Discurso XXV Anonym (García de Cañuelo, Luis; Pereira, Luis Marcelino) Moralische Wochenschriften Elisabeth Hobisch Editor Julia Obermayr Editor Birgit Peking Editor Carina Windhager Editor Institut für Romanistik, Universität Graz 17.05.2016 o:mws-103-401 Anonym: El Censor. Obra periódica. Madrid: 1781-1787, 381-396 El Censor 2 025 1781 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief Graz, Austria Spanish; Castilian Erziehung und Bildung Educazione e Formazione Education and Formation Educación y Formación Éducation et formation Vernunft Ragione Reason Razón Raison Spain -4.0,40.0

Discurso XXV

Sed ea animi elatio, quae cernitur in periculis, & laboribus, si iustitia vacat, pugnatque non pro salute communi, sed pro suis commodis in vitio est. Non enim modo id virtutis non est, sed potius immanitatis, omnem humanitatem repellentis.

Cicer. De Offic. lib. 1. c. 19.

Pero aquella grandeza de animo que hace arrostrar los peligros y los trabajos, si estádesnuda de justicia, y no tiene por objeto la utilidad comun sino las conveniencias particulareses viciosa. Porque esto está tan lexos de ser propio del valor, que lo es mas bien de unafiereza, que excluye toda humanidad.

Son increibles los absurdos, y las extravagancias, en que nos hacen caer las erradas idéas, que nos fabricamos de la perfeccion y grandeza. Asi tampoco hay cosa, que nos precipite en mayores miserias. El deseo de engrandecernos, y perfeccionarnos no nos es menos natural, que el de conservarnos; porque no pudiendo un espiritu, que se ama à si mismo, desearse un mal, no puede desear conservar su existencia sin desear ser feliz: y la felicidad no es otra cosa que el mejor modo de ser, ò el ser del mejor modo posible, y por consiguiente el ser mas perfecto, mas amplio, y por decirlo asi, mas extenso de que uno es capáz. De manera que estas dos inclinaciones, vienen à ser como dos ramos del amor propio, ò llamese de sí mismo.

Este como que es impreso por el mismo Dios no podria dexar de ser bueno, y conducirnos à lo bueno, si atendieramos siempre à que nuestra verdadera grandeza y perfeccion no puede consistir, sino en el orden que nuestras acciones nos dán en la razon divina, que premia à cada uno segun sus obras; por-que entonces él nos las haria conformas con la voluntad de Dios. El mal está en que dexandonos, por la corrupcion de nuestra naturaleza, llevar de la impresion de las cosas sensibles, no hacemos por la mayor parte consistir nuestra grandeza, sino en el que ocupamos en la imaginacion de los demás hombres, sin reflexionar, que siendo ellos igualmente flacos y miserables que nosotros, jamás pueden ser nuestra verdadera felicidad. Asi captarnos su estimacion, hacernos admirar es el fin, que en la mayor parte de nuestras acciones nos proponemos.

Aun si ellos no admiráran si no lo que es verdaderamente admirable, ni estimáran sino lo que es digno de ser estimado; las acciones que tubiesen este objeto no serian à la verdad del todo buenas; pero tampoco serian positivamente malas, y aun podrian constituir lo que se llama virtud moral, en contraposicion de la christiana. Pero todo lo que tiene cierto carácter de grandeza excita indiferentemente su admiracion, siendo las mas veces mayor la que causa lo raro, lo extraordinario, y lo grande solo en la apariencia, que la que se tributa à lo que es verdaderamente grande. El valor es sin duda una de las virtudes, que mas nos engrandecen y perfeccionan. Es tambien una de las cosas que mas se hacen admirar de los hombres, pero la razon porque nos engrandece, no es la misma porque se hace admirar.

Nos engrandece porque disipando las ilusiones con que el cuerpo nos hace creer la vida el mas grande de todos los bienes, y desprendiendonos de las cadenas con que nos retiene, nos la hace despreciar por otro bien que realmente es mayor, y de cuya posesion ella nos priva. Se admira precisamente porque consiste en el desprecio de la vida, que es un bien sumamente estimable, y que es muy extraordinario ver despreciado por otro. Para que nos engrandezca, pues, segun la verdad, y por consiguiente para que sea un verdadero valor, ò una verdadera virtud, es preciso que el bien que se busca, sea realmente mayor, que el que por él se desprecia. Asi el desprecio de la vida jamás puede engrandecernos, ni ser verdadero valor, sino tiene por motivo el bien de los demás hombres, ò la gloria de Dios. Pues solo en este caso puede procurarnos un bien verdaderamente mayor que el despreciado.

En qualquiera otro, lexos de elevarnos, nos abate, y es una verdadera cobardia; porque si el valor consiste en no dexarse de tal manera llevar de la apariencia de un bien que se posee, ni tenerle tan fuerte apego, que no se abandone por otro que le es preferible; es preciso que consista la cobardia en dexarse engañar de tal modo por las apariencias de un bien, que se abandone por él otro realmente mayor. Admirando, pues, y teniendo por cosa grande el desprecio de la vida, solo por razon de raro y extraordinario, sucede frequentemente que tenemos por grandeza de animo, lo que es un verdadero abatimiento; por valor lo que es verdadera cobardia.

Un hombre se expuso à mil peligros en servicio de su Rey y de su Patria. Le han visto siempre entrar el primero en las batallas, y salir el ultimo. Pero otro le dice una palabra injuriosa: la sufre con paciencia, y por el infame placer de la venganza no quiere, contraviniendo à todas las Leyes divinas y humanas, exponer su vida, ni la del otro. Es un cobarde, un vil, un indigno de los honores que goza, y de alternar con quien tenga el corazon bien puesto. Otro al contrario, la juega con una fiera, sin necesidad, ni utilidad alguna, ò acaso por un vil interés. Un Pueblo inmenso se congrega à verle y celebrarle: quanto mas la arriesga, tantas mas aclamaciones recibe, quanto mas le aclaman tanto mas la arriesga. Es un prodigio de valor, es un heroe. Los Decios, que con su vida compraron la salud de todos sus compatriotas, no han sido tan celebrados. Indigno por qualquiera otra parte que se mire del lado de un hombre bien nacido, todo el mundo hace no obstante, vanidad de acompañarle. Las mismas damas tienen à felicidad lograr en sus gracias alguna parte.

La sabiduría no es menos conducente, que el valor à nuestra felicidad, y se puede decir, que no hay ciencia que no pueda contribuir à ella, yá perfeccionando nuestro espiritu con el conocimiento de la verdad, yá haciendonos mas utiles à los demás hombres, y mas capaces de servirles, y ayudarles en sus miserias, y yá en fin, dirigiendo al objeto, que deben proponerse nuestras acciones, è instruyendonos en el modo de conducirnos en qualquiera estado, y circunstancias en que nos hallemos sobre la tierra. Pero no siendo ciertamente todas igualmente utiles, parece que no debieran ser cultivadas, sino en la proporcion que lo son. No obstante, sucede todo lo contrario; porque no proponiendonos en nuestras acciones otro fin que el de engrandecernos, ni haciendo consistir nuestra grandeza, sino en la opinion que de nosotros tienen los demás hombres, no buscamos otra cosa en el estudio de las ciencias que su estimacion, y éstos, ni estiman, ni admiran tanto lo que les es util, como lo que es raro, y extraordinario.

Ninguna ciencia conduce mas para la perfeccion del espiritu, y la conducta de la vida que la Moral, y por consiguiente el suyo, parece que debia ser nuestro primero y principal estudio. Con todo, es muy poco lo que se adelantó en ella en estos mismos siglos en que las demás han hecho progresos increíbles. ¿Será porque habia yá llegado à su ultimo grado de perfeccion? Lexos de esto hay en ella mas ignorancia, que habia en la Physica antes de Descartes, y de Newton. Pero los descubrimientos que en ella se hacen, son proporcionados al alcance de todo el mundo. Su conocimiento no requiere ni muchos libros, ni medallas antiguas, ni instrumentos costosos, ni experiencias dificiles, ni monumentos raros. Su estudio lo puede, y debe hacer cada uno en si mismo, y la meditacion aunque penosa, no lo es mas que la atencion que pide qualquiera otra ciencia. Esta mayor facilidad junta con su mayor importan-cia, debia al parecer, hacerla la mas comun, y cultivada de todas; pero al contrario es la verdadera causa de su abandono. Porque los hombres como yá se ha dicho, ni buscan, sino lo que los demás admiran, ni admiran, sino aquello à que poco pueden alcanzar. De aqui es que los que se dedican à su estudio, como por la mayor parte llevan siempre esta mira, lo hacen del modo mas aproposito, que pudo imaginarse, no solo para no hacer en ella ningun adelantamiento, sino tambien para trastornarlo, y confundirlo todo. No buscan la verdad por ninguno de los dos unicos conductos, por donde puede mostrarsenos, que son la razon, y la revelacion. Asi, tampoco es su objeto averiguarla, sino unicamente saber lo que dixeron, ò creyeron los que les precedieron; de manera, que no tanto estudian la Moral, como su historia. Que la virtud es amable, y aborrecible el vicio, no es la razon la que se lo persuade, sino un pasage del Principe de los Philosofos, una autoridad del esclavo de Epaphrodito, ò una sentencia del Preceptor de Neron. La obligacion de dár limosna, no se la enseña el Evangelio, sino Lesio, Antoine, y Bonacina. Porque si se valieran para probar estas cosas, de la palabra sola de Jesu-Christo, ò de un razonamiento por mas sólido, y convincente que fuese, ¿cómo habia de lucir su vasta lectura, ni cómo se harian admirar sin ostentarla?

Por la misma razon sucede que tampoco en las demás ciencias se prefieren los conocimientos mas utiles, sino los mas extraños, y exquisitos. Ignorase todavia la exacta longitud de una infinidad de lugares. Lo que siendo causa de que los Mapas geographycos, no tengan toda la exactitud de que son capaces, lo es tambien de un gran número de naufragios. Con todo eso la descripcion de la Luna, es yá tan exacta que, como con la gracia que acostumbra dice Mr. de Fontenelle, podria un Astronomo viajar en ella con menos riesgo de perderse, que en el pueblo de su habitacion. Con los gastos que en estas, y otras observacio-nes semejantes se han hecho, pudiera no haber hoy lugar en la tierra, cuya situacion no se supiese à punto fixo. Pero observar una longitud, es yá cosa que hace qualquiera. Al contrario el que descubre un nuevo país en la Luna, se imagina adquirir un Reyno de que dispone à su arbitrio. Yá se lo regala à un amigo, ò al sábio de la antiguedad que mas estima, ò yá se lo reserva para sí, è imponiendole su propio nombre le eterniza de esta manera no menos que si hubiese levantado una pyramide.

Un sugeto se dedica à la historia natural: no conoce la mayor parte de los animales de su país, ni sus propiedades, ni sus virtudes, cuyo examen pudiera ser de mucha utilidad para los que con él viven: pero sabe quantas especies de mariposas hay en la China, con sus particulares diferencias, y nombres, y no confundirá una mosca del Japon, con una de Sian.

Conozco à otro, que sabe apenas el Castellano: ¿pero qué importa? posee ocho lenguas de las quales ninguna se habla yá sobre la tierra. ¡Qué prodigio de ciencia! Todo el mundo le admira, y le señala con el dedo. ¿Y adonde llegará su gloria, quando acabe de aprender, lo que se hablaba antes de la Torre de Babél?

Otro no suelta la Biblia de las manos, y su lectura le ocupa noche, y dia. ¡Santa ocupacion! ¡Este si que lo acierta, y que se emplea del mejor modo que puede un verdadero Christiano. ¿Cómo sabrá à fondo la Religion, y los deberes que le impone? ¿qué ardor para cumplirlas, qué piedad, qué rectitud de costumbres no le inspirará tan provechosa leyenda? No es eso: ¿habian de llevar su atencion cosas tan vulgares y ordinarias? Los puntos de cronología, y de critica, las dificultades de gramática son el objeto de su estudio. Averiguar por exemplo, qué cosa fuesen las Mandrágoras, es cosa mucho mas digna de sublime ingenio.

Otro ignora absolutamente la Historia de España: cree que la batalla de San Quintin, fue dada contra los Moros: y preguntó el otro dia, ¿sino la habia manda-do Rodrigo de Bivar, aquel famoso General de las Armas de D. Alonso el Casto, llamado el Gran Capitan? Tiene à Henrique IV., por Sucesor de Henrique III., y à Felipe V., por hijo de Carlos II. Pero nadie le enseñará que fue Marcelo, quien destruyó à Syracusa, Scipion el menor à Cartago, y Agamenon à Troya. Dirá de memoria la sucesion de los Reyes Medos, desde Arbaces, hasta Astyages, con los años que reynó, y en que empezó à reynar cada uno. Añadirá que los de Astiages, que tambien se llamó Apandas, no los señala Cresias, pero que los cuenta Herodoto: y traerá en un instante media docena de autoridades, para probar que un Ciudadano Romano, era pariente en tal, y tal grado de un Emperador. Apenas conoce por el nombre, los trages que hoy se estilan, y no distingue una bata, de un desabillé: ignora lo que es la cascara, la malilla, el algedréz, el chaquete: tiene à los primeros por juegos de dados, y por de naypes à los segundos. Aunque no dexa de manejar dinero, no es capáz de distinguir, à no leer la inscripcion, si una moneda es de Fernando VI., ò de Carlos III. Ignora las leyes de su Nacion: asiste à la Misa, y à las Funciones Eclesiásticas, sin tener el menor conocimiento de los Ritos, y Ceremonias. El ultimo Viernes Santo preguntó al que estaba à su lado, qué le habia sucedido al Preste, que no acababa la Misa. ¿Quién habia de entretenerse en semejantes vagatelas?

Pero sabe con toda exactitud lo que era el Peplo de las antiguas Griegas, y si tubiera muger, él mismo la cortaria uno, y la haria tambien uno Zostra; y un Regos, como el con que iba à labar la Nausicaa de Homero. Posee como el mejor jugador de los Griegos los juegos, que entre ellos se usaban. Yo mismo le he visto jugar al Ascodiasmos, y no creo que el mas diestro de ellos, saltase ni por mas tiempo, ni con mas donosura à la Paticoja. Tambien le he oído explicar con una erudicion inmensa, lo que era el Astragalismos, y los nombres que tenia cada suerte de los da-dos; añadiendo al fin, que el que echaba la que se llamaba Venus, era Rey del convite, con otras mil noticias de este genero sumamente importantes. Conoce por el tacto las caras de los Emperadores Romanos, y dice sin mirarlas: esta Medalla es de Augusto, esta de Trajano, esta otra de Vitelio, &c. Sabe de memoria las Leyes de Solón, y Dracón, y las de las XII. Tablas; y dará dentro de poco à luz un fragmento, que acaba de hallar de un Jurisconsulto antiguo, no conocido hasta ahora. Está perfectamente instruido de los Ritos de los antiguos Gentiles; cómo habia de estár preparada el agua lustral en una caldera de Azofar, meterse en ella el tizon sacado del ara, derramarse sobre la cabeza, y espaldas de la victima la salsamola, cortarsela de la frente los pelitos, para echar en el fuego para la primera libacion. En fin, ninguno mas habil que él, para Sacerdote de Diana, ò de qualquiera otra de estas Deidades.

Estas si que son cosas que merecen saberse, y no las obligaciones de un pa-dre, de un marido, de un vasallo, de un amigo. Esta si que es sabiduría digna de admirarse. Esta si que es erudicion. Asi lo ha querido el uso à que me guardaré yo bien de oponerme; pero tengo presente que segun el Espiritu Santo, hay una ciencia que es verdadera fatuidad.

Discurso XXV Sed ea animi elatio, quae cernitur in periculis, & laboribus, si iustitia vacat, pugnatque non pro salute communi, sed pro suis commodis in vitio est. Non enim modo id virtutis non est, sed potius immanitatis, omnem humanitatem repellentis. Cicer. De Offic. lib. 1. c. 19. Pero aquella grandeza de animo que hace arrostrar los peligros y los trabajos, si estádesnuda de justicia, y no tiene por objeto la utilidad comun sino las conveniencias particulareses viciosa. Porque esto está tan lexos de ser propio del valor, que lo es mas bien de unafiereza, que excluye toda humanidad. Son increibles los absurdos, y las extravagancias, en que nos hacen caer las erradas idéas, que nos fabricamos de la perfeccion y grandeza. Asi tampoco hay cosa, que nos precipite en mayores miserias. El deseo de engrandecernos, y perfeccionarnos no nos es menos natural, que el de conservarnos; porque no pudiendo un espiritu, que se ama à si mismo, desearse un mal, no puede desear conservar su existencia sin desear ser feliz: y la felicidad no es otra cosa que el mejor modo de ser, ò el ser del mejor modo posible, y por consiguiente el ser mas perfecto, mas amplio, y por decirlo asi, mas extenso de que uno es capáz. De manera que estas dos inclinaciones, vienen à ser como dos ramos del amor propio, ò llamese de sí mismo. Este como que es impreso por el mismo Dios no podria dexar de ser bueno, y conducirnos à lo bueno, si atendieramos siempre à que nuestra verdadera grandeza y perfeccion no puede consistir, sino en el orden que nuestras acciones nos dán en la razon divina, que premia à cada uno segun sus obras; por-que entonces él nos las haria conformas con la voluntad de Dios. El mal está en que dexandonos, por la corrupcion de nuestra naturaleza, llevar de la impresion de las cosas sensibles, no hacemos por la mayor parte consistir nuestra grandeza, sino en el que ocupamos en la imaginacion de los demás hombres, sin reflexionar, que siendo ellos igualmente flacos y miserables que nosotros, jamás pueden ser nuestra verdadera felicidad. Asi captarnos su estimacion, hacernos admirar es el fin, que en la mayor parte de nuestras acciones nos proponemos. Aun si ellos no admiráran si no lo que es verdaderamente admirable, ni estimáran sino lo que es digno de ser estimado; las acciones que tubiesen este objeto no serian à la verdad del todo buenas; pero tampoco serian positivamente malas, y aun podrian constituir lo que se llama virtud moral, en contraposicion de la christiana. Pero todo lo que tiene cierto carácter de grandeza excita indiferentemente su admiracion, siendo las mas veces mayor la que causa lo raro, lo extraordinario, y lo grande solo en la apariencia, que la que se tributa à lo que es verdaderamente grande. El valor es sin duda una de las virtudes, que mas nos engrandecen y perfeccionan. Es tambien una de las cosas que mas se hacen admirar de los hombres, pero la razon porque nos engrandece, no es la misma porque se hace admirar. Nos engrandece porque disipando las ilusiones con que el cuerpo nos hace creer la vida el mas grande de todos los bienes, y desprendiendonos de las cadenas con que nos retiene, nos la hace despreciar por otro bien que realmente es mayor, y de cuya posesion ella nos priva. Se admira precisamente porque consiste en el desprecio de la vida, que es un bien sumamente estimable, y que es muy extraordinario ver despreciado por otro. Para que nos engrandezca, pues, segun la verdad, y por consiguiente para que sea un verdadero valor, ò una verdadera virtud, es preciso que el bien que se busca, sea realmente mayor, que el que por él se desprecia. Asi el desprecio de la vida jamás puede engrandecernos, ni ser verdadero valor, sino tiene por motivo el bien de los demás hombres, ò la gloria de Dios. Pues solo en este caso puede procurarnos un bien verdaderamente mayor que el despreciado. En qualquiera otro, lexos de elevarnos, nos abate, y es una verdadera cobardia; porque si el valor consiste en no dexarse de tal manera llevar de la apariencia de un bien que se posee, ni tenerle tan fuerte apego, que no se abandone por otro que le es preferible; es preciso que consista la cobardia en dexarse engañar de tal modo por las apariencias de un bien, que se abandone por él otro realmente mayor. Admirando, pues, y teniendo por cosa grande el desprecio de la vida, solo por razon de raro y extraordinario, sucede frequentemente que tenemos por grandeza de animo, lo que es un verdadero abatimiento; por valor lo que es verdadera cobardia. Un hombre se expuso à mil peligros en servicio de su Rey y de su Patria. Le han visto siempre entrar el primero en las batallas, y salir el ultimo. Pero otro le dice una palabra injuriosa: la sufre con paciencia, y por el infame placer de la venganza no quiere, contraviniendo à todas las Leyes divinas y humanas, exponer su vida, ni la del otro. Es un cobarde, un vil, un indigno de los honores que goza, y de alternar con quien tenga el corazon bien puesto. Otro al contrario, la juega con una fiera, sin necesidad, ni utilidad alguna, ò acaso por un vil interés. Un Pueblo inmenso se congrega à verle y celebrarle: quanto mas la arriesga, tantas mas aclamaciones recibe, quanto mas le aclaman tanto mas la arriesga. Es un prodigio de valor, es un heroe. Los Decios, que con su vida compraron la salud de todos sus compatriotas, no han sido tan celebrados. Indigno por qualquiera otra parte que se mire del lado de un hombre bien nacido, todo el mundo hace no obstante, vanidad de acompañarle. Las mismas damas tienen à felicidad lograr en sus gracias alguna parte. La sabiduría no es menos conducente, que el valor à nuestra felicidad, y se puede decir, que no hay ciencia que no pueda contribuir à ella, yá perfeccionando nuestro espiritu con el conocimiento de la verdad, yá haciendonos mas utiles à los demás hombres, y mas capaces de servirles, y ayudarles en sus miserias, y yá en fin, dirigiendo al objeto, que deben proponerse nuestras acciones, è instruyendonos en el modo de conducirnos en qualquiera estado, y circunstancias en que nos hallemos sobre la tierra. Pero no siendo ciertamente todas igualmente utiles, parece que no debieran ser cultivadas, sino en la proporcion que lo son. No obstante, sucede todo lo contrario; porque no proponiendonos en nuestras acciones otro fin que el de engrandecernos, ni haciendo consistir nuestra grandeza, sino en la opinion que de nosotros tienen los demás hombres, no buscamos otra cosa en el estudio de las ciencias que su estimacion, y éstos, ni estiman, ni admiran tanto lo que les es util, como lo que es raro, y extraordinario. Ninguna ciencia conduce mas para la perfeccion del espiritu, y la conducta de la vida que la Moral, y por consiguiente el suyo, parece que debia ser nuestro primero y principal estudio. Con todo, es muy poco lo que se adelantó en ella en estos mismos siglos en que las demás han hecho progresos increíbles. ¿Será porque habia yá llegado à su ultimo grado de perfeccion? Lexos de esto hay en ella mas ignorancia, que habia en la Physica antes de Descartes, y de Newton. Pero los descubrimientos que en ella se hacen, son proporcionados al alcance de todo el mundo. Su conocimiento no requiere ni muchos libros, ni medallas antiguas, ni instrumentos costosos, ni experiencias dificiles, ni monumentos raros. Su estudio lo puede, y debe hacer cada uno en si mismo, y la meditacion aunque penosa, no lo es mas que la atencion que pide qualquiera otra ciencia. Esta mayor facilidad junta con su mayor importan-cia, debia al parecer, hacerla la mas comun, y cultivada de todas; pero al contrario es la verdadera causa de su abandono. Porque los hombres como yá se ha dicho, ni buscan, sino lo que los demás admiran, ni admiran, sino aquello à que poco pueden alcanzar. De aqui es que los que se dedican à su estudio, como por la mayor parte llevan siempre esta mira, lo hacen del modo mas aproposito, que pudo imaginarse, no solo para no hacer en ella ningun adelantamiento, sino tambien para trastornarlo, y confundirlo todo. No buscan la verdad por ninguno de los dos unicos conductos, por donde puede mostrarsenos, que son la razon, y la revelacion. Asi, tampoco es su objeto averiguarla, sino unicamente saber lo que dixeron, ò creyeron los que les precedieron; de manera, que no tanto estudian la Moral, como su historia. Que la virtud es amable, y aborrecible el vicio, no es la razon la que se lo persuade, sino un pasage del Principe de los Philosofos, una autoridad del esclavo de Epaphrodito, ò una sentencia del Preceptor de Neron. La obligacion de dár limosna, no se la enseña el Evangelio, sino Lesio, Antoine, y Bonacina. Porque si se valieran para probar estas cosas, de la palabra sola de Jesu-Christo, ò de un razonamiento por mas sólido, y convincente que fuese, ¿cómo habia de lucir su vasta lectura, ni cómo se harian admirar sin ostentarla? Por la misma razon sucede que tampoco en las demás ciencias se prefieren los conocimientos mas utiles, sino los mas extraños, y exquisitos. Ignorase todavia la exacta longitud de una infinidad de lugares. Lo que siendo causa de que los Mapas geographycos, no tengan toda la exactitud de que son capaces, lo es tambien de un gran número de naufragios. Con todo eso la descripcion de la Luna, es yá tan exacta que, como con la gracia que acostumbra dice Mr. de Fontenelle, podria un Astronomo viajar en ella con menos riesgo de perderse, que en el pueblo de su habitacion. Con los gastos que en estas, y otras observacio-nes semejantes se han hecho, pudiera no haber hoy lugar en la tierra, cuya situacion no se supiese à punto fixo. Pero observar una longitud, es yá cosa que hace qualquiera. Al contrario el que descubre un nuevo país en la Luna, se imagina adquirir un Reyno de que dispone à su arbitrio. Yá se lo regala à un amigo, ò al sábio de la antiguedad que mas estima, ò yá se lo reserva para sí, è imponiendole su propio nombre le eterniza de esta manera no menos que si hubiese levantado una pyramide. Un sugeto se dedica à la historia natural: no conoce la mayor parte de los animales de su país, ni sus propiedades, ni sus virtudes, cuyo examen pudiera ser de mucha utilidad para los que con él viven: pero sabe quantas especies de mariposas hay en la China, con sus particulares diferencias, y nombres, y no confundirá una mosca del Japon, con una de Sian. Conozco à otro, que sabe apenas el Castellano: ¿pero qué importa? posee ocho lenguas de las quales ninguna se habla yá sobre la tierra. ¡Qué prodigio de ciencia! Todo el mundo le admira, y le señala con el dedo. ¿Y adonde llegará su gloria, quando acabe de aprender, lo que se hablaba antes de la Torre de Babél? Otro no suelta la Biblia de las manos, y su lectura le ocupa noche, y dia. ¡Santa ocupacion! ¡Este si que lo acierta, y que se emplea del mejor modo que puede un verdadero Christiano. ¿Cómo sabrá à fondo la Religion, y los deberes que le impone? ¿qué ardor para cumplirlas, qué piedad, qué rectitud de costumbres no le inspirará tan provechosa leyenda? No es eso: ¿habian de llevar su atencion cosas tan vulgares y ordinarias? Los puntos de cronología, y de critica, las dificultades de gramática son el objeto de su estudio. Averiguar por exemplo, qué cosa fuesen las Mandrágoras, es cosa mucho mas digna de sublime ingenio. Otro ignora absolutamente la Historia de España: cree que la batalla de San Quintin, fue dada contra los Moros: y preguntó el otro dia, ¿sino la habia manda-do Rodrigo de Bivar, aquel famoso General de las Armas de D. Alonso el Casto, llamado el Gran Capitan? Tiene à Henrique IV., por Sucesor de Henrique III., y à Felipe V., por hijo de Carlos II. Pero nadie le enseñará que fue Marcelo, quien destruyó à Syracusa, Scipion el menor à Cartago, y Agamenon à Troya. Dirá de memoria la sucesion de los Reyes Medos, desde Arbaces, hasta Astyages, con los años que reynó, y en que empezó à reynar cada uno. Añadirá que los de Astiages, que tambien se llamó Apandas, no los señala Cresias, pero que los cuenta Herodoto: y traerá en un instante media docena de autoridades, para probar que un Ciudadano Romano, era pariente en tal, y tal grado de un Emperador. Apenas conoce por el nombre, los trages que hoy se estilan, y no distingue una bata, de un desabillé: ignora lo que es la cascara, la malilla, el algedréz, el chaquete: tiene à los primeros por juegos de dados, y por de naypes à los segundos. Aunque no dexa de manejar dinero, no es capáz de distinguir, à no leer la inscripcion, si una moneda es de Fernando VI., ò de Carlos III. Ignora las leyes de su Nacion: asiste à la Misa, y à las Funciones Eclesiásticas, sin tener el menor conocimiento de los Ritos, y Ceremonias. El ultimo Viernes Santo preguntó al que estaba à su lado, qué le habia sucedido al Preste, que no acababa la Misa. ¿Quién habia de entretenerse en semejantes vagatelas? Pero sabe con toda exactitud lo que era el Peplo de las antiguas Griegas, y si tubiera muger, él mismo la cortaria uno, y la haria tambien uno Zostra; y un Regos, como el con que iba à labar la Nausicaa de Homero. Posee como el mejor jugador de los Griegos los juegos, que entre ellos se usaban. Yo mismo le he visto jugar al Ascodiasmos, y no creo que el mas diestro de ellos, saltase ni por mas tiempo, ni con mas donosura à la Paticoja. Tambien le he oído explicar con una erudicion inmensa, lo que era el Astragalismos, y los nombres que tenia cada suerte de los da-dos; añadiendo al fin, que el que echaba la que se llamaba Venus, era Rey del convite, con otras mil noticias de este genero sumamente importantes. Conoce por el tacto las caras de los Emperadores Romanos, y dice sin mirarlas: esta Medalla es de Augusto, esta de Trajano, esta otra de Vitelio, &c. Sabe de memoria las Leyes de Solón, y Dracón, y las de las XII. Tablas; y dará dentro de poco à luz un fragmento, que acaba de hallar de un Jurisconsulto antiguo, no conocido hasta ahora. Está perfectamente instruido de los Ritos de los antiguos Gentiles; cómo habia de estár preparada el agua lustral en una caldera de Azofar, meterse en ella el tizon sacado del ara, derramarse sobre la cabeza, y espaldas de la victima la salsamola, cortarsela de la frente los pelitos, para echar en el fuego para la primera libacion. En fin, ninguno mas habil que él, para Sacerdote de Diana, ò de qualquiera otra de estas Deidades. Estas si que son cosas que merecen saberse, y no las obligaciones de un pa-dre, de un marido, de un vasallo, de un amigo. Esta si que es sabiduría digna de admirarse. Esta si que es erudicion. Asi lo ha querido el uso à que me guardaré yo bien de oponerme; pero tengo presente que segun el Espiritu Santo, hay una ciencia que es verdadera fatuidad.