Zitiervorschlag: José Joaquín Fernández de Lizardi (Hrsg.): "Número 6", in: El Pensador Mexicano, Vol.1\006 (1812), S. 64-69, ediert in: Ertler, Klaus-Dieter / Hobisch, Elisabeth (Hrsg.): Die "Spectators" im internationalen Kontext. Digitale Edition, Graz 2011- . hdl.handle.net/11471/513.20.5190 [aufgerufen am: ].


Ebene 1►

Número 6

Sigue la materia del antecedente

Ebene 2► Metatextualität► Hemos visto, aunque de paso, lo fatal que ha sido las más veces para la nación el gobierno español dirigido por ministros sumamente autorizados y egoístas. Hemos también considerado la servidumbre que ha tolerado la península bajo el dominio de sus déspotas gobernantes. Veamos ahora si la América ha logrado mejor suerte en iguales circunstancias. ◀Metatextualität

Yo quisiera correr un denso velo sobre el negro cuadro que nos presenta la historia de este Continente por el largo espacio de tres siglos; porque al acordarme que escribo en el año '12, tercero de la insurrección en América, primero en que debe regir la nueva Constitución española, en una ciudad tan popular como México, donde a pesar de los muchos sublimes talentos que abraza, encierra (como todos los lugares del mundo) un número crecidísimo de necios, el que según el Espíritu Santo, es infinito, temo no vaya este papel por desgracia a dar a manos de uno de éstos, que, sobre idiota, sea sangriento, y de buenas a primeras exclame con la cantinela de estos tiempos:

Ebene 3► ¡Eh!, ¿no lo dije yo? El Pensador es insurgente; sí, no hay duda. Este papel es incendiario; merece recogerse por la Junta de Censura, y al autor hacerlo cuartos cuando menos. ◀Ebene 3

Así he oído explicarse a algunos, cuando tal cual papel no coincide en sus ponzoñosas o aduladoras ideas, pero permítaseme dirigirles el siguiente apóstrofe en obvio de una siniestra interpretación.

Ebene 3► Almas débiles, entendimientos obtusos, corazones envenenados, decidme: ¿Es lo mismo ser insurgente que veraz? ¿Es lo mismo referir hechos ciertos que desear sucesos fatales? ¿Es la adulación hermana del patriotismo, o vosotros habéis creído que se identifican? Pues no, necios: el patriotismo es hijo de la lealtad o la lealtad misma, es un tributo debido a la soberanía, es un signo inequívoco del ciudadano honrado; cuando por el contrario, la adulación (de que presumo estáis reventando, cuando no sea otra cosa; ya me entendéis, que os hablo al corazón), la adulación, repito, es una vileza, es el engaño [65] mismo con capa de virtud, es el escalón del inepto y el apoyo del indigno. Así que yo no conozco ni la lisonja ni el miedo, sabed que escribiré, sin recelo de vuestras mordacidades, cuantas verdades considere útiles al fin que me he propuesto; pues siendo éste el futuro bien de la patria, y el de que sea en lo sucesivo indisoluble el amistoso lazo que nos une con la península, no me acobardará el duendecillo de “insurgente”, que, como he dicho, habéis tomado por refrán para asustar a los niños cuando os suelen ser desabridas las verdades. ◀Ebene 3

En esta inteligencia, sabed que voy a demostrar (pues ya lo prometí) que el gobierno de España en la América ha sido el más pernicioso; que hemos sufrido con indecible constancia y fidelidad a los rigores de la arbitrariedad de los déspotas (contra la mente de nuestros siempre amados soberanos); que el no habernos quejado ha sido en fuerza de nuestra misma lealtad y del mismo despotismo, y no porque hayamos sido unos autómatos, como se ha querido hacer creer a las Cortes en nuestros días; que de estas desventuras ha sido causa el favor de los reyes, dispensado francamente a unos hombres que no han tenido más política que entronizarse a costa de la sangre de los pueblos; que, después de todo, los pobres indios han sido los peores librados, pues les hemos usurpado sus derechos y los hemos esclavizado todos, esto es, los españoles de allá y los de acá.

Después que sepáis esto, sabed que cuanto diga ha de ser apoyado no sólo por la experiencia, sino por la autoridad de sujetos españoles, sabios, políticos y de acreditada fama entre los literatos, y que toda esta relación tiene conexión con el bien duradero de la patria. Y ya que lo sepáis, aunque no lo comprendáis, rajad, cortad, y hended y criticad a vuestro antojo, que prometo escucharos con la misma serenidad que a las gritonas ranas en su charco; pues aunque las almas perversas son capaces de interpretar maliciosamente todas las cosas, sin embargo estas mismas están seguras de la maledicencia (en el concepto de los juiciosos) cuando van puestas en su lugar. Ya os he citado a Ovidio, libro 2 de Las tristes y lo repito:

Zitat/Motto► Omnia perversas possunt corrumpere mentes;
stant, tamen, illa suis omnia tuta locis
. ◀Zitat/Motto

¿Cuántos españoles hay en el reino que totalmente ignoran las causas y los efectos de la presente insurrección? ¿Cuántos escritores han tomado la pluma para batir la rebelión por el flanco más fortificado, sin haberse acercado a las brechas que les ha facilitado la verdad? Muchos, muchos; ¿y qué ha salido de este embrollo? Ya lo vemos: quedarse la cosa como el responsorio del Gloria Patri, sicut erat in principio, et nunc; y yo me temo que si no se hace más de lo que hasta aquí, la insurrección sigue in saecula saeculorum.

Exemplum► Pregunto: si los asistentes de un enfermo, por adular al médico, [66] le dicen: “Señor, el enfermo con lo que usted le ordenó ayer, parece que va aliviado, duerme mejor, toma su alimento y se queja poco” (siendo todo lo contrario), ¿no es verdad que el médico, si es instruido, ha de decir: “Pues la naturaleza cede a la virtud de estos remedios, no hay que variar el plan de la curación; que continué el mismo régimen”, que es lo propio que sentenciar a muerte al paciente por culpa de la indiscreta adulación de los asistentes? ◀Exemplum Esto es constante; pues aplicad la comparación.

El reino está enfermo, y de mucha gravedad, el gobierno es el médico de cabecera que desea la salud de este enfermo; si vosotros, escritores cobardes o aduladores, que sois los asistentes, informáis al médico contra la verdad y los gritos de vuestro corazón, ¿no es consecuencia necesaria que el enfermo perezca a pesar de la vigilancia y sensibles deseos del diestro físico? Responded.

En el chubasco de papeles públicos que sobre la materia ha visto México yo no hallo sembradas otras cosas (en la mayor parte de ellos) que pasiones, iras, venganzas, adulaciones, sátiras, chocarrerías, mentiras, exageraciones, milagritos, provocaciones y quizá hasta impiedades y proposiciones escandalosas (como aquello de que no sé qué papelucho en que a uno de los presbíteros insurgentes se le dice “ex-sacerdote” y otras que no tengo en mi librito). Y digo, ¿esto a qué se reduce? ¿A convertir a los insurgentes? No lo creo. ¿A ilustrar el gobierno? Ni por pienso. ¿A fingir patriotismo? Vaya que ya adiviné. Pero hermanos de mi alma, éste es un sistema muy bozal.

Hasta aquí los más moderados han tratado solamente del hecho; todo se ha ido en declamar contra los excesos de la insurrección, sin averiguar con justicia y verdad sobre el origen de ella, que ha sido lo mismo que gastar la pólvora en infiernitos.

Desengañémonos; mientras no se descubra la llaga, no se puede aplicar el bálsamo. Averigüemos sin preocupación las causas del mal, y entonces las manos diestras del gobierno aplicarán las medicinas eficaces; cuando no, todo será “dar una en el clavo y ciento en la herradura”. Yo, a lo menos, he de hacer cuanto estuviere de mi parte, he de manifestar mis ideas al gobierno y a la nación, que es en el día mi soberana; he de insistir en avisarla el daño que la amenaza para que tome las providencias oportunas. Así lo debo hacer como buen vasallo. Así lo previene la ley 9, partida 2, título 13, donde dice:

Ebene 3► Todo buen vasallo debe pensar e conocer aquellas cosas que fueren a pro del rey, para facer que se mantengan, e las que fueren a su daño, para desviarlas, e no tollerarlas, avisando al mismo rey, so pena de ser tenido por mal ome. Y en la ley 25, título 14, ibidem: Ca aquellos que entendiesen el mal e daño de su señor, e no le desviasen de él o se lo avisasen, farían traición conoscida. ◀Ebene 3

Con estas advertencias, ya no hay que buscar rodeos, sino dar en [67] el punto céntrico del origen de la insurrección; con esto se hacen de una vía dos mandados: se manifiesta la causa del mal y se disponen naturalmente las manos de los superiores médicos a su remedio.

La causa, pues, de la insurrección es la queja de los americanos. Ésta es relativa al mal gobierno pasado; éste fue el más impolítico que se ha visto; y la queja se reduce a que a los americanos se les han atado las manos para la industria, y se les han cerrado las puertas para los empleos. He aquí, en dos palabras, desenredado todo el origen de la revolución, descubierto el mal, y convidada la razón y la justicia para el remedio.

A la hora de ésta ya estará diciendo algún hermano (sin embargo de cuanto he asentado):

Ebene 3► No hay duda, el Pensador es más insurgente que Morelos. No es nada lo que ha dicho; nada menos que apoya la insurrección y la disculpa. ¡Válgame Dios, que no quemen a este hombre! ◀Ebene 3

Envaine usted, señor Carranza; para hablar es menester entender. Vaya un cuentecito. Pedro tenía un fuerte dolor de muelas; desesperado del alivio se dio contra la pared una tan terrible calabazada que se partió la cabeza. Yo he dicho que la causa del golpe de Pedro fue el dolor de muelas: ¿se infiere de aquí que apruebo la calabazada? ¡Cáspita, qué trabajo es escribir verdades en este tiempo! Se necesita ser menor equilibrista que Rosillo y cansar a los lectores con tan enfadosas digresiones. Vamos al caso.

Metatextualität► Dividamos a la América en dos clases de naturales: españoles e indios; dejemos a éstos para la postre y vamos desmenuzando el gobierno de España con los primeros. ◀Metatextualität

Manos atadas

Ebene 3► La madre patria, dirigida por la impolítica de sus gobiernos, nos hizo felices sin hacerse afortunada. Creyó que el oro y la plata eran las verdaderas riquezas, no siendo sino unos signos demostrativos de ellas, y no consistiendo éstas sino en la libre industria de los pueblos; con esto, luego que se descubrieron las Américas no se pensó sino en extraer y más extraer de ellas las cantidades que se pudieran de estos preciosos metales, para lo cual no se omitió medio de cuantos sugirió la codicia de los arbitristas. Aduanas, tributos, estancos, etcétera, no [68] fueron bastantes a llenar sus ideas, por tanto, y como un pensamiento, el más feliz, se adoptó la prohibición de plantar cepas, cultivar olivos, fabricar papel, etcétera, beneficiar el lino y otras cosas de las cuales en el reino se debían necesitar precisamente, haciéndose este argumento especioso: tanto será el desembolso de los americanos cuanta mayor sea la necesidad que tengan de los frutos de la naturaleza y de los socorros de los artes; luego, prohibiéndoles el cultivo de aquélla y la aplicación a éstos, los constituimos en una perpetua necesidad, y de consiguiente, logramos su constante y crecido desembolso. Éste fue el argumento: ésta la causa de las prohibiciones (que a los últimos tiempos ya las iban modificando nuestros soberanos), y el resultado ¿cuál? Desterrarse de España la aplicación y la industria; introducirse el lujo; trasladarse a estas regiones; abrir los ojos a los extranjeros; aprovecharse éstos de la indolencia de allá y de la riqueza de acá; hacer caudal sin conquistar; quedarse ambos mundos hechos unos esqueletos; haber quitado la España a sus hijos el pan de la boca para dárselo a los extranjeros, y darles con esto motivo de una justa queja.

Ni todos los diablos juntos hubieran discurrido medio más eficaz para arruinar a la América y malquistar en ella el gobierno, como el que inventaron estos malos políticos con las trabas que pusieron a la agricultura, a la industria y, por consecuencia, al comercio, el que se ha reducido en su mayor extensión a un comercio pasivo y, por lo mismo, nada favorable a la monarquía.

De estas trabas se vio en breve la pobreza en el estado; para disimularla se aumentaron los estancos y se redoblaron las contribuciones; de aquí provino la miseria; de la miseria la desesperación, y de la desesperación las calabazadas.

La cosa más dura del mundo es cargar a los vasallos de pensiones y atarles las manos para los arbitrios. Es lo mismo que engrillar a un hombre y querer que corra.

Por más que la naturaleza lo ha dictado, los extranjeros lo han demostrado con sus ejemplos en sus colonias de América y los sabios políticos españoles lo han advertido; no han querido hacer caso ni creer nuestros buenos gobiernos que una potencia no puede ser rica con muchos vasallos ni con mucho terreno, sino con muchos vasallos libres, útiles, y ricos, y que para que fueran tales los americanos era preciso concederles la libertad de que se hallaban privados.

Si hemos de creer al ilustrísimo Casas, los primeros conquistadores destruyeron estos vastos dominios con las armas. Y yo añado que la posterior mal aconsejada política hizo lo mismo con las restricciones. Lo propio es despoblar lo poblado que embarazar la población de lo desierto; y esto es lo que se ha verificado con la falta de libertad.

¿Qué hombre sin arbitrio piensa en casarse? Ninguno, será muy [69] loco el que lo piense. Pero ¿qué digo? ¿Qué joven, por más licencioso que sea y por más que se le presente la ocasión, si está sin blanca, es capaz se decirle a una mujer “¡qué lindos ojos!”? Ninguno tampoco; porque siempre se verifica nuestro vulgar refranete de que “no hay cosa más sosegada que una bolsa sin dinero”. Conque si ni para chulear a una piraquilla tiene valor el pobre, ¿cuánto menos lo tendrá para enlazarse con el vínculo del matrimonio, en que precisamente se va a constituir padre de una futura familia a quien debe mantener por obligación?

Y si hubiera en el reino muchas fábricas, mucha industria y mucho fomento en la agricultura ¿no es claro que hubiera también menos ociosos, menos solteros y mucha más población?

La holgazanería, dice un anónimo español, no es causa sino efecto de la pobreza. Y yo digo que es cierto que no habrá en ninguna parte del mundo más holgazanes que en América: pero ¿todos lo serán por su voluntad? ¡Ah, cuántos lo son por la fuerza, por no hallar en qué destinarse! ¿Y a quién se debe echar la culpa de esto? ◀Ebene 3 ◀Ebene 2 ◀Ebene 1