Carta XXVIII Anónimo Moralische Wochenschriften Roland Bernhard Editor Silke Brandstätter Editor Alexandra Fuchs Editor Martin Fürlinger Editor Renate Hodab Editor Andrea Kubanek Editor Marion Oberegger Editor Carina Windhager Editor Institut für Romanistik, Universität Graz 20.08.2011 o:mws-091-121 Anónimo [Manuel Rubín de Celis y Noriega]: El Corresponsal del Censor. 4 Bde. Madrid: Imprenta Real 1787-1788, 455-470 El Corresponsal del Censor 3 28 1786-1788 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief 20.08.2011 Graz, Austria Spanish; Castilian Religión Religion Religion Religion Religione Spain -4.0,40.0

Carta XXVIII

Nil parvum . . . loquar . . .

Horat. Lib. III. Carmin. Od. XXV.

No hablaré parvuleces.

Señor Censor.

Aun no sé como escapará mi Discurso XXIV. que trataba sobre las mezclas de verdades de fé, y dudosas opiniones pias en la práctica de la santa devocion del Via Crucis. Dios sabe como escapará en el rigido Tribunal del público. El miedo de una censura poco favorable me debia contener á lo menos hasta ver las resultas, y mas quando supe en la libreria de Gomez haber dicho uno se me estaba preparando la mas terrible fraterna por el dichoso papelito: pero la fuerza que me hace la citada mezcla que no puedo dexar de mirarla como una monstruosidad peligrosa, me obliga á que posponiendo mi fundado temor, y arriesgándome á la indignacion de muchos (que de antemano tenia prevista) repita mis clamores en un nuevo Discurso, que tenga por fin descubrir la raiz y causa de semejante monstruosidad.

No me acuerdo de haber oido jamas á ningun hombre ni muger confesar que es de familia plebeya. Todos, todos son descendientes, sino de Reyes, por lo menos de Duques ó Condes, y el que menos cree de sí, de algun famoso y valiente conquistador. Esta es una prueba convincente de que hay en el hombre cierta inclinacion, sino de la naturaleza, á lo menos nacida del contagio de la culpa, á ensalzar su material ser. Acaso esta inclinacion es el amor propio, y de ella tienen origen todos los desórdenes de este amor, que desórdenado es vicio, y reducido á sus debidos limites es una virtud. Si un artesano limitara la exâltacion de sus ascendientes á ponderar que se hicieron dignos del mayor aprecio en su linea por la excelencia de las obras de su oficio, por la exâctitud en ellas, por su conducta irreprehensible en sus deberes, &c., nada habria en esto que censurar con tal de que fuera verdad lo que de sus ascendientes decia; pero que el que desciende de conquistadores, los quiera hacer Reyes, y el que de artesanos, quiera hacer de estos conquistadores, es una arrogancia, una soberbia, un amor propio desreglado é intolerable.

Este defecto que se vé tan generalmente en todos, se hace sentir en los cuerpos y familias religiosas con una cierta singularidad, que no es facil darle nombre. Saben bien los individuos de estas familias que no descienden de Reyes ni Emperadores: saben bien que deben su origen al zelo santo, á la heroyca virtud de algunos hombres elegidos de Dios para aquel fin, y que no tuvieron otra nobleza que dexar á su posteridad que las reglas que establecieron, y los medios mas oportunos para imitarlos en la santidad. Esto lo saben, pero no con una ciencia tal que excluya efectivamente todo er-ror. Antes bien creen que es compatible esta ciencia con el engaño; quiero decir con ciertas especies que ellos ó tienen por verdades, ó las quieren hacer pasar por tales, y que son engaños en la realidad.

Conozco que discurro con demasiada obscuridad y confusion, pero lo mismo hace Vmd. en varios puntos; con todo no desmayo ni desespero de que llegue la claridad. Los individuos de estos cuerpos saben que nada influye en ellos ni su tronco, ni los ilustres antecesores de su familia segun la carne y la sangre: saben, como he dicho, que ni es la nobleza del mundo la que los ilustra, ni tampoco tuvieron esta los mas de los que fueron el principio de estas familias: no obstante quieren ser de una familia ilustre en alguna linea que ya que no sea carnal, tenga mucha afinidad con la carne y sangre: y no obstante lo que saben (aqui el engaño) creen que ciertas excelencias personales ó reales, ó inventadas ó dudosas, pero con teson defendidas de su tronco y de sus mayores, les dan á ellos y á su familia toda cierto derecho á la comun estimacion, y á un género de nobleza, medio entre la nobleza carnal, y la verdadera nobleza de la virtud.

De aqui nace la continua publicacion de estas excelencias, unas veces pretendidas, otras mal entendidas y algunas veces figuradas con no poco descredito de nuestra santísima religion por dar con ellas suficiente motivo á los Heterodoxôs para sus declamaciones, sus sátiras, y sus blasfemas burlas contra nuestros sagrados dogmas. ¿Hubo en alguna de estas familias sagradas algun individuo cuya virtud llevó las atenciones del Pueblo? Muy presto se oyen singularidades extrañas, muy presto se añaden las revelaciones, y desde luego empiezan los elogios; estos son por lo comun del cuidado de los de la familia; y aunque los presentes no pueden dudar de lo que haya de dudar ó de ponderacion, la siguiente generacion los mira como indubitables, y toda la familia se hace un deber de defender la certeza, darles curso, y persuadir á su creencia á todo el mundo. Que esto sea asi lo evidencian los repetidos decretos de la Silla Apostólica, pues ni los hubiera repetido la Santa Sede tantas veces sino hubiera sido preciso oponerse á este comunísimo y dañoso prurito.

¿Qué mucho, pues, que haya llegado este teson hasta el exceso de igualar estos hehos [sic] proconizados con tanta ponderacion, y tan seguidamente á las verdades mas ciertas y constantes? Clame Natal Alexandro, clame Amort, clame Muratori, clamen otros grandes hombres, clamen los Señores Obispos, clame la Silla Apostolica de San Pedro y clame en el Concilio de Trento la Iglesia misma; esta imaginada nobleza ha de poder mas; y si al deseo de ella se une el estragado gusto de lo admirable, extraño y singular, ni hay fuerzas en la tierra que basten á contener á los defensores y promotores, ni que sean capaces de desimpresionar á los que reciben con pasmo y docilidad importuna los hechos publicados y defendidos.

No nos arrebatamos; no corre la pluma sin tino á donde la impele un ardor inmoderado: ella corre, ella hiere, pero con razon, con fundamento. ¿Quántos son los Decretos Apostólicos que prohiben la publicacion de revelaciones que no estan aprobadas por la Iglesia? Infinitos y muy expresivos, y muy fuertes. ¿Y en quánto se ha dicho, que otra cosa se ha hecho que clamar contra la inobservancia de estos Decretos? ¿Y si la pluma corre, si hiere en favor de unos Decretos tan respetables, y contra una infraccion manifiesta y perjudicial de ellos; será correr sin tino? ¿será dexarse llevar adonde la empuja un desenfrenado entusiasmo?

Es verdad que no faltará quien responda, que los echos piadosos en question no son todos fundados en la revelacion particular hecha á alguna alma justa; se fundan, dirán, tambien en relaciones de autores antiguos y dignos del mayor respeto. Ante todas cosas no confundamos la santidad, la virtud, la buena fama justamente adquirida con la ciencia, la literatura, la crítica. No es todo uno ser santos, ó ser buenos críticos. Muchos santos han caido en graves errores, en vulgaridades pueriles, en faltas literarias por falta de crítica, y por demasiada credulidad: y asi cabe muy bien que un autor piadoso, santo, deseoso del bien de todos refiera una especie que en la realidad sea una paparrucha; razon porque no todos los santos son buenos para escribir, ni todos los escritos de santos son suficientes para fundar autoridad histórica, canonica, fisica, médica, &c. Con todo no se defraude á los hechos de que hablamos su autoridad; tenganla en buen hora; ¿merecerán por eso ir de par con las virtudes de fé? Pero á lo menos, se dirá, son hechos que tiene aprobados la Iglesia con haberlos permitido tanto tiempo en una práctica universal. Pues si eso bastara para una aprobacion de la Iglesia, estabamos bien: ya estuviera aprobado el hecho de la idolatria de San Marcelino, el Concilio de Sinuesa, el Bautismo de Constantino en Roma, y tambien la oracion sacrosanta, porque todo esto y algo mas lo ha dexado la Iglesia muchísimos años en el Brebiario; libro que es algo mas respetable que los en que se hallan esas historias: luego si nada de esto se puede tener por aprobado por la Iglesia porque ha mucho tiempo lo permite en el Brebiario; ni los otros hechos se pueden tener por aprobados por la Iglesia porque estan tolerados tantos años há en los libros del Via Crucis.

Quedense aqui los argumentos, porque seria un proceder infinito. Conozcamos la verdad: los cuerpos morales necesitan cierta exâltacion media entre la del mundo que les es prohibida, y la de la virtud que se debe á la exâctitud en todos los preceptos, estatutos y consejos evangélicos. Un hecho raro, nuevo, nunca oido, que leyó, que imaginó ó que oyó un individuo de un cuerpo moral, y que lo escribió sin decir de donde le vino la noticia, es una verdad indubitable entre los suyos; por otra parte es muy apto para conciliarse la admiracion y el afecto del vulgo; es, pues, preciso defenderlo; porque un hombre, ó una muger de esta clase, al paso que es un personage que dá honor al cuerpo, no pudo errar, ni pudo dexar de tener una autoridad respetable para todos los suyos: se ha de defender, se le ha de dar curso, se ha de publicar, y ha de pasar de generacion en generacion para lustre inmortal de la Comunidad ó Cuerpo; y al cabo de un siglo ya no hay fuerzas que combatan una posesion tan afianzada.

Y puede tanto este deseo de adquirir gloria en esta linea, que no puede haber injuria mas horrible contra un Cuerpo, que soltar una proposicion contraria á semejante designio. Para hacer ver esta verdad, se hace preciso tocar otra preocupacion hija tambien del mismo deseo. Nada mas comun que el querer hacer pasar por los mas doctos en todas lineas á todos los fundadores de los Cuerpos religiosos. San Antonio Abad, S. Romualdo, S. Benito, S. Juan de la Cruz, S. Francisco, el B. Caracciolo, S. Joseph Calasanz; todos estos gloriosos Santos á quienes como tales veneramos, y que por sus heroycas virtudes gozan eternamente de la bienaventuranza; todos estos á quienes nuestro Dios llenó de misericordia, eligió para exemplo de virtud, y para que por medio de sus santas fundaciones nos facilitasen los medios de salvarnos, quieren de por fuerza sus hijos que los miremos tambien como Ambrosios, Gerónimos, Augustinos y comparables á estos en las ciencias sagradas, y en todo género de erudicion y literatura; y es tan exêcrable blasfemia para con ellos el no conocer en cada uno de estos grandes hombres una sabiduria sin límites, que merece el que incurre en tan horrible delito los dicterios mas atroces. Asi los sufrió no ha muchos dias un hombre tan benemérito de la República literaria como el Abad de Fleuri, porque se atrevió á estampar que un Santo fundador no habia perfectamente entendido un texto del Evangelio, porque lo habia tomado muy á la letra: por esta culpa llevó publicamente en el Púlpito una acre correccion, en que se le trató (siguiendo el comun y triliado estilo de los ignorantes y alcorconeros) de libertino y fautor de los hereges. Hasta esto llega el furor con que se pretenden establecer, no digo yo las relaciones, las historietas, las doctrinas, sino aun qualesquiera proposiciones sueltas de todo hombre ó persona que en su Comunidad ó su Cuerpo se adquirió un respeto singular, que reducido á los términos de su linea, seria el mas justo, y mereceria que para siempre se le conservase.

Abramos, pues, los ojos. La religion nada tiene de comun con la ficcion. Porque el grande Augustino fuera elegido de Dios para Padre de una esclarecida Religion, no todos los que Dios eligió para este fin son Augustinos. A cada uno dá Dios los dones y gracias, conforme á los designios de su adorable providencia, y no depositó todos los dones en todos: uno asi, dice S. Pablo, y otro asi, dividiendo á cada qual como quiere. Abramos, digo, los ojos, conozcamos los perjuicios que traen estas tenacidades; y todo el conato que aplicamos á defender las doctrinas, las revelaciones, los modos de pensar de los nuestros, apliquemoslo á conservar la Doctrina y la fé pura, y á seguir con la mayor exâctitud lo que la Iglesia nuestra Madre nos enseña, á quien en todo segui-remos con seguridad, pues como maestra de la verdad nos aparta del error, y nos tiene á cubierto de toda supersticion, vicio que facilmente se disfraza con las exterioridades de piedad, y que por desgracia nuestra sabe muchas veces fascinar á los que todo lo abrazan sin consultar primero al oráculo de la sana doctrina.

3-28 Carta XXVIII Nil parvum . . . loquar . . . Horat. Lib. III. Carmin. Od. XXV. No hablaré parvuleces. Señor Censor. Aun no sé como escapará mi Discurso XXIV. que trataba sobre las mezclas de verdades de fé, y dudosas opiniones pias en la práctica de la santa devocion del Via Crucis. Dios sabe como escapará en el rigido Tribunal del público. El miedo de una censura poco favorable me debia contener á lo menos hasta ver las resultas, y mas quando supe en la libreria de Gomez haber dicho uno se me estaba preparando la mas terrible fraterna por el dichoso papelito: pero la fuerza que me hace la citada mezcla que no puedo dexar de mirarla como una monstruosidad peligrosa, me obliga á que posponiendo mi fundado temor, y arriesgándome á la indignacion de muchos (que de antemano tenia prevista) repita mis clamores en un nuevo Discurso, que tenga por fin descubrir la raiz y causa de semejante monstruosidad. No me acuerdo de haber oido jamas á ningun hombre ni muger confesar que es de familia plebeya. Todos, todos son descendientes, sino de Reyes, por lo menos de Duques ó Condes, y el que menos cree de sí, de algun famoso y valiente conquistador. Esta es una prueba convincente de que hay en el hombre cierta inclinacion, sino de la naturaleza, á lo menos nacida del contagio de la culpa, á ensalzar su material ser. Acaso esta inclinacion es el amor propio, y de ella tienen origen todos los desórdenes de este amor, que desórdenado es vicio, y reducido á sus debidos limites es una virtud. Si un artesano limitara la exâltacion de sus ascendientes á ponderar que se hicieron dignos del mayor aprecio en su linea por la excelencia de las obras de su oficio, por la exâctitud en ellas, por su conducta irreprehensible en sus deberes, &c., nada habria en esto que censurar con tal de que fuera verdad lo que de sus ascendientes decia; pero que el que desciende de conquistadores, los quiera hacer Reyes, y el que de artesanos, quiera hacer de estos conquistadores, es una arrogancia, una soberbia, un amor propio desreglado é intolerable. Este defecto que se vé tan generalmente en todos, se hace sentir en los cuerpos y familias religiosas con una cierta singularidad, que no es facil darle nombre. Saben bien los individuos de estas familias que no descienden de Reyes ni Emperadores: saben bien que deben su origen al zelo santo, á la heroyca virtud de algunos hombres elegidos de Dios para aquel fin, y que no tuvieron otra nobleza que dexar á su posteridad que las reglas que establecieron, y los medios mas oportunos para imitarlos en la santidad. Esto lo saben, pero no con una ciencia tal que excluya efectivamente todo er-ror. Antes bien creen que es compatible esta ciencia con el engaño; quiero decir con ciertas especies que ellos ó tienen por verdades, ó las quieren hacer pasar por tales, y que son engaños en la realidad. Conozco que discurro con demasiada obscuridad y confusion, pero lo mismo hace Vmd. en varios puntos; con todo no desmayo ni desespero de que llegue la claridad. Los individuos de estos cuerpos saben que nada influye en ellos ni su tronco, ni los ilustres antecesores de su familia segun la carne y la sangre: saben, como he dicho, que ni es la nobleza del mundo la que los ilustra, ni tampoco tuvieron esta los mas de los que fueron el principio de estas familias: no obstante quieren ser de una familia ilustre en alguna linea que ya que no sea carnal, tenga mucha afinidad con la carne y sangre: y no obstante lo que saben (aqui el engaño) creen que ciertas excelencias personales ó reales, ó inventadas ó dudosas, pero con teson defendidas de su tronco y de sus mayores, les dan á ellos y á su familia toda cierto derecho á la comun estimacion, y á un género de nobleza, medio entre la nobleza carnal, y la verdadera nobleza de la virtud. De aqui nace la continua publicacion de estas excelencias, unas veces pretendidas, otras mal entendidas y algunas veces figuradas con no poco descredito de nuestra santísima religion por dar con ellas suficiente motivo á los Heterodoxôs para sus declamaciones, sus sátiras, y sus blasfemas burlas contra nuestros sagrados dogmas. ¿Hubo en alguna de estas familias sagradas algun individuo cuya virtud llevó las atenciones del Pueblo? Muy presto se oyen singularidades extrañas, muy presto se añaden las revelaciones, y desde luego empiezan los elogios; estos son por lo comun del cuidado de los de la familia; y aunque los presentes no pueden dudar de lo que haya de dudar ó de ponderacion, la siguiente generacion los mira como indubitables, y toda la familia se hace un deber de defender la certeza, darles curso, y persuadir á su creencia á todo el mundo. Que esto sea asi lo evidencian los repetidos decretos de la Silla Apostólica, pues ni los hubiera repetido la Santa Sede tantas veces sino hubiera sido preciso oponerse á este comunísimo y dañoso prurito. ¿Qué mucho, pues, que haya llegado este teson hasta el exceso de igualar estos hehos [sic] proconizados con tanta ponderacion, y tan seguidamente á las verdades mas ciertas y constantes? Clame Natal Alexandro, clame Amort, clame Muratori, clamen otros grandes hombres, clamen los Señores Obispos, clame la Silla Apostolica de San Pedro y clame en el Concilio de Trento la Iglesia misma; esta imaginada nobleza ha de poder mas; y si al deseo de ella se une el estragado gusto de lo admirable, extraño y singular, ni hay fuerzas en la tierra que basten á contener á los defensores y promotores, ni que sean capaces de desimpresionar á los que reciben con pasmo y docilidad importuna los hechos publicados y defendidos. No nos arrebatamos; no corre la pluma sin tino á donde la impele un ardor inmoderado: ella corre, ella hiere, pero con razon, con fundamento. ¿Quántos son los Decretos Apostólicos que prohiben la publicacion de revelaciones que no estan aprobadas por la Iglesia? Infinitos y muy expresivos, y muy fuertes. ¿Y en quánto se ha dicho, que otra cosa se ha hecho que clamar contra la inobservancia de estos Decretos? ¿Y si la pluma corre, si hiere en favor de unos Decretos tan respetables, y contra una infraccion manifiesta y perjudicial de ellos; será correr sin tino? ¿será dexarse llevar adonde la empuja un desenfrenado entusiasmo? Es verdad que no faltará quien responda, que los echos piadosos en question no son todos fundados en la revelacion particular hecha á alguna alma justa; se fundan, dirán, tambien en relaciones de autores antiguos y dignos del mayor respeto. Ante todas cosas no confundamos la santidad, la virtud, la buena fama justamente adquirida con la ciencia, la literatura, la crítica. No es todo uno ser santos, ó ser buenos críticos. Muchos santos han caido en graves errores, en vulgaridades pueriles, en faltas literarias por falta de crítica, y por demasiada credulidad: y asi cabe muy bien que un autor piadoso, santo, deseoso del bien de todos refiera una especie que en la realidad sea una paparrucha; razon porque no todos los santos son buenos para escribir, ni todos los escritos de santos son suficientes para fundar autoridad histórica, canonica, fisica, médica, &c. Con todo no se defraude á los hechos de que hablamos su autoridad; tenganla en buen hora; ¿merecerán por eso ir de par con las virtudes de fé? Pero á lo menos, se dirá, son hechos que tiene aprobados la Iglesia con haberlos permitido tanto tiempo en una práctica universal. Pues si eso bastara para una aprobacion de la Iglesia, estabamos bien: ya estuviera aprobado el hecho de la idolatria de San Marcelino, el Concilio de Sinuesa, el Bautismo de Constantino en Roma, y tambien la oracion sacrosanta, porque todo esto y algo mas lo ha dexado la Iglesia muchísimos años en el Brebiario; libro que es algo mas respetable que los en que se hallan esas historias: luego si nada de esto se puede tener por aprobado por la Iglesia porque ha mucho tiempo lo permite en el Brebiario; ni los otros hechos se pueden tener por aprobados por la Iglesia porque estan tolerados tantos años há en los libros del Via Crucis. Quedense aqui los argumentos, porque seria un proceder infinito. Conozcamos la verdad: los cuerpos morales necesitan cierta exâltacion media entre la del mundo que les es prohibida, y la de la virtud que se debe á la exâctitud en todos los preceptos, estatutos y consejos evangélicos. Un hecho raro, nuevo, nunca oido, que leyó, que imaginó ó que oyó un individuo de un cuerpo moral, y que lo escribió sin decir de donde le vino la noticia, es una verdad indubitable entre los suyos; por otra parte es muy apto para conciliarse la admiracion y el afecto del vulgo; es, pues, preciso defenderlo; porque un hombre, ó una muger de esta clase, al paso que es un personage que dá honor al cuerpo, no pudo errar, ni pudo dexar de tener una autoridad respetable para todos los suyos: se ha de defender, se le ha de dar curso, se ha de publicar, y ha de pasar de generacion en generacion para lustre inmortal de la Comunidad ó Cuerpo; y al cabo de un siglo ya no hay fuerzas que combatan una posesion tan afianzada. Y puede tanto este deseo de adquirir gloria en esta linea, que no puede haber injuria mas horrible contra un Cuerpo, que soltar una proposicion contraria á semejante designio. Para hacer ver esta verdad, se hace preciso tocar otra preocupacion hija tambien del mismo deseo. Nada mas comun que el querer hacer pasar por los mas doctos en todas lineas á todos los fundadores de los Cuerpos religiosos. San Antonio Abad, S. Romualdo, S. Benito, S. Juan de la Cruz, S. Francisco, el B. Caracciolo, S. Joseph Calasanz; todos estos gloriosos Santos á quienes como tales veneramos, y que por sus heroycas virtudes gozan eternamente de la bienaventuranza; todos estos á quienes nuestro Dios llenó de misericordia, eligió para exemplo de virtud, y para que por medio de sus santas fundaciones nos facilitasen los medios de salvarnos, quieren de por fuerza sus hijos que los miremos tambien como Ambrosios, Gerónimos, Augustinos y comparables á estos en las ciencias sagradas, y en todo género de erudicion y literatura; y es tan exêcrable blasfemia para con ellos el no conocer en cada uno de estos grandes hombres una sabiduria sin límites, que merece el que incurre en tan horrible delito los dicterios mas atroces. Asi los sufrió no ha muchos dias un hombre tan benemérito de la República literaria como el Abad de Fleuri, porque se atrevió á estampar que un Santo fundador no habia perfectamente entendido un texto del Evangelio, porque lo habia tomado muy á la letra: por esta culpa llevó publicamente en el Púlpito una acre correccion, en que se le trató (siguiendo el comun y triliado estilo de los ignorantes y alcorconeros) de libertino y fautor de los hereges. Hasta esto llega el furor con que se pretenden establecer, no digo yo las relaciones, las historietas, las doctrinas, sino aun qualesquiera proposiciones sueltas de todo hombre ó persona que en su Comunidad ó su Cuerpo se adquirió un respeto singular, que reducido á los términos de su linea, seria el mas justo, y mereceria que para siempre se le conservase. Abramos, pues, los ojos. La religion nada tiene de comun con la ficcion. Porque el grande Augustino fuera elegido de Dios para Padre de una esclarecida Religion, no todos los que Dios eligió para este fin son Augustinos. A cada uno dá Dios los dones y gracias, conforme á los designios de su adorable providencia, y no depositó todos los dones en todos: uno asi, dice S. Pablo, y otro asi, dividiendo á cada qual como quiere. Abramos, digo, los ojos, conozcamos los perjuicios que traen estas tenacidades; y todo el conato que aplicamos á defender las doctrinas, las revelaciones, los modos de pensar de los nuestros, apliquemoslo á conservar la Doctrina y la fé pura, y á seguir con la mayor exâctitud lo que la Iglesia nuestra Madre nos enseña, á quien en todo segui-remos con seguridad, pues como maestra de la verdad nos aparta del error, y nos tiene á cubierto de toda supersticion, vicio que facilmente se disfraza con las exterioridades de piedad, y que por desgracia nuestra sabe muchas veces fascinar á los que todo lo abrazan sin consultar primero al oráculo de la sana doctrina.