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Zitiervorschlag: Anonym (García de Cañuelo, Luis; Pereira, Luis Marcelino) (Hrsg.): "Discurso XL", in: El Censor, Vol.2\040 (1781), S. 625-640, ediert in: Ertler, Klaus-Dieter / Hobisch, Elisabeth (Hrsg.): Die "Spectators" im internationalen Kontext. Digitale Edition, Graz 2011- . hdl.handle.net/11471/513.20.359 [aufgerufen am: ].


[625] Ebene 1►

Discurso XL

Zitat/Motto► Nunc uicti, tristes, quoniam sors omnia uersat.

Virg. Ecl. 9. v. 5.

Hemos perdido, nos hallamos tristes,
Porque la suerte lo revuelve todo. ◀Zitat/Motto

Ebene 2► Allgemeine Erzählung► Este Sabado, en que se celebró la ultima Lotería, asisti por la noche à una tertulia, donde habia una concurrencia excesiva de personas de ambos sexos. Entre todas las conversaciones que se podian oír, no hallé otra mas interesante à que aplicarme, que la que traía en lo baxo de la sala un corro de cinco, ò seis sugetos, que se estaban lamentando de la escasa fortuna que habian tenido en esta extraccion. Cada uno procuraba persuadir, que su desgracia era mayor que la del otro, y que la fortuna lo miraba à él con mas ceño que à los demás: Ebene 3► Dialog► “Haber echado treinta numeros,” ex-[626]clamaba este, “y no haberme tocado siquiera uno, ¡dónde se verá cosa igual!” “Peor es lo que à mi me pasa,” replicó aquel inmediatamente, “yo tenia echados trece, y me han caido los cinco; pero con tan poca dicha, que en ninguna cedula cayeron dos juntos, sino en una que llevaba à terno seco. Esto si que es todavia mas sensible. Mas la culpa me tengo yo. Soy desgraciado: no hay que dudar: en quantos negocios pongo la mano me sucede otro tanto, y no hay forma de que escarmiente.” “De nada de eso hay que admirarse,” dixo otro, “jugando Vms. como juegan à ciegas, y sin saber lo que se hacen: yo si que podia quexarme con razon: he hecho el juego mas prodigioso que podia hacer nadie: he echado quarenta y cinco numeros tan bien convinados : : : : :” “Quite Vm. allá sus convinaciones, ò sus embelecos,” le interrumpió casi con las lagrimas en los ojos un pobre viejo, que hasta entonces no habia hablado palabra; “yo si que merezco lastima. Tenia yo tan ajustadas mis cuentecitas, que con la ganancia salia de todos mis ahogos y cuidados; daba [627] una dotecita à esa muchacha, que ahora no sé como salir de ella : : : : : he jugado un doblon de à ocho, que sabe Dios, y mi familia la falta que nos está haciendo, y no me ha tocado siquiera un numero. No, no habrá quien me quite de la cabeza, que alguna trampa hay en el juego, y la prueba es evidente, son poquisimos los que ganan, y esos un ambillo de 25. ò 50. reales. Mal haya yo si otra vez echáre un ochavo.” Expresó el pobre hombre todo esto con tan lastimeras voces, que moviendo la compasion de los demás, no fue menester otra cosa para hacerles mudar enteramente de parecer. Persuadieronse, à que la fortuna no les habia hecho agravio alguno, y que si no los habia favorecido, como debia executarlo, no era ella tan injusta, que no hubiese esto sido por no haber podido mas, à causa de la disposicion del juego. Asi que todos, y principalmente el convinador, que decia, era impossible que de otra manera hubiese dexado de acertar, sentenciaron sin apelacion ni mas audiencia, en fuerza de tan fundadas y poderosas razones, que el juego era una iniquidad: y que justamente siempre se [628] habia dicho, que la Lotería era una tonteria. “Esa razon sola me bastaba, aunque no hubiera otras ciento,” dixo encarandose à mí en ademán de solicitar mí aprobacion, otro de los interlocutores. Gracias, le respondí yo, à que lotería, y tonteria son consonantes, que sino no valdria nada. “¿Qué? ¿pone Vm. alguna duda en lo que decimos?” me replicó el mismo al instante, “pues sepa Vm. que asi se lo he oído al Rmo. Padre * * * * * y à ello contestaron quatro, ò seis Eclesiásticos, que se hallaron en la misma conversacion; los quales todos sé yo muy bien que tienen al Larraga (al Larraga ilustrado digo, no al otro) en la memoria; sí señor: dixeron todos, que solo se podia permitir el juego, porque su producto es para casar huerfanas.” Yo que no tenia gana de hablar, y que en este punto acababa de darme un fuerte asceso bilioso de los que me suelen acometer: Vaya Vm. y su Rma. : : : : : iba à decirle; pero haciendo aqui un esfuerzo grande para contenerme, prosegui de esta manera.

Vm. me perdone, Caballero, y la ausencia de su Rma. y de esos señores, que no están bien informados en el asun-[629]to. Yo tambien tengo callos en los oídos de oír lo mismo; pero como de esos disparates en materia de moral se oyen todos los dias, y se leen en libros impresos, por no pensar bien las cosas. ¡Y por cierto que la razon es plausible! ¿Con que la ganancia que proviene de un juego desigual, y por tanto injusto, siendo para casar huerfanas, se justifica, y legitíma? Lo oye Vm. señor D. N. dixe, al pobre que habia perdido el doblon de à ocho, aqui tiene Vm. yá un arbitrio para dotar su hija, que creo será una obra pia. No tiene Vm. que hacer otra cosa, sino jugar à un juego iniquo, cuya desigualdad esté à favor de Vm. y si es que halla Vm. gentes tán tontas, que jueguen con él, pronto juntará Vm. la dote. El Rmo. Padre, y los señores, que el señor acaba de citar, le aseguran à Vm. la conciencia. Pero dexemonos de cuentos, prosegui yo: ¿es posible que no adviertan Vms. ò que no quieran advertir, que para que fuese igual sobre poco mas ò menos el numero de los jugadores que ganan en la Lotería, al de los que pierden, era preciso que con tres quartos, que cuesta por exemplo, un terno seco de mil reales, [630] no se pudieran ganar sino tres quartos? ¿Cómo querian Vms. ganar mil reales con solos tres quartos, si la probabilidad de perder los tres quartos no excediese à la de ganar los mil reales, lo que exceden los mil reales à los tres quartos? Pues ahora, ¿qué hay que admirarse que pierdan muchos mas, que los que ganan, siendo tan grande la probabilidad de perder, y tan corta la de ganar; bien que queda esto recompensado con ser tan grande la ganancia, y tan corta la pérdida? ¿Qué? ¿querrian Vms. que la Lotería, para que fuese justa, fuese desigual à su favor? Pues sepan Vms. que todo juego de suerte (y aun todo contrato) debe, so pena de no ser justo, estar dispuesto de manera, que la pérdida y ganancia, que se pueden tener estén en razon inversa de las probabilidades de perder, y de ganar. ¿Ni qué hay que estrañar tampoco, que se ganen muchos mas ambos y ternos de cortas cantidades, que de crecidas, siendo sin comparacion mas los que se juegan de aquellos, que de estos?

Interrumpiome aqui otro sugeto, que se habia poco antes agregado à nuestra conversacion, y me dixo de esta suerte: “Todo eso que Vm. ha dicho me parece está muy bien. Se reduce, sino [631] lo he entendido mal, à que un juego en tanto es justo, en quanto es igual: que esta igualdad no consiste precisamente, en que si ganó por exemplo un duro, haya de perder quando pierda un duro; sino que puede el juego igualarse de muchos modos. Verbi gratia, si quando gano un duro, y solo pierdo un real, puedo ganar el duro solo en un caso, y perder el real en veinte, el juego será igual; porque aunque llevaré entonces una probabilidad mayor de perder el real, que de ganar el duro, esta mayor probabilidad que llevo de perder, la qual no es mayor que veinte, queda igualada y recompensada exactamente con una ganancia veinte veces mayor que la pérdida que hago, siendo no menor que uno la probabilidad de esta ganancia. Pondré un exemplo, para acabar de explicarme. Si jugamos al as de oros Vm. y yo con tal ley, que si me toca à mí gane veinte, y sino me toca, pierda uno: es cierto que si la baraja tiene quarenta cartas, y se echan à cada uno veinte, el juego será desigual è injusto; pues pudiendome à mí tocar el as en veinte cartas, ò en veinte casos, y en otros tantos no tocarme; y sucediendo con Vm. lo propio; llevabamos ambos el mismo riesgo, y la misma probabilidad de perder, y de ganar, y por consiguiente ganando yo veinte, y perdiendo uno, y Vm. al contrario, el juego sería una iniquidad. Pero si suponemos, que la baraja tenga veinte y una cartas, y à Vm. se le echasen las veinte, y à mí la una, el juego sería igual y justo. Pues si yo ganaba un duro, y perdia un real; para eso llevaba veinte veces mas probabilidad de perder el real, que de ganar el duro; y si Vm. ganaba un real, y perdia un du-[632]ro, para eso tenia Vm. veinte veces mas probabilidad de ganar el real, que de perder el duro: ¿No es esto lo que Vm. ha dicho?” Lo ha explicado Vm. admirablemente, le respondi yo, y por aí puede Vm. calcular la desigualdad que hay en los juegos de bisbis, banca, y otros à favor de quien los lleva, como se acostumbran jugar regularmente.

“Pues ahora oigame Vm.” prosiguió el mismo sugeto: “En lo poco que he pensado, mientras he oído hablar à Vms. me parece que el juego de la Lotería no está igual, y que la desigualdad está contra los jugadores. Diré à Vm. por qué. Parece sin duda, que el Rey siempre gana en cada extraccion; de manera que de su parte nunca se verifica pérdida; y por consiguiente siempre la hay de parte de los jugadores. Si esto es asi; ¿cómo quiere Vm. que esté igual el juego? Vemos, que si se juega todas las noches en una tertulia, sin jugar mas recio una que otra, y por un mismo tiempo cada noche, al fin viene à no atravesarse nada. Si se juega à la treinta y una, verbi gratia, sin variar las paradas por espacio de diez, ò de doce horas, veremos que se igualarán al fin los jugadores, por mas que se atravesase al principio. Y ello es preciso que suceda de este modo; porque no habiendo motivo para que la suerte se declare mas à favor de este, que de aquel, como creen muchos necios, es preciso que pudiendo caer igualmente sobre qualquiera, caiga sobre cada uno un numero igual de veces, sobre poco mas ò menos, si el juego se sigue lo que es necesario para esto. ¿Pues ahora cómo la Lotería ha de ser igual : : : : :? Pero aguarde Vm. que lo pode-[633]mos calcular facilisimamente: si hecho un numero à extracto de 100. me llevan 10. con que la probabilidad de perder los 10. respecto de la de ganar los 100. ò por mejor decir 90. no debe ser mayor que esta cantidad lo es, respecto de aquella. En cinco casos puedo ganar los 90. porque 5. son los numeros que salen: luego debia perder los 10. solo en 50. casos, pues que este es el numero diez veces mayor que 5. Pero los pierdo en ochenta y cinco casos, que son los numeros con que se pierde: por consiguiente, ò me deberian dar mas de ciento quando ganase mi extracto, ò me deberian llevar menos de los 10. Y vea Vm. aqui, que le he demostrado evidentemente la desigualdad de la Lotería, y consiguientemente : : : : :” Suspendiose un poco, y yo le pregunté.

¿Qué vá Vm. à decir? ¿Su injusticia? ¿No es asi? “No me atrevo à decir tanto,” respondió él, ., porque no sé qué diviso en el asunto que queda por examinar, y de que no hemos hablado.” Queda tanto, repuse yo, que queda lo principal. Vaya Vm. teniendo cuidado.

Ante todas cosas advierta Vm. que yá por decontado tenemos à la Lotería un juego justo, pues como Vm. acaba de demostrar, si hubiese alguna injusticia, no sería sino por el exceso de precio en cada billete, superior al precio que corresponde à la probabilidad, que lleva el jugador de ganar. Pero un juego, ù otro contrato no se llama injusto, quando lo es por accidente, digamoslo asi, siempre que por su naturaleza no envuelva la desigualdad. Asi aunque la venta pueda ser injusta, à saber, quando hay desigualdad entre el precio y la estimacion de la cosa, [634] nadie dice, que el contrato de venta sea iniquo, como se dice, por exemplo, del Mohatra, el qual por su naturaleza misma es de tal suerte injusto, que si se quisiese hacer justo, era preciso que yá fuese otro contrato. Lo mismo digo de la Rifa, la qual es contrato desigualisimo, pues aunque se podria hacer igual, sería menester para esto reducirla à una especie de Lotería: esto es, arreglar el precio de cada ceduia con proporcion al numero de las que se suelen echar sobre poco mas o menos, y al valor del alhaja, que puede ganarse. Por eso la Rifa está prohibida por leyes del Reyno, y por disposiciones modernas. Pero volvamos à nuestra Lotería.

Vm. ha observado muy bien que la suerte no hace acepcion de personas, sino que siguiendose un juego, viene al fin à igualar à todos los jugadores en quanto está de su parte; y por tanto no podrá Vm. dexar de confesar, que esa ganancia constante y fixa, que dice Vm. tiene el Rey, no puede ser efecto sino del exceso del precio de cada billete, superior al que corresponde à la probabilidad que tiene de ganar el jugador: de tal manera, que si se arreglase segun esta proporcion, no vendrian à la larga à ganar, ni perder el Rey, ni los jugadores. “Es sin duda : : : : :” me respondió; “pero no, aguarde Vm.: el Rey perderia entonces fixamente, ¿porque quién habia de costear los gastos necesarios para el juego?” Ha bien, prosegui yo, con que yá tenemos que el precio justo de cada billete debe ser superior al que corresponde, atendida solamente la naturaleza del juego, pues es razon que todos los jugadores contribuyan à pagar sus costos. Del mismo modo que en una mesa de trucos todos los [635] jugadores pagan lo que se llama el barato, pues que no les han de servir por su buena cara; por consiguiente el que gana, gana menos, y el que pierde, pierde mas de lo que se deberia ganar, ò perder, atendida solamente la naturaleza del juego.

Esto supuesto, calcúle Vm. si el exceso de precio en los billetes podrá cubrir la parte de barato, digamoslo asi, que toca pagar à los jugadores. “¡O Señor!” me replicó, “que Vm. no me negará, que los jugadores todos no deben pagar sino la mitad de los costos, y la otra mitad toca al Rey pagarla, que es tan interesado, como ellos en el juego. Pues ahora, ¿cómo quiere Vm. que cerca de una mitad mas, que se me lleva de lo que correspondia por la naturaleza del juego, no sea muy superior à lo que debia cargarse por esta razon el precio de cada billete? Porque vea Vm. aqui: los diez reales del extracto : : : : :” No tiene Vm. que cansarse, le interrumpi, que estoy muy bien en la cuenta, y convengo en lo que Vm. dice. ¿Con qué Vm. no queria que el Rey sacase mas que lo que le cuesta la mitad del sueldo de tantos Oficiales, como son precisos, del alquiler de tantas casas, del precio de tanto papel, y tantos impresos &c.? Segun eso vendria à perder seguramente la mitad de todos estos costos, como seguramente pierden la otra mitad los jugadores; y como seguramente pierde el importe de todos los baratos de una mesa de trucos el todo de los jugadores que la frequentan: digo seguramente, pues yá hemos supuesto, que por lo que hace à la suerte, ella no favoreceria mas al un partido, que al otro: “Y qué absurdo halla Vm. en eso,” me replicó, [636] ¿no lo exige asi la igualdad, que se requiere para que el juego sea justo, segun lo que Vm. mismo ha dicho?” Si señor, lo exige, tiene Vm. mucha razon, respondile. Pero digame Vm. por su vida: ¿el dueño de una mesa de trucos no saca otra ganancia de ella, que lo que gasta precisamente en mantener el juego, esto es, el alquiler de la casa, el costo de luces, el salario del mozo, que sirve à los jugadores, lo que importa el deterioro de las bolas, tacos, paño, &c.? Si asi fuese, valiente utilidad le tendria. No señor, es preciso, que el principal que invierte en todo esto le reditúe alguna cosa, como sucede con el dueño de una casa, de una heredad y de otra qualquiera alhaja. Para que estas cosas no produxesen sino lo que se deterioran, ò lo que es preciso para que el capital empleado en ellas no se disminuya; en una palabra, para que el capital no produzca algo, sin que en nada se desfalque; ninguno lo emplearia en ellas. Asi que el barato que cobra el dueño de la mesa de trucos monta mucho mas, que el importe de los gastos, que tiene que hacer para mantenerla. Y lo mismo le digo à Vm. de la Lotería: “¿Como? señor,” me replicó, “¿cómo? ¿con que cerca de cinco reales que se me llevan de mas de lo que vale la esperanza de ganar 90. à extracto simple, no ha de ser excesiva, aun quando rebaxemos la parte con que yo debo contribuir para los costos del juego, y lo que es justo que gane el dueño de él, y que le reditúe su principal?” Oig. Vm. le interrumpi, ¿por dónde tasa Vm. el justo precio de esa esperanza, que Vm. compra? “Por su probabilidad,” respondió, “por los gastos del juego, y por lo que debe ganar el principal que su [637] dueño tiene empleado en él. ¿Qué otra causa quiere Vm. que haya à mas de estas, que aumente el precio de cada esperanza ò de cada cedula que la dá?” La principal todavia, dixe yo: ¿Vm. puede comprar esa esperanza en otra tienda, ò de otra persona? “No, sin duda,” respondió, “ni creo que pueda haberla: porque un juego tal como este, me parece imposible se pudiese administrar de cuenta de particular alguno. Juegan los particulares de toda una nacion, y aun los de las estrañas si quieren; son necesarios caudales crecidos para pagar las ganancias crecidisimas, que tal vez pueden hacerse, y sobre todo es necesario un credito que asegure la confianza del jugador, hallese donde se halláre, y no es posible tenga un credito como este sino el publico, la nacion misma, ò su cabeza: además de esto : : : : :” Basta con lo que Vm ha dicho, le interrumpi. ¿Con qué el público, la nacion, o el Rey es solo el que puede ser dueño de este juego, y él solo que puede por consiguiente vender las esperanzas que dan los billetes? “Asi lo creo,” me respondió. Pues ahora, prosegui, si Vm. fuese el unico dueño de una alhaja que hubiese en España, ¿quánto podria Vm. llevar por ella si quisiese venderla? “Llevaria,” dixo con ayre, “llevaria lo que me diese la gana, si hallaba quien me lo diese.” Pues bien, repuse yo, con que el público, con que la nacion, con que el Rey, que es el solo dueño : : : : : “Aguarde Vm. me atajó, que yo digo, que podria llevar por mi alhaja lo que quisiese de hecho, no de derecho, ò justamente. ¿Pues qué? ¿quiere Vm que porque fuese yo solo el poseedor de esta alhaja, pudiese venderla en conciencia, por lo que se [638] me pusiese en la cabeza, si excedia del justo valor y precio?” Sonreíme yo un poco al oír esto, y le dixe, acuerdese Vm. que ha dicho, que la venderia en lo que le diese la gana, si hallaba quien se lo diese. “Preciso,” dixo con viveza, “que habia de ser asi, sino ¿cómo la habia de vender, no habiendo quien me la pagase? Y bien, ¿qué saca Vm. de aí?” Tambien supongo, prosegui, que ese comprador haria à Vm. la compra porque estimaba su alhaja en lo que por ella le daba; quiero decir, sin ser violentado, ni engañado, en una palabra, con pleno consentimiento. ¿No es asi? “No sino de otro modo,” me respondió algo alterado, “¿pues no vé Vm. que de otra manera sería una injusticia si se la vendiese aun por muchisimo menos de lo que valia?” Ha bien, le dixe yo entonces, con que Vm. venderia su alhaja entrando en el contrato el comprador con pleno consentimiento, y por la estimacion comun de ella, que en este caso es lo mismo, que decir por la estimacion de Vm. y la de él. ¿Pues qué mas quiere Vm. que se necesite para poder vender una cosa justamente, ò en conciencia? Ahora aplique Vm. esto à la Lotería. Sorprendiose todo al oír esta razon, y queriendo poner algunas dificultades, le dixe yo, dexemos eso para quando estemos mas despacio. Vm. crea que quanto es mas rara una cosa, ò lo que es lo mismo, quanto menos son los que la poseen, tanto mayor es su precio, ò su justo valor; por consiguiente si fuese uno solo el poseedor, sería entonces el justo valor de ella quanto puede ser, esto es, quanto quisiese pedir por ella, y hallase quien se lo diese con pleno consentimiento. Pero para poner esta proposicion en un estado que ex-[639]cluyese toda duda, sería menester que discurriesemos por largo rato: no tenemos tiempo, y además Vm. tendrá ya cansada la cabeza. “A la verdad,” me replicó, “que si se la he de confesar à Vm. me ha convencido Vm. plenamente, à que podria yo vender mi susodicha alhaja en el precio que quisiese: no obstante necesito de examinar mas el caso, dexemoslo si Vm. gusta; pero por su vida oigame Vm. dos palabras, y no mas. Supongo, que por ser el Rey el unico dueño de los billetes de Lotería, pueda llevar por cada uno el precio que quiera, y que libremente dá cada jugador; mas, si acaso el ser unico dueño depende de la prohibicion que hace à los particulares de que las tengan : : : : :” ¿Pues no ha supuesto Vm. yá tambien, le interrumpi, que creía imposible pudiese ser administrado el juego de cuenta de alguno? “Si señor,” me respondió, “confiesolo; pero si yo me engañase, y pudiese esto ser; en este caso : : : : : yá vé Vm. : : : : :” Entiendo, dixe yo, Vm. quiere decir que el Rey es acaso el solo dueño, porque ha estancado este genero, como lo es del tabaco, de la sal, &c. y que de otra manera no lo sería: y bien, ¿qué consequencia saca Vm. de esto? “¿Qué?” me respondió, “que si acaso el estanco no es justo : : : : : porque Vm. no me negará, que el estanco siendo una especie de impuesto, no se puede sin necesidad hacer.” No señor, le dixe, no se lo negaré yo à Vm. pero justamente hemos dado con un estanco, que no solamente se puede hacer, sino que se debe hacer, aunque al Rey le sobráran los millones. El estanco del aguardiente, el de otras cosas perjudiciales : : : : : “No, no,” me atajó, “no diga Vm. mas, entiendo, no es eso [640] lo que yo digo, pues si fuese perjudicial al público el que los particulares tubiesen Loterías; se podian prohibir sin que hiciese el Rey este estanco.” ¿Ola? ¿le parece à Vm. muy facil? le repliqué yo; ¿y las Loterías estrangeras? ¿y el dinero que salia fuera del Reyno por ellas? ¿le parece à Vm. muy facil el impedirlo? pues yo lo creo imposible : : : : : “Sobre todo,” me atajó: “contentemonos con que el estanco sea justo, y que haya muchos justos motivos para hacerlo, sin que pretenda Vm. que sea necesario el hacerlo.” ¿No? respondile yo, ¡asi me diera Vm. tiempo para hacerselo vér! Demás que ahora mismo acaba Vm. de probarlo. “¿Yo?” dixo, “¿yo? ¿quàndo: ò cómo? Pero dexemoslo para otra vez. Cuidado, que emplazo à Vm. para la semana que viene, que nos juntamos en esta misma tertulia: y vamos yá à despedirnos de estas señoras que se ván. Lleve Vm. no obstante entendido, que quedo convencido plenamente, de que en la Lotería no solamente no hay, sino que segun lo que hemos dicho, no puede haber la mas minima injusticia. Pareceme tambien, que no solo hemos resuelto esta question, sino otras muchas; y sobre todo voy tan maravillado, que mas no puede ser, de la ligereza con que se habla, y se escribe sobre algunos puntos de moral, aun los que requieren mas examen.” ¡Oh! no tiene Vm. nada que maravillarse: ¿no ha oído Vm. por ventura decidir, que no es licita la inoculacion de las viruelas? Abur. ◀Dialog ◀Ebene 3 ◀Allgemeine Erzählung ◀Ebene 2 ◀Ebene 1