¡Cómo muda el estado de los pueblos!
Habia no obstante un pequeño número de sabios que procuraban con sus escritos desengañar á los Selenitas de muchos de sus errores, pero regularmente los derviches, de que habia gran número, ahogaban sus voces, y les perseguian hasta perderles. Enojado de la necedad de los Selenitas, y de la picardia de sus Bonzos suspi-
Asparcantis, Rey de Ilsacia, país dilatadísimo, intentó llevar la guerra á estos pueblos con un exército formidable; pero fue rechazado despues de haber sufrido muchos descalabros. No obstante estas guerras fueron el germen de la pérdida de estos republicanos. Introducidas las riquezas con los despojos de los Ilsacianos se introduxo la avaricia y la ambicion, peste de las Repúblicas. De las dos principales Ciudades, Arnesia y Larcenia, la primera se hizo avara, y la segunda ambiciosa. Vinieron las dos á las manos, se hicieron mutuamente la guerra, y se arruinaron mutuamente. Nada contribuyó tanto á esto como la mala política de las Ciudades subalternas, que tenian por máxima no dexar engrandecer á ninguna de las dos rivales, arrimándose al partido de la que iba mas decaída, y humillándola de esta manera. Estas continuas guerras apuraron las fuerzas de la una y de la otra, y ani-
Cerca de esta parte de Selene, donde ahora habitas, se elevó otro vasto Imperio, que compuesto al principio de quatro chocillas que servian de guarida de ladrones, llegó con el tiempo á dominar quasi todos los paises conocidos. Sus habitantes conservaron siempre su primera ferocidad, su espíritu de latrocinio, que mudando de nombre se llamó espíritu de conquista. Se sabe muy poco de su historia durante los cinco primeros siglos, y despues solo se entrevee en su carácter un pueblo ambicioso, avariento y supersticioso, que habiendo erigido un principio indubitable la máxima de que los Dioses les habian destinado para dar leyes, y mandar como Soberanos á toda Selene, no habia barbarie ni atrocidad que no perdonasen para cumplir el decreto de los Dioses. Se derramaron á la manera de un torrente impetuoso por todos los paises conocidos, y lo sujetaron todo á su dominio. Tan implacables despues de la victoria, como fieros en la derrota misma, nada les detenia, nada les estorvaba. Si se alexaban de un país por un poco de tiempo era para volver á aquel mismo país con nuevas fuerzas. Una República rica y poderosa les hizo una guerra tan terca, que estuvo á pique de apoderarse de la Capital del Imperio, pero no permitieron hacer la paz hasta que la hubieron humillado. Pero esta República del mismo modo que Anti-Ilsacia pereció á impulsos de las contextaciones sangrientas que las riquezas excesivas hicieron nacer. Esta República perdió su libertad, y con ella la fuerza de alma que la habia hecho el terror de las Naciones. El segundo de sus amos se quexaba de que la vileza de sus súbditos era tal que no hallaba un solo hombre en todos ellos. Sin embargo es dificultoso que se halle en toda la historia un despota mas vil ni mas medroso. Cinco grandes hombres que se succedieron en el mando no pudieron volver el valor á estas almas enervadas. En vano el último de ellos intentó volverles la libertad; estos ánimos corrompidos no estaban hechos
Theoxârco, baxado, segun se cree, del Cielo, substituyó una religión universal á las locales que habian dividido hasta entonces á Selene. Los pueblos adoraban cada uno al principio su divinidad tutelar, que mandaba privativamente en las regiones á ella consagradas. Los conquistadores adoptaban el culto de las Naciones conquistadas, los vencidos el de los vencedores, y de aquí la introducción del politeismo, que era la religion universal. Los hombres se habian formado las ideas mas groseras y mas soeces de la divinidad. Theoxârco rectificó las ideas de los hombres sobre puntos tan interesantes; á la necedad extravagante de la pluralidad de Dioses substituyó el sublime pensamiento de la exîstencia de un solo Dios eterno, independiente, omnipotente, criador, inteligente, libre, bueno, y sumamente perfecto. Los hombres escucharon con espanto una doctrina tan nueva y tan grandiosa, y se preparaban á seguirla con entusiasmo, quando los Bonzos, temiendo que la nueva religion hiciese proselitos, y se disminuyese su potencia, tramaron una conjuracion que costó la vida a Theoxârco. No obstante sus discípulos sin aterrarse predicaron la nueva creencia, y la persuadieron á muchos. Las circunstancias eran favorables. Los sabios convencidos de la falsedad del politeismo habian declamado contra él abiertamente, y habian hecho vacilar á los menos ilustrados. La excesiva multitud de extrangeros que habian concurrido á Dominancia (que era la Capital del Imperio) trayendo todos opiniones diferentes á ella habia hecho que se dudase de todas. Los sabios, que despues de perdída la libertad no hallaban ningun interes en ocuparse en materias de gobierno, se daban todos á la filosofía, y abrazaban con ansia qualquiera opinion nueva. Por último los Dominantes eran por su naturaleza tolerantes, y sufrían el establecimiento de toda creencia. “Apenas hay superstición, decia uno de
En el tiempo mismo en que su Imperio estaba apurado y sin fuerzas trasladó la silla del Imperio de Dominancia á otra Ciudad que él mismo edificó, y á la que dió su nombre. Los Dominantes miraron con horror esta novedad, y presto se hicieron insensibles á la gloria, no viendo mas aquellas imágenes que les recordaban las proezas de sus antepasados quando fueron libres. En vano transfirió á su nueva Ciudad este Príncipe el nombre del Consejo supremo, y de las principales Magistraturas; estos nombres no eran representativos de las mismas cosas. Los Dominantes sin patria, sin suelo natal se acabaron de envilecer, y se hicieron los mas afeminados y los mas cobardes de los hombres. Oprimidos por otra parte con las vexaciones mas crueles no tenian interes ninguno en defender sus dominios contra los bárbaros que los invadian. Habian descuidado toda disciplina militar, y sus armadas eran compuestas de soldados de una infinidad de Naciones, que gobernados por distintos gefes no conocian ñudo ninguno que los atase. Peleaban contra hombres endurecidos en las fatigas, que no habiendo jamas conocido las comodidades no les hacia novedad el trabajo. No es pues
Establecidos los salvages en esta parte de Selene adoptaron la religion de Theoxârco, y comienza un nuevo orden de cosas.