El Censor: Discurso Decimoquinto

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Discurso Decimoquinto

Citazione/Motto

Est genus hominum, qui esse primos se omnium rerum volunt,
Nec sunt: hos consector . . . . .

Terent. Eunuc. act. 2. scen. 2.

Hay cierta especie de hombres que pretenden
En todo ser primeros: á estos sigo

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Racconto generale

Es cosa por cierto muy digna de ser admirada que en este comercio de Ideas, y pensamientos que solemos llamar conversacion, el que atendida su naturaleza debia ser un principio fecundisimo de conocimientos útiles, y agradables, y traer por tanto consigo una infinidad de placeres; no hallemos con todo eso por la mayor parte sino fastidió, y desabrimiento. Suele esto atribuirse al poco ingenio y falta de instruccion que se halla en la mayor parte de aquellos con quienes conversamos. Mas yo he visto sugetos de un ingenio muy regular, y de muy poca instruccion sumamente agradables en su trato: y otros al contrario muy instruidos, y muy agudos, que eran con todo eso intolerables.

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Eteroritratto

Y aun creo que qualquiera que haga reflexion, sobre lo que diariamente le sucede, no podrá menos de convenir conmigo en que entre ninguna suerte de gentes, es mas comun el fastidiar á sus oyentes que entre estos que presumen de ingeniosos, y eruditos, y que pasan por tales. La mayor parte de aquellos ocupados unicamente en lucir su ingenio, jamás atienden á las resultas que pueden tener sus palabras, y sacrificarán la amistad mas fina, y los mayores intereses á un buendicho, y á la tonta satisfaccion de pasar por ingeniosos, y decidores. Asi en ellos hablar viene á ser lo mismo que ofender. Estos otros suelen revestirse de una superioridad, y tomar un tono magistral, y decisivo que no hay paciencia que pueda aguantar. Unos hablan siempre por apogtemas, y dichos sentenciosos. Otros se remontan á tanta altura que en un instante se pierden de vista, de modo que ellos solo saben, (si por ventura lo saben) donde están: como si fuera tan gran mal esto de ser un hombre entendido, tienen mas miedo de hablar de un modo perceptible, que un Petimetre de hallarse sin cepillo, ó sin espejo al entrar en una visita. Triste de aquel que se atreba á replicarles, ó á pedirles siquiera que se expliquen: la mas fuerte tronada no es comparable con la tempestad de voces que sobre él descarga; tempestad que suele ser tanto mas recia quanto es mayor el fundamento con que les replica. Por mas grande que sea el disparate á que se haya opuesto, lo verá bien presto sobstenido de una tropa numerosa de Autores que traerá á su socorro. Los unos le enseñarán en obras que ni aun sabrá que hubiesen escrito por mas instruido que esté en la historia literaria. Los otros en libros que habrá leido con la mayor atencion, y tendrà que admirar su ceguedad, y la perspicacia del que halló en ellos tal cosa. Hay muchos que tienen un systéma muy gracioso de batir á sus enemigos: se creen autorizados por algun titulo como el de Doctor ó cosa semejante para decidir sin apelacion de todo, y á no sufrir la menor oposicion. Si alguno por ignorar esta qualidad que tanto los engrie tiene la avilantez de contradecirles no dexan de insinuarsela con arte, y disimulo; pero si esta insinuacion no surte el efecto deseado echan luego el montante, y hacen valer su imaginado derecho á fuerza abierta.

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Racconto generale

“Sé muy bien lo que digo” (respondió dias pasados un Eclesiastico, á quien no teniamos la honra de conocer, à un sugeto que no se sobre que asumpto le contradixo) “tengo bien estudiado ese punto: Le expliqué muy por menor en mi Cathedra, y además me tocó por suerte para la Leccion de Oposicion á la Lectoral que acabo de llevar.” Mas como esta razon no convenciese á su antagonista se valió de otra sin comparacion mas fuerte con la que consiguió sobre él un triunfo completisimo. “Tengo, le dixo, mas obligacion de saberlo que Vm. que ni es Teologo, ni Doctor, ni Lectoral, ni ha sido Cathedratico como yo: Tratent fabrilia fabri.”
No obstante, estos mismos que tienen por una injuria atroz la menor réplica no dexan de contradecir con razon ó sin ella á quanto oyen. Hay algunos que no parece tienen por objeto, sino hacer pasar á los demás por ignorantes. A qualquiera cosa que uno afirme, y á veces antes que afirme cosa alguna: “me parece (dicen) que està Vm. muy engañado. Yo estuve, añaden con una cortesanía, que enamora, encaprichado en otro tiempo de esa opinion; pero habiendola examinado mejor, hallé que es un solemne desatino.” Algunos hay tan deseosos de comunicar sus luces, y tan zelosos del bien comun, y de la ilustracion pública, que no pueden consentir, que nadie padezca el menor error, ó la menor equivocacion en ningun asunto.

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Conozco uno de estos que me tiene dados los ratos mas divertidos del Mundo. Es un caballero muy instruido en la Phisica; pero que se hace sumamente ridiculo por el empeño que tiene de que hasta las Damas, y los ignorantes hablen con toda propiedad en las cosas naturales. En una ocasion le hallé en una gran contienda con su Barbero porque le dixo que vendria el dia siguiente á afeytarle al levantarse el Sol: y él se habia empeñado en persuadirle que no es el Sol sino la tierra la que se levanta, y se pone. Otro dia estando en visita con una Dama, á quien celebraba otro por lo hermoso de su color, dixo que era burlarse de las gentes el querer persuadirles que aquella Señora tenia color bueno, ni malo, é hizo una demostracion rigurosa, que sin duda seria muy agradable á la tal Dama, de que su color no estaba en ella, sino en los que la miraban.

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Racconto generale

Pero mejor que todo fue otro lance que he presenciado no ha muchos dias. Entramos á visitar una Dama que en todo su semblante denotaba estar sumamente desazonada. En efecto habiendola preguntado que tenia nos dixo que un rabiosisimo dolor de muelas, y quando sin duda esperaba que la diese como es costumbre algun remedio que la aliviase, todo el consuelo que la dió fue decirla que estrañaba mucho que una muger de su talento, creyese que en las muelas pudiese estar su dolor: dixóla que el dolor no podia sentirlo sino el Alma; y que no residiendo esta sino en su celebro, allí era unicamente donde tenia toda su enfermedad. En fin iba aprobarle en forma todas estas verdades si irritada ella con semejante impertinencia, y creyendo sin duda que aquello era tratarla de loca; no le hubiera vuelto las espaldas, y metidose en su gavinete dexandole con la palabra en la boca. Lo mas gracioso fue la declamacion que hizo luego que nos retiramos, sobre la aversion que tienen las Damas Españolas á las ciencias.
En fin se pudiera hacer un Libro de las extravagancias, en que le hace incurrir esta mania quejocera de desterrar la ignorancia del Manso; si no es tal vez un punto de ¿? con estas paradoxas. Otros hay que apenas pueden sufrir que se hablen dos palabras en su presencia sin salir ellos á la Plaza, persuadidos sin duda á que un cuento no puede tener gracia fuera de su boca, y suponiendo que del que habla no puede esperarse cosa digna de entretener los circustantes, y que ellos solos son los que tienen siempre cosas que decir merecedoras de su atencion; al instante atajan á qualquiera que sea: sobre todo forman disertaciones interminables y tienden, como suele decirse, el paño del Pulpito. Hay en eso, suelen decir, tres cosas que examinar, y luego olvidan la division, y añaden un quarto, un quinto, y si Dios quiere un decimo punto. Algunos no solo se apoderan como estos de la conversacion, sino que por fas, ó por nefas, la han de hacer venir á un asunto determinado, lo que es una doble violencia. Este suele ser el vicio de los que no saben mas de una cosa.

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Racconto generale

A principios del Invierno pasado concurri á una tertulia en que por espacio de dos meses creo podria jurar que no huvo noche que no se hablase de Pilotaje. Varias veces me puse al salir de ella á repasar para conmigo toda la série de la conversacion, y nunca pude admirar bastantemente la destreza de uno de los circunstantes, que por los mas ocultos resortes la hacia siempre venir á parar á este punto, qualquiera que fuese su principio. El iba entono de darnos un curso completo de Nautica, y fue lastima ciertamente que hubiesemos sido tan poco aplicados, y que le hayamos abandonado en medio del Invierno: á no ser por esto, hubiera salido de alli una buena porcion de Pilotos para abastecer nuestra Marina. En recompensa estoy persuadido, de que à la Señora de la Casa, que naturalmente se habrá llevado todo su cuydado despues de nuestra desercion, se la podrá fiar á esta hora con toda la satisfaccion un Navio aunque tenga que dar la vuelta al Mundo.
Estos se hacen fastidiosos hablando. Otros hay que ofenden á todo el genero humano sin hablar palabra: son aquellos á quienes su profunda doctrina, y sublímes conocimientos inspiran tal desprecio de todo lo que los demás dicen, que á nada se dignan contextar, sino con un silencio desdeñoso mil veces mas insultante que las mayores desverguenzas. A nadie le agrada el hablar con una Estatua, pero mucho menos con quien no es estatua para con uno, sino porque le juzga indigno de tratar con un hombre. Sobre todo quando á este silencio acompaña una media risita que denota una burla mezclada de compasion, es precisa toda la paciencia de Job para sufrirlo.
En todos estos caracteres se descucubre sin mucha penetracion una fuerte dosis de vanidad. Asi creo que à esta, y no à la falta de ingenio, ó de instruccion debe principalmente atribuirse el desabrimiento que hallamos en la mayor parte de las conversaciones. No porque estas dos qualidades no puedan por si contribuir mucho à hacerlas deleytosas: creo al contrario que la conversacion de un hombre ingenioso é instruido que al mismo tiempo sea modesto, es una cosa que nos acerca en cierto modo à la vida de los Angeles. De hecho como todo placer consiste en el sentimiento de alguna perfeccion propia, no puede menos de deleytarnos todo aquello que da al Alma alguna facilidad de exercitar sus facultades; pues esto no puede menos de hacerla sentir alguna de sus perfecciones. Asi la conversacion de un hombre que nos da nuevas ideas, propuestas con orden, y con claridad, que nos presenta razonamientos sólidos, ó reflexiones bellas é ingeniosas; como que ò nos surte de materiales sobre que obrar, dà asunto à la accion natural del Alma, y la descubre un nuevo, y anchuroso campo à sus operaciones, ó exercita actualmente nuestro entendimiento que descubre la exactitud de sus discursos, ó la belleza de sus pensamientos, y de sus expresiones; no puede menos de sernos una cosa sumamente agradable; pero todo aquel que se conoce no tener otro objeto que hacerse valer asimismo, aparta nuestra consideracion de las perfecciones que la novedad de sus ideas, ó la belleza de sus pensamientos, y de sus dichos pudieran darnos ocasion de percibir en nosotros mismos: nos obliga à que nos comparemos à él, y à que fixemos nuestra atencion en el exceso que nos lleva, y de este modo nos hace sentir una imperfeccion que precisamente ha de disgustarnos. Por otra parte por mas placeres que puedan procurarnos la instruccion que recibimos en una conversacion, son siempre mas, y mayores los que creemos poder esperar de la estimacion que otros hagan de nosotros: asi todos queremos mas que ser instruidos ó divertidos ser estimados; y no solo esto sino que ninguno hay que piense de si tan bajamente que no se crea con un derecho muy fundado para ello; pero el que pretende abiertamente sobresalirnos, no solo nos hace ver que no nos estima, sino que aspira à privarnos de la estimacion que esperamos de los demàs, la qual quiere llevarse toda para sí, y de este modo es indispensable que le miremos como à un usurpador de los derechos que tenemos en mas precio. He aqui como la vanidad destruye por precision todos los buenos efectos que la instruccion, y el ingenio podrian producir en la conversacion, y como es indispensable que todo hombre vano con lo mismo con que pretende atraerse la admiracion, y el aprecio de los demàs, no se atrayga sido su aborrecimiento.