin milagro alguno, distinguir una cosa que parezca à otra; pero serà
obscuramente; porque en aquella ocasion la mas perfecta hermosura, serà siempre un monstruo
horrendo.
Duende,
Lectores, porque algunos os hacen creer, que peca en Psapho es Dios, atreviendose, no pocas veces, à avergonzar cruelissimamente à los
Doctos, y Literatos.
El Autor que dixo, que las Criticas hacen en una Librerìa el oficio, que las ventanas hacen en un
edificio, hablò con precision. Las Criticas dàn luz, y hermosura. No hay Libro, ni havrà en que no
hay que reprehender; de modo, que jamàs havrà Escrito, que no estè
Bien sabìdo es, que un Lector de limitados alcances, no se detiene en lo que hay defectuoso en un
Libro: si halla una prodigiosa coleccion de materiales sobre un mismo punto: si en cada pagina
encuencta algo, que le parezca nuevo, la confianza que dà el Autor, que le conduce como por la mano
por Paìses desconocidos, le sirven para esto de aprobacion; y
La lectura de los Sábios, è Inteligentes en las materias, es diversa. Estos, contentos con aprobar lo que concuerda, con las luces que adquirieron en el examen de los originales, juzgan el merito de los hechos; pero por poco que el Autor se aparte del comun sentir de todos, sin estàr fundada la singularidad de su pensamiento, le condenan con piedad, si son discreto; con odio, si son enemigos del Autor, ò mordaces por naturaleza.
No me parece util, ni aun decente, que la Critica exerza su empleo sobre Papeluchos como este, y
sus iguales, por mas que la embidia exalte la bila contra ellos, y sus Autores. Pues què hay en
ellos para merecer tanto lauro? Con semejantes Criticas se ensobervecen sus Autores, dandose por
hombres de utilidad, è imaginandose, que yà pueden ladear con los Feyjoòs, y
ademàs Autores clasicos, que tuvieron que hacer con los Zoylos, y perros rabiosos del merito de los
Escritores originales, à lo menos en la casta de la Literatura, que tomaron por norte de sus
desvelos. No os parece bien, por vida vuestra, que un Autor, para que se anìmen los compradores de
su Obra, y favo-
Duende, porque se
lastìma de que las Prensas se ocupan, por lo regular, con poca utilidad de las Letras, y menos honor
de la Nacion? Porque se quexa de la poca aficion, que hay en España à los Libros; de la poca
inteligencia, y de la mucha codicia de los que abrazan su comercio? Porque se enoja de vèr, que los
Privilegios de las mejores Obras, estàn empeñados en sugetos, que no hacen uso de ellos, y que sin
embargo impiden, que otros emprehendan Obras de la propia casta? Pues digan los racionales: No es
una compassion vèr, que solo quatro sugetos, y no de la primera, ni de la segunda magnitud, se
apliquen?
Muchos huyen de conversar sobre lo que aprendieron desde su juventud, y de exercer la profession, en que fueron aprendices. Todos mendìgan aplausos, y premios, por lo que pretenden saber, y censurar en trabajos agenos. No se sabe positivamente, si se debe atribuìr este desbarro á impericia; si se debe considerar sequela de una presuncion inadvertida; ò si acaso es defecto de una esperanza vaga, de hacer mejor su camino por semejantes veredas.
No sè si se debe aplaudir la complacencia de contravando, con que se adopta qualquiera friolera,
con pretexto, que es para alentar al Autor: à lo menos yo lo tengo por perjudicial al progresso de
las Letras. Un Comercio de alabanzas recìprocas, entre los que escriben para el público, es, si
hemos de estàr al dictamen de un Academico, una especie de gabela, que impone la Moda sobre las
Letras; un consentimiento de obrar contradictoriamente à la razòn; y un fardo, que oprime la
libertad, y juicio, en el hombre. Tengamos por cierto, que se muriò la Critica, y que la verdad
Lite-
Las quexas, y ayes, que continuamente exhalan quatro Literatos de las Gradas, sobre que falta en la Nacion gusto, è inteligencia, es otro impedimento, que daña à los progressos Literarios, y una deduccion conocida de la interesada codicia, con que los Autores procuran el despacho de sus Obrillas. Quieren por fuerza, que el vulgo, à fin de hacerse digno del decoroso epitecto de entendido, compre, y lea lo que ellos escriben, instando à que se crea, que assi lo sugiere la Moda. El espiritu de la Moda, y las infalibilidades, que muchos exageran à favor de lo que escribieron nuestros antepassados, solo porque ellos los copian, nos borran el camino por donde se và al Templo de la Fama.
Sacar à retazos del olvido lo que animò el tiempo, solo porque algunos los ignoran, es dàr à
entender, que falta paño para escribir algo de nuevo, y que es menester bolver à los estudios
viejos, y usados, si lo queremos lucir en la Feria comun del Parnáso con las demàs Naciones. Soy de
parecer, que los Estrangeros no nos tendràn por grandes, por mas que desapollilèmos los huessos de
nuestros mayores, cuya erudicion, y saber merecian el aplauso de ellos en el tiempo en que
florecieron. Nadie debe presumir, que fuera de la Peninsula estìmen
Desenterrar la Literatura de los siglos passados, es honrar la Monarquìa, renovando la memoria de los sugetos que la ilustraron; pero con esto no nos hacemos mayores, pues muy lexos de adornar el Palacio de las Ciencias Españolas, con nuevas, y preciosas alhajas de erudicion, y gusto, solo enxarramos, ò estropajeamos sus paredes, para hacer resaltar las pinturas que borrò el tiempo.
Los que se hallan encargados del honor Literario de la Nacion Española, debieran convencer el
mundo, que no se agotaron las Minas de esta Peninsula: que España tiene Literatos consumados en todo
genero de estudios: que hay materiales abundantes para lucirlo: y que si algo tardan en explicarle
los ingenios, es porque esperan, que un Zephyro benigno favorezca su empressa. Pero se ha de quedar
en inaccion mientras esto suceda? No por cierto. Hagamos entretanto algo, como lo dice Terencio.
Duende aquellos, que como Raposas quisieran estudiarle. La
modestia, el embozo, y la escrupulosa curiosidad, con que hace sus observaciones, le han casi
vendido en diversas ocasiones. Tiene el Duende el consuelo, que los mismos
que pudieran resentirse, y quexarse de sus zelos, convencidos del modo con que obra, alabaràn su
ardiente deseo de descubrir las ridiculèces de los hombres. Y si algunos, embidiosos de la fortuna
del Duende, ò de sus prendas, juzgaràn aproposito satyrizarle personalmente,
yà que no pueden morder en lo que escribe, allà se las haya. Tiene humor para aguantarlo, y siempre
serà el primero en divulgar la Critica, que le hiciessen. Tiene bastante satisfaccion con saber, que
no tuvo otra mira, para principiar este Escrito, que su propia diversion, y gusto; y que con tal,
que sepa acallar su amor propio, havrà sossegado las commociones de la ignorancia de los Zoylos. El
deseo de complacer à las gentes, no es el aguijòn que le estimúla. No busca aumentar su fortuna, por
la del Impressor, y Librero. Si no le asusta, altera, ni inquieta la Critica, ni las murmuraciones;
tampoco le hinchan, engrien, ni ensobervecen las alabanzas, y gloria del acierto. El Duende no quiere ser responsable del mal juicio, que pueda hacer el público de lo
que escribe: ni tampoco quiere, que los palmotèos que Duende quanto aprovecha el poder vivir oculto, y báxo la capa de un Tercero, y
que son muchos los bienes que algunos han logrado, patrocinados de las tinieblas, que favorecian à
su entendimiento. Jamàs brilla mejor la verdad, que quando sepultada, y oprimida, procura ella misma
despedir luces por grietas, y hendiduras, que nadie averigua. Quàntas veces, y à quántos descubrió
desde su sepulcro el rostro, manifestandoles en público, lo que ellos con tanta solicitud, y maña
procuraban ocultar à vista de las gentes? Dexen, pues, los Criticos al Duende
el derecho de poder escalar, como ellos, el Monte, que conduce al Templo de la Fama. El camino
admite à todos. A nadie se le pide la Fè de Bautismo en la entrada. No embidien, que ofrezca à la
Deydad unos Gazapillos, yà que èl no embidia, que los demàs tengan caudal para hacerla sacrificio de
Gazapatones.
El Discurso siguiente se darà el Miercoles 8. de Julio de 1761.
FIN.
EN MADRID: Con las Licencias necessarias, en la Imprenta de Manuel
Martin, calle de la Cruz.
Se hallarà este, y todos los siguientes en las Librerìas de Antonio Sancha,
frente del Correo; en la de Bartholomè Lopez, Plazuela de Santo Domingo; y en la de Bartholomè
Ulloa, frente del Salvador.