Sátira
¿Ves Arnesto, aquel majo en siete varas
De pardomonie envuelto: con patillas
De tres pulgadas afeado el rostro:
Magro, pálido y sucio; que al arrimo
De la esquina de enfrente nos acecha
Con ayre sesgo y baladí? Pues ese,
Ese es un nono nieta del Rey Chico.
Si el breve chupetin, las anchas bragas,
Y el albornoz, no sin primor terciado,
No te lo han dicho: si los mil botones
De filigrana berberisca, que andan
Por los confines del jubon perdidos
No lo gritan; la faxa, el guadixeño,
El arpa, la bandurria y la guitarra
Lo cantarán. No hay duda: el tiempo mismo
Lo testifica. Atiende á sus blasones.
Sobre el porton de su Palacio ostenta.
Grabado en borroqueña, un ancho escudo
De medias lunas, y turbantes lleno.
Nácenle al pie las bombas y las balas,
Entre tambores , chuzos y banderas.
Como en sombrío matorral los hongos.
El águila imperial con dos cabezas
Se ve picando del morrión las plumas
Allá en la cima; y de uno y otro lado,
A pesar de las puntas asomantes,
Grifo y leon rampantes le sostienen.
Vé aquí sus timbres. Pero sigue, sube.
Entra, y verás colgado en la antesala
El árbol gentilicio, ahumado y roto
En partes mil: empero de sus ramas,
Qual suele el fruto en la pomposa higuera,
Sombreros penden, mitras y bastones.
En procesión aquí y allí caminan,
En sendos quadros, los ilustres deudos,
Por habil brocha al vivo retratados.
¡Qué gregüescos! ¡qué caras! ¡qué vigotes!
El polvo y telarañas son los gages
De su vejez. ¿Qué mas? Hasta los duros
Sillones moscovitas, y el chinesco
Escritorio, con ambar periumado,
En otro tiempo de marfil y nacar
Sobre évano embutido, y hoy deshecho,
La ancianidad de su solar pregonan.
Tal es, tan rancia, y tan sin par su alcurnia,
Que aunque embozado, y en castaña el pelo,
Nada les debe á Ponces, ni Guzmanes.
No los aprecia: tiénese en mas que ellos;
Y vive así. Sus dedos y sus labios
Del humo del cigarro encallecidos,
Indice son de su crianza. Nunca
Pasó del B, a, Ba. Nunca sus viages
Mas allá de Xetafe se extendiéron.
Fué antaño allá por ver unos Novillos
Junto con Paco-trigo y la Caramba:
Por señas que volvió ya con estrellas.
Beodo por demás, y durmió al raso
Examínale: ¡ó idiota!, nada sabe.
Trópicos, Era, Geografía, Historia,
Son para el pobre exóticos vocablos
Dile que donde el hondo Pirineo
Corre espumoso el Bétis á sumirse
De Ontígola en el mar; ó que cargadas
De almendra y gomas las Inglesas quillas
Surgen en Puerto-lápichi, y se levan
Llenas de estaño y de abadejo: ¡oh! todo.
Todo lo creerá: por mas que añadas
Que fué en las Navas Witiza el santo
Deshecho por los Celtas, ó que invicto
Triunfó en Aljubarrota Mauregato.
¡Qué mucho, Arnesto , si del Padre Aster
Ni aun leyó el Catecismo! Mas no creas
Su memoria vacia. Oye y dirate
De Candido y Marchante la progenie:
Quién de Romero ó Costillares saca
La muleta mejor, y quién mas limpio
Hiere en la cruz al bruto jarameño
Haráte de Guerrero y la Catuja
Larga memoria; y de la malograda,
De la divina Lavenant, que ahora
Anda en campos de luz paciendo estrellas.
La sal, el garavato, el ayre, el chiste.
La fama y los ilustres contratiempos
Recordará con lágrimas Prosigue
Si esto no basta, y te dirá qué año.
Qué ingenio, qué ocasion dió á los Chorizos
Eterno nombre; y quántas cuchilladas,
Dadas de dia en dia, tan pujantes
Sobre el triste Polaco los mantiene.
Vé aquí su ocupacion: esta es su ciencia.
No la debió ni al Dómine, ni al tonto
De su Ayo Mosen Marc, solo ajustado
Para irle en pos quando era Señorito.
Debiósela á Cocheros y Lacayos,
Dueñas, Fregonas, Truanes, y otros bichos
De su niñez perennes compañeros.
Mas sobre todo, á Pericuelo el page:
Mozo avieso, Chorizo y Pepilüsta
hasta morir, quando le andaba en torno.
Del aprendió a la Jota, la Guaracha,
El Bolero, y en fin música y bayle.
Fuéle tambien maestro algunos meses
El sota Andrés, chispero de la Huerta;
con quien por órden de su padre entónces
Pasar solia tardes y mañanas
Jugando entre las mulas. Ni dexaste
De darle tú santísimas lecciones,
¡O Paquita! despues de aquel trabajo,
De que el Refugio te sacó , y su madre
Te ajustó por Doncella. ¡Tanto puede
La gratitud en generosos pechos!
De ti aprendió á reírse de sus padres
Y á hacer al Pedagogo la mamola:
A pellizcar, á andar al escondite.
Tratar con Cirujanos y con viejas
Beber, mentir, trampear; y en dos palabras,
De tí aprendió á ser hombre . . . . . y de provecho.
Si algo mas sabe, débelo á la buena
De Doña Ana, patron de zurcidoras;
Piadosa como Enone, y mas chuchera
Que la embaydora Celestina ¡O, quánto
De ella alcanzó! Del Rastro á Maravillas,
Del alto de San Blas á las Bellocas,
No hay barrio, calle, casa, ni zahurda
A su padron negado ¡Quántos nombres,
Y quáles vido en su librete escritos!
Allí leyó el de Cándida, la invicta,
Que nunca se rindió: la que una noche
Venció . . . . .
. . . . .
Alli el de aquella siete veces vírgen,
Mas que por esto insigne por sus robos;
Pues que en un mes empobreció al Indiano,
Y chupó á un Escocés tres mil guinëas,
Veinte acciones de banco, y un navío.
Allí aprendió á temer el de Belica
La venenosa . . . . .
. . . . .
Y allí también, en torpe mescolanza,
Vió de mil bellas las illustres cifras,
Nobles, plebeyas, majas y señoras:
A las que vió nacer el Pirineo
Desde Junquera hasta do muere el Miño,
Y a las que el Ebro y Turia diéron fama,
y el Darro y Bétis todos sus encantos:
A las de rancio y perdurable nombre
Ilustradas con turca y sombrerillo,
Simon y Page, en cuyo abono sudan
Bandas, veneras, gorras y bastones,
Y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos;
Y en fin, á aquellas que en nocturnas zambras,
Al son del cuerno congregadas, diéron
Fama á la Union . . . . .
. . . . .
¡Ah quánto allí la cifra de tu nombre
Brillaba escrita en caracteres de oro,
O Cloe! El solo deslumbrar pudiera
A nuestro xaque, apénas de las uñas
De su doncella libre. No adornaban
Tu casa entónces como ogaño, ricas
Telas de Italia, ó de Canton, ni lustros
Venidos del Adriático, ni alfombras,
Sofa, otomana, ó muebles peregrinos;
Ni la alegraban de Bolonia al uso
La Simia, il Papagallo, é la spinetta.
La salserilla, el zaumador, la esponja,
Cinco sillas de enea, un pobre anafe,
un bufete, un belon, y dos cortinas
Eran todo tu ajuar; y hasta la . . . . .
Dó alzó despues tu trono la fortuna,
¡Quien lo diria! entónces era humilde.
Púsote en zancos el hidalgo,
y dióte a dos por tres la escandalosa buena,
Que treinta años de afanes y de ayuno
Costó á su padre: ¡O, quanto tus jubones
De perlas y oro recamados, quanto
Tus francachelas, y tripudios diéron.
En la Cazuela, el Prado, y los Tendidos,
De escándalo y envidia! Como el humo
Todo pasó: duró lo que la hijuela.
¡Pobre galan! ¡Qué paga tan mezquina
Se dio á tu amor! ¡Quán presto le feriáron
Al último doblón el postrer beso!
Viérasle, Arnesto, desolado: vieras
Qual iba humilde á mendigar la gracia
De su perjura, y qual correspondia
La infiel con carcajadas á su lloro!
No hay medio: le plantó: quedó por puertas . . . . .
¿Qué hará? ¿Su alivio buscará en el juego?
¡Bravo! Allí olvida su pesar. Prestóle
Un amigo . . . . . ¡Qué amigo! Ya otra nueva
Esperanza le anima. ¡Ah! salió vana . . . . .
Marró la quarta sota: á Dios bolsillo . . . . .
Toma un censo . . . . . adelante . . . . . Mas perdióle
Al primer trascartón, y quedó asperges.
No hay ya amor, ni amistad. En tan gran cuito
Se halla, ¡ó Zulem-Zegri! tu nono nieto.
¿Será mas digno, Arnesto, de tu gracia
Un alfeñique perfumado y lindo,
De noble trage, y ruines pensamientos?
Admiran su solar el alto Auseva,
Limia, Pamplona, ó la feroz Cantabria.
Mas se educó en Sorez. Paris y Roma
Nueva fe le infundiéron, vicios nuevos
Le inoculáron. Cátale perdido.
No es ya el mismo; ¡ó qual otro el Vidasöa
Tornó á pasar! ¡Quál babla por los codos!
¿Quién calará su atroz galimathias?
Ni Du Marsais, ni Aldrete le entendieran.
Mira qual corre, en polison vestido.
Por las mañanas de un burdel en ótro,
Y entre alcahuetas y rufianes bulle!
No importa: viaja incógnito, con palo,
Sin insignias y en frac: nadie le mira.
Vuelve, se adoba, sale, y huele á almizcle
Desde una milla. ¡Oh, como el Sol chispea
En el charol del coche ultramarino!
¡Quál brillan los tirantes carmesies
Sobre la negra crin de los frisones . . . . .
Visita, come en noble compañía:
Al Prado, á la Luneta, á la Tertulia,
Y al garito despues. ¡Qué linda vida.
Digna de un noble! ¿Quieres su compendio?
P . . . . . , jugó, perdió salud y bienes,
Y sin tocar á los quarenta Abriles
La mano del placer le hundió en la huesa.
¡Quantos, Arnesto, así! Si alguno escapa,
La vejez se anticipa, le sorprende,
Y en cínica é infame soltería.
Solo, aburrido, y lleno de amarguras,
La muerte invoca, sorda á su plegaria.
Si ántes al ara de Himeneo acoge
Su delinqüente corazon, y el resto
De sus amargos cuas le consagra,
¡Triste de aquella que á su yugo uncida
Víctima cae! Los primeros meses
La lleva en triunfo acá y allá: la mima,
la galantea . . . . . Palco, galas, diges,
Coche a la Ynglesa . . . . . ¡Miseros recursos!
El buen tiempo pasó. Del vicio infame
Corre en sus venas la cruel ponzoña.
Tímido, exhausto, sin vigor . . . . . ¡O rabia!
El tálamo es su potro . . . .
Mira, Arnesto,
¡Quál desde Gades á Brigancia el vicio
Ha inficionado el gßermen de la vida!
Y quál su virulencia va enervando
La actual generacion. Apenas de hombres
La forma existe . . . . . ¿A dónde está el forzudo
Brazo de Villandrando? ¿Dó de Argüello,
O de Paredes los robustos hombros?
¿El pesado morrion , la penachuda
Y alta cimera acaso se forjáron
Para craneos raquiticos? ¿Quién puede,
Sobre la cuera, y la enmallada cota
Vestir ya el duro y centellante petó?
¿Quien enristrar la ponderosa lanza?
¿Quién? . . . . . Vuelve, ó fiero Berberisco, vuelve,
Y otra vez corre desde Calpe al Deva,
Que ya Pelayos no hallarás, ni Alfonsos
Que te resistan. Débiles Pigmeos
Te esperan. De tu corva cimitarra
Al solo amago caerán rendidos . . . . .
¿Y es este un noble, Arnesto ? ¿Aquí se cifran
Los timbres y blasones? ¿De qué sirve
La clase ilustre, un alta descendencia
Sin la virtud? Los nombres venerandos
De Laras, Tellos, Haros, y Girones,
¿Qué se hicieron? ¿Que genio ha deslucido
La fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
A quienes fia su defensa el trono?
¿Es esta la nobleza de Castilla?
¿Es este el brazo un dia tan temido.
En quien libraba el Castellano pueblo
Su libertad? ¡O vilipendio! O siglo!
Faltó el apoyo de las Leyes: todo
Se precipita. El mas humilde cieno
Fermenta y brota espíritus altivos,
Que hasta los tronos del Olimpo se alzan.
¿Que importa? Venga denodada, venga
La humilde plebe en irrupcion, y usurpe
Lustre, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetria, no haya
Clases, ni estados. Si la virtud sola
Les puede ser antemural y escudo,
Todo sin ella acabe y se confunda.