Número Primero
Mi Dueño, y Señor Apologista:
Despreciando como hijas de mentira y vileza la adulacion y lisonja, y
dexando fluir con libertad la sencillez genial de mi estilo, debo
decirle, que la repetida leccion sobre sus números, y una atenta
reflexîon empleada en desentrañar sus conceptos, han hecho crecer en mi
un deseo gigante de hacerme su Corresponsal, y ver si puedo hacerme
parte en la utilidad de su proyecto. Por esto, y por demostrar, en abono
de la verdad, contra todo el torrente de los rivales de Vmd la notoria
utilidad de sus Discursos, empiezo desde hoy mi correspondencia, y no me
desprenderé del honor que ella me hace, hasta que, ó ya la parca aplique
el acero al hilo, ó ya mis negocios, envidiosos de mi dicha, nieguen á
mi deseo la continuacion de mi empresa.
Para proceder con método, y no dar lugar á los émulos de Vmd.
á que por entre la obscuridad del Discurso huyan la fuerza de mis
pruebas, quiero dividir en dos partes el todo de mis razones. En la
primera haré ver, que el fin á que se dirigen las Apologías de Vmd,
sobre ser de suyo honesto y laudable, merece el aplauso y agradecimiento
del Público. En la segunda demostraré, que los medios de que Vmd. se
vale, son los mas propios para conseguir el fin propuesto.
Qual es, pues, el Norte á que se encaminan las Apologías, Vmd., ya sobre
habernosle dicho en su primer Número, nos lo hace conocer por los trece
siguientes que lleva publicados. Desterrar los abusos, manifestar al
Público las cosas en que va errado, diseñarle las que no merecen su
aprecio, y finalmente procurar apartarle de aquellas costumbres que
practicadas le menoscababan ¿pues qué, esta idea no llena de estremo á
estremo las obligaciones de un buen Patriota? ¿No es hija de un celo
ardiente por el bien de la sociedad? ¿No merece del Público que
reconocido la remunere con su aplauso? ¿Acaso la antiguedad no concedió
los laureles, las estatuas, y mauseolos [sic] á los que, ó ya con la
autoridad, ó ya con el talento, pusieron en práctica el mismo intento?
¿Qué otra cosa es esto, sino un vivo deseo de remover
los impedimentos, que estorban los fomentos de la Patria? ¿Qué, sino un
honrado apetito de ver aumentar la industria, las artes útiles y
agradables, aquellas artes, que son para el estado orígen de riquezas y
de gloria, que le hacen superior á las Naciones vecinas, y que
distinguen las Naciones cultas de las bárbaras? ¿aquellas artes, que
unidas á las ciencias verdaderamente útiles, hacen un Reyno memorable, y
le dan mas gloria, que la que las alabanzas suelen tributarle? ¿Pues qué
este fin no es útil? ¿no es este fin laudable? ¿No se podrá conseguir
con él la estirpacion del neologismo, en el idioma y escritos, la
intimidacion de aquellos, á quienes no bastó la persuasion del Consejo á
corregir las estravagancias de sus entendimientos? ¿No se podrá tambien
lograr la reforma de muchos defectos, de educacion y gusto? y finalmente
¿no se podrá con él hacer una célebre batería á todo lo que trae consigo
el sello de la necedad y estulticia? ¿Y la sociedad, que por este medio
se liberta de una gran parte de sus males, no deberá estar muy
obligada?
Pero yo me cansara en valde, si me detuviera mas en probar la utilidad
del fin que Vm. se ha propuesto en sus Discursos; lo primero, porque de
suyo es tan per se nota, que nadie querrá negarla, y lo segundo, por que no es aquí, donde principalmente dirigen la mira de sus
objeciones los opuestos á su proyecto, ántes bien, concediendo ser este,
y debiendo ser el fin de sus escritos, dicen que de ningun modo logran,
ni pueden lograr el conseguirle, mas yo voy á probar, que sus papeles
Apologéticos, son el medio mas proprio y selecto para el efecto.
Para decidir la qüestion, conviene consultar el corazon humano, y la
experiencia de todos tiempos, y unidos estos testimonios, sacarémos la
demostracion prometida.
Ya queda dicho que el fin de las Apologías de Vm. es desterrar los
abusos, que ya en los escritos, ya en las costumbres practican los
indoctos. Ahora bien, los medios de que Vm. se vale, son unos Discursos
irónicos y satíricos, que mofan y ridiculizan, ya estas, ya aquellos;
pues veamos qué órden tienen con su fin para que juzguemos de su
proporcion.
Siéntese como principio inconcuso,
cuya prueba cada uno puede hallar en su propio corazon, con tal que no
se haya desprendido de los sentimientos de humanidad, que el hombre nace
de tal manera igual á otro, que no puede sufrir ser despreciado, y tan
vivamente conoce su dignidad natural, que tampoco puede juzgarse digno
de desprecio. De aquí es, que como la sátira é ironía
descubra la ridiculez, y ésta siempre suponga algun vicio, algun defecto
de conformidad y proporcion, y siempre dexe traslucir defectos
despreciables, como la imprudencia, la temeridad, la ignorancia, la
locura, facil es percibir, quán sensible deber ser á qualquiera cargar
con esta nota, y como el que la exerce, pone su sátira valiéndose de
estos rasgos, que son tan sensibles al amor propio, me parece que
ninguna cosa es tan conducente para corregir los defectos, sean en
escribir, sean en obrar, que la misma pintura que Vmd. en sus irónicas
Apologías hace de ellos, y los colores que emplea en describirlos: con
que si hemos de sacar de estas premisas una legítima conseqüencia,
deberémos decir, que los Números de Vmd. son propios para intimidar con
la ridiculez á los que libres de este temor continuarian en sus faltas.
Mas el propio conocimiento nos enseña, que todos los hombres estan muy
pagados de su talento, excepto los que son humildes por principio de
Religion, y los que en fuerza de su discrecion ó prudencia son modestos,
y esta opinion general es causa de que cada uno viva contento con el
suyo, atribuyéndose siempre mas de lo que realmente tiene. Idólatras y
celosos de nuestros propios pensamientos, despreciamos los
agenos, y en este punto á nadie cedemos ventaja. Atenciones,
miramientos, docilidad, respetos y aplausos, son otros tantos tributos
que imponemos á los demas, y que nos cuesta mucho el renunciarlos; ¿y
que resulta de aquí? que resentido el amor propio, alborotado é
indignado del imperio que con razon le usurpa la sátira, no dexa á su
dueño lugar á otra cosa, que á levantar el campo de los defectos, para
huir la ridícula pintura que le prepara el satírico.
En efecto, así lo concibiéron en el
siglo mas instruido de la Grecia aquellos sabios animosos que se
aplicaron por el mismo medio á corregir las faltas de sus Conciudadanos,
y lo que mas es, que lográron de aquellos, á quienes el poder y
autoridad no alcanzaba á moderarlos por la inmunidad, que las riquezas,
gerarquia y dignidad de nacimiento les concedia, que tratasen en
adelante con mas respeto la urbanidad y decencia. Y si hemos de dar
crédito á los Escritores de aquel tiempo, sin otro medio que el
propuesto lográron el aumento del cultivo en las Ciencias, Bellas Artes,
Literatura, sociedad, costumbres y Religion. Lográron minorar en gran
parte el número de hombres licenciosos, que tanto en sus acciones, como
en sus palabras, no guardaban el respeto debido á la República, ni el
que se de-bian á sí mismos: casi extinguiéron el mayor trozo
de una multitud de hombres petulantes, cuyo brutal orgullo, á pesar de
la buena crianza, y con apariencias de urbanidad, á cada instante
faltaban á la decencia mas indispensable; y para mayor acierto en
proyecto tan noble, juzgaron que debian interesar la vanidad de los
culpables, por la parte mas sensible, zahiriendo con la mayor direccion
posible su amor propio. Con este fin aguzáron sus sátiras ingeniosas, y
llegáron á vencer lo que emprendiéron combatir. Un Eupolis, un
Aristóteles, y un Alexandro, sin otras armas que las propuestas
contribuyéron mas á la correccion de la Grecia, que todas las máxîmas de
sus siete Sabios. Todos convienen en que la ironía, tan familiar á
Sócrates, y en la que tanto se aventajó este Sabio singular, coadyuvó
muchísimo á reformar la eloqüencia y la Filosofia de su tiempo, porque
acertó á desacreditar la orgullosa y esteril charlatanería de los
Sofistas.
Si de Atenas pasamos á Roma,
verémos que las sátiras de Lucilio, y de sus imitadores, fuéron mucho
mas eficaces á reformar los defectos, que las acres censuras de Caton.
Nadie ignora que en el siglo XVI.
debió la Francia la reforma de su urbanidad y costumbres á ese modo
ingenioso de criticarlas. A beneficio de él se reformáron
las ceremonias casi supersticiosas, que mortifican y oprimen el trato
humano: desde entónces desapareció (asi no hubiera vuelto á renacer) el
tono pedantesco, que tanto ofende, aquel ayre casi inato de satisfaccion
que tanto enfada, y estilo afectado que fatiga. El sexô femenil se
concentró en las gracias naturales y sencillas que le dió naturaleza,
suprimió los vaidos fingidos, los melindres pueriles, y dexó de hablar
tan á menudo de sus jaquecas y vapores. El Caballero habló ménos de sus
caballos y perros de caza. El Guerrero compendió la Historia de sus
campañas. El Médico dexó sus voces griegas y pomposas. El Abogado abundó
ménos de voces facultativas, y de acinar citas. El Poeta desistió de
mezclar el imaginario idioma de los Dioses con el lenguage de los
hombres; y finalmente, el miedo de ser el objeto de la sátira, no
permitió á nadie ser necio impunemente.
¿En la antigüedad no habia una
especie de supersticion ridícula en aquel respeto excesivo, y visos de
adoracion, que el sexô varonil tributaba al femineo? ¿No habia mucho de
entusiasmo, y algo de extravagancia en el valor y generosidad de
nuestros antiguos Caballeros errantes?
Pues lo mismo fué salir al público
la ingeniosa sátira de Cervantes, represen-tando este
heroismo romancesco, quando haciendo esta una impresion vivísima en
todos, se desvaneció la profesion de la Caballería, y desapareciéron
estos fantasmas.
Esto ha sucedido en todos tiempos.
Estos mismos favorables efectos ha producido la sátira en todas partes,
y estos es preciso que produzca si se atienden sus propiedades, porque
ella, sacrificando el culpable á la risa pública, se grava con fuerza en
el alma, y dexa en ella una impresion profunda, muy capaz de despertar
la mas viva atencion sobre la deformidad de los defectos, y por
consiguiente, muy propia á combatirlos y desterrarlos. ¿Pues por qué
habiendo tomado Vmd. un medio aprobado y elegido de los sabios, un medio
tan conforme con la razon, y al fin un medio cuya virtud está tan
experimentada, que ha conseguido de los errores casi tantas victorias,
quantas batallas les ha presentado, no se ha de confesar que los papeles
apologéticos de Vmd son los mas propios y eficaces para desterrar los
abusos, manifestar al Público las cosas en que va errado, diseñarle las
que no merecen su aprecio, y finalmente apartarle de aquellas costumbres
que practicadas le menoscaban? ¿Por qué no hemos de convenir en que sus
chistosos Discursos, juntando á lo útil lo dulce, benefician al Público,
y le ponen en movimiento para que despierta su atencion
sobre los errores que le cercan, dé de mano á las ideas que le
preocupan?
Sí, señor Apologista, sí lo confesamos, y en este parecer convenimos
todos los que dexamos correr la pluma, sin hacer violencia á nuestro
propio sentir, y los papeletes de aquellos que dicen lo contrario, sin
otro fin que dar un poco desahogo á su fluxo de escribir y contradecir,
son para nosotros otras tantas pruebas del mérito de los Discursos de
Vmd; y por lo que á mí toca me hallo tan convencido de las de sus
números, y estilo con que los viste, que me fuera en gran manera
sensible, que dexase Vmd. de continuar en publicarlos.
Siempre hubiera sido conducente establecer escuelas públicas, en las que
se procurase el fomento de este arte tan precioso, y que sabe devolver
tantas ventajas á la nacion que le cultiva. Pero en el siglo presente
creo firmemente causaria los efectos mas saludables y provechosos. En
todo tiempo hubieran sido del caso los papeles apologéticos de Vmd.;
pero en el presente se llegan á hacer casi precisos. La mucha extension
que ha tomado el vulgo, y el mucho terreno que ha ganado la preocupacion
en los entendimientos de aquellas partes de vulgo, que solo se
distinguen de los demas en haber cursado las escuelas
muchos años, y no haber traido á la sociedad ningun provecho en todos
ellos, hacen desearlos con ansia. Fe de esta necesidad nos podrá dar una
sencilla narracion de lo que se observa.
Véanse casi todos los que sigen
[sic] las escuelas emplear la mayor parte del tiempo que las cursan en
unas Metafisicas alambicadas, que la multitud devora, sin poder
alimentarse de substancia tan sutil, que aun para aquellos pocos que las
entienden, son un exercicio laborioso, donde el entendimiento se fatiga,
corriendo tras unos pensamientos, que no dexan asidero á la imaginacion,
discursos por la mayor parte nacidos del espíritu de discusion y
analisis, acostumbrado á desmenuzarlo todo, á reducirlo á ideas
abstractas y confusas, á despojar los objetos de sus calidades
características, no dexándoles sino propiedades vagas y generales, en
que no halla cebo el corazon. La eloqüencia de los Oradores formados en
la escuela de esta Filosofia, consiste en una exâctitud supersticiosa,
que continuamente se exámina á sí propia, y arregla todos sus pasos en
una precision austera, y que se acelera á exponer friamente sus
verdades, y no dexa salir del alma ningun afecto, con el pretexto de que
los afectos no son razones; en el arte de sentar principios, é inferir
una fastidiosa serie de conseqüencias, á veces tan
superfluas, como frias y descarnadas de aquella brillantez que pudiera
darles la hermosura y atractivo de la eloqüencia, ¡quánto pide y ansia
este ramo los Discursos de Vmd. por ver si le grangean alguna reforma!
Miremos la Religion, y verémos que la ignorancia de muchos ha hecho nacer
en ellos sobre este punto un zelo indiscreto y severo, que todo lo
quiere tachar de impiedad, y apela siempre al anatéma, quando el hombre
instruido, separando las opiniones humanas de las verdades divinas de la
Religion, rehusa postrarse delante de las fantasmas, hijas de la
imaginacion debil, y sobradamante timida, que todo lo quiere adorar, y
como dice un antiguo, interesar la divinidad en las menores bagatelas.
Otro exceso contrario á este se dexa observar, si, segun me parece,
ménos extendido, mucho mas pernicioso, tal es la desenfrenada audacia, y
curiosidad inquieta y atrevida de algunos, que no espera, como la
credulidad estúpida, á que venga el error, sino que se anticipa ella
misma á los peligros; se complace en congregar nubes y en arrojarse á
los lazos, que la divina providencia tendió, como si dixeramos, á los
temerarios, que presumiendo de autores de la novedad, y blasonando de
una valentía de entendimiento superior á las preocupaciones
vulgares y frívolas, se entregan al error, ofuscados con su orgullo.
Tambien vemos tan extragado el gusto por las ciencias, que casi no se
hace aprecio de las que forman el constitutivo del buen gusto, y son las
mas propias á adornar y dar lustre á un entendimiento. Tal es la
Historia, á quien no basta el ser el atractivo de ser el abonado testigo
de los tiempos, la clara luz de la verdad, la vida dulce de la memoria,
la experimentada maestra de la vida, un severo Fiscal de los vicios, un
eloqüente panegirista de las virtudes. La fama póstuma de los hombres
ilustres, y el padron infame de los ruines, para que logre ver empleado
en su estudio, sino un escaso número de hombres, y de estos mucha parte
solo por descansar de su descanso continuo.
Al mismo desamparo y soledad se halla condenada la Geografía, por mas que
sepamos el crédito que ha ganado á las naciones aplicadas á su estudio,
y por mas que nos proporcione, que sin dar un paso y sin costas,
ahorrando inclemencias del tiempo, peligros de caminos, y molestias de
posadas, paseemos toda la superficie de la tierra, y registremos toda su
extension. La Náutica, que sin temor de naufragios, sur-ca
los mares, y se rie de las tempestades. La Astronomia, que tantas
atenciones mereció del famoso y noble Danés Ticho Brahe, tan favorecido
por esta ciencia de Rodulfo Segundo, y á quien debe inmortales aplausos
la Europa y el Universo. La Oratoria, divino encanto de los oidos, y
dominante absoluto de los corazones humanos.
Todas estas ciencias, y muchísimas
mas de semejante provecho, é igual abandono prueban la mayor necesidad,
que al presente hay de las apologías de Vm. y esperan de ellas el
recobro de sus derechos, y que se les devuelva la estimacion, que en
todos los siglos les han hecho los sabios. Es verdad, que entre los
acreedores, á ser el objeto de las sátiras de Vm. sobre estos puntos, se
hallarán algunos hechos á prueba del menosprecio, á quienes no harán la
menor mella sus discursos; pero estos no podrán quitar, que muchos,
escocidos de la sátira, al ver que todos reparan en sus defectos, y les
apliquen aquellos colores con que Vm. los ha ridiculizado, huyan
confusos á esconderse en el silencio, y se aparten de aquel proceder,
que ocasiona al amor propio tantos disgustos, y que con tan fundada
confianza nos pueda dar la naturaleza de este, de que abunde mucho mas
el número de aquellos, en quienes la Sátira hará la impresion que corresponde á su agudeza, que el de los que nos proponen como
revestidos de un amor propio calloso, que no se da por sentido á
contradiccion ninguna, aun la mas burlesca, porque esta insensibilidad,
respecto de las cosas que hieren el amor propio, es un fantasma estoico,
y no se halla naturalmente en el corazon del hombre. Al contrario, lo
que vemos ser natural á éste es la mucha delicadeza en aquel, es como el
espejo que al menor soplo se empaña, al menor choque se da por sentido,
la propia experiencia nos convence de esto mismo; y si bien se mira,
ninguna herida le es al amor propio mas penetrante, que la que recibe de
la Sátira: no necesita esta mucha ayuda de la Eloqüencia para lograr su
efecto, se basta á sí misma para alcanzarle; ¿qué digo yo? Solo un ruido
Satirico y burlesco que la costumbre le admitió por tal, por mas que no
haya razon para ello, basta á sufocar la costumbre mas incorrecta: él
solo descarnado de todo adorno, lleva ventaja á los discursos mas
eloqüentes para arrancar de las costumbres lo que tienen de vicioso.
Digalo el silvido ¿qué es este sino un vano ruido, que se pierde en el
ayre? con todo, por haberse introducido la costumbre de usar de él, como
de una trompeta ridícula para mofar los defectos, creo firmemente que la
perfeccion de los teatros mas se debe á él, que á las
reglas y maximas de los Eruditos; y si hemos de creer á los Escritores
Griegos, estos nos dicen que sus Oradores, al temor que tenian los
silvidos del Pueblo, debiéron la aplicacion y cuidado que les hiciéron
ser los mas eloqüentes.
Una voz que carece de sentido en sí misma, es nada, pero revístase de la
Sátira para significar lo estravagante ó ridículo, ó en señal de
menosprecio, ya la tenemos armada, y en la disposicion mas propia para
disipar mil defectos, solo con pintarlos á su modo como deformes.
Así sucede con la voz pedante, que es y será aun por mucho tiempo
respetado de muchos, un monstruo horrible, colocado en los umbrales de
las ciencias, capaz de impedirles que se dediquen á ellas de modo no
debido. Lo mismo puede decirse del Trajonismo, Quixotismo, &c.
voces todas, que no tienen mas virtud ni actividad, que las que le da la
Sátira.
Pues si la sátira de suyo es tan
activa, que aun apegada á un vago sonido, á una voz sin significado, se
halla bastante apta á desterrar abusos, y reformar costumbres, ¿quántos
mas grados de fuego concebirá engastada en los deliciosos y eruditos
discursos en que Vm. la prepara? ¿Cómo conociendo á esta, y haciéndose
cargo de la inteligencia y tino con que Vmd. la aplica,
podrá dudar nadie que las apologías de Vm. son propias á desterrar los
abusos, y reformar las costumbres, que es el fin que se propuso? Yo ya
hecho de ver como promete la utilidad del objeto de sus discursos, la
proporcion de estos para con aquel, y finalmente el realce que da á la
utilidad el estado presente de las cosas.
Ya solo me resta dar á Vmd. las gracias, que de mi parte puedo, por la
utilidad que como á miembro de la Sociedad deberá caverme del bien que á
ella debe resultar por sus números, léanse mis pruebas, y suplicarle con
todo mi afecto, prosiga sin intermision, y lleve adelante su empresa, que así lo pide la utilidad pública, la
recreacion racional; y finalmente, así lo desean sus apasionados, que
son otros tantos como lectores, si se exceptuan de estos últimos
aquellos que por la envidia ó entusiasmo se apartan de la opinion de los
sensatos. Sí, señor Apologista, prosiga Vmd. con sus sátiras, que no le
faltarán materias sobre que recaigan. Doscientas contemplo yo solo al
dar una mirada por esta Corte, breve trozo de la España. En ella, si voy
á las tertulias, advierto, que una buena crianza, y cortesía mal
entendida, ha hecho mudar el nombre á las cosas, y ha juzgado, que para
hacer dulce la sociedad, y dar mas sua-vidad al trato
humano, es conveniente una adulacion mentirosa, que á la confusion y
desórden de ideas, llama abundancia y elevacion de ingenio; á las
afectaciones, finuras delicadas; á las petulancias, vivezas estimables;
á la pereza, abstraccion filosófica de las cosas de acá abajo; y
finalmente, se oye en la práctica de esta máxîma, que el orgullo no ha
de llamarse tal, sino nobleza de alma, magnanimidad, y magestad natural.
Si de esta escena me traslado á la compañía de aquellos que llevan la
voz de sabios, no encuentro mas que unos hombres cuyo entendimiento está
virgen de todo pensamiento nuevo, que jamas han pensado por sí mismos,
que toda su razon se reduce á una multitud de juicios agenos, que
almacenan en su memoria, y que toda su ciencia se encierra en un
conjunto de opiniones prestadas, á las que se adhieren por debilidad,
como el Pueblo á sus tradiciones, los quales son unos estúpidos
adoradores de la antiguedad, que se valen de ella, como piedra de toque,
para valuar las opiniones haciendo de ellas mayor ó menor aprecio, segun
la mayor ó menor antiguedad que manifiestan. Cada vez que trato á estos,
me se remueven los deseos de ver dirigidas las sátiras de Vm. contra
ellos, por ver si podemos lograr en sus opiniones algun extermi-nio. ¡O, y qué poco merecen estos el nombre de sabios con
que el vulgo los titula! ellos han prolongado la infancia del mundo, y
de las ciencias, preciados de sabios no han hecho mas que arrastrar su
discurso por las pisadas de sus maestros, condenando á el calabozo del
silencio la razon, por un respeto mal entendido, que tributan á la
autoridad aristotélica, que tiene dadas tantas señas de humana.
Filósofos rastreros, que anegados en menudencias, no han hecho el menor
adelantamiento desde que murió su Príncipe, por no querer salir de lo
que apénas pueden entender. Todas las prácticas erradas que advierto
refiriera á Vm. con el mejor gusto, si no temiera hacer fastidiosa mi
correspondencia, por lo larga, y porque no creo se oculten al genio
observativo de Vm. En fin, tanto esta secta de sabios de reata, como
muchas de sus opiniones, juntas á los demas defectos que se observan aun
en la Corte, piden de justicia una pronta descarga de Apologías, que de
la justificada y celosa pluma de Vm. queda esperando su afectísimo y
apasionado Corresponsal.