El Censor: Discurso LV

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Discurso LV

Citazione/Motto

Miotaque cum ueris passim commenta uagantur
Millia rumorum . . . . .
Hi narrata ferunt alio: mensuraque ficti
Crescit; et auditis aliquid nouus adjicit auctor.

Ovid. Metam. XII. v. 54.

Con la verdad mezclados mil rumores
Inciertos, se divulgan por momentos.
Corren de boca en boca: la mentira
Con esto à cada paso vá creciendo;
Y cada uno que cuenta lo que ha oído,
Le añade de su casa algo de nuevo.

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Esempio

Sin embargo de las dilatadas cenas que Cesar solia echar en cara à Catón, apenas hay personage, cuya integridad y pureza de costumbres hayan sido mas encarecidas de toda la antiguedad. Lucano fue uno de los que mas le celebraron. El elogio, que de él hace en el segundo libro de la Pharsalia, no fuera indigno de los mayores Heroes del Christianismo: y sobre todo es de suma fuerza, y energía la razon, por la que afirma no ser licito saber de qué parte habia estado en las guerras civiles la justicia, en aquellos verbos del primer libro

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Citazione/Motto

. . . . . Quis justius induit arma,
Scire n fas. Magno se judice quisque tuetur:
Victrix causa Deis placuit, sed uicta Catoni. Como que solo el voto de Catón era poderoso para contrarrestar à toda la autoridad de los Dioses.
Pero una cosa que à mi parecer le hace aun mas honor que todo esto, es un pasage que refiere Plutarco. En un caso, en que segun derecho se necesitaban, para que hubiese prueba legitima dos testigos, solo se producia uno. Y como el Orador, ò Patrono de la parte à quien este favorecia, insistiese en su integridad, ponderando lo fidedigno que era, le interrumpió el Pretor diciendole, que en donde la Ley exigía dos, no se contentaría con uno, aunque este uno fuese el mismo Catón. Esta expresion en la boca de un Magistrado, que se hallaba à la cabeza de un Tribunal respetable, y en un tiempo en que aun vivia Catón, da una idea muy alta de la reputacion de veráz, que este grande hombre se habia adquirido entre sus contemporaneos. Y esta reputacion le es tanto mas gloriosa, quanto una veracidad à toda prueba es acaso la mas rara de todas las virtudes.

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No quiero hablar de los embusteros de profesion: esto es, de aquellos en quienes la costumbre de mentir, para usar de una expresion de San Agustin, vino à ser naturaleza; que mienten sin fin, sin causa, sin motivo alguno, y unicamente por mentir. Mas aun prescindiendo de estos, ¡qué pequeño es el numero de personas exacta, y constantemente veraces en todas materias, y principalmente quando su interés se opone à su sinceridad! ¡Qué de pasos que no se han dado, qué de diligencias que no se practicaron, qué de propinas, gratificaciones y regalos que no se hicieron, no se leen en las cartas de Procuradores, Agentes, y toda suerte de encargados de negocios agenos! ¡Qué de vestidos, qué de zapatos, qué de muebles de todos generos no llevan nuestros Artesanos à los que los encargaron, mucho antes de que empiecen à fabricarlos! ¡Qué de perdidas no sufren en todo quanto venden los Mercaderes mas interesados, y mas inflexibles! ¡Qué de cosas no hicieron, qué de estorvos no tuvieron que vencer toda suerte de valedores por sugetos de que no se acuerdan, sino quando los ven, ò quando se hallan precisados á tomar la pluma para contextar à alguna recomendacion! ¡Qué de vicios, qué de defectos no padece, qué de acciones indignas no ha cometido todo pretendiente de qualquiera empleo ò dignidad que sea, en la boca de los demás que solicitan el mismo puesto! Y con todo eso seríamos aun felíces, si solo el interés fuese poderoso para hacer mentirosos à la mayor parte de los hombres. Pero hay otras muchas causas, à cada una de las quales son poquisimos los que resisten. ¿Quién pensaría que este deseo tan natural à todos de adquirirse la estimacion de los demás, y distinguirse de ellos, que tan util pudiera ser al genero humano si emplearamos los verdaderos medios para conseguirlo, fuese al contrario la fuente de una infinidad de embustes, y de embustes los mas perjudiciales de todos? No obstante, ello es asi. Para procurarnos esta estimacion, y distinguirnos de los demás, nos parece medio mas facil deprimir, quanto nos sea posible, su merito, que hacer esfuerzos para elevarnos sobre ellos, aumentando el nuestro por el mayor cultivo de nuestros talentos, y por el mas exacto cumplimiento de nuestras obligaciones. De aqui este gran numero de calumnias, y de falsos testimonios con que nos despedazamos unos à otros. Por otra parte, como ninguno hay que no se crea interesado en la depresion de los otros; quanto cede en deshonor, y vituperio del proximo, todo es recibido ansiosamente. Asi es, que al mismo paso que convienen todos en abominar la maledicencia, y en mirar con horror à los maldicientes, son muy raros los que poco ò mucho no están inficionados de este vicio, y mucho menos los que no le promueven por la atencion que prestan à los que le padecen, y por lo que celebran sus dichos, que solo suelen ser agudos porque son malignos. Esta atencion, y esta celebridad es de tan grande influxo, que hay sugetos à quienes considerables intereses no obligarían à decir una cosa por otra, y que sin embargo no resisten à esta tentacion. ¿Qué digo yo no resisten? Al gusto de hacerse escuchar sacrificarán sus mayores amigos, y sus propias conveniencias. Es increible el déléyte, que sienten los hombres en tener pendiente de su labio à todo un corro. Y si à este deleyte se junta la vanidad de pasar por hombre instruído en los secretos de las familias, y de ser tenido por sugeto de penetracion, de buenas correspondencias y noticias, y à quien sucedieron cosas extraordinarias, tendremos dos incentivos, à que hay apenas uno entre muchos millares de hombres, que no ceda, y à que deben el sér otro gran numero de estas historietas, que corren en descredito del proximo, casi todas las novedades falsas, que se esparcen, y todos los casos prodigiosos, que andan en la boca del Vulgo. Algunos hay à quienes no el interés, no la malignidad, no la vanidad, y sí solamente una verguenza mal entendida hace embusteros. Quanto oyen, otro tanto creen sin examen, y refieren despues como constante. ¿Ponelo tal vez alguno en duda? Ellos mismos lo vieron por sus propios ojos, ò lo oyeron à las personas mas fidedignas. ¿Oponeseles la inverisimilitud, ò la imposibilidad del hecho? Vístenle luego de mil circunstancias de su invencion, que le hagan mas creible. Y todo esto no con otro fin, que por no reconocer su ligereza, ni confesar su excesiva, y ridicula credulidad. Pero lo mas admirable en esta materia es, que apenas hay hombre, que aun sin mentir, no sea autor de mil mentiras. Las pasiones, de que ninguno deja de estár poseído à favor de un partido, de un cuerpo, de su patria, de sus amigos, hacen ver los objetos de otro modo que ellos son. Aun sin esto son muy contados los que saben usar de sus ojos, y sus orejas, y muchos los que lo ven, y lo oyen todo al revés. La significacion de cada palabra varía infinitamente, segun el tono con que es pronunciada, segun el ayre del semblante, segun el gesto, y la accion que la acompaña; y los mas no advierten estas menudencias. Asi que en llegando à la tercera boca no hay suceso, que no haya recibido considerable alteracion. La experiencia, que de todo esto tengo, es causa de que yá no atienda jamás à ninguno de los cuentos, noticias, y sucesos, que hacen el asunto de las conversaciones ordinarias. Me he habituado à esto de tal modo, que quando mas atento me creen, ni una palabra, que sé de lo que se está hablando, y no estoy ocupado sino con mis propias ideas. De algunos Discursos he trazado el plan, mientras que la mano en la mexilla, apoyado el codo sobre la mesa de un Café, e hincado el pecho contra la orilla, estaba un hablador encantado de verme asi, imaginandose sin duda, que el placer con que le escuchaba me hacia insensible à la incomodidad de mi postura. De manera, que esta observacion, no solo me ha libertado de un gran numero de errores, sino tambien de un gran desperdicio de tiempo.

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Eteroritratto

Pero un amigo tengo, que halló modo de aprovecharse mucho mas de ella. El conocimiento, de que no hay un adarme de verdad en quanto se habla, le ha valido nada menos, que muy gruesas sumas. Quando oye alguno, que habla mal de otro, ò critíca con aspereza alguna accion suya, le verán que al instante toma, aunque con mucha dulzura, su defensa, procurando darla alguna interpretacion favorable, ò escusar la intencion, ò disculparla por algun otro medio, que su imaginacion le sugiere. Rara vez sucede, que el otro no se enardezca con esto, y que para sostener su dicho, y apoyar su acusacion no cite luego una multitud de ruindades, y acciones semejantes, pero del todo indisculpables, que le atribuye, y comprueba con testimonios al parecer irrefragables. Quando tiene à su antagonista en este estado, pone inmediatamente mi amigo quanto se quiera, à que padece engaño. Generalmente, en viendo un hombre, que refiere algun suceso con mucho calor, y le apoya con grandes autoridades, apuesta luego todo su caudal à que no es asi, y jamás se verifica que pierda. La guerra pasada es increible quánta ganancia le ha dado. Pocos Corsarios hubo, à quienes hubiese valido mas. No corrió bola en Madrid que no fuese para él de un producto considerable. Ni aun dexó de interesarse en las mismas noticias, que salieron ciertas. Posee el secreto de enardecer à un hombre en medio de su narracion, de manera, que mezcle en ella mil circunstancias, que desfiguran el suceso enteramente. Este es el momento, que escoge para sus apuestas. Y de esta suerte ha sido en ellas tan feliz, que ganó algunas, aun à aquellos que hacen vanidad de tener buenas correspondencias, y que pagan bien caro el gustazo de ser mal informados de todo lo que pasa primero que los demás. Un grave Moralista, en cuya presencia se habló el otro dia de este sugeto, y del raro arbitrio que habia imaginado para ganar dinero, lejos de asentir à los aplausos, con que los circunstantes celebraban su idea, manifestó el mayor desagrado. Y usando de toda la plenitud de su autoridad declaró ilicitas todas sus ganancias, condenandole à su total restitucion, à lo menos en todos los casos, en que no le habia sido perdonada la evidencia. Decia, que siendo tan grande la probabilidad, que llevaba à su favor en todas sus apuestas, faltaba aquella igualdad en que consiste la justicia de los contratos. Y esta doctrina la confirmaba con buen numero de textos, y autoridades. Yo no quiero por ahora meterme en este examen, ni embarazarme en una disputa, en que tal vez tendria que estrellarme con Escritores de muchisimas reverendas. Mas sea de ello lo que fuere, una cosa no puedo menos de decir, y es, que considerando las cosas à lo humano, y hablando, como suele decirse, de tejas abajo, sería muy en pro del publico que mi amigo tuviese muchos imitadores.
Si se examinan todas las penas, disgustos, y desazones que llenan la vida de amargura, se hallará, que la mayor parte no tiene otro principio, que estas calumnias, è imposturas que sembramos unos contra otros. Aun aquellas mentiras, que no pasan en la estimacion comun por perjudiciales, y que distinguimos con los nombres de jocosas y oficiosas, son causa, si hemos de creer al P. Feyjoó, de innumerables y considerabilisimos daños y perjuicios que le hacen desear hubiese un freno, que en todos asuntos reprimiese esta propension, que tenemos de engañarnos mutuamente. ¿Y qué freno mas aproposito, que el miedo de una apuesta, que no solo descubra el embuste con ignominia del autor, sino que tambien le haga sufrir la pena en su bolsillo? Las leyes civiles à las quales aquel Escritor parece pedir este freno, puesto que fuera este asunto en que debiesen mezclarse, ¿podrían imaginar otro arbitrio de igual eficacia? No obstante, los que quisieren usar de él deberían proceder con mucha circunspeccion, no fuese que la ansia de enriquecerse los precipitase tal vez en lances demasiadamente pesados, y resucitase la antigua usanza de terminar semejantes disputas. En sus apuestas podría entrar quanto oro, ò plata se quisiese. Pero deberían cuidar mucho, de que no entrase la menor dosis de azero.