El Censor: Discurso CXXXVII
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Discurso CXXXVII
Zitat/Motto
. . . . . Sume superbiam
Quaesitam nuritis . . . . .Razon es revestirse
Quaesitam nuritis . . . . .
Horat. Carm. III. Od. XXX. v. 14.
Razon es revestirse
De una satisfaccion tan bien fundada.
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Metatextualität
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Allgemeine Erzählung
Un sugeto, que se intitula Cura de cierto Lugar de Castilla la Vieja, me ha escrito ahora últimamente diciéndome, que para llenar un caxon que tiene desocupado, y compone justamente la octava parte de su estante, acaba de adquirir con algunos libros un juego completo de mis Discursos, los que á este fin ha determinado enquadernar; pero que le detiene la falta de un Prólogo, cosa sin la qual no cree que una Obra pueda merecer semejante honra. Por lo que me pide con mucho encarecimiento que forme uno, animándome á ello con la oferta de comprar un exemplar á qualquiera precio.
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Lo primero en que puede extenderse es en manifestar las dificultades de una Obra de este género. Creen los mas que un Discurso de un pliego es precisamente una bagatela, que hace qualquiera. No obstante, las ventajas que lleva el que escribe una Obra larga al que publica sus ideas en papeles sueltos, son muchas. En aquella se disimulan los largos preámbulos, se perdonan las repeticiones y amplificaciones, y á favor de algun relumbron, que se echa de quando en quando, pasan muchos lugares comunes, y una infinidad de pensamientos, ó falsos ó triviales. La erudicion, las citas, las noticias históricas son de un gran socorro: descubren todo el trabajo del Escritor, y aun suelen hacerle parecer mayor de lo que realmente ha sido, dando á entender una vasta instruccion lo que acaso es fruto del repaso de algunos índices. En fin, el Autor cierto de que el Lector mas severo no pueda ménos de dormitar muchas veces en una lectura dilatada, se permite tambien sus sueños muy frequentemente.
Por el contrario en la lectura de un pequeño Discurso se conserva desde el principio al postre toda la atencion, de que cada uno es capaz: ningun descuido se escapa por ligero que sea: si el estilo no es vivo y sostenido se trata al Autor de frio é insípido. Quiérese que los caracteres, que se describen se presenten en toda su extension: quiérese que cada Discurso sea una especie de Tratado: quiérese que se oculte toda la lectura, todo el trabajo que ha sido preciso para componerle de tal arte, que no parezca haber costado el menor esfuerzo, y que cada uno que le lee se juzgue capaz de otro tanto. El Autor debe por una parte sostener en toda la Obra el carácter, de que una vez se ha revestido, y por otra debe para darla variedad, transformarse á cada paso en diversos personages, cuya introduccion haga el mismo efecto que en un Drama ó en una Epopeya los Episodios.
Es menester las mas veces entrar en materia inmediatamente, y otras usar de rodeos, y tomar al norte, queriendo caminar al medio-dia: es menester que todo tenga novedad, ó por lo que se dice, ó por el módo con que se dice: es menester por ultimo ceñirse de un modo extraordinario, redondear los asuntos, reducirlos, y presentarlos como en miniatura, conciliando la brevedad con la claridad y con la abundancia de los pensamientos por medio de una concision, que pocos saben quanto cuesta, como lo sabia aquel que escribiendo á un amigo le decia: he sido largo porque me faltó tiempo para ser breve. Por eso era de sentir un hombre célebre, que si todo lo que hay escrito se reduxese á este método, quedaria apénas en el mundo un volumen en folio, y algunos millones de tomos se aniquilarian absolutamente.
Si para todo esto se necesita algun ingenio, una no vulgar instruccion, y mucha laboriosidad; tambien se necesita una firmeza de alma poco comun, y un fondo de patriotismo inagotable para atreverse á decir á la propia nacion, y viviendo en su seno, verdades amargas, que ninguno de sus escritores ha osado manifestarla: para incurrir en el ódio y exêcracion de un gran número de conciudadanos poderosos, á quienes es fuerza que otenda particularmente la manifestacion de unos errores favorables á sus intereses; para exponerse en fin a los mayores peligros que pueden imaginarse, y sacrificar todas las esperanzas, todas las comodidades de la vida al deseo de hacer feliz a su patria. Yo se lo diré en confianza al Señor Cura. Esta idea me llena y me embriaga de tal suerte, que considerando á veces la magnitud de mi empresa, me igualo acá en mi interior solo por el hecho de haberla acometido á los mismísimos Decios, y a los mayores héroes que nos ofrece la historia. Y esto con tanta mas razon a mi parecer, quanto no me anima como á ellos la esperanza de la gloria pósthuma; pues que nuestros venideros no podrán formar jamas una idea bien cabal del poderoso partido que tiene el error, ni por consiguiente del tamaño de los peligros que he arrastrado para combatirle.
Todo esto puede decir el Señor Cura de las dificultades que presentaba mi Obra, dexando al juicio del Público, ó juzgando si lo tiene por bien él mismo, si he sabido superar algunas de ellas, ó si me ha sucedido lo que á muchos que en todas las naciones de Europa han emprehendido esta carrera despues del inmortal Adisson y sus compañeros. Pero mucho mas dilatado es á lo que me parece el campo, que le ofrecen sus utilidades: y yo soy tan vano, que no las trocaria por las de muchos libros muy honrados, ni aunque fuese por las de un plan de estudios de diez, veinte, treinta, ó si se quiere, de treinta mil pliegos.
Yo me lisonjeo de haber combatido no vicios rateros, ni defectos veniales, flaquezas inseparables de la condicion humana, de aquellas que son y serán comunes a todas las edades y paises; sino vicios articulares á nuestra nacion y á nuestra era; errores capitales é importantísimos, de los quales como de principios fecundísimos nacen otros infinitos, y que son el orígen de todas nuestras miserias. Ello será ilusion del amor propio; mas yo me lisonjeo tambien de que hay en mis Discursos ideas y pensamientos nuevos, no solo para los Sabios españoles, pero aun tambien para los Ilustrados extrangeros.
Pero aun quando asi no fuera: aun quando no contuviesen sino especies comunes y materias triviales para unos y otros; como no lo fuesen para el comun de la Nacion, pretenderia siempre que son de mucha utilidad. En efecto, nada sirve que haya en un Estado algunos pocos hombres ilustrados, si las luces son poco generales; porque no pudiendo ser conocida en este caso la solidez de sus dictámenes, apénas es dable que estos sean adoptados. Pero para extender las luces nada es mas á propósito que una Obra de la especie de la mia.
El poco coste de cada papel le hace comprar de muchos, á quienes se haria duro alargar de una vez mayor cantidad de dinero: el poco tiempo que su lectura exige es causa de que pasando con rapidez de mano en mano, un solo exemplar haga el oficio de muchos, y sirva para un gran número de lectores: su corto volumen es motivo para que le lean infinitos á quienes aterra la vista de un libro abultado: la variedad de los asuntos que en ellos se tratan, los hace propios para todos genios y todas inclinaciones. Tal sugeto que nada leeria en asuntos de política y economía, lee un papel sobre esta materia, pensando hallar un Discurso teológico como el que le precedió: tal que echaria á un lado qualquiera Obra, cuyo título anunciase un asunto serio, se instruye de él sin querer en un papel que creyó fuese una sátira, ó un Discurso burlesco como el antecedente. De este modo, ademas de la instruccion que desde luego recibe, se excita su curiosidad, y cobra tal vez aficion á las materias que miraba con mas indiferencia.
Agrésase la circunstancia de que tales papeles suelen ser leidos en tertulias y corros numerosos. Esto da iugar á que, se tengan sobre su contenido muchas conversaciones: comunícanse recíprocamente las ideas: excítanse disputas, en cuyo ardor se producen nuevas reflexîones, y de cuyas resultas se medita el asunto con mas atencion, y suelen emprehenderse lecturas, que sin esta ocasion nunca se hicieran. Parece en fin que por todas estas razones son el órgano mas propio de la verdadera sabiduría que predica en público, hace sentir su voz en las plazas, calma en presencia de la multitud, y profiere en las puertas de las Ciudades sus palabras, diciendo: ¿Hasta quándo, párvulos, amaréis la infancia? ¿Hasta quándo los necios apetecerán las cosas dañosas, y los imprudentes aborrecerán la sabiduría?(1)
Sin embargo, hay, parece, quien en nada de esto conviene: y no ha muchos dias que á un grave Filosofo le he oído decidir definitivamente la inutilidad de tales Obras.
Un Bello Espiritu (para bautizarle á la Francesa) con quien contestaba, fué tan pobre hombre, que quedó con esto todo confundido. ¿Pero lo creerá el Señor Cura? Ni lo que es un punto ha hecho baxar mi vanidad. ¿Puede, si es que quiere dar mas extension a su Prologo, hacerse cargo de este profundo razonamiento, y preguntar al autor: si en esas naciones, para cuya reforma fuéron utiles los papeles de esta especie, estaban todos en estado de entenderlos? Si lo estaban, ¿cómo no sabian las materias que en ellos se trataban, ó cómo necesitaban que se les recordasen? Si no lo estaban ¿cómo se mudaron y reformaron por ellos? Y si unos lo estaban y otros no, ¿como fuéron alli utiles no pudiendo serlo en España, que se halla en el mismísimo caso? Los hombres, puede añadir, son sin duda lo que quiere que sean quien los gobierna; pero se entiende cuando éste tiene el arte de conducirlos, quando sabe preparar los animos para las mudanzas que medita. Las providencias mas bien concertadas no producen efecto, o le producen contrario, como una triste experiencia nos lo enseña, quando no son bien recibidas; y en unos tiempos en que falta el recurso de hacerlas creer dictadas por alguna Divinidad, como lo executaron varios Legisladores antiguos, es imposible que sean bien recibidas, si el Público no conoce su acierto, y la conexion que tienen con su felicidad. Así que, todo legislador, que quiera mejorar su pueblo, debe ántes de todo ilustrarle: debe no omitir esfuerzo para que llegue á entender sus verdaderos intereses; á sentir lo infeliz de su estado, á cornprehender las causas que le conduxéron á él, y á percibir la felicidad á que puede aspirar, y los medios por los quales puede conseguirla. Y esto ya se ve no puede ser de otro modo, que multiplicando en la nacion los escritos proporcionados á este fin.
¿Nuestro gravísimo Filósofo querria que no se hiciese otra cosa que prescribir un nuevo plan de estudios? Pero por excelente que fuese ¿de qué serviria esto en una Nacion en que la ilustracion no hubiese llegado á cierto punto? Los frutos de esta operacion, quando fuese asequible, no podrian cogerse hasta mucho despues: hasta que llegasen á su madurez los jovenes, con quienes comenzase a entablarse; y las preocupaciones de los mas ancianos retardarian aun sus progresos, y por muy largo espacio de tiempo los harian inutiles. Fuera de que ¿cómo seria posible su execucion? En la nacion, ya se ve, no habria maestros de suficiente capacidad. De afuera no podrian traerse en bastante número; porque una nacion ignorante es por forzosa consequencia pobre. Conque habria que contentarse con algunos pocos, que plantificasen en la capital el nuevo sistema. ¿Y quánto tiempo no habria de pasar ántes de que se formasen discípulos capaces de llevarle á las provincias? ¿Quánto, ántes de que produxese allí frutos copiosos?
Es pues preciso que la misma reforma de los estudios sea preparada por Obras que combatiendo las preocupaciones mas arraigadas y mas perniciosas, haganabrir los ojos á una nacion, y excitando la curiosidad de muchos, los aficionen á los conocimientos sólidos.
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„Es verdad, (decia con una frialdad de espiritu increíble) es verdad que sirvieron y sirven para la reforma de los abusos en otras naciones. Pero los Españoles que están en estado de entenderlas, saben muy bien las materias que en ellas se tratan, y no necesitan que se les recuerden, y los que no estan en tal estado, no se mudan ni se reforman por mas que se les predique. Los hombres no son otra cosa mas que lo que quiere que sean quien los gobierna; y el Gobierno no necesita que le dirijan.”
1Proverb. I. 20. seqq.