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Zitiervorschlag: Anonym (García de Cañuelo, Luis; Pereira, Luis Marcelino) (Hrsg.): "Discurso CXX", in: El Censor, Vol.6\120 (1786), S. 981-999, ediert in: Ertler, Klaus-Dieter / Hobisch, Elisabeth (Hrsg.): Die "Spectators" im internationalen Kontext. Digitale Edition, Graz 2011- . hdl.handle.net/11471/513.20.524 [aufgerufen am: ].


[981] Ebene 1►

Discurso CXX

Zitat/Motto► Tartaream intendit vocem . . . . . 

Virg. AEneid. Lib. VII. v. 514.

Infernal es su voz. ◀Zitat/Motto

Ebene 2► Metatextualität► Por ciertos motivos que mi Señoría tuvo entonces muy presentes, anuncié desde mi primer salida al Público, que no responderia á mis impugnadores de otro modo, que corrigiendo lo que me pareciese notado ó impugnado con razon. ¡Pero quan inconstantes son los hombres en sus propósitos! No sé como, deslumbrado por ciertos visos de utilidad y de razon, he olvidado este, y [982] contravenido á él dos veces. Mas no me volverá á suceder otra. Asi pudiese durar mi Censura de aqui al fin de los siglos, y asi pudiesen tener mis Discursos mas impugnadores que letras, observaré exâctísimamente mi propósito.

Ebene 3► No obstante, ahora ya es forzoso cumplir lo prometido el Jueves pasado, aunque inconsideradamente y por dar gusto á tantos de mis lectores como concurrian á mis librerías exîgiendo una respuesta á la Carta publicada por el Señor Redondo contra mi Discurso CXIII. Digo, pues, en primer lugar, que nada tengo que corregir ni enmendar en él. Su asunto está reducido á manifestar á todos como no somos superiores, ni aun iguales, á las demas Naciones sabias y poderosas de la Europa, en ciencias y artes, en riqueza y en poder. ¡Ojalá yo me engañára! ¡Plugiese al Cielo que mi proposicion fuese falsa, fuese falsísima! Sin temeridad pue-[983]do poner á Dios por testigo de que creo que ninguno, ninguno absolutamente se alegraria tanto como yo de tener que retratarla como tal. ¡Qué no tuviese yo la fortuna de que el Señor Redondo la hubiese refutado redondamente! ¡Pero ay! ¡la lastima es que ella es mas verdadera de lo que yo quisiera, y aun de lo que soy capaz de dar á entender! Pruebe la contraria el Señor Redondo, y verá lo que tardo en desdecirme de ella, en borrar mi proposicion, en confesarme publicamente engañado. Porque suponerla falsa ó dudosa, y exîgir que yo la pruebe; es, con licencia de su mrd., el mas redondo disparate que hasta ahora se le ha puesto en la cabeza á ningun redondo de apellido ni de entendimiento ¡Pobre de mi! ¿cómo he de probar yo que ahora, que son las nueve de la mañana, no es de noche. ¿Si yo negase, como niego, que los Marruecos p. ex. fuesen iguales á [984] nosotros en ciencias, artes, riqueza, poder ni cosa alguna; cómo podria yo probarlo? Mi proposicion ¿no es como estas, una verdad de vulto, evidente por la evidencia del hecho, y sobre todo una proposicion puramente negativa? ¿Pues quién ignora que la negativa es absolutamente improbable? Subministreme el Señor Redondo con su lógica otro modo de probarla, que no consista en probar cuatro ó cinco ó seis millones de proposiciones afirmativas que coarten mi negativa; y verá que presto por darle gusto echo mano de este medio. Mas en el interin me permitirá que la tenga por verdadera con solo la prueba de no ver la pretendida igualdad ó superioridad; como me basta para no creer que ahora es de noche el no ver las tinieblas que la forman. Lo que el Señor Redondo, y los demas Apologistas prueban, si por ventura prueba algo que no sea nuestra misma inferioridad, probará [985] quando mas que hemos sido en otro tiempo superiores ó iguales á las demas Naciones; cosa que yo no he negado, antes sí he supuesto: probará que entre nosotros hay artes, y hay ciencias: que no somos una nacion absolutamente sin relaciones algunas con el mundo político, comerciante, y literario; y finalmente probará que no somos incapaces de sabiduría, de riqueza y de poder: de todo lo qual hasta ahora nadie ha dudado, y de lo ultimo dudo yo menos que ninguno. Eso es justamente lo que me obliga á lamentarme; que pudiendo ser sabios, y mas sabios que los pueblos mas sabios, seamos no obstante mas ignorantes que ellos; que pudiendo ser mas ricos, seamos mas pobres; que pudiendo ser mas poderosos, seamos mas débiles. Bien sé que si yo negase este poder y esta capacidad á la España y á los Españoles; si yo dixese por ex. que su floxedad y su desidia eran la causa de [986] nuestra pobreza é ignorancia; estaria quizá el pleyto acabado, y ninguno me acusaria de injuriar á mi Nacion; pero aunque yo lo diga, soy incapaz, no ya de afirmar, sino aun de insinuar indirectamente una falsedad y una picardia semejante. Las causas creo ser las que he indicado en mi Discurso: sobre las quales por motivos que nada me obliga á manifestar al Señor Redondo, no he tenido por conveniente explicarme mas. Baste decir, que subiendo hasta la primera, no hallo otra que la casualidad ó la desgracia; ó mas bien el error comun á todos los hombres, que hubiera tenido en qualquier parte los mismos efectos que aqui, si en qualquier parte se hubiesen verificado las mismas circunstancias en que nosotros nos hallabamos á la epoca, desde la qual hablo en mi Discurso. Sepa el Señor Redondo, por lo que pueda hacer al caso, que yo no soy ningun vil adulador, que quando [987] pongo á la Nacion delante de sus ojos sus males generales y comunes, excluya de ella algunas clases: hablo con todos; y principalmente con aquellos, que teniendo grande influxo en el modo de pensar y de obrar de los demas, y quizá grande interes en que subsistan estos males, son los que, ó por ignorancia ó por malicia, tienen la verdadera culpa de ellos. A estos trato de avergonzar en mi Discurso: á los otros pretendo abrirles los ojos, y hacerles sentir su enfermedad, hasta conseguir, si puede ser, que deseen los remedios, que, es constante á todos, desea aplicar nuestro Gobierno.

Es una cosa evidente, que contra la opinion comun no tiene poder alguno el legislador mas ilustrado, mas lleno de zelo por el bien de su pueblo, y mas poderoso ó arbitrario. Es preciso mudar primero la opinion. Sin ello jamas podrá el gran Sultan p. ex. mandar que sus vasallos [988] beban vino, al qual no dexarán de ser tan aficionados como las demas Naciones; no obstante que puede, sin injusticia y sin daño de su conciencia, degollar hasta siete de ellos por dia; porque la opinion está á favor de esto, y es contraria á aquello. No se me diga, pues, que si mi proposicion es verdadera, es esta una verdad que no debia publicar, ó por poco importante, ó por injuriosa á la Nacion; porque en quanto á lo primero: si es que nos importa ser ilustrados, y ser ricos ¿qué cosa mas importante que desvanecer la opinion comun, y hacer conocer á todos nuestra ignorancia y pobreza? ¿No es sabido que el primer paso para la ciencia es el conocimiento de la propia ignorancia? ¿qué la indispensable disposicion para la cura de un mal, es el sentirlo? De otra manera ¿cómo se deseará lo que no se conoce? De otra manera ¿cómo no se desechará qualquier remedio? Nues-[989]tros Apologistas pretenden adormecer á la Nacion sobre sus males; porque ¿á qué otro fin pueden dirigirse tantas apologías, aunque fuesen las mas justas y verdaderas del mundo? Yo ciertamente no lo veo: ¿y no levantaré el grito para dispertarla de su letargo? Callen ellos, y quiza yo callaria. No se burlen descaradamente de ella, intentando hacerla creer las patrañas mas manifiestas; y no me sobraria á mí la razon para burlarme de ellos. No la mientan en su cara; y no les daria yo á ellos en la suya con sus mentiras.

Quanto á lo segundo digo, que no injuria el que dice una verdad importante á todos, y perjudicial á ninguno. Digo, que aun quando no fuese verdadero lo que afirmo, todavia no injuriaria á mi Nacion; pues que entonces, aunque haria mal, la mentiria para su bien, ó su mayor bien. Mas nuestros Apologistas las injurian, porque la mien-[990]ten para su daño ó mayor daño. Digo, que ellos la deshonran; yo la honro. Porque supongamos que sus apologías, y mis papeles se lean en otras naciones: por aquellas creerán que nuestra ignorancia, y nuestros atrasos son mayores, ó de lo que creian antes, ó de lo que en la realidad lo sean. Y la razon es, porque en todo el mundo se cree que es el colmo de la necedad, que es la completa y perfecta estupidez, que es locura confirmada, en lugar de conocer la propia ignorancia, y sentir el propio mal, estar por el contrario vanos, engreidos, y ridiculamente ufanos con ella y él. Mas mis papeles no podrán menos de hacerlas rebaxar mucho de este concepto desaventajado; porque en todo el mundo se cree, que no es tan ignorante quien conoce su propia ignorancia, ni está tan peligrosamente enfermo quien siente su enfermedad.

No queda, pues, que objetarseme [991] otra cosa sino la máxîma general y vaga de que hay verdades que no se pueden decir. Pero responderé solamente que esta es la primera ley del Código del Reyno del Engaño y la Mentira, sito en Cosmosia; como testifica Mr. Ennous en una carta que aun no he publicado. En efecto, me parece esta una máxîma diabólica, propia solo para paliar y sostener todo error de alguna importancia; porque jamas estas verdades que no se pueden decir, serán otras que las que á cada uno en particular nos acomode que se callen, por mucho que importe á los demas su conocimiento. Ahora; si lo que se quiere dar á entender es que no se pueden decir, porque el que las diga cargará seguramente con todos los males anexos en este mundo al amor y á la defensa de la verdad; eso es otra cosa; hasta ahí ya estamos.

Si, por ultimo, se me acusáre de que me he dexado llevar de la ira, [992] (que seguramente me la habrá inspirado mi zelo) responderé, que aunque asi sea, ¿qué inconveniente hay en ello? ¿qué falsedad me ha hecho decir? ¿qué ley, qué precepto he quebrantado por ella? ¿á que otro puede ella haber sido perjudicial sino á mí? ¿á quién con ella he injuriado? ¿á nuestros Apologistas? Pero se me representa tan sumamente grave el mal que con sus apologías nos hacen, que me parece no he podido andar mas moderado con ellos. En efecto, ¿qué es lo mas agrio que contra ellos he dicho? Esto: “que la mayor prueba de nuestra ignorancia en las artes y en las ciencias, era que semejantes libros (los de algunos Apologistas) tuviesen alguna aceptacion, y no fuesen publicamente silvados ellos y sus autores.” Pues ahora, pongase en mi lugar otro qualquiera escritor, el mas manso y mas pacifico de los hombres: tome la pluma para atajar del modo posi- [993] ble los daños que á su nacion hacen semejantes apologías: lea en ellas ademas de lo alli dicho, que Grecia y Roma tuvieron acaso pintores y archîtectores iguales á algunos dé los nuestros (no ciertamente de los mejores) pero (y esto sin acaso) superior ninguno; y otras mil cosas á este aire: considere que cosa será hacer burla de una nacion si esto no es hacerla; y por poco que este escritor la ame, por poco que sienta sus males, por poco que le duelan sus injurias y la ignominia á que es expuesta, no podrá seguramente decir menos que yo dixe. Para andar mas moderado, seria menester ciertamente fuese este un escritor de esos, que no teniendo en mira nada menos que la pública utilidad, no procuran sino estar bien, y tener buena armonía con todos sus cofrades ó escritores de su gremio: que no hablan segun lo que sienten, ó hablan contra lo mismo que sienten: que aspirando en fin á imponer un [994] censo, ó teniéndole ya impuesto, sobre la ignorancia comun, con cuyos gruesos reditos, y sin otras rentas, se mantengan muy decentemente, y tal vez añadan onza de plata á onza de plata hasta juntar muy muchas; nada temen sino perder esta finca, y para mantener su posesion, alaban indiferentemente ó á troche y moche á toda suerte de escritores participes en el mismo censo; pero no á aquellos que se lo pudieran hacer perder extinguiendo en todo ó en parte su unica hipoteca especial. Contra estos es solamente contra quienes se suele explicar el ardiente zelo de semejantes escritores por el adelantamiento de las letras, y por la gloria y la prosperidad de su patria. Mas un escritor cuyas principales miras sean la utilidad comun: un escritor que tome el camino que yo he tomado, en el qual debiendo precisamente tropezar con el odio y execracion de todo lo poderoso y temible que puede haber en [995] un Estado, qualquiera conoce muy bien que no es el camino de las riquezas los puestos y los honores: un escritor que no aspire sino á aquella pequeña parte de gloria que le toque por decir á su nacion las verdades que crea importantes y las que tal vez no habrá oido ella de boca de ninguno de sus autores; (y digo pequeña parte de gloria, lo uno porque toda la restante pertenecerá sin duda al que se las permita decir; y lo otro porque qualquiera que se resolviese á sacrificarlo todo seria capaz de hacer otro tanto) un tal escritor, vuelvo á decir no podia seguramente en iguales circunstancias ser mas comedido que yo he sido.

La verdad es, que mi pulla contra los Apologistas, la qual como una importuna mosca me incomodaba demasiado hasta que pude soltar se fue á entrar derechamente en la redonda boca del Señor Redondo, que, al parecer, era el ultimo que la [996] habia abierto, para apologizarnos; y hubo de levantarle de tal manera el estomago que le hizo hacer un asqueroso vomito de redondas falsedades, de redondísimas imposturas, y de calumnias como el puño, revuelto todo en la mas espesa y negra bilis. No es otra cosa su Carta. Registrese sin pasion, y se verá como su fin no ha sido otro que acriminar todas mis proposiciones, interpretar malignamente todas mis clausulas dandolas el peor sentido posible y sacarme á cada pagina por reo contra la Nacion, contra el Govierno ó contra la Religion. No se puede dudar que es grande y muy grande la ignorancia del Señor Redondo; pero es mucho mayor sin comparacion su malicia. En fin, yo no sé que cosa sea un libelo famoso, si su Carta no lo es.

Mas no por esto se piense que me quexo de los que la han a probado para que saliese á luz: por el contrario es doy, aunque no se quienes son, [997] las mas expresivas gracias; y lo digo muy de veras y sin ironia alguna. Yo veo tantas utilidades en la libertad de la prensa, que si por mi fuese, no dexaria de imprimirse cosa que no fuese abiertamente contraria á la Religion ó á las Regalias de su Magestad contra las que no obstante hay tanto impreso. No es ahora ocasion de hablar de ello: pero considerese solo quanto peor no seria para mi el que el Señor Redondo se hubiese contentado con hablar en esas tertulias en esas tiendas y librerias, como hacen tantos otros redondos, por no decir otra cosa. ¿Cómo podria yo refutar quando lo tubiese por conveniente, estas secretas acusaciones sin saber en que se apoyaban? ¿Cómo de otra manera podria hacerse ver, segun me sospecho habrá alguno que lo haga, que el Señor Redondo no es mas que un manifiesto é injusto calumniador? ◀Ebene 3

Yo no determino hacerlo, por lo que he dicho al principio mayor-[998]mente quando su Carta debe avergonzarle á él solo. Baste lo dicho para satisfacer la ansia con que muchos de mis lectores han exigido de mí una respuesta. Solo me parece conteniente añadir aqui dos cosas: la primera que tengan desde luego entendido mis lectores que es falsísimo el que yo haya dicho que no tenemos mas libro bueno que el Don Quixote de Cervantes; y asimismo el que yo haya pretendido defender seriamente á Mr. Masson. La otra: que tenga entendido el Sr. Redondo, por si es que a caso pretende ponerme miedo, que mientras me sea permitido, no cesaré hasta hacer callar, si puedo á tanto engañoso Apologista, de clamar á mi Nacion, y decirla como Isaías:Ebene 3► Zitat/Motto► 1 Popule meus qui te beatum dicunt ipsi te decipiunt et viam gressuum tuorum dissipant. Mi-[999]ra Puebo mio, que los que te llaman dichoso bienaventurado, esos son los que te engañan y te aparten del camino verdadero de tu felicidad. ◀Zitat/Motto ◀Ebene 3 ◀Metatextualität ◀Ebene 2 ◀Ebene 1

1Proph. Isaiae cap. 3. v. 12.