El Censor: Discurso Tercero
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Livello 1
Discurso Tercero
Citazione/Motto
. . . . . Hic levare functum
Pauperem laboribus
Vocatus, atque non vocatus auditNo es menester que su piedad ansiosa,
Pauperem laboribus
Vocatus, atque non vocatus audit
Hor. Carm. II. 18. v. 38.
No es menester que su piedad ansiosa,
Para ser socorrida
Implore la povreza laboriosa.
Livello 2
Metatestualità
Pasando un amigo mio por una Villa considerable del Reyno, dejó por poco de presenciar un lance tan trágico, y tan apropósito para excitar la compasion de todo hombre generoso para con los pobres jornaleros, que no creo poder entretener hoy à mis lectores con cosa mas util al público que su relacion.
Livello 3
Racconto generale
Livello 4
Eteroritratto
Vivia en un Lugar bastantemente corto uno de estos infelices, casado con una muger joven y hermosa, à quien amaba, y de quien era amado tiernamente. Pero tres reales, que ganaba el dia que no era festivo y tenia la dicha de hallar que trabajar, no era posible alcanzasen para el sustento de entrambos, y quatro hijos, ninguno de los quales llegaba à los ocho años de su edad. Su compañera, procurando ayudarle de algun modo, pasaba en vela gran parte de las noches.
Livello 4
Eteroritratto
No pensaba ella sino en los medios de hacer á su marido mas llevaderos sus trabajos. Se le presentaba siempre lleno el semblante de serenidad, y tan contenta como pudiera en medio de la abundancia y las riquezas. El dia que no tenian que comer parecia mas alegre aún, y mas risueña de lo que acostumbraba. Entonces era quando empleaba las palabras mas llenas de confianza y de dulzura para sostenerle y animarle. Entonces quando acariciando y acallando del modo que podia sus hambrientos hijos, ponia todo su cuidado para que no aumentasen la afliccion de su padre pareciendo llorosos en su presencia.
Livello 3
Racconto generale
En medio de todas estas consideraciones, se me ofrece sin cesar à la imaginacion la lastimosa suerte de nuestros pobres jornaleros. No vemos à la verdad suceder con ellos todos los dias lances tan trágicos. Pero si lo miramos bien, ¿no deberemos atribuirlo à que no son muchas las heroinas que resistan à una tentacion como la en que se vio la miserable de nuestra historia, ni muy comun la barbarie de su vecino? Es cierto que los hospitales, de que son pocos los pueblos considerables que carecen, les son un asilo seguro en sus enfermedades. Mas por corta que sea una familia, ¿cómo puede alcanzar para su sustento lo que gana al dia uno de estos infelices? ¿No es preciso que mueran de hambre los dias que no pueden trabajar, ya porque el mal tiempo lo estorba, ya porque no hallan en qué? Para eso, dirán, son las limosnas. Para eso debieran ser, convengo en ello. Mas ah! ¡quán pequeña parte de ellas toca à estos miserables! ¡Qué diferencia que hay entre aquellos que no tienen mas profesion que mendigar, y aquel que solo en la necesidad se reduce à pedir! ¡De qué artificios no saben valerse aquellos, perdido el pudor, è instruidos por un largo uso, los quales le son à este enteramente desconocidos! ¿Y qué consuelo para un infelíz, que rendido del trabajo de todo el dia, se retira de noche à su alvergue, donde le esperan su muger y sus hijos tal vez para desayunarse, el ver en el quarto inmediato una quadrilla de mendígos divertidos en un juego que no sería moderado para personas de algunas conveniencias? Este, este es el regular destino de las limosnas que se dan en la calle al primero que las pide; y fuera de desear que no se empleasen en otras cosas todavía peores.
Racconto generale
Tan solo en la Corte, gracias à la vigilancia de nuestro Augusto y piadoso Soberano, las vemos, de algun tiempo à esta parte, invertidas en sus propios y verdaderos fines. Los pobres impedidos, los que del todo están imposibilitados de trabajar, hallan el socorro de sus necesidades en un gran número de obras pias, fundadas para su alivio. Aquellos, à quienes sus circunstancias impiden echarse à mendigar, que nosotros llamamos pobres vergonzantes, tienen ahora los mismos recursos que antes tenian, conservan los mismos medios de socorrerse. No pedian antes limosna de puerta en puerta, y à las limosnas secretas no se ha puesto algun obstáculo. Pero los pobres jornaleros, que quando no hallaban en que trabajar estaban antes destituidos de todo amparo, y eran la gente del estado mas digna de nuestra conmiseracion, no solo ven ahora destinadas para su socorro un gran número de limosnas, que antes les usurpaba una multitud de holgazanes, y vagabundos, sino que tienen unos cuerpos compuestos de personas por la mayor parte distinguidas, que imploren por ellos la piedad de los fieles, y les repartan el fruto de su caridad, evitándoles hasta el rubor que debia causarles una pública mendiguéz.
Ojalá que nosotros correspondiésemos del modo que debiamos à las piadosas intenciones de un Monarca, cuyos paternales cuidados no olvidan al mas miserable de los que tienen la dicha de vivir baxo sus leyes. ¿Mas quánto falta para que á las puertas de nuestras casas, quando un Ministro público viene à implorar nuestro socorro para los verdaderos pobres, seamos tan liberales como soliamos à las puertas de los Templos, y en los grandes concursos? Porque ¿quién podrá persuadirse à que no se daba mas antes á los mendígos de lo que ahora recogen aquellos à quienes encarga el Pueblo este ministerio? ¿Y es posible que unas personas autorizadas con la confianza pública, que representan à todos los menesterosos, exciten menos nuestra compasion, que unos hombres vagos, y ociosos, de los quales será tal vez excederse el creer que entre ciento haya uno verdaderamente necesitado? ¿Qué unos impostores públicos, unos ladrones, tanto mas dignos de nuestra exêcracion, quanto lo son de la gente mas miserable del estado? ¿Es posible que unas providencias, que no respiran sino piedad y prudencia, tan solo hayan servido por nuestra malicia para hacer ver que la mayor parte de las limosnas, que se esparcian antes por esas calles y plazas, eran mas bien un ramo de luxo, y efectos de una vana ostentacion, ò de una compasion meramente maquinal, excitada por medio de aquellos gestos artificiosos, y de aquellos gemidos estudiados, que de una verdadera piedad, y de una caridad racional y christiana? ¡O afrenta de la humanidad y del Christianismo! ¡O corrupcion la mas lamentable del corazon humano! Y havrá asunto mas digno de exercitar en esos púlpitos todo el zelo, y toda la eloqüencia de nuestros Oradores?