El Regañón general: Núm. 2.

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Núm.° 2.

Sábado 7 de Enero de 1804

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Concluye el Tratado sobre la instruccion que se debe dar á los Niños, puesto en el Número antecedente

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Toda la instruccion que se le da al pueblo en general es siempre muy uniforme, y por esto mismo debe ser siempre bien dirigida, pues la menor negligencia ó abandono puede decidir de las costumbres y carácter de toda una nacion. Lo primero que se debe exâminar es el contenido de los libros elementales que se les dan á los niños para su instruccion. En estos, pues, se ha de procurar no solo que encierren una doctrina sana, y una moral arreglada á las buenas costumbres, sino tambien que sean inteligibles y claros á todos los que los lean y los oigan, que presenten ideas fáciles de retenerse en la memoria, y que hagan impresion en los corazones. Un curso de instruccion para el pueblo que no tenga estos caractéres ha de ser precisamente defectuoso. Permítaseme, pues, presentar algunos pensamientos sobre una materia tan interesante, suplicando a mis lectores que los juzguen no por el gusto de la novedad, ni por el apego que se tiene á los usos antiguos, sino por su valor intrínseco. Débese advertir desde luego que la forma de casi todos nuestros libros elementales sobre la educacion, por preguntas y respuestas, no es la mas conveniente para la instruccion. Yo no sé si fué Sócrates el que inventó el método de poner en diálogo la enseñanza de los jóvenes, pero lo cierto es que el talento de executaria no le han tenido todos. Estas conversaciones tienen siempre alguna cosa de inverosímil y repugnante, porque se proporcionan y ajustan las preguntas con las respuestas, y esto se hace algunas veces por unos medios tan mal traidos, que hacen la leccion mas larga, y por consiguiente mas pesada y enfadosa. Por otra parte se nota que es siempre el niño el que explica, el que da las definiciones, y el que desata las dificultades que su maestro le propone. ¿No seria mucho mas natural que el niño que se debe suponer desprovisto de conocimientos, deseando instruirse y ser dirigido en esta laudable curiosidad represente el papel de preguntar en esta clase de conversaciones, pidiéndole á su maestro la explicacion de los términos que no entiende, y proponiéndole sus dudas y dificultades? ¿No seria tambien mucho mejor que el preceptor le diese las mismas respuestas que se ponen en la boca de este niño, que regularmente no sabe lo que dice, tratando despues de preguntarle todo lo que le ha explicado, para asegurarse si ha comprehendido y conservado la instruccion? Verdad es que estas dos cosas en el fondo vienen á ser una misma, pero no se me podrá negar que este último método es mas natural, mas fácil, y que inspira á la juventud el deseo de instruirse mostrándole la enseñanza que se le da mas bien como un efecto de bondad y de complacencia, que como un acto de autoridad. La costumbre de obligar á que aprendamos de memoria, y palabra por palabra lo que debe ser algun dia la regla de nuestras acciones, es muy poco conveniente para formar nuestro juicio. No hay riesgo alguno en aprender lo que es indiferente que se sepa ó no, como una fábula, ó cosa semejante, ántes de comprehenderla; pero lo que es de un uso continuo, lo que debe hacer la base de nuestra conducta, lo que es necesario saber bien, y es muy dañoso ignorar, debe ser comprehendido clara y distintamente ántes de encomendarlo á la memoria. Á no ser así hay mucho peligro de que echen raíces todas las ideas falsas que á primera vista aparecen en un monton de palabras y de frases, de las quales no se conoce el significado ni la fuerza que encierran. ¿Quántas personas hay sin ser del comun del pueblo que creen saber alguna cosa y no la saben, que se imaginan comprehenderla, y que no la comprehenden á causa de haberse contentado sus maestros con habérsela hecho aprender de memoria, sin tomarse el trabajo de darles la explicacion? Tal vez se me dirá que es muy útil exercitar la memoria de los niños ántes de que puedan hacer uso de su razon, y que haciéndolos que aprendan lo que no entienden todavía, y que deben saber despues, está ya andado ese camino quando llegue el tiempo de exercitar su juicio; pero á esto respondo que nada se gana con este método, porque no es la memoria la que debe obrar quando se trata de verdades y de obligaciones que ha de cumplir; la memoria no aclara al entendimiento, ni determina á la voluntad. ¿Qué se diria de un maestro de matemáticas que hiciese aprender de memoria á sus discípulos los elementos de Euclides ántes de habérselos explicado? Agregase á esto que no se aprende tan fácilmente, ni se conserva lo que no se comprehende como lo que se comprehende. Si se quiere exercitar la memoria de los niños ántes de que tengan uso de razon, se debe hacer sobre cosas indiferentes, ó poco esenciales, y si se quiere obrar con mas acierto hágase que aprendan algunas cortas máxîmas de buena conducta, sencilla y claramente explicadas, de las quales puedan hacer uso desde su mas pequeña edad, aplicándoselas quando cometan alguna falta, y dando materia á otras explicaciones que puedan servir en lo sucesivo de base á su mejor educacion. En este caso el exercicio de la memoria podrá acelerar la instruccion con alguna mas utilidad, y se dirá con verdad que lo que un niño aprendiere con este método es un tiempo bien aprovechado. Las lecciones que se dan para la educacion del hombre deben ser siempre proporcionadas á su inteligencia. Yo bien conozco que esta proporcion no se puede observar con el comun del pueblo, pues para conseguirlo era necesario que cada uno tuviese un maestro particular. Los talentos precoces, y los tardíos ó rudos reciben siempre una misma instruccion, y la edad ó el tiempo destinado para la enseñanza deciden solamente de las diferencias que se observan. Ya se supone que el muchacho de doce años comprehende mas que el de siete, y que el que tiene seis años de escuela debe saber mas que el que no tiene mas que tres. Despues de observar esta regla se aprovecha el que puede. Bien considero que no se puede enseñar de otro modo á una multitud de niños á un tiempo, pero á lo ménos era preciso que cada clase graduada por esta suposicion no recibiere otra enseñanza mas de la que es capaz de recibir; que la instruccion de la clase que se supone inferioren inteligencia no saltase sobre la superior, y que se pasase siempre del simple al compuesto, de lo fácil á lo difícil, de los principios á las conseqüencias, y de estas á las aplicaciones. Todo libro elemental que se separe de este método no puede ménos de causar confusion en las ideas, y no dará mas que una instruccion embrollada y enteramente defectuosa. En otro Número continuaré este asunto, dando mi parecer sobre el mejor modo de dirigir la instruccion popular para que pueda ser útil á toda la sociedad, y del mayor bien á las costumbres públicas.
Informe del censor.

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Señor Presidente: Empiezo este año mis tareas proponiendo al Tribunal que trate de la correccion de un vicio funestísimo para toda la sociedad, y que por desgracia está harto introducido, el qual es el juego. He notado que en las diversas materias que se han puesto en nuestro periódico el año próxîmo pasado, apenas se ha tratado de reprehender este abuso, que es uno de los peores que tenemos. Solo hay una carta firmada por D. Sebastian Jugoond, bastante buena á la verdad, pero muy sucinta. En ella se asienta el principio inconcuso de que todo jugador empieza perdiendo su dinero, y acaba perdiendo la vergüenza, el qual está tan comprobado con la experiencia, que no puede ser mas. Entre los papeles que se me han remitido á censura existe una carta de nuestro corresponsal Diógenes sobre el juego, la qual he detenido hasta ahora para contestarla, y está concebida en los términos siguientes:

Dialog

“Señor Regañon: Un amigo mió me ha consultado acerca del juego, añadiendo que, aunque es aficionado, lo dexará siempre que le prueben que es malo, y citándome mil exemplares que le llenan de confusion; así se explica. Unos dicen que no es licito jugar á juegos prohibidos porque se quebranta la ley: otros que el que gana debe restituir, y el que pierde no puede ocasionar ese perjuicio á su familia ni á sus bienes: otros que ningún hombre honrado debe sufrir la crasitud del ayre, el humo del cigarro, y los juramentos exêcrables y palabras obscenas tan freqüentes en tales concurrencias; y otros varios otras cien cosas diversas; pero amigo, vamos claros, ¿quién ha de resistir al exemplo, y quién no ha de pretender á lo ménos ser rico á poca costa, y en poco tiempo?

Exemplum

Yo conozco á un licenciado que habiendo ido a Madrid con la sotana al hombro, y sin arrimo alguno, ha vuelto despues de pocos años con una primorosa berlina, mucho dinero, y cerca de treinta mil pesos en vales reales.

Exemplum

Yo conozco un rapista que sin salir de su pueblo, sin estudiar una palabra, ni saber nada de su oficio, ha hecho mucho dinero, ha comprado una excelente casa, se ha metido á comerciante, y lo pasa como un canónigo.

Exemplum

Yo conozco á un menestral que siendo muy corto en su oficio ha conseguido en poco tiempo hacer un caudalito muy bueno, que no dexa fiesta que no vea, que corre de feria en feria, y maneja sus correspondientes onzas. Yo conozco tambien á un Señor que no teniendo mas que mil pesos de renta por su casa, gasta en ella mas de tres mil, viste, viaja, triunfa, y vive como un potentado, no perdiendo diversion alguna, ni corrida de toros, ni cosa que le parezca bien.
Yo en fin, conozco á estos y á otros muchos que teniendo ménos que yo, lo pasan mejor, con ménos cuidados, mas alegría y mas comodidad, y todo esto porque son jugadores; y ¿habrá, señor Diógenes, quien diga que el juego es malo? Ya sé yo que al que gana con freqüencia le murmuran su destreza, ó como llaman otros sus trampas; pero ¿hay razon ni justicia para reprehender la destreza en ningun arte? Este si que seria el modo de fomentar la industria.... Sobre todo digame vmd. si puedo ó no puedo jugar, y saque de dudas á su amigo. À todas estas reflexîones solo le contesté yo que lo mejor de los dados es no jugarlos, pero como vmd., señor Presidente, tendrá mas razones, ó como diria otro, mas extension de ideas, espero que ilumine á mi amigo, señalándole el partido que debe tomar, y el camino que deberá seguir en adelante, pues no hace poco en preguntarlo. Salud y paciencia. Diógenes.”
Por el contenido de esta carta ya puede conocer el Tribunal que las pruebas mas seductoras que se dan en ella están fundadas sobre el exemplo de un corto número de sugetos que ni hacen ni pueden hacer regla quando hay otro número infinitamente mayor de exemplos en contrario, debiéndose afirmar que para uno ú otro individuo que se sabe, y que parece que es feliz por el juego, hay millares que son infelices hasta el extremo, y que no se saben, pues como la fortuna de un jugador se labra sobre la ruina de muchos, y la mala suerte de éstos queda obscurecida , porque al que pierde nadie quiere ni escucharle, resulta que la atencion se la lleva solamente el que gana, haciéndose así mas visible y ruidosa su ganancia. Añadase á esto la razon que expone el amigo mismo del señor Diógenes, quando dice que al que gana con alguna freqüencia le murmuran su destreza, ó como llaman otros sus trampas, la qual no dexa tambien de hacer una gran fuerza, porque moralmente hablando no pueden menos de ser por estos medios todas las ganancias que se hacen muy continuadas, á causa de que una constancia de fortuna para ganar no existe en la verosimilitud, ni es probable que pueda existir. Por otra parte debe tambien advertir el amigo del señor Diógenes que la felicidad aparente y efímera que tienen los jugadores se deshace como el humo por el mismo conducto que la han adquirido, y que toda la satisfaccion que causa la ganancia mas considerable no se puede comparar en modo alguno con el menor de los disgustos que se originan de la pérdida ménos considerable. El interior de un jugador que pierde, por mas disimulado ó pródigo que sea, está poseido por todas las furias del infierno, y la envidia, el furor, el odio, la codicia, la desesperacion y todos los vicios dominan entonces su corazon. En este estado abandonan la formalidad, la vergüenza, el honor, y se hacen sordos hasta á los gritos de su misma conciencia, y á costa de todos estos bienes, los mayores que enriquecen al hombre, quiere resarcir y desquitar su pérdida, precipitándose en los delitos y en las baxezas. Así, pues, no es extraño que un hombre dominado por el vicio del juego se considere y tenga por capaz de cometer quantas infamias puedan caber en la maldad humana. Por estas razones, y por otras que expondré mas adelante, debo decir al amigo del señor Diógenes que si quiere ser hombre de bien debe excusar el jugar por vicio y por deseo de enriquecer; pero que si quiere arruinarse, ser tenido generalmente por un estafador, ser despreciado por los hombres de juicio, y aplaudido por los aduladores hambrientos, y finalmente disfrutar una fortuna delinqüente con abandono total de la estimacion pública, de su honor y de su conciencia, no tiene mas que jugar, que yo le prometo, aunque haga las mayares ganancias, que al fin vendrá á parar en ser un objeto de menosprecio hasta de sus mismos enemigos que le vean reducido al estado mas miserable por el camino mismo que se elevó á las mayores conveniencias, como les sucede generalmente á todos los que juegan. En efecto, no puede haber un hombre mas infeliz en el mundo, y que merezca ménos compasion que un jugador que ha ganado mucho, y que se halla en la miseria, Abandonado de sus compañeros, entregado á sus tristes y dolorosas reflexîones, y recordando sin cesar el tiempo de sus abundancias, no encuentra consuelo alguno ni en la virtud misma que es el refugio de los hombres de bien, por no haberla conocido jamas, y se entrega todo á la desesperacion. Si este retrato pareciere exâgerado, no hay mas que confrontarlo con los originales, que no dexa de haber en abundancia. No es mi ánimo en este informe que doy al Tribunal el que se extinga enteramente el juego. Esta es una empresa muy superior á las fuerzas de todos los filósofos juntos, y se debe confesar que si el juego es un mal, es un mal incurable, y aun necesario, y que seria muy dañoso el destruirlo enteramente si es verdad lo que se dice que si no fuera por el juego habría muchas cosas peores. À lo menos habiendo juego no hay algunos individuos mas en el mundo, cuya necedad nos dañaria continuamente en el trato, y que estan distraidos con este motivo. Tampoco intento el imposible de separar enteramente á los hombres de esta diversion. ¿Qué podria yo decirles sobre el juego, que no esté ya dicho por otros, y que ellos no sepan? Para reprehender el exceso del juego y los abusos, se han empleado razones, exemplos, castigos, y todos los recursos de la ley, y todos han sido inútiles. No hay jugador, á lo ménos de los que no han olvidado el leer, que no haya leido muchas sátiras contra el juego, que no haya recibido mil reprehensiones por su causa, que no sepa una multitud de exemplos desastrados de sus efectos, y que no haya oido proferir mil maldiciones contra este vicio. No hay pais civilizado en que no haya edictos y órdenes rigorosas para prevenir los desórdenes, y corregir los abusos. Sin embargo vemos que todo es inútil, y parece tan dificil extinguir en los hombres viciosos esta pasion, como el impedirles que coman y beban, pues en ellos ha llegado ya casi á ser una necesidad tan dominante como las que tenemos por la naturaleza. De nada sirve que se le haga conocer al jugador que á mas de las sumas de dinero que arriesga apostándolas contra otras, pierde también una parte considerable y preciosa de tiempo y de descanso, que expone su salud y su reputacion, que al mismo tiempo que juega el dinero juega también sus obligaciones que abandona, los negocios que olvida, los amigos que disgusta con este motivo, y hasta su misma conciencia, cuya inspiracion no oye. De nada sirve hacerle ver claramente lo viciosas que son en sí mismas nuestras inclinaciones á jugar, lo que éstas pueden influir en el carácter de los hombres haciéndoles contraer la codicia, la aspereza, la grosería, la desvergüenza, el engaño y la desconfianza, y que las reglas que se llaman de juego son muy injuriosas para los hombres de honor, supuesto que no tienen mas objeto que el contener á los bribones y los tramposos para que no practiquen sus astucias. Finalmente, de nada sirve emplear con un jugador toda la lógica y la eloqüencia del mundo, pues aunque se le den las razones mas convincentes, él las escuchará todas, y aun confesará que es muy justo todo lo que se dice, conviniendo en quanto se le proponga para la reforma; pero al separarse de allí irá á una partida de juego á correr el peligro con que se le ha amenazado. Ya que no es posible remediar en un todo esta aficion á jugar, procuremos ver si se puede perfeccionar este género de diversion, haciéndola no solo inocente, sino tambien útil, y digna de ocupar algunos momentos de descanso de los hombres sensatos y de juicio. Se puede considerar el juego de dos maneras, ó como diversion, ó como ocupacion. En el primer caso no se necesita mas que buen humor y complacencia, y para conseguir esto es menester que no se atraviese en él mas dinero que el preciso para fixar la atencion de los que juegan. Sí se excede de esta regla ya se hace el juego un asunto serio que pide atencion, prudencia, equidad, justicia y finura. En éste se descubren las qualidades amables, y las mas dignas de estimacion de los hombres. Jugando de este modo puede el hombre de bien adquirir el hábito del mejor modo de tratar con las gentes, que puede servirle en muchas circunstancias de su vida.
(Se concluirá.)

Con Real Privilegio.
Madrid

En la Imprenta de la Administracion del Real Arbitrio de Beneficencia.