Número 23 Bachiller D. P. Gatell. Moralische Wochenschriften Elisabeth Hobisch Editor Magdalena Mandl Editor Sabrina Rathausky Editor Institut für Romanistik, Universität Graz 17.08.2010 o:mws-109-728 Bachiller D. P. Gatell: El Argonauta español, periódico gaditano. Cádiz: Antonio Murguia 1790, 177-184 El Argonauta Español 1 23 1790 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief 17.08.2010 Graz, Austria Spanish; Castilian Costumbres Sitten und Bräuche Manners and Customs Mœurs et coutumes Costumi Imagen de los Hombres Menschenbild Idea of Man Image de l’humanité Immagine dell'Umanità Spain -4.0,40.0

N. 23

Ridiculum acri dulcius.

Estaba de visita el Argonauta la otra tarde en una casa de un Amigo: à poco rato de haberse sentado, oyó voces en la division inmediata; levantóse el Amigo, y sin detenerse fue à poner paz. En efecto lo consiguió inmediatamente, y se bolvió donde él estaba. Al entrar comenzó su razonamiento en los términos siguientes: son el diablo las mugeres: no sé como hay hombre que tenga paciencia de sufrir sus necedades. ¿Qué pensará Vm. que ha sido la causa de este alboroto? Pues sepa Vm. que todo ha venido por la eleccion de compadre. Madama está ya de siete meses: al ir á salir el pobre de Don N. á sus negocios, le dixo: Doña N. oyes cuidado no dexes de ir á convidar à Don N. mira si haces de las tuyas. Dexame, muger, respondió, que no estoy ahora para compadres: tengo otros asuutos [sic] algo mas urgentes que el compadrasgo. Pues no, has de ir, replicó Doña N. ni he de ir, ni pienso convidarle jamás. Pues si no le convidas, me pongo la mantilla y voy yo allá . . . . . Te guardarás de ello, como de echarte por el balcon à la calle: ya te he dicho mas de mil veces que quiero por compadre al hermano N. No será por vida de . . . . . si tal hicieres, te has de acordar de mí. Buena es que despues que me faltan un sin fín de cosas, que no me puedes comprar, he de llamar un hermano; eso no: mira, tonto; Don N. dias hace que me está cortejando; lo tiene, y es muy garboso; con media palabra que le digas, admiti-rá con mil gastos el convite; y entonces verás como lo empeño con dos mil sales à que se esfuerce, y me supla lo que tanto necesito. Por lo mismo no quiero que hagas tal; y cuidado: lo he de hacer; y de ahy siguió el temporal que ha oido. ¿Podrá darse mayor desvergüenza? Si Vm. conociera à Don N. se habia de compadecer de su situacion; no hay hombre mas honrado en toda la Ciudad . . . . . 

El Br., que ya estaba impuesto de este abuso, dixo alli doscientas mil cosas; y contó este paso que le habia sucedido pocos dias habia:

Visitaba con alguna freqüencia una casa; y la señora que estaría embarazada de dos ó tres meses, le dixo que habia puesto los ojos en él para que, en pariendo con felicidad, llevase el niño à la Pila. Aunque decisivamente no respondió; no obstante dió muestras de que no lo llevaría á mal.

Pocos dias despues fue à visitar otra señora amiga de la susodicha; y esta le hizo la siguiente arenga: me ha dicho mi amiga que habia elegido à Vm. por compadre, que ya se lo habia propuesto; y que Vm. habia desde luego admitido la propuesta. Pues considerando à Vm. recien llegado à esta, y poco instruido en el asunto, voy à decirle las obligaciones à que se vá Vm. à constituir.

En primer lugar ha de pagar todos los gastos de Iglesia y casa, como un buen refresco, &c. luego debe seguir à esto un regalo muy bueno: despues debe Vm. cuidar de vestir el niño, y regalarle de tiempo en tiempo; y si muriere, pagar los derechos de entierro; por último sostenerle hasta tomar carrera. Se dá por supuesto tambien el habilitar al compadre, y servir à la comadre en todo lo que le ocupe . . . . . ¿Acabó Vm. ya? Ya. Pues ahora, ahorita mismo me hace Vm. el favor de decírle que ni puedo, ni quiero ser su compadre. Señora, acaso habrá pensado Doña N. que acabo de llegar del Perú? O que he sacado algun terno seco de la Lotería; ò que me ha caído alguna herencia? ¿Es bueno que à penas tengo que comer, y me he de meter en compadrasgos? Yo no buelvo mas allá. Pues esperese Vm. que me ha dicho que ahora con las ganancias del Argonauta, y Piscator se portará Vm. como acostumbra. Buena necedad, no me diga Vm. por su vida tal: soy capaz de bolverme loco. Ea por Dios, la ruego que la desengañe. ¿Eso tenemos? Buena manera de matar pulgas.

Ignoraba yo de la cruz á la fecha semejantes estilos. ¿Puede darse mayor absurdo? Ya no me admira lo que he oido: que no hay mayor sacrilegio que convidar à uno por compadre. Esta es, y no otra, la causa de que los mas se excusen de un Sacramento tan Sagrado. ¿Puede llegar à mas la maldad? Hacer comercio con uno de los primeros fundamentos de la Religion.

Es à lo sumo que puede llegar la malicia humana. Desde luego exîge remedio un abuso tan denigrativo. Sin duda que dán las mayores muestras de nada juiciosas las señoras, que tal proponen à sus maridos; y estos que son acreedores à que se les señale con el dedo, por condescender à tan descabellada pretencion. Desde ahora para siempre fulmina el Br. el mayor enatema contra los, y las que tal intenten, propongan y soliciten.

Despues que el Argonauta hubo viajado diez y ocho años por mar, se echó à viajero terreno, ó terrestre; términos sinónimos aunque Vm. no lo quisiere. En sus peregrinaciones, ya en coche, ya en calesa, ya en carro atravesó quatro veces por diversas partes del Reyno: de todos modos, ó maneras fue preciso que observase grandes trayectos de leguas, sin encontrar un viviente racional, y otros con unos pequeños Pueblos, ó Aldéas casi sin mas vivientes que unos pobres ancianos de ambos sexôs, las casas semi caídas, ó por caer, &c. &c. &c.

Llegaba á las grandes Ciudades, y las miraba llenas de hombres, mugeres, y muchachos. Visto esto di-xo; enfermo está este Reyno, desde luego está proxîmo à una apoplegía: toda la sangre se viene à la cabeza, ¿qué se puede esperar?

Mas le admiraba el reparar que, en medio de estar desiertas las campañas, nada faltaba de lo preciso à la vida humana, ni menos para el mas soberbio luxo. ¿Qué milagro será este? preguntaba. Yo desde luego me creía que en donde no producian los campos, no podia reynar la abundancia, ni mucho menos el luxo; pero ya veo que será cierto lo que me han contado de que en Europa hay una República, que aunque fabricada, ó fundada sobre un terreno estéril, y cenagoso, la llaman el almacen del mundo.

Luego, si bien se mira, no es de extrañar el que estén despobladas las campañas, y las populosas Ciudades llenas de gentío, de modo que no se halla casa, ni habitacion para un forastero, que subsistan surtidos de todo lo necesario, segun el estado pujante en que está el mundo civilizado. Pero siempre le hacia cosquillas al Argonauta aquello de que la vida rústica era naturalmente apetecida de todos. Por cierto que mintieron los Poëtas en las pinturas tan famosas, como han escrito de la Arcadia, y de otras. Virgilio celebró hasta el entusiasmo esta vida, declarandola de inocente, sana y agradable; y todos los escritores la recomiendan, porque dicen que inspira la templanza, la sobriedad, la justicia, y la sabiduría. Por su medio aseguran, ansiosos de persuadir, que el hombre siempre ocupado, no tiene lugar de ser malo, é injusto; y por último añaden tantas y tales gracias à la vida rustica, que poco la diferencian de la celestial.

Dice el Br. que si esto fuera asi, que desde luego no acontecería lo que vemos. Sale de lo mas recondito de un monte un carbonero, que jamás vió sino su Aldéa: entra en una Ciudad, todo quanto vé y mira es un nuevo objeto de su admiracion. Encuentra con un paysano suyo, quizá de la misma catadura quando estaba en el lugar, le míra vestido de pies à cabeza como un señorito: ya, ya le comienzan à alborotar los deseos de no bolver al campo; ya maldice su suerte; y si no es en aquel viaje, no espera el tercero: tira con la azada, y la rexa; y con un ayre de desprecio dice: ea; ¿à qué tanta miseria, é infelicidad? Voyme à la Ciudad à ser cavallero como fulano.

Sale una pobre pastora la primera vez al mundo: esta viene, por exemplo, à Cadiz. Todo le pasma: quanto es objeto de su vista es un nuevo portento no visto en la campiña: encuentra con una, dos, ó mas paysanas, las mismas que poco hace conocía llenas de remiendos, las observa vestidas como Marquesas, ricos mantones, costosas sayas, y si es menester, con mil palendengués: se pasma, se aturde, se asombra de un trastorno tan repentino: se mira, y remira, no vé mas que el tosco sayo de los campos, descalza de pie, y pierna: ¿cómo es creíble que en aquel instante no trate de cambiar de suerte?

Todos miran que los ciudadanos, y ciudadanas huyen del campo: si por via de recréo están ocho dias, aun en el caso de divertirles sus posesiones, ya les enfada la vida silvestre; y por consiguiente à la Ciudad, y esto en coche, ó con otras comodidades. ¿Pues cómo, ó de qué manera es concebíble que se dé persona que prefiera la habitacíon en la campaña, à la de las poblaciones civilizadas? La vida noble de los ciudadanos recomendable por todos lados, ¿quando puede ser despreciada por una suerte dura, penosa, y llena de miseria? ¿Cómo no han de estar solos los campos? La soledad, quietud y corto trato, y este ordinario, é incomodo, ¿no debe de ser odioso, si se atiende à la finura de las poblaciones grandes, tanto en el trato, como en lo demàs? Ea vaya, que si bien se mira el punto, no habrá Juez que no decida à favor de la enemistad, con la vida campestre.

Poco à poco, es menester mirar con mas circunspeccion la materia. ¿Quantos afanes, disgustos, y sinsabores no cuesta esa mollicie, esos vestidos, esas come-dias, &c.? Quando goza de tranquilidad el uno, al parecer mas felíz; y quando le persigue la inquietud al campesino. Esto, esto es lo que se ha de inculcar.

El Ciudadano, la cortesana, abrumados con cien mil cuidados, que exîge la vida civil, separados de los que sea el alimento, y vestido, quando se halláran con el ánimo lleno de mansedumbre del pobre labrador, pastor, &c. exêntos de etiquetas, de visitas enfadosas, del peynado, y de otras mil locuras. Apenas se verá una vez en el año calentarse aquel en el hogar al redor de sus hijos, quando este lo disfruta todos los dias.

Si no les queda lugar para educar à su prole, que es forzoso que se la fíe à otro: quando siempre es escaso el tiempo para acudir al comercio social, y à los negocios de la casa, ¿cómo puede disfrutar del incomparable beneficio del sosiego; quando no han sido esclavos de sí mismos todos los que habitan en Ciudades? quando gozan de la robustez que los que viven una vida rustica? Y por último la independencia, que hace felices à estos; la limitacion de cuidados, que no les pervierten el sueño, podrá jamás compararse con los desasosiegos, y malos ratos de aquellos?

No medítan los hombres: si parasen un tanto la reflexîon, todos preferirían la vida del campo à la de las poblacíones, en donde, además de reynar todos los vicios, domína la lôbrega estrella, que dispara todos los efectos de la embidia, codicia y ambicíon.

Si dominase al hombre la meditacion, cortos serían los límites de España para contener habitantes. No gobierna mas que una sombra, que nos seduce: todo es apariencia quanto nos aparta de una vida casi celestial. Es indubitable que si se mira por la superficie à un ciudadano, dexára de ser racional el que no prefiera su suerte à la de un villano; pero filosofando muy poco, se debe de hallar sin comparacion mas apreciable la vida de este, que la de aquellas pocas luces, que iluminan à la gente silvestre; los pocos conocimientos, que poseen, son la causa de que consideren mas feliz la habitación de las Ciudades.

No piensa el Argonauta que este papel pueda conseguir el fin, que se ha propuesto; porque no ignora que no llegarán à sus ojos, ni oídos estas, y otras razones, que alegaría justificativas, de la ventaja que ofrece la vida del campo à la de una poblacion grande, para atraher la muchedumbre que huye de las selvas, y campiñas para pasar à disfrutar de la alagüeña, y encantadora cirena de las Ciudades.

Se despueblan las Aldéas, y los Lugares; y con esto decae la labor del campo en perjuicio de la República. Esto no puede remediarse con discursos, ni reflexîones: exìge precisamente un medio que pueda contener tal desastre; ¿qual será este? A medida que el luxo ha ido tomando cuerpo, se ván quedando sin hombres las Aldéas; y sin mugeres los pueblos cortos porque ván à servir, camino de la perdicion de los mozos de ambos sexos. Los primeros pasan alegremente la vida mientras se mantiénen robustos, y pueden servir à sus amos: luego que cargan de años, ni buelven à su Patria, ni sirven mas que de incomodar, ya mendígando, ya teniendo su paradero en los Hospicios, y Hospitales.

Ya tenemos que no solo pierden los Lugares aquellos hombres, aquellos brazos el campo; y lo que es mas doloroso, la indispensable decadencia de los Lugares.

Las niñas entran en la Ciudad: à los dos dias dexan los habitos humildes, que con tanta honradez vestian en sus casas; se vén señoras, con respecto à el estado antecedente: ¿cómo han de pensar jamás en bolver? Es un imposible, de primer orden pensar que han de regresar á deshacerse del punto de señoras, y vestir nuevamente los trapos.

Mejor prefieren otro medio mas perjudicial, que no pasar à nueva vida, que aunque tosca al parecer, es mas que sencilla y favorable, mirada con atencion.

Esta es la causa de la despoblacion de los campos; y de la decadencia de los Lugares. Y esta misma es la que se debía remediar.

Ya que todos queremos ser servidos, aunque no tengamos à veces para ello, ni consideremos tan perversas resultas, seria muy del caso que no pudiera tener nadie domesticos, sin que se sangrare muy bien la bolsa: entiendalo el que quisiere, este seria el seguro remedio para tan pestifero mal.

¿Qué querrá decir el Argonauta con eso de sangrar la bolsa? . . . . . Bien claro está. ¿Porqué ha de tener sirviente tanto cavallero de ayer à hoy? Tanta señora solo en el nombre, que en realidad no pueden mantenerlo, ni menos subsistir ellos, queriendo ser señores de los dones, vienen los dines; y de todo esto proviene que en el momento que Maria recibe el carácter de Doña, y Perensejo el de Don Giripundio, ya consideran razon de estado tener criada; y si es menester Pages. De ahí proviene tanta abundancia en las Ciudades, y tanta escasez en las Aldéas, y oblaciones chicas.

Vino dias pasados una ama de leche à criar à una casa de un sugeto de circunstancias; en quanto oyó que la llamaban Doña Nicolasa, dixo: Bella tierra, ya ni à patadas me sacan de Cadiz. Mandó en efecto por su marido; y sin duda se debe esperar que mañana ya tenga criada y page, como lógre alguna fortuna. ¿Pues cómo no deberán castigarle las bolsas de los dones nuevos, y de los viejos inhabiles para destruir un obuso tan perjudicial al cultivo y origen de la despoblacion?

1-23 N. 23 Ridiculum acri dulcius. Estaba de visita el Argonauta la otra tarde en una casa de un Amigo: à poco rato de haberse sentado, oyó voces en la division inmediata; levantóse el Amigo, y sin detenerse fue à poner paz. En efecto lo consiguió inmediatamente, y se bolvió donde él estaba. Al entrar comenzó su razonamiento en los términos siguientes: son el diablo las mugeres: no sé como hay hombre que tenga paciencia de sufrir sus necedades. ¿Qué pensará Vm. que ha sido la causa de este alboroto? Pues sepa Vm. que todo ha venido por la eleccion de compadre. Madama está ya de siete meses: al ir á salir el pobre de Don N. á sus negocios, le dixo: Doña N. oyes cuidado no dexes de ir á convidar à Don N. mira si haces de las tuyas. Dexame, muger, respondió, que no estoy ahora para compadres: tengo otros asuutos [sic] algo mas urgentes que el compadrasgo. Pues no, has de ir, replicó Doña N. ni he de ir, ni pienso convidarle jamás. Pues si no le convidas, me pongo la mantilla y voy yo allá . . . . . Te guardarás de ello, como de echarte por el balcon à la calle: ya te he dicho mas de mil veces que quiero por compadre al hermano N. No será por vida de . . . . . si tal hicieres, te has de acordar de mí. Buena es que despues que me faltan un sin fín de cosas, que no me puedes comprar, he de llamar un hermano; eso no: mira, tonto; Don N. dias hace que me está cortejando; lo tiene, y es muy garboso; con media palabra que le digas, admiti-rá con mil gastos el convite; y entonces verás como lo empeño con dos mil sales à que se esfuerce, y me supla lo que tanto necesito. Por lo mismo no quiero que hagas tal; y cuidado: lo he de hacer; y de ahy siguió el temporal que ha oido. ¿Podrá darse mayor desvergüenza? Si Vm. conociera à Don N. se habia de compadecer de su situacion; no hay hombre mas honrado en toda la Ciudad . . . . .  El Br., que ya estaba impuesto de este abuso, dixo alli doscientas mil cosas; y contó este paso que le habia sucedido pocos dias habia: Visitaba con alguna freqüencia una casa; y la señora que estaría embarazada de dos ó tres meses, le dixo que habia puesto los ojos en él para que, en pariendo con felicidad, llevase el niño à la Pila. Aunque decisivamente no respondió; no obstante dió muestras de que no lo llevaría á mal. Pocos dias despues fue à visitar otra señora amiga de la susodicha; y esta le hizo la siguiente arenga: me ha dicho mi amiga que habia elegido à Vm. por compadre, que ya se lo habia propuesto; y que Vm. habia desde luego admitido la propuesta. Pues considerando à Vm. recien llegado à esta, y poco instruido en el asunto, voy à decirle las obligaciones à que se vá Vm. à constituir. En primer lugar ha de pagar todos los gastos de Iglesia y casa, como un buen refresco, &c. luego debe seguir à esto un regalo muy bueno: despues debe Vm. cuidar de vestir el niño, y regalarle de tiempo en tiempo; y si muriere, pagar los derechos de entierro; por último sostenerle hasta tomar carrera. Se dá por supuesto tambien el habilitar al compadre, y servir à la comadre en todo lo que le ocupe . . . . . ¿Acabó Vm. ya? Ya. Pues ahora, ahorita mismo me hace Vm. el favor de decírle que ni puedo, ni quiero ser su compadre. Señora, acaso habrá pensado Doña N. que acabo de llegar del Perú? O que he sacado algun terno seco de la Lotería; ò que me ha caído alguna herencia? ¿Es bueno que à penas tengo que comer, y me he de meter en compadrasgos? Yo no buelvo mas allá. Pues esperese Vm. que me ha dicho que ahora con las ganancias del Argonauta, y Piscator se portará Vm. como acostumbra. Buena necedad, no me diga Vm. por su vida tal: soy capaz de bolverme loco. Ea por Dios, la ruego que la desengañe. ¿Eso tenemos? Buena manera de matar pulgas. Ignoraba yo de la cruz á la fecha semejantes estilos. ¿Puede darse mayor absurdo? Ya no me admira lo que he oido: que no hay mayor sacrilegio que convidar à uno por compadre. Esta es, y no otra, la causa de que los mas se excusen de un Sacramento tan Sagrado. ¿Puede llegar à mas la maldad? Hacer comercio con uno de los primeros fundamentos de la Religion. Es à lo sumo que puede llegar la malicia humana. Desde luego exîge remedio un abuso tan denigrativo. Sin duda que dán las mayores muestras de nada juiciosas las señoras, que tal proponen à sus maridos; y estos que son acreedores à que se les señale con el dedo, por condescender à tan descabellada pretencion. Desde ahora para siempre fulmina el Br. el mayor enatema contra los, y las que tal intenten, propongan y soliciten. Despues que el Argonauta hubo viajado diez y ocho años por mar, se echó à viajero terreno, ó terrestre; términos sinónimos aunque Vm. no lo quisiere. En sus peregrinaciones, ya en coche, ya en calesa, ya en carro atravesó quatro veces por diversas partes del Reyno: de todos modos, ó maneras fue preciso que observase grandes trayectos de leguas, sin encontrar un viviente racional, y otros con unos pequeños Pueblos, ó Aldéas casi sin mas vivientes que unos pobres ancianos de ambos sexôs, las casas semi caídas, ó por caer, &c. &c. &c. Llegaba á las grandes Ciudades, y las miraba llenas de hombres, mugeres, y muchachos. Visto esto di-xo; enfermo está este Reyno, desde luego está proxîmo à una apoplegía: toda la sangre se viene à la cabeza, ¿qué se puede esperar? Mas le admiraba el reparar que, en medio de estar desiertas las campañas, nada faltaba de lo preciso à la vida humana, ni menos para el mas soberbio luxo. ¿Qué milagro será este? preguntaba. Yo desde luego me creía que en donde no producian los campos, no podia reynar la abundancia, ni mucho menos el luxo; pero ya veo que será cierto lo que me han contado de que en Europa hay una República, que aunque fabricada, ó fundada sobre un terreno estéril, y cenagoso, la llaman el almacen del mundo. Luego, si bien se mira, no es de extrañar el que estén despobladas las campañas, y las populosas Ciudades llenas de gentío, de modo que no se halla casa, ni habitacion para un forastero, que subsistan surtidos de todo lo necesario, segun el estado pujante en que está el mundo civilizado. Pero siempre le hacia cosquillas al Argonauta aquello de que la vida rústica era naturalmente apetecida de todos. Por cierto que mintieron los Poëtas en las pinturas tan famosas, como han escrito de la Arcadia, y de otras. Virgilio celebró hasta el entusiasmo esta vida, declarandola de inocente, sana y agradable; y todos los escritores la recomiendan, porque dicen que inspira la templanza, la sobriedad, la justicia, y la sabiduría. Por su medio aseguran, ansiosos de persuadir, que el hombre siempre ocupado, no tiene lugar de ser malo, é injusto; y por último añaden tantas y tales gracias à la vida rustica, que poco la diferencian de la celestial. Dice el Br. que si esto fuera asi, que desde luego no acontecería lo que vemos. Sale de lo mas recondito de un monte un carbonero, que jamás vió sino su Aldéa: entra en una Ciudad, todo quanto vé y mira es un nuevo objeto de su admiracion. Encuentra con un paysano suyo, quizá de la misma catadura quando estaba en el lugar, le míra vestido de pies à cabeza como un señorito: ya, ya le comienzan à alborotar los deseos de no bolver al campo; ya maldice su suerte; y si no es en aquel viaje, no espera el tercero: tira con la azada, y la rexa; y con un ayre de desprecio dice: ea; ¿à qué tanta miseria, é infelicidad? Voyme à la Ciudad à ser cavallero como fulano. Sale una pobre pastora la primera vez al mundo: esta viene, por exemplo, à Cadiz. Todo le pasma: quanto es objeto de su vista es un nuevo portento no visto en la campiña: encuentra con una, dos, ó mas paysanas, las mismas que poco hace conocía llenas de remiendos, las observa vestidas como Marquesas, ricos mantones, costosas sayas, y si es menester, con mil palendengués: se pasma, se aturde, se asombra de un trastorno tan repentino: se mira, y remira, no vé mas que el tosco sayo de los campos, descalza de pie, y pierna: ¿cómo es creíble que en aquel instante no trate de cambiar de suerte? Todos miran que los ciudadanos, y ciudadanas huyen del campo: si por via de recréo están ocho dias, aun en el caso de divertirles sus posesiones, ya les enfada la vida silvestre; y por consiguiente à la Ciudad, y esto en coche, ó con otras comodidades. ¿Pues cómo, ó de qué manera es concebíble que se dé persona que prefiera la habitacíon en la campaña, à la de las poblaciones civilizadas? La vida noble de los ciudadanos recomendable por todos lados, ¿quando puede ser despreciada por una suerte dura, penosa, y llena de miseria? ¿Cómo no han de estar solos los campos? La soledad, quietud y corto trato, y este ordinario, é incomodo, ¿no debe de ser odioso, si se atiende à la finura de las poblaciones grandes, tanto en el trato, como en lo demàs? Ea vaya, que si bien se mira el punto, no habrá Juez que no decida à favor de la enemistad, con la vida campestre. Poco à poco, es menester mirar con mas circunspeccion la materia. ¿Quantos afanes, disgustos, y sinsabores no cuesta esa mollicie, esos vestidos, esas come-dias, &c.? Quando goza de tranquilidad el uno, al parecer mas felíz; y quando le persigue la inquietud al campesino. Esto, esto es lo que se ha de inculcar. El Ciudadano, la cortesana, abrumados con cien mil cuidados, que exîge la vida civil, separados de los que sea el alimento, y vestido, quando se halláran con el ánimo lleno de mansedumbre del pobre labrador, pastor, &c. exêntos de etiquetas, de visitas enfadosas, del peynado, y de otras mil locuras. Apenas se verá una vez en el año calentarse aquel en el hogar al redor de sus hijos, quando este lo disfruta todos los dias. Si no les queda lugar para educar à su prole, que es forzoso que se la fíe à otro: quando siempre es escaso el tiempo para acudir al comercio social, y à los negocios de la casa, ¿cómo puede disfrutar del incomparable beneficio del sosiego; quando no han sido esclavos de sí mismos todos los que habitan en Ciudades? quando gozan de la robustez que los que viven una vida rustica? Y por último la independencia, que hace felices à estos; la limitacion de cuidados, que no les pervierten el sueño, podrá jamás compararse con los desasosiegos, y malos ratos de aquellos? No medítan los hombres: si parasen un tanto la reflexîon, todos preferirían la vida del campo à la de las poblacíones, en donde, además de reynar todos los vicios, domína la lôbrega estrella, que dispara todos los efectos de la embidia, codicia y ambicíon. Si dominase al hombre la meditacion, cortos serían los límites de España para contener habitantes. No gobierna mas que una sombra, que nos seduce: todo es apariencia quanto nos aparta de una vida casi celestial. Es indubitable que si se mira por la superficie à un ciudadano, dexára de ser racional el que no prefiera su suerte à la de un villano; pero filosofando muy poco, se debe de hallar sin comparacion mas apreciable la vida de este, que la de aquellas pocas luces, que iluminan à la gente silvestre; los pocos conocimientos, que poseen, son la causa de que consideren mas feliz la habitación de las Ciudades. No piensa el Argonauta que este papel pueda conseguir el fin, que se ha propuesto; porque no ignora que no llegarán à sus ojos, ni oídos estas, y otras razones, que alegaría justificativas, de la ventaja que ofrece la vida del campo à la de una poblacion grande, para atraher la muchedumbre que huye de las selvas, y campiñas para pasar à disfrutar de la alagüeña, y encantadora cirena de las Ciudades. Se despueblan las Aldéas, y los Lugares; y con esto decae la labor del campo en perjuicio de la República. Esto no puede remediarse con discursos, ni reflexîones: exìge precisamente un medio que pueda contener tal desastre; ¿qual será este? A medida que el luxo ha ido tomando cuerpo, se ván quedando sin hombres las Aldéas; y sin mugeres los pueblos cortos porque ván à servir, camino de la perdicion de los mozos de ambos sexos. Los primeros pasan alegremente la vida mientras se mantiénen robustos, y pueden servir à sus amos: luego que cargan de años, ni buelven à su Patria, ni sirven mas que de incomodar, ya mendígando, ya teniendo su paradero en los Hospicios, y Hospitales. Ya tenemos que no solo pierden los Lugares aquellos hombres, aquellos brazos el campo; y lo que es mas doloroso, la indispensable decadencia de los Lugares. Las niñas entran en la Ciudad: à los dos dias dexan los habitos humildes, que con tanta honradez vestian en sus casas; se vén señoras, con respecto à el estado antecedente: ¿cómo han de pensar jamás en bolver? Es un imposible, de primer orden pensar que han de regresar á deshacerse del punto de señoras, y vestir nuevamente los trapos. Mejor prefieren otro medio mas perjudicial, que no pasar à nueva vida, que aunque tosca al parecer, es mas que sencilla y favorable, mirada con atencion. Esta es la causa de la despoblacion de los campos; y de la decadencia de los Lugares. Y esta misma es la que se debía remediar. Ya que todos queremos ser servidos, aunque no tengamos à veces para ello, ni consideremos tan perversas resultas, seria muy del caso que no pudiera tener nadie domesticos, sin que se sangrare muy bien la bolsa: entiendalo el que quisiere, este seria el seguro remedio para tan pestifero mal. ¿Qué querrá decir el Argonauta con eso de sangrar la bolsa? . . . . . Bien claro está. ¿Porqué ha de tener sirviente tanto cavallero de ayer à hoy? Tanta señora solo en el nombre, que en realidad no pueden mantenerlo, ni menos subsistir ellos, queriendo ser señores de los dones, vienen los dines; y de todo esto proviene que en el momento que Maria recibe el carácter de Doña, y Perensejo el de Don Giripundio, ya consideran razon de estado tener criada; y si es menester Pages. De ahí proviene tanta abundancia en las Ciudades, y tanta escasez en las Aldéas, y oblaciones chicas. Vino dias pasados una ama de leche à criar à una casa de un sugeto de circunstancias; en quanto oyó que la llamaban Doña Nicolasa, dixo: Bella tierra, ya ni à patadas me sacan de Cadiz. Mandó en efecto por su marido; y sin duda se debe esperar que mañana ya tenga criada y page, como lógre alguna fortuna. ¿Pues cómo no deberán castigarle las bolsas de los dones nuevos, y de los viejos inhabiles para destruir un obuso tan perjudicial al cultivo y origen de la despoblacion?