Orat. Art. poet.
Solo alaban lo antiguo, y lo moderno desprecian, reprehenden, y censuran.
Diga Vmd. señor caballero, ¿qué le parece de un hombre que se pone á escribir sin saber hacer un mal silogismo en Barbara, que se le ha olvidado lo que es equipolencia, y convertir un silogismo per contrapositionem? cosas todas que las sabía yo tan bien como el Ave Maria desde la edad de doce años. ¿Y este mismo hombre es el que se propone observar los usos, las costumbres, las opiniones, y la legislacion misma, y advertir los abusos que halle en todos estos ramos? ¿Sabe Vmd. en donde quisiera yo ver á mi señor el Observador? en la barandilla de mi Universidad, y oirle allí arguir ó defender qualquiera proposicion. ¡Pobre hombre! al primer silogismo daban con él en tierra. ¿Pero ese señor Observador ha leido alguna vez al Pichardo, ó al Antonio Gomez para hablar con tanto magisterio de la legislacion? Y aunque los haya leido, ¿cómo los ha de entender, si, segun lo que parece, no sabe Súmulas? Vaya que hay hombres que por hablar no perdonarán ningun disparate.
Señor Doctor del Gremio y Claustro, le respondí, por mis pecados conozco al Autor del Observador, y sé que, aunque no es un ingenio de primer orden, no es tampoco digno del desprecio con que Vmd. le trata . . . . . ¿Qué puede ser un hombre que se confiesa él mismo inferior al Censor? . . . . . Un hombre inferior al Censor, y que sin embargo no carezca de mérito . . . . . ¡No carecer de mérito, y ser inferior al Censor! vaya que Vmd. puede hacer la segunda parte del soldadico que se nos ha ido. ¿Entiende Vmd. el Frances, caballero mio, y perdone la satisfaccion? . . . . . Sí señor, repliqué yo . . . . . Acabáramos; pudiera yo haber estado hablando hasta mañana. Todos los que estan Vmds. infatuados con la lectura de los librecicos dorados en octavo son rebeldes á las doctrinas de nuestros mayores. Dichosos tiempos estos en que con tres ó quatro años de estudio en libritos pequeños se habla de todo. Y los libros grandes, esos arrimados á un lado, y llenos de polvo, y comidos de
¿Querranme Vmds. decir de qué les sirve el Frances? Si Vmd. va por la carrera de leyes y cánones estan ahí Gonzalez, Pichler, Olea, Avendaño, &c. &c. &c. escritos todos en latin, y bien claro. Si Vmd. se quiere aplicar al derecho natural tiene ahí al Lessio y al Soto de justitia et jure, con otra turba de Casuistas. Si Vmd. se da á la Teología está ahí el Tostado y el Apodaca (mi contemporaneo y compañero en la Universidad) y otros sutilísimos Escotistas y Tomistas . . . . . Pero, Señor, ¿y el que quiera estudiar Matemática, Poesía, Historia, Política, Economía, &c . . . . . Ve aquí, me respondió el maldito lenguaje de los modernos. Digame Vmd. Caballero mio, ¿le ha de dar de comer ninguna de todas esas cosas que ha apuntado ahí? Claro está que no. ¿Pues para qué es aprender el Frances para estudiar cosas que de nada sirven? Quanto mas que si uno, despues de bien sabida su facultad, se quisiese aplicar á todas estas cosas no necesita del Frances para ninguna de ellas. ¿No está ahí la Aritmética de Moya, en donde está todo lo que se puede saber de Matemática? ¿No estan ahí los Autos sacramentales de Calderon, que son las mejores piezas de poesía que se han escrito en el mundo? En historia tenemos á mano el Cronicon de Adricomio Adelfo, y las Crónicas de las Religiones. ¿Y para aprender política quiere Vmd. que sepamos el Frances? ¿Con que no hay otros hombres políticos y corteses que los que saben el Frances? – Pero, señor, no es esa política de la que yo hablaba, sino de la que enseña el modo de gobernar los pueblos, y que – Tenga Vmd. ¿con que postquam scriptœ sunt leges, non de legibus, sed secundum leges judicandum est. ¿Qué hombre es el señor Censor pasa haberse metido tantas veces á reformador de nuestros Códigos? ¿Y qué persona es el señor Observador para prometer desde su primer discurso hacer otro tanto? ¿Son nuestros Reyes ó nuestros Legisladores para prescribirnos lo que debemos hacer? . . . . . Advierta Vmd. señor Doctor, que ni el Censor, ni el Observador prescriben leyes, sino que notan los abusos que hay en la legislacion para que el Soberano los remedie. Si fuesen Reyes ó Legisladores no se cansarian en decir lo que se debe hacer; lo harian, y se callarian . . . . . Pero si á esos hombres nadie los ha hecho consejeros, replicó enfurecido mi Doctor, ¿quién les manda meterse en camisa de once varas? . . . . . Algo mas enojado le respondí: ¿Y qué, un Doctor de Salamanca ignora que todo ciudadano está en la obligación de advertir al Soberano de los males que note en la legislacion? ¿ignora que el medio de que se aclare una verdad es someterla al exâmen del público, y que para que un pueblo adopte una reforma es menester que esté convencido de la necesidad de ella; que por consiguiente todo ciudadano instruido está constituido en la precisa obligacion de dar parte á sus conciudadanos de sus ideas sobre las leyes, y que si se dexase de promulgar una ley inútil, ó abrogar una ley perniciosa, porque el ciudadano que tuvo la idea de la reforma no la comunicó, este hombre sería reo de lesa humanidad? Y que no se diga, que si se siguiese este sistema, se imprimirian muchas necedades. El Autor no fuerza al público á pensar como él, y por otra parte á qualquiera le debe ser permitido ser necio impunemente, con tal que no precise á los demas á delirar. Los sistemas de