Zitiervorschlag: José Joaquín Fernández de Lizardi (Hrsg.): "Número 5", in: El Pensador Mexicano, Vol.1\005 (1812), S. 58-64, ediert in: Ertler, Klaus-Dieter / Hobisch, Elisabeth (Hrsg.): Die "Spectators" im internationalen Kontext. Digitale Edition, Graz 2011- . hdl.handle.net/11471/513.20.5189 [aufgerufen am: ].


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Número 5

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Prosigue la materia del anterior

Metatextualität► He asentado que “a pesar de los soberanos, no hay nación de las civilizadas que haya tenido más mal gobierno que la nuestra (y peor en la América) ni vasallos que hayan sufrido más rigurosamente las cadenas de la arbitrariedad”. Y me parece que no me será muy difícil el probarlo. ◀Metatextualität

Ebene 3► Dejemos a los gabinetistas franceses, ingleses, etcétera, y vamos a los testigos de casa. Todos los que yo he visto declamar a una voz sobre el particular: Inclán, Foronda, don M. A. de la G. Campillo, Castro, etcétera, son datos seguros que comprueban esta verdad. El lujo, la imitación de las costumbres galicanas (hasta el día), las excesivas contribuciones, la falta de economía en el comercio, las manos muertas, los empeños, las aduanas, el descuido en la agricultura, la permisión de extranjeros en la monarquía, la colocación de éstos en el gabinete, la desatención de los nacionales de mérito, los infinitos empleos, los escandalosos sueldos, las Américas mal gobernadas, etcétera, convencen de segura mi opinión.

Pero ¿para qué me detengo en probar una cosa evidente? ¿Escribo en Pekín o Constantinopla? No por cierto: en la América española, rodeado de testigos que no pueden desmentir estos asertos sin faltas a la justicia de sus ojos.

Y si así ha sido el gobierno en la península, si a la vista de los reyes se han cometido constantemente tan perniciosos abusos ¿qué habrá sido de este lado del Mediterráneo, donde las quejas no han hallado refugio, y donde el despotismo ha sido más disimulado (venerado quise decir) ¿Por qué hasta hoy, hasta esta feliz época en que por Constitución somos libres, somos ciudadanos y podemos quejarnos sin recelo? ¿Qué éramos todos sino unos legítimos vasallos de los [59] primeros potentados? Aquí venían los virreyes regularmente, o apoyados o comprados por los ministros de la corte; con esto no sólo tenían al rey de las orejas, sino que lo tenían todo entero, hacían lo que quería el ministro y no lo que querían Dios, la justicia y el soberano; se vendían los empleos en pública subasta; se entorpecían las más ameritadas pretensiones; se desterraba y se encarcelaba sin apelación; se daba carpetazo a las órdenes reales que se quería, etcétera. ¿Es verdad, Fuenclara? ¿Es verdad, Gálvez? <sic> ¿Es verdad, Branciforte? ¿Es cierto, Iturrigaray? ¿Es constante, Cancelada?

Injustamente ahorcó un virrey a un oidor y a otro caballero en el Perú, y de la misma manera desterró otro virrey, en esta ciudad, a un arzobispo; bien que éste por poco le cuesta caro con la plebe tamaño atentado.

No han tenido los monarcas la culpa de semejantes excesos ni de los vicios del gobierno español. He dicho, y repito, que quizá no habrá nación que haya logrado del cielo reyes más beneméritos. Exemplum► Puede valer para todos un Carlos III, en quien vimos la entereza de Carlos XII, rey de Suecia, el valor de Federico I, rey de Prusia, el amor a sus vasallos del zar de Moscovia, la política de José II, y lo que es más, la tierna devoción de este mismo emperador a la madre de Dios bajo su advocación inmaculada. Él tuvo una preciosa elección para valerse del [60] talento, juicio y penetración de los excelentísimos señores Aranda y Florida Blanca. Su reinado, si no fue de los más brillantes, no fue por cierto de los más desgraciados: era hombre como todos, y no pudo libertarse de amar y favorecer a un Esquilache y a un Gálvez; sin embargo, en su tiempo resucitaron las artes y se premiaron las ciencias en España. Hasta entonces Madrid era una sentina de inmundicias y muladares, lo mismo que México; no había alumbrado, ni guardas por la noche, ni tampoco la comodidad de las banquetas en las calles; en fin, durante su reinado tomó la España un aspecto enteramente diverso del antiguo. Fue capaz de tener a raya y hacerse respetar de las naciones vecinas; durante su vida no se atrevió la Francia a poner en ejecución su infernal, libertino proyecto que ya tiempo había le tenían inspirado los impíos Voltaire y Rousseau. Respetó la Francia a Carlos, y temió la finísima política del “abogado de España”, como llamaban los pares al señor conde de Florida: ¡tánto puede un buen soberano dirigido por unos ministros prendados! ◀Exemplum

Pero estos gobiernos han sido casualidades, porque ha sido casualidad lograr tal combinación de reyes y ministros. Lo común ha sido ser éstos unos reyes con el nombre de privados, y ser aquellos unos vasallos de éstos con la exterioridad de soberanos.

Exemplum► No puedo leer sin impaciencia el desvergonzado despotismo de estos régulos tolerados. Entre otros, es intolerable el conde duque de Olivares. ¡Terrible déspota! El duque de Fernandina, el duque de Arcos, el de Maqueda, el conde de Lemus, el de Altamira. . . en fin, toda la grandeza de España tuvo que sentir de este tirano. A unos los puso presos, a otros los desterró y a todos los desairó bastantes veces. La señora infanta doña Margarita de Saboya, duquesa de Mantua, no se libró de los ultrajes de este ministro. La misma reina doña Isabel de Borbón era la primera vasalla del conde duque. ¿Pero qué mucho si a su mismo soberano Felipe IV lo tenía bajo su dominio, en tales términos que no salía sino cuando él gustaba, no hablaba sino con quien él quería, y llegó el caso de no permitirle otra diversión que la de ver jugar a la pelota por entre las vidrieras de dos miserables aposentos que para su encierro le previno en Zaragoza? ¿Se pudiera hacer más con un muchacho?

Ya se deja entender que quien esto hacía con los nobles, con la familia real y con el mismo soberano tendría al pueblo en la mayor [61] esclavitud. Así fue; pero cayó por fin este soberbio Goliat, y el día de la publicación de su destierro de la corte, que fue el 18 de enero de 1643, manifestó Madrid su júbilo con extraordinarias aclamaciones: en la plaza tiraron el pan, la fruta, etcétera, en muestra de su regocijo; y el día 23 en que fue la salida, apedreó la plebe las carrozas en que creyó iba el duque de Olivares, habiendo éste dispuéstola ocultamente y haciendo salir su tren de vacío para que sufriera las descargas de los enojados españoles. ◀Exemplum Así manifiestan los pueblos su indignación luego que ven desarmados a los tiranos que los han oprimido y ante quienes tantas veces han doblado la rodilla por la fuerza.

Pudiéramos citar otros excesos de un Guillermo Croy, de un padre Everardo, confesor de la reina madre, y de muchos otros; pero sería enfadosa esta prolijidad sobre la misma demostración. Las desgracias en que hoy está envuelta la monarquía no deben su origen a otra cosa que a la privanza de Godoy.

El despotismo y tiranía de estos hombres perversos ha sido la barrera de la libertad de los pueblos y el escollo donde se han hecho pedazos los vasallos.

En todos tiempos y en todas partes los ha habido; siempre han escandalizado al mundo sus violencias, y jamás los príncipes acaban de abrir los ojos a la luz de tan evidentes desengaños; y entretanto los pueblos gimen tan dura servidumbre. ¿De qué maldad no es capaz el pícaro entronizado? Nada les iba a suceder a los pobres judíos por la privanza del engreído Amán; todos iban a morir inocentes, si la graciosa Ester no interpone eficazmente sus ruegos con Asuero.

Exemplum► ¡Qué mucho que un privado idólatra hubiera intentado tal venganza en aquellos tiempos de oscuridad, si en los nuestros, que nos ilumina la claridad de la fe, no un idólatra, sino un cristiano, un gran político, un sacerdote, un cardenal como Richelieu en Francia, por vengarse de Urbano Grandier, cura y canónigo de Loudon, sedujo a todo un convento de monjas de aquella ciudad para que fingiesen estar endemoniadas por maleficio del pobre cura, a quien por esta calumnia lo hizo quemar, y satisfizo su venganza con tan atroz crueldad! ◀Exemplum ¡Oh fuerza de la tiranía de los hombres, apoyada en el favor de los reyes! ¡Ah, qué cúmulo de miserias no puedes precipitar a los mortales!

Pero aunque otros pueblos han sufrido el rigor del despotismo, ninguno con más constancia que el español. Los extranjeros, los nacionales, el gobierno y nuestros mismos ojos nos ponen lejos de toda duda en el particular.

[62] Cuando me pongo a reflexionar sobre el origen de este raro fenómeno, hallo no ser otro que la misma bondad de nuestros soberanos. Parece paradoja, pero es una proposición probable.

El corazón del hombre, cuanto es más bondadoso, más sin malicia y más noble, tanto es más propenso al engaño; como no conoce los artificios de la maldad, fácilmente se deja seducir del intrigante; ni aun es bastante a conocer sus astucias ni a distinguirlo del hombre bueno; de ahí, me parece, han provenido las más veces los desaires y los destierros de muchos españoles honrados, fieles vasallos, sabios ministros y verdaderos padres de la patria, cuando se ha tratado de elevar a algunos pícaros a la privanza.

Exemplum► ¡Qué capaz que en tiempo de Carlos III hubiera Godoy sido, no digo príncipe de la paz, pero ni pífano de la guerra! Dos malos ministros sé que tuvo; pero no duró mucho su privanza, y que ya se ve que en línea de ambiciosos y déspotas no eran capaces de descalzar a don Manuelito; pero ¡ah fortuna de pícaros!, murió Carlos III, subió al trono el sencillote Carlos IV, tocó la guitarra Godoy, cantó sus boleritas, lo oyó la reina, le acomodó el músico, habló por él al rey, se quitaron los embarazos de Florida y Aranda y se llevó el diablo a España y a las Indias de pilón. ◀Exemplum

Las Indias, sí, las Indias, esta preciosa parte de la monarquía, esta margarita inestimable de la corona de España, esta bolsa donde la Divina Providencia derramó a manos llenas el oro, la plata, los ingenios, la fidelidad y la religión, yace sepultada en la más horrible confusión, en la guerra más sangrienta, y camina por la posta a su certísimo exterminio; no por culpa de nuestros siempre amados soberanos, ni de los buenos ministros, ni de los ilustres españoles, sino por el mal gobierno sostenido por los déspotas tiranos, por esta maldita antipatía de criollos y gachupines fomentada cerca de tres siglos por los indignos de una y otra especie, pues es menester considerarlos como animales de distinta especie, ya que ellos no han querido ser unos por la religión, por la sociedad ni por el origen. Sí, monstruos malditos, vosotros los déspotas y el mal gobierno antiguo habéis inventado la insurrección presente, que no el cura Hidalgo como se ha dicho. Vosotros, unos y otros, otros y unos, habéis talado nuestros campos, quemado nuestros pueblos, sacrificado a nuestros hijos y cultivado la cizaña en este Continente.

No una cabeza que tengo; aunque tuviera más que las que la fábula concedió a la hidra Lernea, las apostara seguro de perderlas a que si nos hubiéramos amado sin rivalidad, si nos hubiéramos socorrido mutuamente, si hubiéramos sido hermanos, no en el nombre, sino en el corazón; si hubiéramos tenido siempre un gobierno protector, unos ministros sabios, políticos y amantes de la humanidad, que no hubieran atado las manos a los americanos, sino franqueándoles los arbitrios de la industria y la naturaleza para que adquiriesen con menos em-[63]barazo su subsistencia; si a los indios se hubiera tratado como lo que son y no como lo que quisieron que fueran; si se les hubieran concedido los privilegios de hombres, quitándoles exenciones de neófitos, exenciones que les han sido terriblemente perjudiciales (como lo probaría en caso necesario); si hubiéramos gozado, por último, los generales beneficios de la libertad que nos acaba de conceder la nación, no digo Hidalgo, ni el mismo Lucifer hubiera sido capaz de reunir tan en breve las numerosas gavillas con que vimos comenzar la insurrección, ni ésta hubiera tomado cuerpo, ni los pueblos se hubieran obstinado.

No disculpo a los insurgentes; no apoyo su sistema; sé bien las obligaciones del vasallo; confieso de buena fe que si Hidalgo anduvo impolítico en el grito, lo fue mucho más en el modo. Muera el mal gobierno (esto es, destrúyanse los abusos que hacen malo al gobierno, sepárense los déspotas tiranos que nos oprimen haciéndonos malo el gobierno) han gritado en iguales casos los griegos, los romanos, dos o tres veces los españoles en las barbas de los reyes, México una o dos en esta plaza y casi todo el reino en esta época; conque este grito no ha sido nada nuevo; a los españoles no se castigó por él ni a los americanos, luego no se juzgó por crimen; antes los reyes han decidido por sus vasallos, privándose de sus déspotas en obsequio del bien de su nación: tales fueron Felipe IV y Carlos III.

Las demás circunstancias de la insurrección ni las admito ni las apruebo; hablo, no como insurgente ni como iluso americano, sino como un cosmopolita o como un historiador imparcial que trasfiere los hechos de su tiempo a la posteridad, tales como son y no como los pretende hacer la adulación o el miedo; y con esta firmeza digo: que la insurrección se verificó en el aciago septiembre de 810 <sic>, pero se estuvo tramando tres siglos ha. La pólvora estaba fabricada, Hidalgo prendió la yesca y voló la mina. Los que tuvieron la culpa no fueron el gobierno, los ministros, los españoles ni los criollos, sino el mal gobierno, los malos ministros, los malos españoles, y los malos criollos. Puede aún remediarse algo de lo mucho malo que amenaza, tomando otras disposiciones militares y adoptando otro sistema político totalmente opuesto al que se ha seguido hasta el día. Todo esto estoy pronto a probarlo, en caso necesario, en juicio o fuera de él, acordándome de varios artículos de nuestra nueva Constitución española. ◀Ebene 3

No digo esto por fanfarronada, sino porque me considero bastante autorizado por la nación para desenvolver mis ideas políticas, siempre que pienso que éstas pueden, en alguna manera, ser útiles a la patria. He aquí que, lejos de merecer reprensión esta mi franqueza, debe ser, en el concepto de los hombres sensatos, digna del eterno agradecimiento de mis conciudadanos.

Yo no me prometo vencer gigantes, como el memorable manchego; pueden mis más estudiadas ideas convertirse en molinos de viento, ni [64] menos juzgo que para mí está guardada la ardua empresa de sosegar el reino, bien preveo sus dificultades; pero aun cuando mi sistema se quedara en mero filosofismo que no se pudiera reducir a la práctica (que no es así), la bondad de mis deseos me hará lugar a la generosa disculpa de los políticos experimentados, porque hay cosas que sólo el intentarlas es laudable, aun sin conseguirlas. ◀Ebene 2 ◀Ebene 1