El Censor: Discurso CXXXIX
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Discurso CXXXIX.
Citazione/Motto
Auriculas asini quis non habet? . . . . .
Pers. Sat. 1. v. 121.
¿Quién orejas no tiene de borrico?
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Metatestualità
Yo convengo sin repugnancia con el Autor de la Carta que voy á publicar en que no dexa de tener razon para estar abochornado. En efecto, el caso que ha dado motivo á su irritacion, y de que yo no puedo dudar ya por lo que dice, ya por otras noticias que de él tengo, pareciera increible, si se refiriese de un pueblo, que, aunque no tan ilustrado como nuestros vecinos los Marroquies, lo fuese un poco mas que los que habitan el centro del Africa. Pero tambien espero convendrá conmigo en que no son de seguir los consejos de un hombre poseido de la cólera, como él misino confiesa que lo está. Ni quiera Dios por su infinita misericordia, que yo siga el suyo en ningun tiempo, aunque por no hacerlo me atraiga su indignacion, y tenga el sentimiento de ver cumplidas sus terribles amenazas, que no lo espero una vez que, pasado el primer impetu, considere el asunto á sangre fria. Es sin duda demasiadamente violento y muy arriesgado. ¿Adónde iria yo á parar con todas mis reverendas de Censor si me tentase el diablo á seguirlo?
No, Amigo mio: yo tengo dadas pruebas nada equívocas de que la pusilanimidad no es mi vicio: pero no me atrevo á tanto, y tráteme Vm. como quiera, regáleme como guste. Demas, de que es menester no dexarnos llevar á los extremos. Las apariencias son todas sin duda de lo que dice mi corresponsal, y estamos ciertamente muy léjos del estado en que nos representan nuestros Apologistas. Pero las Cartas que continuo recibiendo todos los dias me confirman en lo que he dicho ya en mi Discurso CX.: es á saber, que no son ya tan raras las luces entre nosotros como parecen.
Y aunque es verdad que las mas estan sub modio, con todo es de esperar que el Gobierno que las ha suscitado no las dexe apagar debaxo de él: es de esperar que no quiera perder el fruto de sus desvelos, y que ponga por fin algunas de ellas en parage desde donde comuniquen su luz á toda la Nacion.
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Eteroritratto
Ay que es nada: tratar no ménos que de salvages, de idiotas; de brutos, y de alimañas á unos hombres que con un solo dia de preparacion, son capaces de hablar hora y media ó dos horas sobre qualquiera asunto sin tomar aliento: que saben sostener que sí y que no sobre todas las materias posibles: que tienen derecho de ponerse muceta y borlas: en fin, que gozan ó estan en camino de gozar las gruesas prebendas, y lo que despues se sigue!
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Lettera/Lettera al direttore
Señor Censor.
“Muy Señor mio: Si en sus papeles me vuelve Vm. á usar de la menor ironía, ó á emplear alguna otra figura de las que constituyen la buena sátira: si se me anda mas con delicadezas: si escribe en fin de aquí en adelante de otra manera, que si escribiese para los Cáfres ó para los Iroqueses; le juro á Vm. por el nombre que tengo que las ha de haber conmigo, y que no he de sosegar hasta hacerle soletar la pluma de la mano. No se admite Vm. de que le hable en este tono; porque estoy sumamente abochornado, y me sobra para ello la razon. Yo soy el sugeto que remitió á Vm. el Diálogo que publicó en su Discurso CXXVIII. ¿Y creerá Vm. que el tal Diálogo pasó entre muchos de sus Lectores por una Sátira contra el Obispo, de quien creen se habla en él, y contra las Sociedades Económicas? No andemos en aquí me la puse: lo sé de buena parte, y yo mismo he presenciado no una, sino muchas conversaciones, en que así se tomaba: yo mismo he oido decir muy seria y muy formalmente que era una picardía, que de esta suerte se tratase en público á un Obispo de iliterato y romancista, y de hombre mundano y falto de todas las dotes y virtudes características de tan alta dignidad. Y no se figure Vm. que pasó esto en alguna Aldea ó en algun Villorrio infeliz: fué en una Ciudad populosa; y segun noticias, que tengo positivas, fué tambien en la misma Corte, centro de la ilustracion Española: y no entre Legos sencillos, sino entre Doctores y hombres, cuyos méritos y exercicios literarios apénas pueden ser recompensados con una de las mas pingues dignidades de Toledo. ¿Qué le parece á Vm.? Andese ahora gastando finuras con gentes de tan buenas entendederas. ¿Puede llegar á mas la estupidez, y no merecen que se les trate como á Hotentotes?
¿Pero como he caido yo en usar aun ironías? Seran capaces, si Vm. publica esta Carta, de tomar al pie de la letra lo que acabo de decir. No, Señor: es menester mudar de tono. Yo quiero ser ententido, y he de lograrlo, ó he de poder poco. Ya que el representar á un hombre acusado de cosas tan laudables no es elogiarle con bastante claridad: ya que la simple exposicion de tantas necedades como suelta el segundo personage de mi Diálogo, no es una sátira de aquellos que piensan como él (sin duda, porque estos son muchos mas de lo que yo imaginaba) he de hacer una, se lo prometo á Vm. á fe de hombre de bien, en que nadie pueda equivocarse. Voy á llenarlos de salvages, de idiotas, de brutos de alimañas, y aunque me cueste leer el Diccionario de la Academia Española de cabo á rabo, no he de dexar palabra con que no les regale de quantas tiene la lengua Castellana equivalente a estas. A ver si a esta manera me entienden.
Desengañese Vm. Señor Censor: yo antes estaba tambien por la sátira fina y delicada; pero a tal ver soy ya de la opinion del Señor Conde de las Claras. Es menester conformarse a los tiempos, y a las circunstancias. Quando no se veia en Roma otra cosa que estrupos, muertes violentas y rapiñas. ¿de qué servirian la ligereza y sales urbanas con que en los tiempos en que trataba Augusto de restablecer la Republica corrigio Horacio a sus Conciudadanos? ¿No era precisa toda la vehemencia, toda la acerbidad de un Juvenal? Vm. Pues, Amigo mio, o dexe el oficio, ó póngase inmediatamente a formar una coleccion semejante a la que yo proyecto de quantas voces insultantes tiene nuestra lengua, para sembrarlas a manos llenas en todos sus Discursos. Y si no lo hace asi, prepárese a ser el primero con quien yo haga uso de la mia. Sí, Señor: Vm. será regalado ántes que nadie, y ántes que los mismísimos Apologistas, por este su seguro servidor que S. M. B.”
S. M.
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¿Con qué ¡pecador de mí! culpar á las Sociedades de que trabajan en despojar á los nobles de su insensata vanidad, en reformar sus ideas Quijotescas; en hacerlos humanos y laboriosos; finalmente, en convertirlos en Ciudadanos útiles, es satirizarlas, y no ántes bien formar de ellas el elogio mas cumplido? ¡Pobre Pascal, si hubieras escrito entre nosotros! Tus Provinciales hubieran pasado sin duda por un panegírico de los Moralistas relaxados, y de la extinguida Compañía. ¿Y habrá aun paciencia á vista de esto para sufrir Oraciones Apologéticas y Redondos, que se empeñen en que somos sabios, y en que nada tenemos que envidiar á otras naciones?
Sí, Señor, hemos adelantado tanto, sea Dios bendito, somos tan ilustrados, que aun estamos en que las lecciones de puntos, y los argumentos de veinte y quatro horas son las verdaderas y únicas pruebas de sabiduría: aun estamos en que un hombre que no ha estudiado en ningun Colegio, que no ha cursado ni se ha graduado en ninguna Universidad, que no ha defendido Actos, hecho Oposiciones, regentado Cátedras, en una palabra, que no es de carrera, no puede ménos de ser un ignorante. Porque ¿de donde sino habrán inferido que lo era el Obispo de mi Diálogo? Yo bien sé que los viages, las grandes librerías, los numerosos monetarios, las ricas colecciones de máquinas, de antigüedades, de historia natural, son unas pruebas muy equívocas de literatura. Sé que muchos las tienen por pura ostentacion, por puro luxo. Mas que fuesen un argumento de ignorancia, confieso que en los dias de mi vida no se me habia pasado por la idea. Al contrario, pensaba yo que quando estaban hechas con discernimiento, y no por mano agena probaban siempre en el dueño gusto, y algun género de instruccion.
Y dígame Vm. así Dios le dé salud, y le otorgue aquello que desea, ¿por dónde diablos será dar á entender que un hombre es un puro romancista el decir que tiene en su librería los mejores clásicos Latinos, un caxon de Polyglotas, y las obras de los PP. Griegos? ¿Por dónde se inferirá que carece de los conocimientos propios de un Eclesiástico de que no tenga entre sus libros á Valensis, ni a Gonet, ni a otros Autores semejantes? ¿Por dónde que no está adornado de las virtudes que constituyen un buen Obispo de que tenga libros Franceses, de que salga de noche, de que no dé limosna á la puerta, de que agasage á los forasteros, de que trate con afabilidad al sastre, al zapatero, al herrero?
¡Pecador de mí otra y mil veces! ¡Con que no es caridad, no es limosna, no es hacer buen uso de las rentas Ecclesiásticas el expenderlas en perficionar en su oficio un Artista ó á un Cirujano, para que sean mas útilies á sí mismos y á los demas: el dar educacion á las niñas y niños desvalidos: el ponerlos en estado de vivir por medio de su trabajo y de ser útiles á la patria: en una palabra, el remediar las necesidades en su raiz! ¡Con que no los que viven del sudor de su rostro, y sí los bagamundos y los holgazanes son pobres de Jesu-Christo! ¡Con que las Juntas de caridad, cuyo objeto es socorrer las necesidades verdaderas, y extirpar la ociosidad y la mendiguez voluntaria con todos los vicios de que van siempre acompañadas: las escuelas en que la juventud recibe los principios de la religion y del honor, se aficiona con tiempo al trabajo, aprende á sacar de él todo el partido posible, y se habilita para no ser en su mayor edad gravosa al estado: las fábricas, los caminos, los canales y puentes, que dando ocupacion á tantos miserables, facilitan á todos el sustento y las comodidades de la vida, no son obras piadosas, y las mas piadosas de todas! ¡Con que la hospitalidad en fin, y la humanidad no son virtudes propias de un Obispo, y es envilecer la dignidad el quitar el sombrero al artesano, admitirle con agrado, llamarle hijo, hermano, amigo!
Levantaos Atanasios, Cyrilos, Chrisóstomos: venid vosotros Padres del Concilio IV de Cartágo, ven tú gran Carlos Borromeo, y tú que fuiste su modelo, Bartolomé de los Mártires: venid digo á aprender como debisteis sostener la dignidad Episcopal: es á saber, siendo inaccesibles á los humildes, tratándolos con ceño y aspereza, y haciéndoles sentir vuestra superioridad y su dependencia en vuestro gesto, en vuestros modales, en vuestras palabras y en todas vuestras acciones: no consolándolos en sus aflicciones, no aliviándolos en sus trabajos, no conciliándoos su amor por vuestra beneficencia, ni sacrificando á su bien vuestro reposo, vuestras comodidades, vuestra salud, y vuestra vida: en conclusion, haciendoos respetar de ellos, no por el bien, sino por el mal que vuestra autoridad os ponia en estado de hacerles.