Discurso LXXVI Anonym (García de Cañuelo, Luis; Pereira, Luis Marcelino) Moralische Wochenschriften Klaus-Dieter Ertler Herausgeber Martin Fürlinger Mitarbeiter Elisabeth Hobisch Mitarbeiter Julia Obermayr Mitarbeiter Birgit Peking Mitarbeiter Sarah Lang Gerlinde Schneider Martina Scholger Johannes Stigler Gunter Vasold Datenmodellierung Applikationsentwicklung Institut für Romanistik, Universität Graz Zentrum für Informationsmodellierung, Universität Graz Graz 14.08.2019 o:mws-103-433 Anonym: El Censor. Obra periodica. Madrid: 1781-1787, 151-165 El Censor 4 076 1785 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief Graz, Austria Spanish; Castilian Sitten und Bräuche Costumi Manners and Customs Costumbres Mœurs et coutumes Costumes e Tradições Religion Religione Religion Religión Religion Religião Spain -4.0,40.0

Discurso LXXVI

Nemo ex illis, quos purpuratos uides, felix est, non magis quam ex illis, quibus sceptrum & chlamidem in scena fabulae assignant, cum praesente populo elati incesserunt, & cothurnati, simul exierunt, excalceantur, & ad staturam suam redeunt.

Senec. Epist. LXXVI. sub fine.

Ninguno de esos que ves cubiertos de purpura es felíz: asi como el comediante cuyo papel pide cetro y manto real, parece delante del pueblo magestuosamente y con coturno; pero luego que se retira, se descalza y vuelve á su estatura natural.

Señor Censor;

Muy Señor mio: he asistido pocos dias hace á bien morir á cierto Personage: y un moribundo es un espectáculo que en el hombre mas frivolo excita á pesar suyo los pensamientos mas sérios. Considere Vm. pues, quáles deben haber sido los mios, teniendo en mi presencia un hombre, que atormentado de los dolores mas crueles: inquieto y acongojado sobre la suerte que le aguardaba en el nuevo estado en que á pocos instantes iba á entrar: reducido en fin á morir, como el individuo mas miserable de su especie; se oía entretanto nombrar con los titulos mas magnificos, y preguntar gravemente: si sentia algun alivio su Ex-celencia? Puede ser que me engañe, y que sin que me acuerde de ello las haya leido en alguna parte; pero habiendo puesto en orden y trasladado al papel las reflexîones, que hice con esta ocasion, creí hallar en ellas alguna novedad, y que no serían indignas de ocupar por un rato la atencion de los lectores de Vm. que no es razon que siempre rian.

Sin duda que nada hay que nos sea mas natural que el deseo de elevarnos sobre los demás, y el deleitarnos con la superioridad que por qualquiera titulo nos corresponda respecto de otros. Ni absolutamente hablando puede condenarse esta pasion, que no distinguiendose en el fondo de la inclinacion á la felicidad que el mismo Dios puso en cada uno de nosotros, y que es esencial á toda inteligencia; no puede menos de ser en sí buena, y nos sería ciertamente tan ventajosa, como por lo comun nos es perjudicial, si por un error el mas torpe no torcieramos á cada paso su direccion, procurando distinguirnos por las cosas mas frivolas, y que menos influxo tienen en nuestro verdadero engrandecimiento.

Toda la superioridad que un hombre puede tener respecto de otro hombre, se reduce precisamente á la posesion de algunos bienes de que aquel carezca: y estos bienes pueden ser ó del alma, ó del cuerpo, ó bienes de fortuna. Apetécense estos con mucho mas ardor que aquellos y que los otros, y aparecen á los ojos del mundo con mucho mas brillo. No obstante, los primeros que consisten en el conocimiento de la verdad y en la práctica de la virtud tienen una relacion tan estrecha con nuestra naturaleza, la ennoblecen y perfeccionan de tal modo, y se unen tan intimamente con nosotros, que la superioridad que en ellos se funda es sin duda muy real y debe sernos muy apreciable. Los segundos, que se reducen principalmente á la salud, á la fuerza, á la agilidad, á la hermosura, nos tocan tambien muy de cerca y contribuyen en gran manera á la perfeccion de nuestra naturaleza; mas como pertenecen á la parte menos principal y menos digna de nuestra atencion; aunque muy estimables por cierto, deben serlo no obstante infi-nitamente menos, que los primeros. Por lo que toca en fin á los bienes de fortuna, que consisten en un nacimiento ilustre, en los honores, en las riquezas, son estas unas cosas que tienen con nosotros una relacion tan remota y que con tan poca propiedad podemos llamar nuestras, que si merecen algun aprecio, es solo en quanto suponen la posesion de las otras especies de bienes ó son un instrumento para adquirirla.

En efecto no puede negarse que los bienes de fortuna pueden servir de mucho para perfeccionar, y enriquecer el espíritu. Facilitan la adquisicion de muchos conocimientos, y su uso puede dar exercicio á muchas virtudes. A demás de esto, como el camino natural de los honores y de las riquezas es la virtud y la sabiduria, se presume ésta en todo aquel que ha llegado á obtenerlas. Los titulos de honor, que se atribuyen á los diferentes empleos y dignidades, no tienen ciertamente otro principio.

La reverencia debida á la integridad y santidad de vida, á la prudencia y demás prendas de que se presume dotado un Prelado Regular, es lo que le hace aplicar el epíteto de Reverendísima. Dase el titulo de Ilustrísimo á un Obispo, porque se supone no hubiera sido elevado á esta dignidad, sino se hubiera hecho tal por la pureza de sus costumbres, por su mansedumbre, por su sabiduria. Atribuyese la Eminencia á los Cardenales, que no se cree haber llegado á tanta elevacion sino por la de su doctrina, la de sus virtudes, y la de los servicios que han hecho á la religion. Llamamos en fin Excelentísimo á aquel que levantado á los primeros empleos civiles ó militares de una nacion, suponemos haberse hecho digno de ellos por un valor, una pericia en su profesion, una prudencia, una ilustracion singular y bien acreditada: ó á aquel que nacido en una fa-milia fecunda en heroes, que pueden servir de modelos á su imitacion, presumimos emulará su virtud, y excederá como ellos en generosidad al resto de los hombres.

Considerados á esta luz estos titulos y las demás señales de respeto que los acompañan, no hay duda que si los honores en este mundo no fuesen dispensados con tanta injusticia, si el vicio no se hubiese facilitado la entrada en aquel templo en que solo debia ser admitido el verdadero y sólido merito, serían una satisfaccion no indigna del todo de una criatura racional. Porque serían siempre una expresion de los verdaderos sentimientos de quien los tributase, y un testimonio de la superioridad de virtud y de talentos que reconoceria en aquel á quien los rindiese. Y aunque la aprobacion del Arbitro Supremo del universo debe ser nuestro único objeto, como que es él unicamente quien por una parte es bastantemente sabio para conocer nuestro fondo, y juzgar con rectitud de nuestras acciones, y por otra bastante poderoso para recompensarlas dignamente; no se puede negar con todo eso que el buen testimonio que dán los hombres de nuestro merito, quando es sincero, quando no es el fin que principalmente nos proponemos, conduce en gran manera á nuestra felicidad. Asi que por igual razon no es estraño que estas demostraciones de respeto sean tambien muy agradables á todo aquel que realmente las merece, correspondiendo con sus obras á lo que pide la situacion en que se halla y exige el papel que representa en el teatro de este mundo.

Pero lo que es ciertamente admirable y del todo incomprehensible es que pueda complacerse en ellas el que con sus hechos está continuamente destruyendo la presuncion que á su favor inducen los honores y dig-nidades que goza. Un hombre que no se porta sino como pudiera el mas infimo ciudadano, que en nada se distingue de él, sino es acaso en los males de que es causa, y que se está oyendo llamar sin embargo Excelentísimo; ¿cómo es posible que tome este tratamiento por una señal de respeto, y no mas bien por una burla, por un insulto, ó á lo menos por una correccion indirecta ó una insinuacion de lo que debiera ser? Es preciso para que lo crea efecto de una verdadera veneracion, que se imagine engañar á quantos le rodean, y que los tenga por otros tantos insensatos. Y en este caso, ¿en qué se diferencia para él su respeto del de una estatua, á la qual por medio de un muelle hiciese yo doblar la rodilla en mi presencia?

Aun esta estatua no llegaria en ningun tiempo á conocer mi pequeñez, y mi imperfeccion: no se levantaria sobre mí jamás; y estaria yo cierto de que mientras no se descompusiese la maquina, gozaria de su aparente rendimiento. Pero vendrá un dia que rectifique el desorden con que en este mundo están repartidos los bienes de fortuna, y que coloque á cada uno en el puesto que le corresponde segun su merito. Triunfará entonces la virtud hoy despreciada y oprimida, y el vicio que hoy triunfa será abatido. Verdad, que quanto es aproposito para consolar á los que pasan esta vida en el abatimiento y la miseria, tanto debe ser terrible para los que en ella ocupan lo alto de la rueda. Reflexîon, que deberia empeñarlos en no omitir esfuerzo, ya que no para adelantarse en el otro mundo todo lo posible, á lo menos para conservar en él el puesto que en éste tienen, y en exceder acá en virtud, como exceden en dignidad á sus inferiores, para que estos no sean levantados sobre ellos en aquel dia en que ha de fixarse la distincion para toda la eternidad.

En efecto si la vida es, como la llama en varios parages la Escritura, y como hasta entre los mismos gentiles nos la representan muchos filosofos, un transito, una peregrinacion: y si su duracion es un momento, es nada en comparacion de la de toda nuestra existencia; ¿qué cosa mas absurda que contentarnos con ser felices mientras dura, y descuidar de lo que despues ha de ser de nosotros? qué esforzarnos para obtener una superioridad aparente respecto de nuestros compañeros en el viage, para perderla luego que lleguemos á el término, y ser entonces alta y muy realmente supeditados por aquellos mismos á quienes hemos menospreciado y oprimido por un brevisimo tiempo?

La idéa sola de un cambio semejante parece capáz de hacer temblar á todo hombre á quien la opulenica y grandeza humana no haya hecho perder enteramente el uso de la razon. Pero hay un pasage en el libro de la Sabiduria, en el qual se describe esta mudanza con tal energía y se pinta con tal viveza de colorido la elevacion que espera en la otra vida á los hombres virtuosos, y la sorpresa y turbacion que causará en los que eran acá sus superiores, que no podré concluir esta carta con cosa mas aproposito para hacer entrar en sí mismos á los magnates del mundo; para darles á conocer la nada de su grandeza, y quán despreciables, quán funestas son para ellos mismos esas bendiciones temporales que asi los engríen, sino las hacen servir para la adquisicion de aquellos otros bienes que solos pueden asegurarnos una felicidad duradera, y á los quales podemos unicamente mirar como propios. Ya que son necesarias en este mundo la subordinacion y las gerarquías; ¡qué dichoso no sería el género humano si los poderosos entendieran esta gran verdad, y advirtieran que el medio unico de realizar y perpetuar su grandeza, es distinguirse en la beneficencia para con aquellos á quienes sin duda para probar su corazon y dar exercicio á sus virtudes, puso en un estado inferior al suyo la Providencia!

Levantaránse entonces, dice quien quiera que sea el inspirado Autor de la Sabiduria:Sapient. cap. 5. vers. 1. & seqq. Levantaránse entonces los Justos con grande esfuerzo contra los que los afligieron y usurparon el fruto de sus trabajos. Llenaránse éstos de turbacion y de un miedo horrible, y se admirarán al ver su repentina y inesperada exâltacion, diciendo entre sí arrepentidos, y gimiendo, lleno de amargura su corazon: estos son aquellos que fueron un tiempo el objeto de nuestra irrision, y á quienes tuvimos por exemplos de improperio. Insensatos de nosotros que á su vida la juzgabamos locura, y á su muerte vergonzosa. He aquí como son contados entre los hijos de Dios; y como su herencia es con los Santos. Con que nos hemos extraviado del camino de la verdad: la luz de la justicia no nos alumbró, ni nació para nosotros el sol de la sabiduria. Nos hemos fatigado en el camino de la iniquidad; anduvimos por sendas asperas, y hemos ignorado el camino del Señor. ¿De qué nos ha servido nuestra sobervia? ¿O qué hemos sacado de la ostentacion de nuestras riquezas? Pasó todo aquello como la sombra, ó como un correo que camina apresurado: y como la nave que corta el agua fluctuante, de la qual en pasando no es posible hallar vestigio, y que no dexa en las ondas señal alguna de su ruta. O como el ave que vuela por los aires sin que quede indicio de su paso: solo se oye el ruido de sus alas que hienden el aire leve, y le cortan con violencia; pasa batiendolas, y no se halla despues señal de su camino. O como la saeta disparada al blanco; el aire que divide vuelve á juntarse inmediatamente sin que pueda conocerse por donde pasó. Asi nosotros no hemos nacido mas presto que hemos dexado de existir: no hemos podido dar la menor muestra de virtud; y hemos sido consumidos en nuestra malignidad.

Discurso LXXVI Nemo ex illis, quos purpuratos uides, felix est, non magis quam ex illis, quibus sceptrum & chlamidem in scena fabulae assignant, cum praesente populo elati incesserunt, & cothurnati, simul exierunt, excalceantur, & ad staturam suam redeunt. Senec. Epist. LXXVI. sub fine. Ninguno de esos que ves cubiertos de purpura es felíz: asi como el comediante cuyo papel pide cetro y manto real, parece delante del pueblo magestuosamente y con coturno; pero luego que se retira, se descalza y vuelve á su estatura natural. Señor Censor; “Muy Señor mio: he asistido pocos dias hace á bien morir á cierto Personage: y un moribundo es un espectáculo que en el hombre mas frivolo excita á pesar suyo los pensamientos mas sérios. Considere Vm. pues, quáles deben haber sido los mios, teniendo en mi presencia un hombre, que atormentado de los dolores mas crueles: inquieto y acongojado sobre la suerte que le aguardaba en el nuevo estado en que á pocos instantes iba á entrar: reducido en fin á morir, como el individuo mas miserable de su especie; se oía entretanto nombrar con los titulos mas magnificos, y preguntar gravemente: si sentia algun alivio su Ex-celencia? Puede ser que me engañe, y que sin que me acuerde de ello las haya leido en alguna parte; pero habiendo puesto en orden y trasladado al papel las reflexîones, que hice con esta ocasion, creí hallar en ellas alguna novedad, y que no serían indignas de ocupar por un rato la atencion de los lectores de Vm. que no es razon que siempre rian. Sin duda que nada hay que nos sea mas natural que el deseo de elevarnos sobre los demás, y el deleitarnos con la superioridad que por qualquiera titulo nos corresponda respecto de otros. Ni absolutamente hablando puede condenarse esta pasion, que no distinguiendose en el fondo de la inclinacion á la felicidad que el mismo Dios puso en cada uno de nosotros, y que es esencial á toda inteligencia; no puede menos de ser en sí buena, y nos sería ciertamente tan ventajosa, como por lo comun nos es perjudicial, si por un error el mas torpe no torcieramos á cada paso su direccion, procurando distinguirnos por las cosas mas frivolas, y que menos influxo tienen en nuestro verdadero engrandecimiento. Toda la superioridad que un hombre puede tener respecto de otro hombre, se reduce precisamente á la posesion de algunos bienes de que aquel carezca: y estos bienes pueden ser ó del alma, ó del cuerpo, ó bienes de fortuna. Apetécense estos con mucho mas ardor que aquellos y que los otros, y aparecen á los ojos del mundo con mucho mas brillo. No obstante, los primeros que consisten en el conocimiento de la verdad y en la práctica de la virtud tienen una relacion tan estrecha con nuestra naturaleza, la ennoblecen y perfeccionan de tal modo, y se unen tan intimamente con nosotros, que la superioridad que en ellos se funda es sin duda muy real y debe sernos muy apreciable. Los segundos, que se reducen principalmente á la salud, á la fuerza, á la agilidad, á la hermosura, nos tocan tambien muy de cerca y contribuyen en gran manera á la perfeccion de nuestra naturaleza; mas como pertenecen á la parte menos principal y menos digna de nuestra atencion; aunque muy estimables por cierto, deben serlo no obstante infi-nitamente menos, que los primeros. Por lo que toca en fin á los bienes de fortuna, que consisten en un nacimiento ilustre, en los honores, en las riquezas, son estas unas cosas que tienen con nosotros una relacion tan remota y que con tan poca propiedad podemos llamar nuestras, que si merecen algun aprecio, es solo en quanto suponen la posesion de las otras especies de bienes ó son un instrumento para adquirirla. En efecto no puede negarse que los bienes de fortuna pueden servir de mucho para perfeccionar, y enriquecer el espíritu. Facilitan la adquisicion de muchos conocimientos, y su uso puede dar exercicio á muchas virtudes. A demás de esto, como el camino natural de los honores y de las riquezas es la virtud y la sabiduria, se presume ésta en todo aquel que ha llegado á obtenerlas. Los titulos de honor, que se atribuyen á los diferentes empleos y dignidades, no tienen ciertamente otro principio. La reverencia debida á la integridad y santidad de vida, á la prudencia y demás prendas de que se presume dotado un Prelado Regular, es lo que le hace aplicar el epíteto de Reverendísima. Dase el titulo de Ilustrísimo á un Obispo, porque se supone no hubiera sido elevado á esta dignidad, sino se hubiera hecho tal por la pureza de sus costumbres, por su mansedumbre, por su sabiduria. Atribuyese la Eminencia á los Cardenales, que no se cree haber llegado á tanta elevacion sino por la de su doctrina, la de sus virtudes, y la de los servicios que han hecho á la religion. Llamamos en fin Excelentísimo á aquel que levantado á los primeros empleos civiles ó militares de una nacion, suponemos haberse hecho digno de ellos por un valor, una pericia en su profesion, una prudencia, una ilustracion singular y bien acreditada: ó á aquel que nacido en una fa-milia fecunda en heroes, que pueden servir de modelos á su imitacion, presumimos emulará su virtud, y excederá como ellos en generosidad al resto de los hombres. Considerados á esta luz estos titulos y las demás señales de respeto que los acompañan, no hay duda que si los honores en este mundo no fuesen dispensados con tanta injusticia, si el vicio no se hubiese facilitado la entrada en aquel templo en que solo debia ser admitido el verdadero y sólido merito, serían una satisfaccion no indigna del todo de una criatura racional. Porque serían siempre una expresion de los verdaderos sentimientos de quien los tributase, y un testimonio de la superioridad de virtud y de talentos que reconoceria en aquel á quien los rindiese. Y aunque la aprobacion del Arbitro Supremo del universo debe ser nuestro único objeto, como que es él unicamente quien por una parte es bastantemente sabio para conocer nuestro fondo, y juzgar con rectitud de nuestras acciones, y por otra bastante poderoso para recompensarlas dignamente; no se puede negar con todo eso que el buen testimonio que dán los hombres de nuestro merito, quando es sincero, quando no es el fin que principalmente nos proponemos, conduce en gran manera á nuestra felicidad. Asi que por igual razon no es estraño que estas demostraciones de respeto sean tambien muy agradables á todo aquel que realmente las merece, correspondiendo con sus obras á lo que pide la situacion en que se halla y exige el papel que representa en el teatro de este mundo. Pero lo que es ciertamente admirable y del todo incomprehensible es que pueda complacerse en ellas el que con sus hechos está continuamente destruyendo la presuncion que á su favor inducen los honores y dig-nidades que goza. Un hombre que no se porta sino como pudiera el mas infimo ciudadano, que en nada se distingue de él, sino es acaso en los males de que es causa, y que se está oyendo llamar sin embargo Excelentísimo; ¿cómo es posible que tome este tratamiento por una señal de respeto, y no mas bien por una burla, por un insulto, ó á lo menos por una correccion indirecta ó una insinuacion de lo que debiera ser? Es preciso para que lo crea efecto de una verdadera veneracion, que se imagine engañar á quantos le rodean, y que los tenga por otros tantos insensatos. Y en este caso, ¿en qué se diferencia para él su respeto del de una estatua, á la qual por medio de un muelle hiciese yo doblar la rodilla en mi presencia? Aun esta estatua no llegaria en ningun tiempo á conocer mi pequeñez, y mi imperfeccion: no se levantaria sobre mí jamás; y estaria yo cierto de que mientras no se descompusiese la maquina, gozaria de su aparente rendimiento. Pero vendrá un dia que rectifique el desorden con que en este mundo están repartidos los bienes de fortuna, y que coloque á cada uno en el puesto que le corresponde segun su merito. Triunfará entonces la virtud hoy despreciada y oprimida, y el vicio que hoy triunfa será abatido. Verdad, que quanto es aproposito para consolar á los que pasan esta vida en el abatimiento y la miseria, tanto debe ser terrible para los que en ella ocupan lo alto de la rueda. Reflexîon, que deberia empeñarlos en no omitir esfuerzo, ya que no para adelantarse en el otro mundo todo lo posible, á lo menos para conservar en él el puesto que en éste tienen, y en exceder acá en virtud, como exceden en dignidad á sus inferiores, para que estos no sean levantados sobre ellos en aquel dia en que ha de fixarse la distincion para toda la eternidad. En efecto si la vida es, como la llama en varios parages la Escritura, y como hasta entre los mismos gentiles nos la representan muchos filosofos, un transito, una peregrinacion: y si su duracion es un momento, es nada en comparacion de la de toda nuestra existencia; ¿qué cosa mas absurda que contentarnos con ser felices mientras dura, y descuidar de lo que despues ha de ser de nosotros? qué esforzarnos para obtener una superioridad aparente respecto de nuestros compañeros en el viage, para perderla luego que lleguemos á el término, y ser entonces alta y muy realmente supeditados por aquellos mismos á quienes hemos menospreciado y oprimido por un brevisimo tiempo? La idéa sola de un cambio semejante parece capáz de hacer temblar á todo hombre á quien la opulenica y grandeza humana no haya hecho perder enteramente el uso de la razon. Pero hay un pasage en el libro de la Sabiduria, en el qual se describe esta mudanza con tal energía y se pinta con tal viveza de colorido la elevacion que espera en la otra vida á los hombres virtuosos, y la sorpresa y turbacion que causará en los que eran acá sus superiores, que no podré concluir esta carta con cosa mas aproposito para hacer entrar en sí mismos á los magnates del mundo; para darles á conocer la nada de su grandeza, y quán despreciables, quán funestas son para ellos mismos esas bendiciones temporales que asi los engríen, sino las hacen servir para la adquisicion de aquellos otros bienes que solos pueden asegurarnos una felicidad duradera, y á los quales podemos unicamente mirar como propios. Ya que son necesarias en este mundo la subordinacion y las gerarquías; ¡qué dichoso no sería el género humano si los poderosos entendieran esta gran verdad, y advirtieran que el medio unico de realizar y perpetuar su grandeza, es distinguirse en la beneficencia para con aquellos á quienes sin duda para probar su corazon y dar exercicio á sus virtudes, puso en un estado inferior al suyo la Providencia! Levantaránse entonces, dice quien quiera que sea el inspirado Autor de la Sabiduria:Sapient. cap. 5. vers. 1. & seqq.Levantaránse entonces los Justos con grande esfuerzo contra los que los afligieron y usurparon el fruto de sus trabajos. Llenaránse éstos de turbacion y de un miedo horrible, y se admirarán al ver su repentina y inesperada exâltacion, diciendo entre sí arrepentidos, y gimiendo, lleno de amargura su corazon: estos son aquellos que fueron un tiempo el objeto de nuestra irrision, y á quienes tuvimos por exemplos de improperio. Insensatos de nosotros que á su vida la juzgabamos locura, y á su muerte vergonzosa. He aquí como son contados entre los hijos de Dios; y como su herencia es con los Santos. Con que nos hemos extraviado del camino de la verdad: la luz de la justicia no nos alumbró, ni nació para nosotros el sol de la sabiduria. Nos hemos fatigado en el camino de la iniquidad; anduvimos por sendas asperas, y hemos ignorado el camino del Señor. ¿De qué nos ha servido nuestra sobervia? ¿O qué hemos sacado de la ostentacion de nuestras riquezas? Pasó todo aquello como la sombra, ó como un correo que camina apresurado: y como la nave que corta el agua fluctuante, de la qual en pasando no es posible hallar vestigio, y que no dexa en las ondas señal alguna de su ruta. O como el ave que vuela por los aires sin que quede indicio de su paso: solo se oye el ruido de sus alas que hienden el aire leve, y le cortan con violencia; pasa batiendolas, y no se halla despues señal de su camino. O como la saeta disparada al blanco; el aire que divide vuelve á juntarse inmediatamente sin que pueda conocerse por donde pasó. Asi nosotros no hemos nacido mas presto que hemos dexado de existir: no hemos podido dar la menor muestra de virtud; y hemos sido consumidos en nuestra malignidad.”