Cita bibliográfica: Anónimo (Ed.): "Número XXV", en: El Filosofo à la Moda, Vol.2\007 (1788), pp. 95-116, editado en: Ertler, Klaus-Dieter / Hobisch, Elisabeth (Ed.): Los "Spectators" en el contexto internacional. Edición digital, Graz 2011- . hdl.handle.net/11471/513.20.714 [consultado el: ].


Nivel 1►

Número 25

Leccion XLVI

A los Sensuales.

Cita/Lema► Ut quondam in stipulis magnus sine uiribus ignis,
Incassum furit . . . . . 

Virg. Georg. III. 99 y 100. ◀Cita/Lema

Nivel 2► La consideracion de las ideas de Platon y de sus Discípulos no seria inútil, siempre que no execediese los límites, para extinguir los torpes deseos de la concupiscencia en el corazon de los hombres. Pretenden que el alma conserva en la otra vida las mismas inclinaciones que ha contraido en ésta, y que así en el cuerpo, como fuera de él muda tan poco de naturaleza, como un hombre, estando en su casa, ó fuera de ella. Dicen particularmente que una vez que las pasiones sensuales se han arraigado en el alma, es necesario habiten en ella por toda la eternidad, á [96] pesar de estar separada del cuerpo.

Para confirmar esta doctrina reflexîonan que un jóven que se dedica á la disolucion, se convierte poco á poco en un viejo impúdico: que la pasion reyna en el espíritu, aunque esté apagada en el cuerpo; y que el deseo sensual, como todos los demas vicios habituales, adquiere nuevas fuerzas, á medida que pierde los medios para satisfacerse. Si las pasiones, añaden, señorean mas en el alma, quando el cuerpo no tiene quasi ninguna influencia sobre ella, bien podemos suponer que la dominen tambien, quando esté suelta de sus vínculos. Este veneno emponzoña la substancia del alma, y la gangrena se profundiza, de modo, que ya no hay que pensar en la curacion, y durará el mal por toda la eternidad.

Nivel 3► Exemplum► En esto, prosiguen los Platónicos, consiste el castigo de un voluptuoso, despues de su muerte. Agitado de [97] una pasion, que no puede satisfacer por falta de objetos, y de la organizacion necesaria, se abrasa, se destruye de deseo de poseer lo que ve imposible poder conseguir. Por este motivo dice Platon que las almas de los difuntos freqüentan los cimenterios, y andan alrededor de los lugares donde estan enterrados sus cuerpos, porque tienen mucha inclinacion á sus antiguos y bestiales placeres, y desearian entrar otra vez en ellos para gozarlos de nuevo. ◀Exemplum ◀Nivel 3

Algunos Teólogos se han valido de esta idea Platónica, á lo ménos respecto á la duracion de nuestras pasiones, despues de la muerte. Platon se adelanta demasiado, añadiendo la aparicion de las almas, en los cimenterios. Mas si se creyera que las almas, una vez separadas de los cuerpos, se quedasen en este mundo, concedo que no se podria inventar infierno mas á propósito para un espíritu impuro. Pa-[98]rece que los Gentiles han querido describirnos los tormentos de la otra vida, quando dicen que Tántalo rabia de sed en ella, á pesar de hallarse en medio de las aguas, que le llegan hasta la boca, pero huyen de sus labios luego que los acerca á ellas para beber. Nivel 3► Virgilio, que ha reducido á alegorías muy ingeniosas todo el sistema de la Filosofia Platónica, por lo que mira al alma separada del cuerpo, nos hace la siguiente descripcion del castigo de los voluptuosos en el otro mundo. “Allá, dice, se ven resplandecer magníficas camas de oro, que se creerian destinadas para Reyes y novios; se ven mesas suntuosas cubiertas de manjares exquisitos; pero la mas cruel de las furias está sentada á ellas, para estorbar que no se adelante la mano; amenaza de abrasarlo todo con el hacha encendida, y prorrumpe en espantosos gritos que atemorizan.”

[99]  Cita/Lema► . . . . . Lucent genialibus altis
Aurea fulcra toris, epulæque ante ora paratæ
Regifico luxu: Furiarum maxima juxta
Accubat, et manibus prohibet contingere mensas
Exsurgitque facem attollens, atque intonat ore

Virg. Æneid. VI. 604. ◀Cita/Lema ◀Nivel 3

Mas para alegrar esta materia harto seria en sí misma, y por tanto capaz de disgustar á una parte de mis lectores, particularmente á las Damas, si quisiera profundizarme en ella, voy á referir un caso sucedido á un Caballero, no ha muchos años, en una Ciudad, poco distante de esta Corte. Es á propósito del asunto que ahora tratamos, y es una viva imágen de los tormentos que Tántalo sufre ó del infierno Platónico.

Nivel 3► Relato general► Un Caballero de mucha distincion, aunque de pocas rentas, se [100] enamoró de una jóven llena igualmente de virtudes, que de rara hermosura. Determinó casarse con ella á pesar de su humilde nacimiento, pues era hija de un curtidor, y en poco tiempo se executó el matrimonio. Despues de algunos meses el Rey hizo merced al Caballero de un empleo en Buenos Ayres: la muger que desde su niñez habia oido hablar de los grandes peligros que se pasan en la mar, y que en este particular tenia todas las preocupaciones propias de la gente vulgar, y de la mayor parte de las mugeres de todas clases, se afligió de modo, que solo el pensamiento de deberse embarcar la causó una grave enfermedad. El marido estuvo á pique de abandonar el empleo, porque no tenia corazon para marchar sin su muger, á quien amaba entrañablemente, y por este motivo vista su repugnancia, tampoco queria persuadirla á que le acompañase. Estuvo [101] titubeando algun tiempo entre el amor y el interes; pero finalmente los consejos de sus amigos, y las riquezas que imaginaba adquirir, le determináron á marchar, esperanzado que dentro de pocos años volveria á disfrutarlas en compañía de su esposa. Marchóse, pues, y se quedó la muger en compañía de una criada anciana, que habia servido á su marido desde que nació. No se puede describir el sentimiento que tuviéron ama y criada al verse solas, las tristezas y penas que experimentáron: las dos amaban en extremo al viajante con igual ardor, aunque por diferentes motivos. Quien ha sido amante, sabe que estas cosas no se pueden explicar, ni con la lengua, ni con la pluma, y que qualquiera descripcion ó pintura que se hace de ellas, es siempre muy inferior al original, que experimenta el corazon. El tiempo que es el único remedio contra los pesares, apagó [102] poco á poco el de estas dos mugeres; pero ambas virtuosas no se desviáron un punto de aquellos principios de integridad, que la naturaleza las habia infundido al nacer. Vivian solas en su casa, sin querer recibir visitas, para no dar que hablar, y para precaverse con prudencia contra las ocasiones.

Sucedió una noche que ciertos ladrones intentáron robarlas; no lo pudiéron lograr, porque acudiendo gentes á los gritos que ellas diéron, los ladrones se escapáron. Por esta casualidad muchas amigas demostráron á la Señora su poca precaucion en quedarse sola con una criada en una casa, que solo por ser de un empleado en Indias tenia fama de muy rica. La jóven prudente considerando estas razones, y para ahorrarse en lo venidero otros sustos semejantes, rogó á un hermano que tenia de unos 30 años se quedase por las noches en su casa. Este mozo que [103] seguia el oficio de su padre, iba pues todas las noches entre once y doce á casa de su hermana, y la buena Señora, que queria mucho á su criada, haciéndose cargo de sus años, no permitia nunca se levantase para ir á abrirle la puerta, mas ella iba siempre.

Un Caballero de los muchos que se encuentran indiscretos y viciosos, vió un dia á esta Señora en Misa, se prendó de ella, y la siguió, para ver donde vivia: se informó de su estado y conducta, y quando supo su baxa condicion, á pesar de haber sabido su recogimiento y bondad, no desesperó de conquistar su corazon. Se dió á pasear todo el dia ante sus balcones, la hacia profundas cortesías siempre que la veia, y quando salia la seguia á todas partes. La Señora avergonzada de la freqüencia de aquel importuno, le hizo decir mas de una vez, se retirase y la dexase en paz, que ella era [104] muger honrada, y no queria perder el concepto de tal, y que se persuadiese que jamas llegaria á poner los pies en su casa. Estas embaxadas no produxéron ningun buen efecto; ántes al contrario, el galan prosiguió á importunarla, lisonjeándose sacaria provecho con el tiempo. Se engañó de medio á medio, porque la Señora se mantuvo firme en su propósito, y despreciándole no hizo mas caso de él, ni para volverle los buenos dias, lo que ántes habia practicado por acto de política.

El libertino se desesperaba, viéndose tan desayrado, y siendo costumbre de malvados atribuir á todos los propios vicios, le parecia imposible que aquella muger de baxo nacimiento jóven y hermosa, que habia vivido poco tiempo con su marido, pudiese vivir continente sin él, y dormir sosegada sin otro equivalente. Se le figuró que alguno le habria precedido, y desde luego juz-[105]gó que los desayres que él sufria eran los efectos de un amor anterior. Sentada esta falsa basa, que él tenia por verdadera y sólida, para su satisfacion, solo le faltaba saber quién era el imaginario rival, contra quien despedia mil imprecaciones.

Puso en práctica todos los medios que le sugirió la pasion, la envidia y los zelos para llegar á conocerle; redobló los paseos; mudó las horas en que solia darlos; y finalmente una noche á cosa de las once y media vió entrar al hermano de la Señora en su casa, y observó que ella misma le habia ido á abrir. Ufano por tal descubrimiento, á tener un poco de prudencia y discrecion, debia haberse contentado; mas á él no le sucedió así. Consideró desde luego que el que habia entrado tenia unos vestidos muy ordinarios, y que no podia ser mas que una persona vil; que su enamorada era hija de un curtidor, y que nunca llegaria á que-[106]rer de veras, sino á los de su clase; se compadeció de la suerte de su marido, y de los que se casan con mugeres de inferior gerarquía. Mas no por eso se extinguió la llama abrasadora, que destruia su corazon. Ensoberbecido, viendo que su ingrata preferia un hombre de nada á un Caballero de tanta distincion, determinó poner en práctica un pensamiento el mas atrevido y el mas infame.

La noche siguiente se puso unos vestidos pobres, y poco despues de las once fué á casa de aquella, que aunque vil, era Señora de su corazon, dió un silvido, segun habia practicado su competidor, y le surtió buen efecto, porque creyéndose la Señora que era su hermano, baxó á abrirle; entró el atrevido, apagando la luz, y agarrándose del delantal, la dixo: “Señora, gané la plaza por sorpresa, sois mia, no teneis defensa. No soy curtidor, mas para engañar en [107] quanto es posible vuestra imaginacion, he venido vilmente vestido, y si estarémos á obscuras, no echaréis ménos á vuestro galan con tocar mis vestidos.” La pobre señora quedó atolondrada, sin saber cómo libertarse de las manos del temerario; si levantaba la voz, se podia escandalizar la vecindad; las fuerzas no eran iguales para poder competir; las súplicas hubieran sido inútiles contra un desalmado como aquel; por lo que aprovechándose de un resquicio de respecto que conoció en su adversario, ó mas bien del sobresalto que causan los delitos, quando se intentan le dixo. “Callad que no se escandalice la vecindad: ¡Jesus cómo me habeis asustado! Venid conmigo, y sed discreto, que ahora ya soy vuestra, porque vuestro valor me ha conquistado; pero es necesario que espereis aquí en un quarto baxo, que se acueste mi criada, y entretanto os pondré en parage seguro, hasta que yo pueda [108] volver.” Echó á andar, y el Caballero con ella, que nunca se desasia del delantal. Anduviéron á obscuras al parecer por tres ó quatro piezas, abriendo, y luego cerrando las puertas que encontraban: llegáron por fin á una, y la Señora dixo á su amante baxase dos escalones que habia. Así lo executó, y entónces desenlazándose ella el delantal, para no dar lugar á que las impuras manos del atrevido si quiera la tocasen, lo dexó en su poder, y como práctica del sitio, ganó prontamente la puerta otra vez, y la cerró. Luego para vengarse de un atrevimiento tan grande, se asomó al agujero de la cerradura, y le dixo: “Caballero, tened paciencia, que yo volveré dentro de una hora.” El disoluto, que no habia conocido el chasco que se le daba, se consoló muchísimo. Las últimas palabras de su Diosa quedáron impresas en su corazon, y encendiéron en todo su cuerpo una llama capaz de [109] abrasar á todo el mundo. Se consideraba como el mas feliz de todos los mortales, y hubiera desafiado á la fortuna de Julio César. Nada ya se oponia al cumplimiento de sus deseos, sino un corto intervalo de tiempo, una hora, que segun sus lisonjas, acaso no seria mas que media ó un quarto, si su enamorada podia desembarazarse de las importunidades de sus domésticos. ¡Ah indiscretos! les decia á cada instante, y ¡es posible que á vuestra Señora podais causarla el pesar de detenerla por tanto tiempo! Crueles, dexadla en libertad, para que venga á consolar este corazon amante, que no puede vivir sin ella. ¿Qué placer, qué júbilo no será el de mi Señora tambien, si la dexais prontamente en libertad? Si me ama con ardor igual al mio, que no puedo dudarlo ¿quántas obligaciones no os tendrá? Luego se decia á sí mismo. ¡Cómo! ¿y será posible que seas tan feliz? ¡ó qué dicha, ó qué buena dicha es la mia! Ya por fin llegó el [110] momento que me así del clin de la fortuna. ¡O delantal mio, delantal querido, fuente de mis felicidades, verdadero clin de mi ciega Diosa, si de tí no me hubiera asido, se hubieran suspendido por ahora, ó quizas desvanecido enteramente mis esperanzas! Sí, mi querida ha sido cruel conmigo, y me he visto obligado á usar de ardides. Audaces fortuna juvat. ¿Y qué importa? Lógrese el fin, sean los que fuesen los medios.

Estos y muchos otros discursos hacia el hombre enamorado, entreteniéndose en fantásticas ideas: y para pasar el tiempo con ménos desasosiego, hasta que llegase el momento de sus dichas, se divertia con el delantal, ya retorciéndolo, ya extendiéndolo, ó apretándoselo al pecho con tanto ahinco, que quedaba casi sin fuerzas, y medio oprimido, y entónces no pudiendo hacer mas, imprimia en él mil ósculos fervorosos, que en vez de apagar, encendian mas y mas la llama que le [111] abrasaba. Entre tanto un relox, que no estaba muy distante de aquella casa, le anunciaba los quartos de hora que pasaban, y él los contaba con particular cuidado. Sus esperanzas, que se iban redoblando á medida que se acercaba el tiempo señalado, por poco no le causáron un desmayo quando tocó la hora. Pareciéndole entónces oir algunas pisadas, y no dudando fuesen de su Dama, quedó como estático y enagenado; un sudor frio se esparció por todo su cuerpo, acompañado de un excesivo temblor, que le hubiera arrebatado al suelo, si una pared cercana no lo hubiese sostenido. Luego que se recobró un poco de aquella enagenacion, quando pensaba haber llegado el instante afortunado, inútilmente llamó por muchas veces con voz baxa á su consuelo, á aquel pedazo de sus entrañas, que causaba tanto desasosiego á su corazon, y que creia tenerle ya á su lado. Mas como nadie le respondia, se persua-[112]dió que el ruido de pisadas que le habia parecido oir, fuese un efecto de su fantasía alterada. Se complació en cierto modo que su dueño no hubiese ido entónces, por no manifestarle su flaqueza, y por que no viese el desórden que habia causado en su alma. Pasaba el tiempo, y la Dama no venia, y el amante impaciente y acongojado se desesperaba, no sabiendo qué pensarse.

No sé cómo describir el embeleso, los pensamientos, las ansias, la desesperacion de este hombre, las congojas que le diéron, el frio que sufrió en aquella noche, que le pareció de 10 siglos. En las dos primeras horas estuvo siempre creido que su consuelo vendria de un momento á otro: despues rezeló algun acontecimiento que se lo hubiese estorbado hasta entónces; mas no dexaba de esperarla: finalmente desesperó de su venida, pero decia entre sí ¿qué pensamientos habrá tenido esta muger, encerrándome en [113] este quarto baxo? ¿á qué riesgo no se ha expuesto, que el mundo llegue á descubrir sus malas andanzas, si no me viene á abrir ántes que salga el dia? ¿y qué no puede temer de un hombre ayrado, si ha pretendido burlarse de mí? En esto estaba discurriendo, y se acercaba el dia, quando oyó otra vez ciertas pisadas, que hiciéron renacer de nuevo en su corazon las ya casi perdidas esperanzas: mas éstas se desvaneciéron prontamente, oyendo que despues de haberse acercado un poco, se alejaban de él. Arguyó entónces, que siendo baxo el quarto donde se hallaba, y que sus rejas mirarian probablemente á la calle, serian de alguno que pasase por ella. Poco despues no solamente sintió otras pisadas, mas se halló empujado con tanta violencia, que cayo tendido á la larga en el suelo, y un hombre encima de él. Nuestro Caballero con los dientes bañados en sangre, prorrumpió en estas voces: ¿Quién eres tú in-[114]discreto, que me enpujas? ¿eres acaso un demonio, que has venido á este quarto para llevarme al infierno? Oyendo el hombre estas voces, y creyendo que aquel con quien habia tropezado era algun borracho, se acercó para ayudarle á levantar, y le dixo, hermano, ¿que es eso? ¿está vmd. malo? ¿á dónde vive vmd.? ¿quiere vmd. le acompañe á su casa? El Caballero en medio de su confusion, y desatinado mas que nunca, dixo: llévame pronto á los infiernos, si para eso has venido, pero no dexes atras la P . . . . . que me ha hecho pasar tan mala noche, y que es la causa de todos mis males. El pobre pasagero confirmándose en la opinion de que era un borracho, á quien todavía no se le habian disipado los vapores del vino, le dió la mano para que se levantase, y compadeciéndose de él, le repetia la pregunta ¿dónde vivia? Entónces le dixo el Caballero: ¿Quién eres tú, dónde vas, y qué pretendes de mí? El [115] bueno del hombre le respondió: yo soy un mozo de esquina, que he madrugado para ir á atar unos fardos, que deben marchar á las 6 para Madrid: mas habiéndome traido mi desgracia por este portal, el golpe que he recibido al caer con vmd. acaso me estorbará poder trabajar: por tanto, si vmd. quisiera darme un real de plata en compensacion de lo que debia ganar, se lo estimaria, y le acompañaria á vmd. á su casa; y no se desconsuele, que son cosas que suceden á los hombres. Tras cornudo apaleado, y mándanle baylar, replicó el Caballero. ¿Qué estas diciendo? ¿acaso estoy en la calle? Sí, Señor, dixo el mozo, vmd. está en la calle, y sino asómese vmd. por aquí, y verá el lucero del alba, que no tardará mucho en iluminar nuestro orizonte. Asomóse el burlado á la calle, y á pesar suyo vió las estrellas. Quedó asombrado, lleno de vergüenza, de ira y de furor, despidió al mozo con malas palabras, y [116] él se quedó vagando por aquel portal hasta que llegó el dia, para reconocer donde estaba, é irse á su casa. ◀Relato general ◀Nivel 3

Es fácil imaginar los improperios é imprecaciones que saldrian de su impura boca contra aquella prudente y honesta Señora. Esta discretísima jóven habiéndose visto en las garras del leon, ni hallando de improviso otro medio para libertarse de ellas, recurrió al disimulo, y aprovechándose de la obscuridad, pues la habia apagado la luz, llevó á su enemigo por un patio, entró en un zaguan, y de allí á una puerta falsa, que caia á unos portales á la calle. Allí lo hizo entrar, y pudo darle á entender que era una parte de su casa, porque en aquella Ciudad no se alumbran de noche las calles. Así le hizo experimentar una especie de infierno Platónico, y con mucha discrecion se vengó de su atrevimiento. ◀Nivel 2 ◀Nivel 1