Pensamiento XIV
Verdaderamente que han recibido mis
Pensamientos mucho favor de la providencia;
pues furcando el immenso occeano de peligros, que ofrece el Señor Pùblico à los que incautos se entregan à
las encontradas olas de sus opiniones, han llegado con felicidad à la
primera escala, que deben hacer en su viage; no niego lo que han
padecido à los desapiadados embates de la vulgar ignorancia; tambien
confieso los imminentes escollos en que ha tropezado la inexperta guia
de mi insuficiencia; ¡pero ò fuerza de la verdad, y lo que supéras! que
tú sola, sin mas auxilio que tu hermosura, aunque ma adornada de mi
pluma, has vencido quantas máqui-nas y obstaculos te ha
opuesto la ciega malicia de aquellos, que contentos con las sombras, se
niegan voluntarios à los refulgentes rayos de la razon, y buen juicio.
Esta sola circunstancia, que como objeto principal de mis Pensamientos es lo único que se halla en ellos de
apreciable, ha sido bastante para haber logrado la aceptacion de los no
preocupados, y para tal ves lisonjearme de que aun entre los mismos à
quienes combaten con mas rigor mis ideas, tienen una acogida que si bien
mezclada con algun resentimiento de sus preocupaciones, me promete una
favorable esperanza de que à impulsos de la misma verdad que defiendo,
disfrutará con el tiempo mi trabajo aquella dulce tranquilidad de
admitido generalmente, à que sin violencia se dirigen todas las lineas
de mis ideas, pues siendo el único centro de mis asuntos el verda-dero
Honor, y el formar hombres amantes de todo lo que conduce à una
racional, è inocente sociedad, imitan mis reflexiones un cìrculo
perfecto en sus máximas; y asi, aquellas invenciones, que mas parece que
me alejan de mi objeto la Verdad, son las que me
conducen mas propriamente à esta misma, sin que las voluntarias
digresiones sean delinqüentes descuidos; pues un ánimo aliviado alguna
vez con lo delectable, se entrega mas gustosamente à lo útil, cobrando
aliento en la diversion para seguir con mas empeño su carrera,
apeteciendo siempre lo mas perfecto, que debe ser el objeto de todos, y
lo será de mi pluma esta semana.
Es el pudor
en las señoras mugeres aquella linea respetable, que contiene los
acometimientos villanos de las osadías à los primeros pasos de su
audacia, para que à el verse comba-tidas en su nacimiento, se
contenten solo con dár motivo laudable à las repulsas, sin que en la
permision logren lastimosamente hacerse ínvencibles à la razon, y
modestia: es un esencial constitutivo, que nos hace objetos de la
veneracion, y nos coloca en aquella alta estimacion debida à nuestro
sexo, sin la qual aun las damas de mayor caracter descienden
lastimosamente à equivocarse con las mas despreciables de la ínfima
Plebe. Se puede considerar esta virtuosa prerrogativa nuestra de dos
maneras: una aparente, y simulada, que haciendo ridículos esfuerzos, por
manifestarse en sus mismas diligencias por conseguirlo, descubre
infelizmente el engaño de su afectacion, y la falsedad de sus
principios: y otra, que es aquella natural, y propria adversion, con que
debemos negarnos à todo lo que puede ofender nuestra modestia, y ser causa de que se vulnére con acciones, ò palabras el
estimable decóro, que nos hace ser el atractivo de los juiciosos, y el
embeleso de los verdaderos hombres; y es tan de esencia nuestra este verdadero pudor, que luego que nos falta, nos
exponemos à ser el juguete de las desgracias, y perdemos el estimable
nombre de fieles, que es el caracter proprisimo de la mas alta dignidad
nuestra, sin el qual todas quantas estimaciones adquiramos, serán
fingidas, poco durables, y peligrosas, como fundadas sobre principios
resvaladizos, ocasionados, y delinqüentes.
Prescinde esta vez mi discurso de aquellas Damas que se tapan, son
marciales, &c. No procuro tratar aquí de estas, y de las que
desde cien leguas el entendimiento mas estúpido conocerá, que no
procuran cumplir con la obligacion de su estado; hablo, sí, con las que
apartandose de estas cosas por una precision política, ò por
adversion natural, no obstante se permiten sin taparse, ni ser marciales
à muchas cosas, que hieren su estimacion, y hacen perder mucho los
quilates de su honradéz. No se arqueen Vmds. de cejas, señoras mias, ni
me arguyan con que son cabilaciones de mi ociosidad, que à la verdad, la
gran delicadeza de nuestro honor está tan expuesta à vulnerarse, que à
el menor descuido, desde lo encumbrado de su dignidad se precipita
desgraciadamente à las bajezas de lo ocasionado: no basta negarse à
aquellas cosas, que son à las vistas mas topos delinqüentes, es preciso
apartarse con empeño aun de rozarse con la similitud de lo culpable, y
no es mucho lo que pretendo, pues asi como todas nosotras nos desvelamos
infatigablemente por conservar la herosura, y precavernos con la mas
exacta diligencia de todo lo que puede ofender la delicada
téz de nuestro rostro, y esto solo por la falsa gloria de parecer
hermosas, con mas razon debemos poner de nuestra parte todos los medios
posibles para que nuestro credito, y estimacion ni le manchen las
sombras odiosas de una osadía, ni le ultraje la falsa opinion de una
sospecha.
Es una de las señales mas caracteristicas del verdadero pudor aquellos
discretos coloridos, que arroja à el rostro el sentimiento, que hace
nuestra modestia à el verse ofendida; pues avergonzandose de lo que le
es desagradable, pide ayuda à el corazon en tal riesgo, y este próvido
Monarca de nuestra interior República, favorece nuestra vergüenza con el
auxilio de la sangre, que à el rápido curso de su socorro nos cubre
hermosamente, y hace velo de aquella rosada exterioridad, para que nos
ocultemos à lo de-fectuoso, quedando detrás de tan virtuosa
balla del pudor fuera de los riesgos, de los insultos, y aumentando
nuestra hermosura con lo que mas queremos ocultarla. Gran secreto,
Madamas, para ser hermosas; pues solo el verdadero pudor es el
ingrediente mas eficáz para aumentar, y conservar nuestra belleza: y si
no, ¿quien habrá que niegue, que una dama verdaderamente sonrosada, y con el semblante adornado de
aquellas hermosas flores de la modestia, no está la mas linda, mas
agraciada, y mas preciosa?
Por el contrario, aquel afectado pudor, que procura hallarse en todo,
venga, ò no venga, no tiene su habitacion en las mexillas, que este
sitio es el trono del verdadero, se manifiesta ridiculamente en los
ceños, en los entrecejos, y en lo ayrado de los ojos, no bajando estos
graciosamen-te, como hace la medostia, sino elevandolos,
ensangrentandolos, y repartiendo enojos, y amenazas, quando se habian de
manifestar tímidos, turbados, y fugitivos: no coloréa el el (sic.)
rostro, porque como aquellas exterioridades son fingidas, y están lejos
del corazon, ni este tiene noticia de ellas, ni las socorre con sus
auxilios; y asi se manifiestan estos rostros con una implicacion
notable, pues haciendo esfuerzos las cejas, y la frente por manifestar
enojos, el resto del sembiante se mira desentendido à todas aquellas
simuladas diligencias, y quando la frente amenaza furias, lo demàs es
paz, y tranquilidad, dando evidentemente à entender, que están
posesionadas de su corazon aquellas cosas, que procuran manifestar les
disgustan, y que solo por un exterior accidente les desagradan.
Me he detenido algun tanto en la explicacion del pudor
verdadero, y falso, para hacer vér à mis lectores, que pocos se hallan
de aquel, y los que tal vez se encuentran son del fingido, supuesto, y
aparente; ¿porque en realidad, què otra cosa se advierte en los
Estrados, Visitas, y Tertulias, donde condcurren las Damas, que sucesos
todos contrarios à lo que el verdadero honor pide en las mugeres? Yo
admiro muchas veces el ver la serenidad, y desembarazo con que se
manifiestan muchas señoras à oír, y corresponder con sus especies à las
conversaciones, cuyos objetos son los mas arriesgados (bastante me
explico.) No es de mi asunto ahora hacer critica sobre la imprudencia de
los hombres, que sin atender à el venerable respeto de las damas,
excitan, y mueven estos asuntos en su presencia; quiero, sí, parár la
consideracion en estas mismas, que llevadas de la vanidad de habler en todo, y sobre todos asuntos, se entregan à unos
discursos tan agenos de su estado, y à unas chanzas, que en un vuelo las
hace pasar à el país de los atrevimientos, de las sospechas, y de las
osadías, desde la hermosa region del rendimiento, de la veneracion, y
del temor. No sé cómo no se corren, y se llenan de una ruborosa
modestia, quando oyen hacer dìscursos, referir sucesos, y contar
chistes, que toda su idéa dirigen à hermosear lo delinquente, hacer
tratable lo inhonesto, y à vulgarizar los exemplares indignos, para
hacer mas repetidos sus progresos. No sea impertinente, y mal
acondicionada, señora Pensadora (dirán muchas, ò las mas) ¿pues qué
pretende Vmd. de nosotras? ¿Acaso aquellos mismos que nos tratan, y
mueven estas conversaciones, no nos conocen, y saben nuestro arreglado
proceder? ¿No advier-ten, que si nos damos por entendidas,
que mas es por lucir nuestros ingenios, y concurrir à la sociedad con
nuestros discursos, que por defecto de nuestro interior, ó por afecto à
los asuntos que tocan? No, señoras mias, no piensan los hombres asi, ni
à Vmds. les sucede esa serenidad de ánimo, que aparentan, ellos se valen
de estas máximas perniciosa, como de otras tantas espías, para
descubrir, é inteligenciarse de las fortalezas de nuestro honor: forman
sobre estas experiencias sus juicios, y aunque muchas veces les salgan
errados, por lo menos Vmds. mismas dàn motivo à hacerse equìvocas en su
proceder, debiendo este ordenarse de tal manera, que no cause duda la
rectitud de su intencion.
¿No es cosa lamentable, y digna ciertamente de reparo, vér, y oír à
nuestras jovenes doncellas en todas las concurrencias, no ser las
ultimas quan-do no son las primeras, à procurar obstentar
las mal empleadas luces de sus entendimientos, correspondiendo, y aun
añadiendo algunos filetes à todo genero de conversaciones, que à la
verdad les habian de hacer enmudecer, llenar de vergonzoso pudor, y lo
mas proprio huir de tales sitios? ¿Qué juicio se podrá formar de aquel
tierno entendimiento, viendole hacer alarde de agudo, vertiendo especies
todas agenas de su estado, de su edad, y de sus circunstancias? ¿Para
quando tendràn estas señoras mias reservado el uso de la modestia, y
buena crianza? Si acaso estas mismas despues se les viere reñir alguna
grossería, ¿à que no consultan su enojo con el corazon? Nada menos que
esto, si la estrañan, ò les enoja, no es por lo essencialmente malo de
la accion, ó el dicho: y si no, vaya una puesta à que este fingido
pudor, que solo se manifestó en su frente, lugar proprio de
la ira, es nacido de alguna circunstancia accidental, v. gr. no ser el
sugeto de su gusto; fingir algun desvìo, ò estár aquel dia de mal humor,
por haberle acaecido alguna desgracia grande, como la muerte de algun
perrito, no haber venido à tiempo el Peluquero, ó no hallar aquel dia
Pasquete para ver la Opera, ú otras desgracias semejantes, que sacarán
de su juicio à la dama mas pacifica: discurro que no perdería, porque es
ciertamente inesperado el enojo en aquellas cuyos oídos se acostumbran à
no despreciar quanto se puede ofrecer en las conversaciones, y que
fundan el lustre de sus agudezas en darse por entendidas, y noticiosas
aun de aquellas cosas, que mas obligacion tienen de aparentar las
ignoran.
¡Valgame Dios! yo quisiera preguntar à mis Lectores me digan, ¿quantas veces han visto aquellas apreciables señales, que denotan
sin equivocacion el verdadero pudor? Pero aunque no escuche su
respuesta, sé positivamente, que si hablan con legalidad, dirán que muy
pocas, y me fundo en que los mas dias se oyen en todas partes, y en
todas las visitas estos chistes, estos asuntos, fin que los padres, ni
las madres se contengan con la presencia de las hijas, antes à el
contrario, reciben deleyte en que estas mismas se mezclen en las
conversaciones, y manifiesten à todos lo instruidas que se hallan en lo
que habia de estár mas ageno de su noticia, sin que por esto les quede
el menor escrupulo de que están muy lejos de ser honradas aquellas, que
à lo delicado de su honor permiten algunos ensanches.
Si de oír, y concurrir públicamente à estos desordenes se falta à el verdadero pudor, ¿qué será el entregarse à conversaciones
privadas, y secretas en presencia de tantos como las miran en un bayle,
ò visita? ¿qué se podrá inferir de aquel delinqüente sigilo entre dos
sujetos tan arriesgados? (Permitaseme hacer algunas reflexiones, aunque
este asunto esté tratado por mejor pluma.) Algunas veces, que he
presenciado estas concurrencias, quando despues de haber pasado las
ethiquetas forzosas, y que baylados los minuetes, se principia el furor
de la locura en las contradanzas, quando yá todo yá dirigiendose à lo
peor, no habiendo distincion de asientos, pues cada uno toma el que le
parece, como regularmente à mí me dejan sola (pues no tengo genio, ni
cara para otra cosa) y mi natural cabiloso en todas partes me acomete,
me he puesto à considerar los desordenes que se permiten su un bayle, y
cómo sin avergonzarse, à porfia hombres, y mugeres se
precipitan à todo quanto malo dá llegar la publicidad de un Sarao; qué
gusto es mirar la quietud con que una madre vé à su hija à los pies de
la sala sentada en conversacion secreta con un señor mio, que no conoce,
y que parece perro de oreja à su lado, que habiendo hecho presa, no la
quiere soltar: ¿qué podrá discurrir esta madre tan pacifica, que hablará
aquel pobrecito con la inocentita de su hija? ¿Vaya que discurre, que
están tratando de la vida de algun Santo? no, señores mios, no piensa
eso, sabe la verdad, pero como no conoce el pudor, no se le dá nada.
Luego notar à otro lado el disimulo, y sufrimiento, con que un buen
marido mira à su muger muy metida hasta los codos en conversacion con un
hombre mozo, y galán, sin que ella se acuerde tiene presente à su
marido, ni à él se le dé nada por ello, aunque la vea tan
de buena gracia, y risueña con aquel estraño; ¡quando tal vez esta misma
en su casa será todo impaciencias, y el pobre hombre la andará
festejando un año, para verla la risa un dia! pero qué importa? él, ni
ella conocen el verdadero pudor, y asi están insensibles à los
sentimientos mas laudables. ¡O, qué preocupacion, y qué infelicidad!
¡Que viendose esto todo los dias en las mayores concurrencias, no
discurran en las sospechas de tales acciones, ni les dében cara la
peligrosa ocasion en que se ponen! Vaya Vmd. à predicar à un zarzal,
señora mia, (me dirán) que sin duda tiene un corazon malevolo, y mal
intencionado: ¿no se han de divertir los racionales hablando unos con
otros? ¿Qué quiere Vmd. que hagan en tales casos, han de sacar el
Rosario, y ponerse à rezar? Abandone los temores, que no es
todo malo lo que parece: tal vez en esas ocasiones se estarán dando un
buen consejo, ò tratando alguna cosa útil à la sociedad. A la sociedad
delinqüente, si señores mios; pero à la verdadera, à la útil, y
virtuosa, ni por asomo. Sobre este mismo particular oí decir en una
ocasion à un discreto: “Que lo que trataban en estas privadas consultas
no sabìa; pero que se acordaba muy bien lo que el habia hablado en otros
lances semejantes; y que pocas veces habia salido de estas
conversaciones con la misma inocencia, que las habia principiado.” Yo no
tiene duda, pues los pensamientos decentes, honrados, y justos no buscan
los rincones para comunicarse, ni huyen de ser públicos, quando se
dirigen à buen fin. ¿Con que viendose esto à cada paso, qué dirémos?
Infieran Vms. que ya me canso de sacar conseqüencias
funestas.
Censurenme Vms. señoras mias, de que siempre las predìco, y de que
siempre estoy dando motivo para que los hombres formen malos juicios de
su conducta: censurenme Vms. no importa, porque es una prueba de mi
verdad las mismas oposiciones, con que procuran, sin conseguirlo,
obscurecerla; y asi, señoras, pues todas las veces que he hablado con
Vms. se han dirigido mis discursos à su mayor bien, y utilidad, acepten
mi desvelo, por lo que se emplea en su beneficio: yo no me me [sic]
pongo à juzgar de sus interiores, estos quedan reservados à Tribunal
Superior; solo infiero de sus dichos, estilos, usos, y preocupaciones
exteriores, lo que arriesgan à lo que se expone, aventurando el recato
la estimacion, y la buena fama, viendolas olvidadas del pudor tan
natural de nuestro sexo, y no me motejen la repe-ticion de
reconvenciones, porque como mis Pensamientos se
dirigen siempre à un mismo fin, son casi indipensables.
¿Quis non uretur,
si se dejecit in ignem?
¿Vivere quis credat, dira venena
bibens?
Mich. Verinus, pag. 23.
Soneto
¿Quien hubo, que arrogante, y confiado,
à el furor de las llamas se expusiese,
y de entre tanto
incendio presumiese
salir de todo riesgo indemnizado?
¿Se viò alguno vivir tan sin cuidado,
que remedios à el daño no pudiese,
si un veneno cruél
necio bebiese,
sin temor de quedar atosigado?
Lo mismo temer debe la que ciega
su honor entre los chistes abandona,
quando à una causa
infausta no se niega,
Y el efecto infelíz sin duda abona,
pues la que à los peligros mas se entrega,
desgracia la
Victoria, y la Corona.