El Censor: Discurso XLVI

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Discurso XLVI

Citazione/Motto

In uitium ducit culpae fuga, si caret arte.

Horat. in Art. Poet. v. 31.

Si huimos sin juicio,
Damos huyendo de uno en otro vicio.

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Hubo un tiempo en que nuestros Oradores Sagrados no parecian tener otro asunto, que las escofietas y los peinados de las Damas. Hubo otro en que las comedias llevaban toda su atencion. Ahora no se oye sino clamar contra el atheismo y la incredulidad. El primero de estos asuntos no era, á la verdad, muy digno de ocupar enteramente la Cátedra del Espiritu Santo. Algo mas lo era el segundo, segun el lastimoso y horrible estado, en que ha llegado à ponerse nuestro teatro. Mucho mas que ninguno de los otros lo es, sin duda alguna, el tercero. ¿Pero no hay algun otro asunto, que en las circunstancias presentes, pida con mas instancia la atencion de los Ministros de la verdad? Lo hay ciertamente: y es un asunto, que sin embargo se halla del todo echado en olvido. Voy à tocar un punto muy delicado. Las piedras ván à levantarse contra mí. Voy à ser tenido de la parte mas temible de la Nacion, por un factor encubierto de la impiedad. No lo permita Dios. El sabe que el zelo de su gloria, y el de la Religion, que él mismo se ha dignado darnos sellada con la sangre de su hijo hecho hombre, es lo unico que me mueve en todo lo que voy à decir. Los verdaderos Chistianos, los Christianos ilustrados, los que no lo son precisamente porque lo han sido sus Padres, ò porque queman à los que no lo son; estoy cierto, de que me creerán, y me darán las gracias, por haberme atrevido à hablar claro y libremente en unas circunstancias tan criticas, en un tiempo en que es heregía todo lo que no es una ciega deferencia à las opiniones mas ridiculas.

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Apenas, vuelvo à decirlo, oigo un sermon sin una invectiva contra las máximas del siglo ilustrado, contra la erudicion de la moda, contra los Philosophos del tiempo; que es decir, contra el atheismo, y los atheistas, la incredulidad, y los incredulos. Mas no me acuerdo, de haber oido jamás en el Pulpito una sola palabra contra la supersticion. Con todo, la supersticion es un delito contra la Religion, igualmente que la incredulidad, un vicio, que reduciendola à meras exterioridades, y apariencias la enerva, la destruye, y la aniquila con tanta mas facilidad, quanto hiere mas la imaginacion, tiene un acceso mas facil en los animos, y un apoyo mas seguro en la ignorancia, y en la propension de los mas de los hombres à lo maravilloso. De manera, que si es un delito menos grave; es, à lo menos à mi entender, por esta causa incomparablemente mas pernicioso. Mas aun quando esto no fuera asi, hay sin embargo una razon, por la qual en nuestra peninsula debiera en el dia excitar con preferencia el zelo de nuestros Predicadores, y que debiera obligarlos à clamar si contra la impiedad, pero tambien y con mas frequencia, y vigor contra la supersticion. Es sin comparacion mas comun, y está infinitamente mas estendida, y mas arraygada. En efecto, ¿en dónde están esos incredulos? Bien puede ser que haya muchos; pero à lo menos à mí me ha sucedido con ellos lo que con los Duendes. Toda mi vida andube buscando uno de estos, y jamás tube la dicha de encontrarle. Porque ciertamente excitaba mi curiosidad la clara, y evidente demostracion que le habria persuadido à que no debe su existencia sino al acaso, y que con su cuerpo se acabará todo su sér. Pues yo à la verdad nada menos que una demostracion asi, necesitaria para privarme del consuelo que tengo en creer, que las miserias à que estoy sujeto en esta vida, serán recompensadas un dia con una felicidad completa y que durará siempre; por un sér infinitamente bueno y justo, que no me habrá hecho miserable sino para hacerme digno de aquella felicidad. Mas todo lo que he encontrado es algun necio, algun muñeco, que por una vanidad insensata, y por hacer creer, que ha leido libros que los demás no leen, y que ha visto tal vez por el aforro, habla sin saber de qué, de cosas de que no tiene la menor idéa, y sobre que no ha pensado en su vida, ni es capáz de pensar jamás. Y esto juzgo que es todo lo que hay entre nosotros, y el unico efecto que han producido esos libracos, que à escondidas se han introducido en la Nacion. Al contrario, los supersticiosos se hallan por todas partes. No yá algun otro; Pueblos enteros estienden ansiosamente su brazo para recoger al fin de la Misa la bendicion del Sacerdote, que creen se les escapará sin este cuidado. Pueblos enteros corren à este, ò al otro Santuario, obligados de la creencia en que están de que sino ván en vida, serán precisados à ir despues de muertos. Pueblos enteros : : : : : Mas estas son supersticiones, que solo se hallan en el infimo Vulgo. Hay otro Vulgo que comprehende un sin numero de Mercedes, muchisimas Señorías de pelo entero, muchas Excelencias, y aun tambien otros tratamientos, que no parecia posible comprehendiese; en el qual se hallan otras infinitas supersticiones, de las quales, si bien algunas necesitan de una observacion atenta, no por eso dexan de serlo. El culto debido unicamente à la Magestad de Dios, se tributa à los Santos, que aunque Santos de Dios, y como tales dignos de nuestra veneracion y nuestros cultos, al fin son criaturas, y no pueden sin supersticion ser igualados à su Criador. El que se rinde vulgarmente à las Imagenes, ¡quán ageno es del espiritu con que la Iglesia las venera! ¡Quánto se mezcla de idolatría en esta mayor devocion à la Divina Pastora, que à la Peregrina, ò à la Peregrina, que à la de la Leche! ¡Al San Antonio de Piedra, que al de San Francisco el grande, ò à este, que al de los Portugueses! Entiendo muy bien como un titulo de la Virgen, ò uno de los misterios de su vida, puede mover à mas devocion que otro. Tambien comprehendo, como una Imagen por mas expresiva, ò por otra razon podrá excitar mas la devocion de los fieles, y como invocado delante de ella un Santo, con mas fervor podrá lograr de Dios un mayor numero de favores y prodigios. Comprehendo todo esto, y veo por consiguiente, que de la preferencia de una Imagen à otra no se debe inferir al instante una verdadera idolatría; pero una observacion atenta me ha enseñado, como enseñará sin duda à qualquiera que se tome el trabajo de hacerla, que esta preferencia en los mas es efecto de un puro capricho, yá por sí dificil de escusarse de supersticion; y que hay muchos que imaginan en las Imagenes un no sé que de divino, que independientemente del original que representan, y sin relacion à él ninguna, atrahe su veneracion. Y si estos vicios se hallan vulgarmente en el culto de parte de su objeto; ¡quantos no hay de parte del modo! ¡Quánto culto falso! Estiendense y veneranse una infinidad de falsas reliquias. Una multitud de revelaciones y profecias falsas; un sin numero de falsos milagros, ò à lo menos desnudos de autoridad y aprobacion legitima, se anuncian y se creen. ¿Qué digo anunciarse? Tenemos libros enteros, que andan por las manos de todos, y que no contienen otra cosa, à los quales se dá una fé que es sumamente dificil reducir à los terminos de humana. Quiera Dios que no exceda muchas veces à la que se tributa al mismo Evangelio. Pero lo que es peor de todo, los Autores de estos libros, los inventores de estos milagros, los que fabrican estas revelaciones y profecías, los que esparcen estas reliquias están todos muy satisfechos de que hacen una grande obra de piedad, y un servicio muy importante à la Religion. Pues el culto superfluo no es menos comun. ¿Quántas ceremonias vanas, frivolas y à veces perniciosas no se añaden à las instituidas por la Iglesia? ¿Quántas oraciones no se inventan diariamente por sugetos particulares, llenas muchas veces de necedades, algunas de blasfemias, à las quales se dá la preferencia sobre las que la Iglesia tiene adoptadas, y aun sobre aquella misma que Jesu-Christo nos ha dexado para enseñarnos como habiamos de orar. ¡Quántas veces estas oraciones, ò aquellas que la Iglesia recomienda no se emplean para fines vanos y pueriles! ¡Quántas para intentos pecaminosos! Yo mismo he visto en una Ciudad populosa del Reyno cantar publicamente por las calles en los Rosarios nocturnos, y sustituir à la que la Iglesia usa una Salve compuesta por un loco declarado, que andaba desnudo por las plazas, y era como tal la diversion de los muchachos. Veense todos los dias poner velas à los Santos, ofrecer Misas, Romerías para ganar un pleyto injusto, y para otras cosas à este ayre. Todo Madrid ha visto à su Magestad patente por la pèrdida de un perrillo de faldas. ¡No se hará esto increible à los Catholicos de Londres! Pues ello sin embargo no es invencion mia: es un hecho que se halla plenamente acreditado en Autos judiciales. Las especies, en fin, de culto indecente que se hallan entre nosotros, apenas tiene numero. Porque ¿qué otra cosa es colgar en un pozo à una Imagen de San Antonio para que parezca una alhaja perdida? ¿Qué son las romerías, los bayles impuros, las comilonas, las borracheras, y otras cosas á este modo, con que se pretende celebrar las fiestas de Dios, y de sus Santos, y que mas que à su culto pertenecen à su ofensa? ¿Qué son los adornos pueriles, ridiculos, y à veces deshonestos con que se adornan, ò mas bien se afean las Imagenes, y los Templos. ¿Qué es la musica teatral que se mezcla à los Oficios Divinos, y aun al Santo Sacrificio de la Misa, y que lexos de elevar el animo à la contemplacion de las cosas celestiales, no hace sino abatirle à las terrenas, alagar los sentidos, y excitar las pasiones mas delinquentes? Todas estas cosas, y otras que sería inmenso referir, son supersticiosas, si es que hemos de dár credito á nuestros mas ilustres Theologos. No las vé quien no tiene ojos, y no obstante reyna sobre ellas en el Pulpito un profundo silencio. Asi se dexa cobrar cada dia mas fuerzas à un enemigo cierto y muy temible, por asestar todas las baterías contra otro, que si es que existe, podria muy bien combatirse sin dexar de combatir aquel. Alguno atribuiria este descuido à una causa no demasiadamente honesta. Yo creo que proviene de otra muy distinta. Porque los Oradores, y Escritores Franceses se han empeñado en desarraigar por todos los medios posibles la incredulidad, que echa entre ellos demasiadas raices, y cunde infinitamente mas que la supersticion; los nuestros que se han hecho un deber de proponerselos en todo por modelos, han querido tambien imitarlos en esto, sin advertir la diversidad de circunstancias.

Metatestualità

Persuadido, pues, à que no hay aqui sino una pura falta de advertencia, creí que sería provechoso llamar su atencion ázia esta parte, dandome motivo à reflexionar en ello una Carta que recibí no há muchos dias. La simplicidad del que la escribe divertirá sin duda à mis Lectores, y podrá servir para desarrugar su frente, que tal vez habrá demasiadamente encogido lo que vá escrito hasta aqui. He aqui la razon porque voy à copiarla.
Señor Censor.

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Lettera/Lettera al direttore

“Muy señor mio: Escribo à Vm. esta Carta, porque ò yo estoy endiabladamente tonto, ò todo el mundo lo está. Vá para tres años que tienen cercado à Gibraltar, y todo el mundo dice, que es imposible tomarle por fuerza. Yo esto no acabo de comprenderlo, y antes me parece la cosa mas facil del mundo. A mí me parece que con diez mil hombres: ¿qué digo yo diez mil? la mitad me sobraba para tomarle en menos de una hora. Yo me fuera con ellos por el dia y por el Sol muy poco á poco ázia la Plaza. Dispararian los Ingleses de todas sus baterias. Dexarlos que disparasen. Yo y mi gente seguiriamos con mucha pachorra, y sin hacer caso hasta llegar à la muralla. Llevaria una buena porcion de escaleras, y sin decir agua vá me encajaria dentro. Dicen que no llegaria hombre vivo à la muralla. ¿Ay tal cosa como ella? ¿No es buena alucinacion? Pues habia mas que hacer cinco mil escapularios1de nuestra Señora del Carmen, y ponernerle uno à cada Soldado? Estoy harto de oír à los Predicadores, que las balas no hacen daño à los que los llevan, y no solo esto, sino que tambien lo he leído en un libro de letra de molde. Y aun me acuerdo de un exemplo que traía de un Soldado que alcabucearon, y toditas las balas se le cayeron à los pies sin hacerle daño ninguno, solo porque llevaba uno puesto; que por eso dizque desde entonces, quando à alguno llevan à alcabucear, le registran antes, y se lo quitan si acaso lo tiene. Verdad es, que aunque en muchos Sermones no he oído tal circunstancia, me parece que este libro decia, que era menester tener Fé; pero eso estaba compuesto con no llevar en mi Exercito ningun Regimiento de Suizos, Irlandeses, ni Italianos, sino que todos fuesen Españoles rancios Christianos Catholicos Apostolicos Romanos. En fin, señor, esto me parece tan claro, que yo no sé cómo no se apoderan inmediatamente de la Plaza, à no ser que no se les haya ocurrido esta especie. Publiquela Vm. por Dios, para que caigan del Burro, y me dén una buena brega à esos perrazos Herejotes. Dios nuestro Señor guarde à Vm. muchos años. Olías à 25. de Noviembre de 1781.”

Advertencia.

En el Discurso antecedente se ha puesto por equivocacion Fuenterabia en lugar de San Sebastian.

1A tan ridiculos modos de pensar se dá ocasion con preconizar mas de lo justo las virtudes, ò efectos de unas prácticas por otra parte apreciables, y muy dignas de recomendarse.