Zitiervorschlag: José Joaquín Fernández de Lizardi (Hrsg.): "Número 7", in: El Pensador Mexicano, Vol.1\007 (1812), S. 70-76, ediert in: Ertler, Klaus-Dieter / Hobisch, Elisabeth (Hrsg.): Die "Spectators" im internationalen Kontext. Digitale Edition, Graz 2011- . hdl.handle.net/11471/513.20.5191 [aufgerufen am: ].


Ebene 1►

Número 7

Ebene 2►

Preliminares que deben leerse antes de los párrafos siguientes

I. Nuestros soberanos siempre nos han amado y procurado nuestro bien; pero el despotismo ha entorpecido sus más benéficas intenciones.

II. El Pensador no ama ni aborrece a los hombres por razón de la localidad de su origen, sino por sus buenas o malas operaciones.

III. Los naturales de España y de América somos unos por descendencia, por religión, por vasallaje y por sociedad; y así, ni vicios ni virtudes se pueden decir de los primeros que no se hallen en los segundos.

IV. En todas partes los hombres son hombres, de que se sigue que en todas partes hay buenos y hay malos, y por pecado original más malos que buenos.

PUERTAS CERRADAS

Metatextualität► Debemos ahora hablar de las puertas que han tenido los americanos cerradas para los empleos, y de la ninguna razón ni justicia con que esto se ha practicado. ◀Metatextualität

Ebene 3► Es de advertir que algunas ocasiones se han visto lucir unos cuantos en los principales y más brillantes puestos, pero también es cierto que éstos han sido tan raros como los cometas en el cielo, y esta injusticia ha dado motivo de la segunda queja de los criollos.

Hasta esta época singular en el mundo y venturosa en las Indias nos llamábamos españoles en el nombre; lo éramos en la realidad, pero no gozábamos iguales privilegios. Por más que los reyes nos protegían como a hijos, por más que los sabios y justos españoles nos defendían como hermanos, no faltaban otros que nos querían poner casi en el número de las bestias. He aquí el origen de la cacareada antipatía, la causa de la denegación de empleos y el principio de la discordia.

El general conocimiento de estas verdades, el apoyo de varios autores de nota, españoles doctos y despreocupados, y por último, una evidente demostración de todo, me ponen a cubierto de alguna interpretación maliciosa.

Tal vez no faltará quien, decididamente, o niegue todas mis propo-[71]siciones, o a lo menos pretenda persuadir que son muy exageradas, diciendo que a los españoles americanos se les ha tratado siempre equitativamente, se ha atendido su mérito y han obtenido en premio de él cuantos puestos ya pingües, ya honoríficos les ha concedido a los de la península la libertad de los monarcas.

Creó que no faltará en México un capricho de éstos, porque en Cádiz, a vista y paciencia de las Cortes, lo acaba de estampar don Juan Cancelada en los números 13 y 14 de su Telégrafo Americano, a cuya crasa equivocación (si se le puede dar ese nombre) ocurrió oportuna y sapientísimamente el señor Alcocer, diputado por Tlaxcala para el Congreso; y son tantas y tan evidentes las razones con que destruye el juicio erróneo de su antagonista Cancelada, que no deja que desear en la materia. Véase su papel que tituló Censor extraordinario, impreso en Cádiz en este presente año. Le hace ver cómo en México ha habido 27 arzobispos europeos y sólo 2 americanos; 56 virreyes de los primeros y sólo 3 de los segundos; cómo en Puebla no ha habido más de 4 obispos americanos y 17 europeos; en Lima, Buenos Aires y Santa Fe, entre virreyes y gobernadores, 110 europeos y ninguno americano; y así discurre por diferentes provincias de las Américas haciendo el cotejo de empleados de una y otra parte de la monarquía, y siempre resulta el exceso en favor de los naturales de la península, con tanta desproporción como la que hemos visto.

Y digo yo: ¿tendrían los reyes la culpa de esta injusticia? De ninguna manera. ¿La tendrían las leyes? Menos: la 24 del título 6, libro 1 de la Recopilación de Indias dice expresamente, hablando de curatos y otros beneficios, “que se les dé la preferencia a los del país”. Hay un adagio vulgar que dice: “allá van leyes como quieren reyes”, y yo digo: como quieren los ministros, que los reyes católicos siempre deben querer, y de hecho han querido, lo justo. Pero vamos a esto: ¿quién ha tenido la culpa de este injusto desorden? ¿Será la nación española? De ninguna manera. La nación no puede haber sido, cuando no ha sido la gobernante. ¿La tendrán todos los españoles que han vivido aquí? Es quimera pensarlo, porque los más han venido con título de comercio, otros por buscar su fortuna y otros ya destinados, casi siempre dependientes de otros superiores (a excepción de los virreyes y obispos), y así, ninguno de éstos ha tenido que ver en dar empleos ni a criollos ni a europeos, sino en conservar los que han [72] optado. ¡Válgame Dios! Pues el hecho es cierto, ¿quién, por fin, habrá sido la causa de tamaña continuada sinrazón? El despotismo y la arbitrariedad de muchos egoístas, quienes para lograr sus pretensiones o para colocar a sus ahijados han tratado en todos tiempos de desacreditar a los americanos, quitándoles hasta la racionalidad, para que de este modo, teniéndose en la corte a éstos por incapaces de gobernar ni una piara de cerdos, se pusiesen los destinos lucrosos y de brillo en las manos de los mismos ilusores de las reales y piadosas determinaciones de nuestros amados soberanos, comparando a costa de nuestra opinión el premio debido al mérito y a la fidelidad.

Así me pregunto, me respondo y me convenzo cuando leo escritas por unas mismas manos nuestras honras y nuestros vituperios, y de estos argumentos deduzco que muchos malos españoles han dado lugar a nuestras justísimas declamaciones; pero saco también que muchos no son todos, muchos no son el rey, muchos no son la nación; por tanto, el sistema con el que comenzó la insurrección es injusto, inicuo e impolítico. Sí, hermanos insurgentes, sois mis hermanos, mis queridos paisanos; os amo de todo corazón; la sangre vuestra que se derrama en las batallas con tanta profusión no puede menos que conmover con la mayor ternura las entrañas del hombre sensible; ¡cuánto más las de un americano compatriota vuestro! Pero ¡oh dolor!, que con todo este cariño que os profeso y con todo el sentimiento que me causáis no puedo hallar disculpa a vuestro yerro. “Mueran los gachupines”, dijo Hidalgo. ¡Oh grito, el más aciago y desventurado a la nación! Grito dado, no por el cura de Dolores, sino por todas las furias del abismo. Él sólo atizó la discordia, avivó la codicia, sugirió la venganza, encendió las pasiones, dividió las familias, alarmó los pueblos, y entregó nuestros hijos en las descarnadas garras de la muerte.

¿Es posible que no advirtió el difunto cura (que en paz descanse) que no todos los gachupines que estaban en el reino podían haber agraviado a todos los criollos? ¿Que, de consiguiente, era una impiedad pretender que pagara Pedro lo que hizo Juan? ¿Que los europeos estaban ligados con los americanos con los vínculos de la sangre, amistad y dependencia? ¿Que precisamente debía amar el hijo al padre, la mujer al marido, el tío al sobrino, el amo al criado, el dependiente a su señor, el amigo al amigo, etcétera? ¿Que estos recíprocos amores debían impedir la total unión de los americanos contra los europeos? ¿Que de éste debían seguir los partidos opuestos, de aquí la guerra intestina y de ésta la ruina irreparable de la patria? Vamos, que no se ha visto grito más impolítico ni digresión más intempestiva.

Sigamos el asunto. La arbitrariedad (entiéndanme, la arbitrariedad, no el rey, no las leyes, no la nación: la arbitrariedad) tenía y tuvo obstruidas las puertas de los empleos a los americanos. Esto fue sin justicia, sin razón y sin política. ¡Buen dolor!, que no fueran capaces los soberanos ni los ministros sabios de empaparse en la justicia de [73] nuestras quejas, porque los interesados egoístas entorpecían los conductos. Américo Vespucio, según el común sentir, descubrió estos continentes; pero el fondo de sabiduría de los contenidos (supuesta tal y tal circunstancia) ¡Qué mucho! ¿Se nos negaba la racionalidad?, ¿no se nos habían de impedir las colocaciones? Pero en fin, como la verdad in occulto latet y grita siempre en favor de la justicia, los mismos sabios españoles no pudieron sofocarla, porque el hombre sabio no es español, americano, parisiense, lugdunense, bárbaro ni moscovita; el sabio prescinde de casualidades, de lugares y prerrogativas de sujetos, y aprecia la virtud y la verdad donde la encuentra. Estos sabios, justos y políticos españoles hicieron la apología de los oprimidos americanos aun delante de los (miserablemente engañados) monarcas. Óiganse a algunos de ellos y trátese de injusta nuestra queja.

Solórzano en su Política indiana, libro 2, capítulo 30, folio 216 y 17, hablando de la ninguna justicia con que éramos tratados, dice:

Ebene 4► Apenas los quieren juzgar dignos del nombre de racionales. Algunos religiosos que pasan de España han pretendido excluirles por ello de las prelacías (pues, por criollos) y cargos honrosos de sus órdenes, y llegó esto a tanto, que un obispo de México puso en duda si los criollos podrían ser ordenados sacerdotes, y parece haber perseverado en ello, hasta que por el Consejo de Indias se le respondió y encargó que los ordenase. ◀Ebene 4

Luego, para dar a entender la sinrazón de este procedimiento, dice en el mismo lugar:

Ebene 4► Si vale algo mi afirmación, puedo testificar de vista y de ciertas oídas de nuestros criollos, que en mi tiempo y en el pasado han sido insignes en armas y letras y, lo que más importa, en lo sólido de las virtudes heroicas. . . de que me fuera fácil hacer un copioso catálogo, si ya otros no lo hubieran tomado a su cargo. . . Mediante lo cual, no tengo por justo ni conveniente que se dé crédito en general a esta mala opinión de los criollos. ◀Ebene 4

Contra esta mala “opinión” cita inmediatamente a Fray Juan Zapata, que murió obispo de Guatemala, quien dice que “no sólo no deben ser excluidos (los criollos) de las prelacías, etcétera, como algunos pretenden, sino en igualdad de méritos han de ser preferidos a los de España”. En el libro 4, capítulo 19, el mismo autor expresa:

[74] Ebene 4► las tristes voces con que manifiestan (los americanos) el desconsuelo y dolor que les causa verse en sus propias tierras, olvidados y necesitados, cuando los de otras disfrutan lo grueso y honroso de ellas. . . Y que por muchos méritos que tuviesen, no les tocaba un hueso roído. ◀Ebene 4

En los Apuntes sobre el bien y mal de España, que escribió de orden del rey don M. A. de la G., y se hallan en el tomo I del Almacén de frutos literarios, folio 170, hablando del mal gobierno de la América, dice:

Ebene 4► Después de dos siglos y medio de posesión, ya es tiempo de no mirar aquel país, como país de conquista. Su constante fidelidad (nótese esto) y su fervoroso amor a la dominación española le da derecho para que le tratemos como a un pueblo digno de ser partícipe de nuestra suerte; aunque no fuese más que por nuestro interés, debemos hacerlo ya así. ◀Ebene 4

Confirmando más este autor mi opinión de las puertas cerradas, en el folio 176 dice: “Si todos son vasallos del rey (acá que no hay riesgo de nada) ¿por qué no han de alternar con nosotros? Ya que no pueden ser empleados allá, séanlo acá.” Donde se ven dos proposiciones mías probadas. La primera, que los americanos no se empleaban bajo aquel mal sistema, y la segunda, la bondad de este español en desear nos colocáramos, siquiera allá; bien que en lo que dice de “acá que no hay riesgo de nada”, habiendo alabado antes su “constante fidelidad”, incurrió en una contradicción manifiesta.

Por último, don Melchor de Macanaz (uno de los perseguidos por los suyos por haber hablado contra la arbitrariedad) en el memorial que presentó al señor don Felipe V, y se halla en el Seminario erudito, tomo 7, a fojas 201 y 202, hablando de nuestro asunto entre las razones con que persuade al rey para que se den los empleos a los americanos, dice:

Ebene 4► Porque siendo los naturales de aquellos vastísimos dominios de vuestra majestad vasallos tan acreedores a servir los principales empleos de su patria, parece poco conforme a la razón que carezcan aun de tener en su propia casa manejo ◀Ebene 4

¿Si sería insurgente este buen murciano?

Ebene 4► Me consta —prosigue— que en aquellos países hay muchos descontentos, no por reconocer a España por cabeza suya, que esto lo hacen gustosos (¡qué bien dijo!), mayormente teniendo un rey tan justificado y clemen-[75]te como vuestra majestad (¡qué lindos epítetos para Fernando VII!), sino porque se ven abatidos y esclavizados por los mismos que de España se remiten a ejercer los oficios de la judicatura.
Ponga vuestra majestad estos empleos en aquellos vasallos. . .; experimenten aquellos infelices la benignidad de su rey, a quien sólo conocen y respetan por su retrato (nótese esto), y de este modo se evitarán los disturbios que sabe vuestra majestad se han suscitado al principio de su glorioso reinado.
Para decir a vuestra majestad —concluye— cuanto pudiera y debiera sobre los diarios, y perjuicios que produce a los vasallos americanos la forma de gobierno que hoy tiene, era preciso un volumen muy crecido. . . ◀Ebene 4

En vista de esos datos, venga ahora cualquiera, si es racional, si no es apasionado, si no es adulador y si sabe hacer uso de su razón, y dígame: ¿está bien demostrado el “mal gobierno” antiguo en la América? ¿Es verdad que con una escandalosa injusticia se les han cerrado a los americanos las puertas para los empleos? ¿Es constante que éstas han sido las perdurables quejas de los criollos, recomendados por fieles vasallos y buenos españoles? ¿Es claro que ésta ha sido una mala política, rebatida por tal por nuestros mismos hermanos de la península? ¿Es constante que ésta ha sido la causa de la presente lamentable insurrección? Pues ahora, escritores ignorantes o preocupados, ¿por qué habéis estado engañando a la nación y a la madre patria con embustes, con preñeces que nada dicen, con sarcasmos y sátiras que inspira la pasión y no la fidelidad? ¿Por qué os habéis entretenido en declamar contra los excesos de la revolución y no habéis averiguado las causas; o si las habéis indagado, las habéis callado y las habéis puesto unas máscaras de disfraces? ¿No previsteis que los impresos no se deben multiplicar mejor, sino cuando son conducentes a ilustrar la nación, a advertir al gobierno y a consolidar la pública felicidad? ¿No habéis reflexionado que esta clase de papeles son unos testimonios seguros de la opinión común, y por tanto, deben ser escritos con la mayor imparcialidad y verdad, para que en su vista los gobiernos providencien con acierto? ¿No sabéis que falsificándose las premisas han de salir erradas las consecuencias? Pues, ¿por qué no habéis dicho a la nación, a las Cortes, al gobierno: señor, éste es el motivo de la revolución; examínese si tienen o no derecho; hágase un armisticio, ínterin se averigua la causa con razones; callen los cañones mientras hablan las leyes; descansen las bayonetas mientras trabajan las plumas; consúltese a España; veamos lo que reprueba y lo que admite; entre tanto no se derrama nuestra sangre, no se talan nuestros campos, no se entorpece nuestro comercio y, lo que es más, no se fermenta el odio hasta lo sumo?

Sobre esto, me parece, que debíais haber trabajado; éste hubiera sido un buen modo de interrumpir el mal en sus principios; en un año o más que hubieran durado las contestaciones con España, hubiera [76] habido tiempo para reflexionar con madurez en un negocio en que es irreparable el daño que causa la precipitación; lo que hubiera habido para continuar las comunicaciones recíprocas; se hubieran extinguido mil rencores; se hubieran hecho mil reconciliaciones, y así a ese tiempo llega (como en efecto llegó) la nueva Constitución: he aquí la paz, el júbilo, la unión y el general regocijo.

Pero vosotros habéis malgastado vuestra tinta y habéis hecho sudar a mares a las prensas. ¿Para qué? Para decir que los insurgentes matan y roban. ¡Bonita noticia! ¿A quién la habéis dado? ¿A la nación, al excelentísimo señor virrey o a nosotros? La nación española lo supo luego que comenzó; el señor virrey no ha sido religioso; bien sabe lo que son esas danzas, y que toda guerra es el desenfreno de las pasiones y el azote de la humanidad; ha peleado en campaña, no con anacoretas sino con franceses, que no les ha de llevar a éstos mucha ventaja. Si a nosotros lo decís, mil gracias; ¡pero ojalá no lo supiéramos tanto! Conque ¿a quién lo habéis avisado y de qué han aprovechado vuestros avisos? ◀Ebene 3

En suma, nación soberana, respetable gobierno, El Pensador os hablará, sí, os hablará como hombre de bien, os hará ver cómo los medios que ya directa, ya indirectamente han inspirado la pasión o la ignorancia para extinguir la insurrección, no sólo son inútiles, sino tristemente dañosos a toda la monarquía. El Pensador (apadrinado por las leyes que acaba de sancionar el Congreso supremo de las Cortes) desenvolverá más y más sus ideas políticas, manifestará algunos yerros y propondrá los medios que le parezca <sic> conducentes a restablecer la paz en estos dominios de nuestro siempre augusto, inocente y amado monarca el señor don Fernando VII.

Hermanos, concurramos todos, démonos prisa a reparar el santo templo de la unión que se nos ha desplomado a impulsos de la ignorancia y despotismo. Abátase enteramente este horrible monstruo de la humanidad; destiérrense lejos de nuestras playas el ciego error, la infame discordia y la vil adulación. Seamos unos, no por política, no por miedo, no por cumplimiento; sino por razón, por justicia y por caridad. Entonces sí nos haremos útiles a nosotros y formidables al universo. Entonces sí diremos alegres a las naciones extrañas: Ved qué dulce y agradable cosa es vivir los hermanos unidos por el amor. Zitat/Motto► Ecce quam bonum, et quam jucundum est habitare fratres in unum. ◀Zitat/Motto ◀Ebene 2 ◀Ebene 1