Discurso XLI Anonym (García de Cañuelo, Luis; Pereira, Luis Marcelino) Moralische Wochenschriften Elisabeth Hobisch Editor Julia Obermayr Editor Birgit Peking Editor Carina Windhager Editor Institut für Romanistik, Universität Graz 18.05.2016 o:mws-103-413 Anonym: El Censor. Obra periódica. Madrid: 1781-1787, 641-656 El Censor 2 041 1781 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief Graz, Austria Spanish; Castilian Menschenbild Immagine dell'Umanità Idea of Man Imagen de los Hombres Image de l’humanité Glück Fortuna Happiness Fortuna Bonheur Spain -4.0,40.0

Discurso XLI

Quid non saeua sibi voluit Fortuna licere

Mart. Lib. 4. Epig. 14.

¿Qué la cruel Fortuna no ha queridoLe sea permitido?

Concurrí la otra noche à la misma tertulia donde tube la larguisima y enfandosa conversacion sobre la Loteria, que referí en mi Discurso antecedente. Apenas me vieron los mismos Interlocutores, quando al punto se vinieron acia mí, formandose en corro al rededor mio. Se preparaban à hacerme treinta mil objeciones sobre lo que yá habia quedado antes establecido. Pero no estaba de humor de hablar mas sobre el asunto: y del modo que cada uno comenzó à explicarse colegí, que es en vano tratar de explicar qualquiera cosa por evidente que sea, à aquellos que están en animo resuelto, ò han hecho voto de no entenderla. Alguno hubo tan majadero, que condenaba la Loteria por solo ser, à su parecer, un juego de nueva invencion. ¿La Loteria juego nuevo? le repliqué yo, que tenia deseos de introducir una conversacion mas agradable. ¿Juego nuevo la Loteria? ¿Pues ahora no sabe Vm. que es la cosa mas antigua que hay en el mundo? Por mejor decir, ¿no sabe Vm. que el mundo es todo una pura Loteria? ¿Qué es la Loteria sino un juego, en que à la señora suerte, que à nadie le dá cuenta de lo que hace, ni por qué lo hace, le dá la gana de caerle à este, y no al otro, sin atencion alguna à que sea bonito ò feo, ignorante ò sabio, grande ò chico? ¿Un juego en que son muchisimos mas sin comparacion los que pierden, que los que ganan, por mas que hayan hecho para ganar? Pues vean Vms. aqui lo mismismo que pasa en la gran Loteria de este mundo.

Silvestre posee diez ò doce mil ducados de renta. Nada, nada ha hecho para ganarlos: ¿qué digo ganarlos? si sabemos todos que está sin ser liberal, antes sí mezquino, y mucho, empeñado hasta los ojos: posee en grado superior el talento de gastar las riquezas que tiene, y las que no tiene, sin ser util, ni à sí propio, ni à los demás. No se sabe cómo diantres se le huyen de las manos, porque ni es jugador, ni se le conocen otros vicios de estos que consumen los caudales. El no ha sido hecho sin duda para manejar dinero. Aun no se le ofrecen ocasiones de gastarlo; no sabe tratar con gentes, cae en mil ruindades, en mil mezquindades con todos. Sin embargo, no tiene un quarto, y debe muchos. Tampoco es aficionado à diversiones costosas. Todas las de que gusta están reducidas à hacer ostentacion de sus grandes fuerzas corporales; y no hay en todo el Lugar quien se atreva à volver con él el brazo. La naturaleza parece le formó para manejar el arado, ò el fusil. ¡Qué brazos! qué musculos! qué espaldazas! qué robustez! Sin duda es uno de aquellos hombres, que segun Aristoteles son por naturaleza siervos, ò que nacieron para servir: no obstante à una mera insinuacion suya obedecen muchos. Yá ciertamente estaria inferior à todos, y sumergido en la pobreza y la ignominia, si sus fondos pudiesen huir de sus manos, como huyen las riquezas que producen. Pero las ata à ellas con un lazo indisoluble el vinculo sagrado de la voluntad de sus mayores.

Fabricio es uno de estos infelices dependientes de Silvestre, y de otros mu-chos Silvestres. Ni sus padres, ni ascendientes tuvieron nada que dexarle, prohibiendo à los demás su adquisicion: ha nacido en el seno mismo de la pobreza; pero con una alma tan elevada, y una nobleza natural, que si él tubiese los caudales de Silvestre, no seria à la verdad temido; pero sí respetado y amado de todo el mundo. Apenas tiene con que sustentarse à sí, y à su querida familia; y no obstante se hace amar por su liberalidad: la exercita de mil modos; se encarga de mil trabajos, diligencias, pasos por servir à sus amigos, y reparte asi con ellos los unicos bienes que puede. Si poseyese los fondos de Silvestre, ¿cómo no haria él la felicidad de muchos? ¡Ah, y qué seguramente pasarian todos los de esto à sus manos, sino fuese por el impedimento que he dicho! Hijo de un pobre oficial, ha tenido una crianza honesta, aunque nada fina ni culta. Sin embargo, en medio de sus modales, algo toscas, se vé un no sé que de fino, de delicado, y por decirlo asi, de aseñoradito, que aun à los de una esfera muy superior à la suya hace le traten con alguna distincion. No le han dado sus padres otros estudios que los necesarios para aprehender à leer y escribir; y no obstante se descubren en él rasgos de un ingenio el mas penetrante è inventor. Como es de una complexion, y de unos miembros delicados; como sus delgados dedos parece los ha formado la naturaleza para manejar los instrumentos mas sutiles, è imperceptibles de las artes; aplicado à la misma que exerció su padre, ha hecho nuevos progresos en ella; y no hay suerte de habilidad de manos, que no execute con primor. No le falta al pobre para salir de su pobreza, sino un principal muy corto que sirviese de materia à su iudustria. ¿Qué digo? llegaria aun, si lo tubiese, à adquirir grandes riquezas; pues à pesar de su genio dadivoso y liberal, posee en sumo grado el espiritu de economia, y de calculo, que harian de él un comerciante riquisimo; convertiria en oro, como otro Midas, todo aquello sobre que pusiese la mano. Por falta de este principal gana muy poco, y eso con suma incertidumbre: no obstante se le luce mas que una ganancia tripla ò quadrupla, y constante à los demás de su profesion. Es excelente en el arte del dibujo, que tiene mucha conexion con el que exerce; ¿y quién creeria, que sin maestro, sin otros estudios, y sin mas auxilios que un libro de mathematicas, à cuya letura se ha aplicado algunos ratos perdidos, estubiese im-puesto en toda la Mecanica? Si hubiese nacido como Silvestre seria un Nevvton quizá. Es un hombre, en una palabra, de aquellos por naturaleza libres, que nacieron para dominar.

Pues ahora ¿de dónde tan gran diversidad entre ambas suertes? ¿Por qué no está Silvestre pobre, Fabricio rico? ¿Por qué no depende aquel de éste, y no éste de aquel? Por ninguna otra cosa, sino porque à Silvestre le tocó la Loteria de nacer de una muger, de la que no nació Fabricio: Silvestre tubo la fortuna de que le cayese uno de aquellos ternos que caen à pocos; Fabricio no: y esta sola diferencia ha hecho que Fabricio, que seria tal vez un heroe, si hubiese tenido por padres à los de Silvestre, sea un pobre desdichado: y éste que seria sin duda un ganapan si hubiese nacido de la madre de Fabricio, sea un señoron poderoso y rico. La señora Fortuna es semejante à una de aquellas mugeres de gusto, y costumbres corrompidas, que justamente se enamoran de lo peor.

Digalo la pobre Aricia, ¡Ah! la amable, la virtuosa Aricia: aquella que la bella naturaleza parece se empeñó en enriquecer con todas sus gracias; pero à la que la loca Fortuna ha privado, como invidiosa, aun de sus mas minimos favores. ¡Qué hermosura! ¡qué talento! ¡qué ingenio! ¡qué discrecion! y sobre todo, ¡qué virtud y qué bondad! Aunque no ignora ninguna de las habilidades propias de su sexo, no por eso ha dexado de cultivar mas que medianamente su espiritu. Maneja igualmente el torno, la aguja, la almohadilla, que un libro de filosofia, ò de algun arte, y no le es forastera ninguna suerte de literatura. Principalmente tiene mas instruccion en la Religion que profesa, que la que comunmente tienen las personas de su sexo. Asi la ama, la venera, y es la regla y fin de todas sus operaciones. No unas devociones, ò ridiculas ò pueriles, pero sí los exercicios de una piedad masculina y sólida, algun rato de letura ò musica llevan una parte de su tiempo, lo demás todo lo emplea en el trabajo de sus manos. A pesar de todo esto, ni es bachillera, ni beata. Manifiesta sin saberlo los conocimientos nada vulgares que ha adquirido, juzgando sencillamente que son comunes à todos. Se adorna tan bien, ò mejor que las demás mugeres de su esfera aun las mas ricas; pero con decencia, con modestia, con una noble compostura; y no usa de adorno alguno que no haya ella misma trabajado. No es uraña, no es insociable; antes sí todo lo contrario: mas no se sabe en que consiste que ningun petimetre, aun el mas marcial, no osa decirle : : : : : ¿qué digo una palabra menos decente? ni una lisonja. Sin embargo de su agrado, de su natural alegria, debe de infundirles respeto la magestad de sus virtudes, que se obstentan en su rostro y en sus acciones.

¡Quan al contrario de Agripina! que puesta una pierna sobre otra, y medio recostada en un canapé está oyendo con sumo desprecio, y à manera de una estatua las alabanzas y ternezas de algun joven, que tal vez se está haciendo fuerza para decirselas, y no tiene otro objeto que adularla, ó quizá disimular con los circunstantes la verdadera pasion que tiene à otra. Quando se le antoja; ò se levanta repentinamente, y sin qué, ni para qué, ò prorrumpe en una risa descompuesta, à manera de quien se burla, ò le responde algun dicharacho en tono y ayre de maia; y esto tiene lugar para ella de un desdén honesto. Tal vez entra otro mueble, el qual es llamado inmediatamente, y hecho sentar al otro lado: entonces yá se endereza un poquito en el canapé, vuelve la espalda algo mas que antes al primero: empieza una conversacion muy viva con el segundo sobre maldita la cosa, y en todo caso queda aquel con la palabra en la boca. Verdaderamente es cierto, que jamás se halla el veneno sin la triaca, porque sibien [sic] la desemboltura, la marcialidad de Agripina, y esto que llaman ayre de taco, pueden provocar à un mal pensamiento, ò deseo; es corregido al instante este desorden con su modo despreciativo, impolitico, y aun insultante, el qual provocando à ira, es un excelente remedio contra luxuria. En fin tiene siempre un gesto, un ceño, y una cara de pocos amigos, que parece no se ha de atrever mortal alguno à ofrecer sus votos à esta deidad. Sin embargo yo mismo la he visto dar un bofeton en publica palestra à cierto sugeto. No se sabe si acaso este fue un efecto de marcialidad; pero se cree piadosamente, que algun atrevimiento desusado dió motivo à este exceso de rigor.

En ninguno de estos aprietos se ha visto Aricia. No ha habido alguno todavia, que siquiera haya tenido la satisfaccion inocente de tomarla de la cabeza el rascamoños, para rascarse la suya: no obstante à nadie desprecia, à todos trata con igual agrado, y todos la aman, la estiman, la veneran igualmente. Y lo que excede à toda ponderacion, no es emulada à pesar de su hermosura, de las otras damas sus amigas. Enriquecida de tantas perfecciones naturales, es pobrisima de los bienes de fortuna. Desgracia tanto mas cruel, quanto siendo de un nacimiento ilustre, y criada en la abundancia, está sufriendo la mas dura necesidad. Es amada, y amada perdidamente del infeliz Crisostomo, joven de tanta gallardía, y tan virtuoso como ella: y ella, ah! no le ama menos à él. No son las estrellas, no, las que los han forzado à amarse: es la naturaleza que ha hecho sin duda el uno para el otro. Pero no supo antes Crisostomo el amor de Aricia que su madre. A la presencia de Crisostomo pierde todo el color la pobre muchacha: se anuda su lengua, à pesar de los esfuerzos que hace para ocultar su turbacion, y se dexa conocer ésta en el desorden de sus palabras: la palpitacion de su corazon comunica el movimiento à todos sus miembros, y tiembla como una azogada. No son menos claros los indicios, que dá Crisostomo del incendio que oculta dentro de su pecho. La Madre advierte la pasion de ambos: no le pesa que su hija ame à un joven tan virtuoso: y para cerciorarse de lo que juzga, ò sea por curiosidad mugeril, finge que tiene que ir á la ultima pieza de la casa: los dexa solos en la sala, se oculta à la vista de ellos, los observa secretamente, y advierte con confusion suya, que ninguno se atreve à romper la palabra: enmudecen ambos, y se averguenzan de no hablarse; pero no se determinan. Aricia clava los ojos en su costura, mas à pocos puntos tiene la desgracia de que ha menester enebrar la aguja, le precisa levantarlos, y ni se atreve à fixarlos sobre su amante, ni à huir su vista, porque no parezca afectacion; por otra parte la alteracion de su pulso, no le permite ni aun intentar enebrarla. Crisostomo que lo advierte, no se ofrece à hacerlo él: no está menos turbado que ella, y ha crecido con esto mucho mas su turbacion: disimula, y no sabe yá que hacer con el sombrero, con la espada, con el relox despues de haberles dado mil vueltas. Esta escena muda, pero mas eloquente, y pathetica que la pudieran fingir todos los poetas, confirma à la Madre en lo que desde luego habia creido. Quiere salir à sacar à entrambos de su turbacion; pero tiene que detenerse à enjugar las lágrimas, que la ternura y el gozo la han hecho derramar. Crece hasta lo inmenso el amor que tiene à su hija, y la cuenta por feliz, si llega à poseer à un hombre que no la ama menos que ella. En efecto, ¿que amor este que teme la soledad? Juzguen de él los que tuvieren un corazon como el de Crisostomo y Aricia. Un alma corrompida no sabe lo que es amar. Crisostomo vá à lograr un buen empleo, se determina à pedir à Aricia à su Madre por medio de un comun amigo. No solo le es otorgada su peticion, sino que se le dán las mas expresivas gracias. La virtuosa Matrona abraza con la mayor ternura á su hija, le hace saber la proposicion de su amante, y à la castisima doncella embargan todas sus acciones, y palabras los mas vivos afectos de amor, de ternura, de agradecimiento. Se dá mil parabienes la Madre del cuidado, que ha tomado en la educacion de su hija, y se los dá tambien à ella de sus virtudes. Ambas miran este matrimonio como un don del Cielo, y esperan en la virtud, y acomodo de Crisostomo el remedio de sus miserias.

Pero para que se lograse un amor tan digno de ser logrado, faltaba todavia lo mejor; era menester que à uno ù otro le hubiera tocado la loteria: es cierto que am-bos tenian el juego mas bien convinado, y habian echado quanto era posible echar, para sacar un billete de un matrimonio el mas feliz. Pero para ganar este aun era preciso, que cayese ò à Crisostomo su empleo, ò un mayorazgo, ò à Aricia una buena dote, y la loca de la suerte no quiso conceder lo uno ni lo otro. Murió repentinamente el protector de Crisostomo, y se desvaneció todo. Ama demasiadamente Crisostomo à Aricia, para arrastrarla à un matrimonio, en que no puede mantenerla à ella, à su Madre, y à seis hermanas. Y Aricia ama demasiado à Crisostomo, à su Madre, y su familia, para sumergir à todos en igual desdicha. Mas acaso en otra lotería tocará à Crisostomo su billete. Véaqui la unica esperanza, que mantiene à los dos dignos amantes; pero no, la picarona de la fortuna está empeñada en perseguirlos.

Crisostomo no tiene otros bienes que las esperanzas de su acomodo, y la familia de Aricia se sostiene apenas con el trabajo de sus manos, y unas cortisimas asistencias que la subministra un pariente de la Madre, que acaba de llegar de America. Es un viejo de sesenta y cinco años, pero que no obstante tiene todas las gracias de la mocedad: muy galan, muy petimetre, muy rendido, muy obsequioso, aunque no muy liberal con las damas. Aunque ha militado, y ofrece à la vista de todos mil cicatrices; pero ninguna tiene en la cara, y por consiguiente no le hace diforme el rostro. De resultas de las Campañas donde ha recibido sus heridas, ha contraido algunas enfermedades, que aun le duran; mas estas no hacen otro efecto, que darle un nuevo vigor y aliento, haciendole sentir que todavia tiene su alma en sus carnes, con lo que ni siente su vejéz, ni su espiritu se abate, y se tiene por un muchacho. Tan grande como todo esto es su vigor y su fortaleza. A todas estas gracias junta el ser economico en sumo grado. Cosa bien extraña y particular, pero él es un milagro de virtudes. Sus enfermedades se han originado en gran parte del temor, que tiene a desperdiciar el dinero. Posee muchos millares de pesos, y porque aun despues de su muerte no se disipen, corriendo por muchas manos, tiene fundadas en su testamento muchas Obras pías, para que le oigan Misas por su alma. Este hombre poderoso vá à hacer fortuna de la pobre Aricia, y de toda su familia. No pretende, sino quiere casar con ella, y en esta determinacion ha enviado yá por la dispensa. Todo debe ceder à la señal mas equivoca de su voluntad, ¿y cómo podrian contradecirle ni la joven, ni su Madre, quando pende de él su subsistencia, y el no desfallecer de hambre? No supone él tan imprudentes à estas Señoras. Por otra parte, su amor es sumamente excesivo, si se ha de medir por la grandeza de sus zelos. ¡Oh! es delicadisimo en este punto. No nace esto de que su amor tenga algo de bastardo. Como se hace la justicia de creerse muy digno de poseer el corazon de qualquiera persona à quien se digne mirar con benignos ojos, está muy seguro de la posesion del de su Aricia. Estos zelos son hijos de la prudencia de sus canas, de sus largas experiencias, y del conocimiento que tiene del otro sexo, por las infidelidades de que él mismo ha sido testigo. ¡Qué fortuna la de esta pobre familia! Con todo, la Madre llora la desgracia de su hija, y la suya, maldice mil veces su pobreza; y casi, casi se determina à enviar al viejo enoramala. Pero, ¡ò dura ley de la necesidad! ¡Qué será de ella, y de sus hijas si le desazonan! Perecerán enteramente de hambre. El desdichado Crisostomo se despecha, se desespera, y aborrece la luz, y la vida. El maldito viejo insta, no sufre espera, no permite dilaciones, y no hay remedio. Crisostomo determina no volver à dar paso para su acomodo, que por otra parte vá largo, y se abandona del todo à la tristeza y melancolía, que le posee. Jura mil veces no volver en los pocos dias que cree sobrevivirá à su perdida esperanza, à pisar la calle, ni ver las rexas de la casa de su Aricia. Su virtud ha flaqueado de esta vez. La de Aricia tiene mayor imperio sobre su alma. No siente menos tormentos y amarguras; sin embargo, ella sola es la constante en medio de tantos males. Procura enjugar las lagrimas de su Madre; pero con esto mismo las hace correr con mas abundancia. Por el bien de su amada Madre, y sus hermanas se ofrece de buena gana, y aun con gusto à un sacrificio mas cruel, que la muerte misma, y ruega à su Madre tenga à bien el aceptarlo. Si no fuese por ella, ya sin duda la Madre atropellando por todo, hubiera desauciado al vejarron de su pretension. Para contenerla, ha llegado à vencense tanto, que ha hecho algunas caricias à su nuevo esposo, y espera en el favor divino, que ha de hacer del otro hombre. No obstante una espina le atraviesa el corazon, que à pesar de sus esfuerzos no puede arrancar: no le es licito consolar por sí misma á Crisostomo, y su Madre no lo ha podido conseguir.

Veanse aqui quantas desgracias, por no haberle tocado á ninguno la Loteria.

Discurso XLI Quid non saeua sibi voluit Fortuna licere Mart. Lib. 4. Epig. 14. ¿Qué la cruel Fortuna no ha queridoLe sea permitido? Concurrí la otra noche à la misma tertulia donde tube la larguisima y enfandosa conversacion sobre la Loteria, que referí en mi Discurso antecedente. Apenas me vieron los mismos Interlocutores, quando al punto se vinieron acia mí, formandose en corro al rededor mio. Se preparaban à hacerme treinta mil objeciones sobre lo que yá habia quedado antes establecido. Pero no estaba de humor de hablar mas sobre el asunto: y del modo que cada uno comenzó à explicarse colegí, que es en vano tratar de explicar qualquiera cosa por evidente que sea, à aquellos que están en animo resuelto, ò han hecho voto de no entenderla. Alguno hubo tan majadero, que condenaba la Loteria por solo ser, à su parecer, un juego de nueva invencion. ¿La Loteria juego nuevo? le repliqué yo, que tenia deseos de introducir una conversacion mas agradable. ¿Juego nuevo la Loteria? ¿Pues ahora no sabe Vm. que es la cosa mas antigua que hay en el mundo? Por mejor decir, ¿no sabe Vm. que el mundo es todo una pura Loteria? ¿Qué es la Loteria sino un juego, en que à la señora suerte, que à nadie le dá cuenta de lo que hace, ni por qué lo hace, le dá la gana de caerle à este, y no al otro, sin atencion alguna à que sea bonito ò feo, ignorante ò sabio, grande ò chico? ¿Un juego en que son muchisimos mas sin comparacion los que pierden, que los que ganan, por mas que hayan hecho para ganar? Pues vean Vms. aqui lo mismismo que pasa en la gran Loteria de este mundo. Silvestre posee diez ò doce mil ducados de renta. Nada, nada ha hecho para ganarlos: ¿qué digo ganarlos? si sabemos todos que está sin ser liberal, antes sí mezquino, y mucho, empeñado hasta los ojos: posee en grado superior el talento de gastar las riquezas que tiene, y las que no tiene, sin ser util, ni à sí propio, ni à los demás. No se sabe cómo diantres se le huyen de las manos, porque ni es jugador, ni se le conocen otros vicios de estos que consumen los caudales. El no ha sido hecho sin duda para manejar dinero. Aun no se le ofrecen ocasiones de gastarlo; no sabe tratar con gentes, cae en mil ruindades, en mil mezquindades con todos. Sin embargo, no tiene un quarto, y debe muchos. Tampoco es aficionado à diversiones costosas. Todas las de que gusta están reducidas à hacer ostentacion de sus grandes fuerzas corporales; y no hay en todo el Lugar quien se atreva à volver con él el brazo. La naturaleza parece le formó para manejar el arado, ò el fusil. ¡Qué brazos! qué musculos! qué espaldazas! qué robustez! Sin duda es uno de aquellos hombres, que segun Aristoteles son por naturaleza siervos, ò que nacieron para servir: no obstante à una mera insinuacion suya obedecen muchos. Yá ciertamente estaria inferior à todos, y sumergido en la pobreza y la ignominia, si sus fondos pudiesen huir de sus manos, como huyen las riquezas que producen. Pero las ata à ellas con un lazo indisoluble el vinculo sagrado de la voluntad de sus mayores. Fabricio es uno de estos infelices dependientes de Silvestre, y de otros mu-chos Silvestres. Ni sus padres, ni ascendientes tuvieron nada que dexarle, prohibiendo à los demás su adquisicion: ha nacido en el seno mismo de la pobreza; pero con una alma tan elevada, y una nobleza natural, que si él tubiese los caudales de Silvestre, no seria à la verdad temido; pero sí respetado y amado de todo el mundo. Apenas tiene con que sustentarse à sí, y à su querida familia; y no obstante se hace amar por su liberalidad: la exercita de mil modos; se encarga de mil trabajos, diligencias, pasos por servir à sus amigos, y reparte asi con ellos los unicos bienes que puede. Si poseyese los fondos de Silvestre, ¿cómo no haria él la felicidad de muchos? ¡Ah, y qué seguramente pasarian todos los de esto à sus manos, sino fuese por el impedimento que he dicho! Hijo de un pobre oficial, ha tenido una crianza honesta, aunque nada fina ni culta. Sin embargo, en medio de sus modales, algo toscas, se vé un no sé que de fino, de delicado, y por decirlo asi, de aseñoradito, que aun à los de una esfera muy superior à la suya hace le traten con alguna distincion. No le han dado sus padres otros estudios que los necesarios para aprehender à leer y escribir; y no obstante se descubren en él rasgos de un ingenio el mas penetrante è inventor. Como es de una complexion, y de unos miembros delicados; como sus delgados dedos parece los ha formado la naturaleza para manejar los instrumentos mas sutiles, è imperceptibles de las artes; aplicado à la misma que exerció su padre, ha hecho nuevos progresos en ella; y no hay suerte de habilidad de manos, que no execute con primor. No le falta al pobre para salir de su pobreza, sino un principal muy corto que sirviese de materia à su iudustria. ¿Qué digo? llegaria aun, si lo tubiese, à adquirir grandes riquezas; pues à pesar de su genio dadivoso y liberal, posee en sumo grado el espiritu de economia, y de calculo, que harian de él un comerciante riquisimo; convertiria en oro, como otro Midas, todo aquello sobre que pusiese la mano. Por falta de este principal gana muy poco, y eso con suma incertidumbre: no obstante se le luce mas que una ganancia tripla ò quadrupla, y constante à los demás de su profesion. Es excelente en el arte del dibujo, que tiene mucha conexion con el que exerce; ¿y quién creeria, que sin maestro, sin otros estudios, y sin mas auxilios que un libro de mathematicas, à cuya letura se ha aplicado algunos ratos perdidos, estubiese im-puesto en toda la Mecanica? Si hubiese nacido como Silvestre seria un Nevvton quizá. Es un hombre, en una palabra, de aquellos por naturaleza libres, que nacieron para dominar. Pues ahora ¿de dónde tan gran diversidad entre ambas suertes? ¿Por qué no está Silvestre pobre, Fabricio rico? ¿Por qué no depende aquel de éste, y no éste de aquel? Por ninguna otra cosa, sino porque à Silvestre le tocó la Loteria de nacer de una muger, de la que no nació Fabricio: Silvestre tubo la fortuna de que le cayese uno de aquellos ternos que caen à pocos; Fabricio no: y esta sola diferencia ha hecho que Fabricio, que seria tal vez un heroe, si hubiese tenido por padres à los de Silvestre, sea un pobre desdichado: y éste que seria sin duda un ganapan si hubiese nacido de la madre de Fabricio, sea un señoron poderoso y rico. La señora Fortuna es semejante à una de aquellas mugeres de gusto, y costumbres corrompidas, que justamente se enamoran de lo peor. Digalo la pobre Aricia, ¡Ah! la amable, la virtuosa Aricia: aquella que la bella naturaleza parece se empeñó en enriquecer con todas sus gracias; pero à la que la loca Fortuna ha privado, como invidiosa, aun de sus mas minimos favores. ¡Qué hermosura! ¡qué talento! ¡qué ingenio! ¡qué discrecion! y sobre todo, ¡qué virtud y qué bondad! Aunque no ignora ninguna de las habilidades propias de su sexo, no por eso ha dexado de cultivar mas que medianamente su espiritu. Maneja igualmente el torno, la aguja, la almohadilla, que un libro de filosofia, ò de algun arte, y no le es forastera ninguna suerte de literatura. Principalmente tiene mas instruccion en la Religion que profesa, que la que comunmente tienen las personas de su sexo. Asi la ama, la venera, y es la regla y fin de todas sus operaciones. No unas devociones, ò ridiculas ò pueriles, pero sí los exercicios de una piedad masculina y sólida, algun rato de letura ò musica llevan una parte de su tiempo, lo demás todo lo emplea en el trabajo de sus manos. A pesar de todo esto, ni es bachillera, ni beata. Manifiesta sin saberlo los conocimientos nada vulgares que ha adquirido, juzgando sencillamente que son comunes à todos. Se adorna tan bien, ò mejor que las demás mugeres de su esfera aun las mas ricas; pero con decencia, con modestia, con una noble compostura; y no usa de adorno alguno que no haya ella misma trabajado. No es uraña, no es insociable; antes sí todo lo contrario: mas no se sabe en que consiste que ningun petimetre, aun el mas marcial, no osa decirle : : : : : ¿qué digo una palabra menos decente? ni una lisonja. Sin embargo de su agrado, de su natural alegria, debe de infundirles respeto la magestad de sus virtudes, que se obstentan en su rostro y en sus acciones. ¡Quan al contrario de Agripina! que puesta una pierna sobre otra, y medio recostada en un canapé está oyendo con sumo desprecio, y à manera de una estatua las alabanzas y ternezas de algun joven, que tal vez se está haciendo fuerza para decirselas, y no tiene otro objeto que adularla, ó quizá disimular con los circunstantes la verdadera pasion que tiene à otra. Quando se le antoja; ò se levanta repentinamente, y sin qué, ni para qué, ò prorrumpe en una risa descompuesta, à manera de quien se burla, ò le responde algun dicharacho en tono y ayre de maia; y esto tiene lugar para ella de un desdén honesto. Tal vez entra otro mueble, el qual es llamado inmediatamente, y hecho sentar al otro lado: entonces yá se endereza un poquito en el canapé, vuelve la espalda algo mas que antes al primero: empieza una conversacion muy viva con el segundo sobre maldita la cosa, y en todo caso queda aquel con la palabra en la boca. Verdaderamente es cierto, que jamás se halla el veneno sin la triaca, porque sibien [sic] la desemboltura, la marcialidad de Agripina, y esto que llaman ayre de taco, pueden provocar à un mal pensamiento, ò deseo; es corregido al instante este desorden con su modo despreciativo, impolitico, y aun insultante, el qual provocando à ira, es un excelente remedio contra luxuria. En fin tiene siempre un gesto, un ceño, y una cara de pocos amigos, que parece no se ha de atrever mortal alguno à ofrecer sus votos à esta deidad. Sin embargo yo mismo la he visto dar un bofeton en publica palestra à cierto sugeto. No se sabe si acaso este fue un efecto de marcialidad; pero se cree piadosamente, que algun atrevimiento desusado dió motivo à este exceso de rigor. En ninguno de estos aprietos se ha visto Aricia. No ha habido alguno todavia, que siquiera haya tenido la satisfaccion inocente de tomarla de la cabeza el rascamoños, para rascarse la suya: no obstante à nadie desprecia, à todos trata con igual agrado, y todos la aman, la estiman, la veneran igualmente. Y lo que excede à toda ponderacion, no es emulada à pesar de su hermosura, de las otras damas sus amigas. Enriquecida de tantas perfecciones naturales, es pobrisima de los bienes de fortuna. Desgracia tanto mas cruel, quanto siendo de un nacimiento ilustre, y criada en la abundancia, está sufriendo la mas dura necesidad. Es amada, y amada perdidamente del infeliz Crisostomo, joven de tanta gallardía, y tan virtuoso como ella: y ella, ah! no le ama menos à él. No son las estrellas, no, las que los han forzado à amarse: es la naturaleza que ha hecho sin duda el uno para el otro. Pero no supo antes Crisostomo el amor de Aricia que su madre. A la presencia de Crisostomo pierde todo el color la pobre muchacha: se anuda su lengua, à pesar de los esfuerzos que hace para ocultar su turbacion, y se dexa conocer ésta en el desorden de sus palabras: la palpitacion de su corazon comunica el movimiento à todos sus miembros, y tiembla como una azogada. No son menos claros los indicios, que dá Crisostomo del incendio que oculta dentro de su pecho. La Madre advierte la pasion de ambos: no le pesa que su hija ame à un joven tan virtuoso: y para cerciorarse de lo que juzga, ò sea por curiosidad mugeril, finge que tiene que ir á la ultima pieza de la casa: los dexa solos en la sala, se oculta à la vista de ellos, los observa secretamente, y advierte con confusion suya, que ninguno se atreve à romper la palabra: enmudecen ambos, y se averguenzan de no hablarse; pero no se determinan. Aricia clava los ojos en su costura, mas à pocos puntos tiene la desgracia de que ha menester enebrar la aguja, le precisa levantarlos, y ni se atreve à fixarlos sobre su amante, ni à huir su vista, porque no parezca afectacion; por otra parte la alteracion de su pulso, no le permite ni aun intentar enebrarla. Crisostomo que lo advierte, no se ofrece à hacerlo él: no está menos turbado que ella, y ha crecido con esto mucho mas su turbacion: disimula, y no sabe yá que hacer con el sombrero, con la espada, con el relox despues de haberles dado mil vueltas. Esta escena muda, pero mas eloquente, y pathetica que la pudieran fingir todos los poetas, confirma à la Madre en lo que desde luego habia creido. Quiere salir à sacar à entrambos de su turbacion; pero tiene que detenerse à enjugar las lágrimas, que la ternura y el gozo la han hecho derramar. Crece hasta lo inmenso el amor que tiene à su hija, y la cuenta por feliz, si llega à poseer à un hombre que no la ama menos que ella. En efecto, ¿que amor este que teme la soledad? Juzguen de él los que tuvieren un corazon como el de Crisostomo y Aricia. Un alma corrompida no sabe lo que es amar. Crisostomo vá à lograr un buen empleo, se determina à pedir à Aricia à su Madre por medio de un comun amigo. No solo le es otorgada su peticion, sino que se le dán las mas expresivas gracias. La virtuosa Matrona abraza con la mayor ternura á su hija, le hace saber la proposicion de su amante, y à la castisima doncella embargan todas sus acciones, y palabras los mas vivos afectos de amor, de ternura, de agradecimiento. Se dá mil parabienes la Madre del cuidado, que ha tomado en la educacion de su hija, y se los dá tambien à ella de sus virtudes. Ambas miran este matrimonio como un don del Cielo, y esperan en la virtud, y acomodo de Crisostomo el remedio de sus miserias. Pero para que se lograse un amor tan digno de ser logrado, faltaba todavia lo mejor; era menester que à uno ù otro le hubiera tocado la loteria: es cierto que am-bos tenian el juego mas bien convinado, y habian echado quanto era posible echar, para sacar un billete de un matrimonio el mas feliz. Pero para ganar este aun era preciso, que cayese ò à Crisostomo su empleo, ò un mayorazgo, ò à Aricia una buena dote, y la loca de la suerte no quiso conceder lo uno ni lo otro. Murió repentinamente el protector de Crisostomo, y se desvaneció todo. Ama demasiadamente Crisostomo à Aricia, para arrastrarla à un matrimonio, en que no puede mantenerla à ella, à su Madre, y à seis hermanas. Y Aricia ama demasiado à Crisostomo, à su Madre, y su familia, para sumergir à todos en igual desdicha. Mas acaso en otra lotería tocará à Crisostomo su billete. Véaqui la unica esperanza, que mantiene à los dos dignos amantes; pero no, la picarona de la fortuna está empeñada en perseguirlos. Crisostomo no tiene otros bienes que las esperanzas de su acomodo, y la familia de Aricia se sostiene apenas con el trabajo de sus manos, y unas cortisimas asistencias que la subministra un pariente de la Madre, que acaba de llegar de America. Es un viejo de sesenta y cinco años, pero que no obstante tiene todas las gracias de la mocedad: muy galan, muy petimetre, muy rendido, muy obsequioso, aunque no muy liberal con las damas. Aunque ha militado, y ofrece à la vista de todos mil cicatrices; pero ninguna tiene en la cara, y por consiguiente no le hace diforme el rostro. De resultas de las Campañas donde ha recibido sus heridas, ha contraido algunas enfermedades, que aun le duran; mas estas no hacen otro efecto, que darle un nuevo vigor y aliento, haciendole sentir que todavia tiene su alma en sus carnes, con lo que ni siente su vejéz, ni su espiritu se abate, y se tiene por un muchacho. Tan grande como todo esto es su vigor y su fortaleza. A todas estas gracias junta el ser economico en sumo grado. Cosa bien extraña y particular, pero él es un milagro de virtudes. Sus enfermedades se han originado en gran parte del temor, que tiene a desperdiciar el dinero. Posee muchos millares de pesos, y porque aun despues de su muerte no se disipen, corriendo por muchas manos, tiene fundadas en su testamento muchas Obras pías, para que le oigan Misas por su alma. Este hombre poderoso vá à hacer fortuna de la pobre Aricia, y de toda su familia. No pretende, sino quiere casar con ella, y en esta determinacion ha enviado yá por la dispensa. Todo debe ceder à la señal mas equivoca de su voluntad, ¿y cómo podrian contradecirle ni la joven, ni su Madre, quando pende de él su subsistencia, y el no desfallecer de hambre? No supone él tan imprudentes à estas Señoras. Por otra parte, su amor es sumamente excesivo, si se ha de medir por la grandeza de sus zelos. ¡Oh! es delicadisimo en este punto. No nace esto de que su amor tenga algo de bastardo. Como se hace la justicia de creerse muy digno de poseer el corazon de qualquiera persona à quien se digne mirar con benignos ojos, está muy seguro de la posesion del de su Aricia. Estos zelos son hijos de la prudencia de sus canas, de sus largas experiencias, y del conocimiento que tiene del otro sexo, por las infidelidades de que él mismo ha sido testigo. ¡Qué fortuna la de esta pobre familia! Con todo, la Madre llora la desgracia de su hija, y la suya, maldice mil veces su pobreza; y casi, casi se determina à enviar al viejo enoramala. Pero, ¡ò dura ley de la necesidad! ¡Qué será de ella, y de sus hijas si le desazonan! Perecerán enteramente de hambre. El desdichado Crisostomo se despecha, se desespera, y aborrece la luz, y la vida. El maldito viejo insta, no sufre espera, no permite dilaciones, y no hay remedio. Crisostomo determina no volver à dar paso para su acomodo, que por otra parte vá largo, y se abandona del todo à la tristeza y melancolía, que le posee. Jura mil veces no volver en los pocos dias que cree sobrevivirá à su perdida esperanza, à pisar la calle, ni ver las rexas de la casa de su Aricia. Su virtud ha flaqueado de esta vez. La de Aricia tiene mayor imperio sobre su alma. No siente menos tormentos y amarguras; sin embargo, ella sola es la constante en medio de tantos males. Procura enjugar las lagrimas de su Madre; pero con esto mismo las hace correr con mas abundancia. Por el bien de su amada Madre, y sus hermanas se ofrece de buena gana, y aun con gusto à un sacrificio mas cruel, que la muerte misma, y ruega à su Madre tenga à bien el aceptarlo. Si no fuese por ella, ya sin duda la Madre atropellando por todo, hubiera desauciado al vejarron de su pretension. Para contenerla, ha llegado à vencense tanto, que ha hecho algunas caricias à su nuevo esposo, y espera en el favor divino, que ha de hacer del otro hombre. No obstante una espina le atraviesa el corazon, que à pesar de sus esfuerzos no puede arrancar: no le es licito consolar por sí misma á Crisostomo, y su Madre no lo ha podido conseguir. Veanse aqui quantas desgracias, por no haberle tocado á ninguno la Loteria.