Quarta Carta, que Contiene un Cuento del Petimétre Don Merengue, en cuya Cabeza se Hacen Ridículos los Principales Defectos de la Juventud Mal Aplicada Antonio Mauricio Garrido Moralische Wochenschriften Silke Brandstätter Editor Alexandra Fuchs Editor Elisabeth Hobisch Editor Renate Hodab Editor Julia Obermayr Editor Institut für Romanistik, Universität Graz 17.08.2010 o:mws-108-709 Garrido, Antonio Mauricio: El Amigo y Corresponsal del Pensador. Papel periódico, que saldrá cada quince días en el Viernes de la semana. Madrid: Imprenta de Francisco Xavier García 1763, 81-110 El Amigo y Corresponsal del Censor 1 4 1763 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief 17.08.2010 Graz, Austria Spanish; Castilian Moda Mode Fashion Mode Moda Educación y Formación Erziehung und Bildung Education and Formation Éducation et formation Educazione e Formazione Spain -4.0,40.0

Quarta Carta,que Contiene un Cuento del Petimétre Don Merengue, en cuya Cabeza se Hacen Ridículos los Principales Defectos de la Juventud Mal Aplicada:

En un Lugar de nuestra España, aunque pequeño, tan famoso por los restos de su antigüedad, la memoria de los grandes hombres que ha producido, y por las memorables Batallas, Empresas, y Assambléas, que en él se han tenido, que es preciso que qualquiera venga en su conocimiento por todos estos pelos, y señales, y por consiguiente tengo por escusado nombrarle, vivia un glorioso descendiente de un antiguo Escribano del mismo Pueblo, à quien habia dejado unas quantas tierras, y viñas agregadas à una casa en figura de Vínculo, que producian, si los años iban regulares, el suficiente subsidio para una decente pitanza: todo lo qual agregado à algunas grangerías, que de propia industria se habia adquirido nuestro Don Periandro, que este era su nombre, le tenian sobre el pie respetable de un Hydalgo de permission, entre merced, y señoría, con su Don corriente, aunque todavia arrastrado, y algo vergonzoso. Raro era el año que no era Alcalde, ò Procurador de Concejo, cuyos exercicios le tenian tan bien quisto en el Pueblo, que le miraban como à un Padre, y Maestro de República, à lo qual ayudaba mucho su estraña fisonomía, porque él era alto, enjuto, anquiseco, y muy delgado de piernas, hundido de estómago, y cargado de espaldas, cetrino, cejijunto, aguileño, y largo de naríz; de suerte, que era un vivo retrato de lo que nosotros pensamos, que podrian ser Lycurgo, Solón, Numa Pompilo, y toda la caterva de los antiguos Legisladores.

Este buen hombre, que en la rea-lidad lo era, habia tenido la desgracia de casarse con una Prima suya, que se habia criado en Madrid por Dama de una casa de bastante copete, en la qual habia adquirido un extremado gusto à la moda, y la petimétrería, de suerte, que en el Lugar queria seguir el mismo rumbo, haciendo venir de Madrid todas quantas invenciones sacaban las Comediantas, y despues se estendian entre las gentes de su misma idea, cuya añadidura de gasto habia puesto à nuestro Don Periandro en el infelíz estado de tener mas trampas, que hacienda, y que sin duda le hubieran puesto en el estrecho de perder su reputacion, si repentinamente no hubiera recibido una buena porcion de dinero de Indias, que le habia dexado un tio suyo, que habia muerto en el Gobierno de un pequeño Lugar de Honduras. Con este socorro (para Don Periandro venido del Cielo) pagó sus deu-das, se desempeñó sus raíces, mejoró sus ganados, y se puso en estado de dár alguna carrera à un hijo que tenia pequeñito, cuyo nombre era Merengue, y en quien el padre, y la madre tenian puestas todas sus atenciones, porque à la verdad el niño tenia mil gracias, y habia nacido con todas las señales de un buen talento, viveza, y desembarazo.

La madre, con sus máquinas de Petimétra le engalanaba, aderezaba, y vestía, lo mismo que pudiera hacer con una muñeca de aquellas que envian de los Países estrangeros para modélo de las modas, que allí se inventan, y acá se imitan, de las quales nunca la faltaban una media docena, à escondidas de D. Periandro, que no podia arrastrar semejantes invenciones, y que sostenia à pie firme: que tales embustes, y relajaciones à que habia venido à parár toda la seriedad de nuestra España, tenian la culpa de la pobreza, desemboltura, ocio, y malas costumbres del País.

Empezó Don Merengue en manos del Cura del Lugar las declinaciones de los nombres, y fue adelantando hasta que llegó à la edad de quince años, en la qual, à pesar de las diligencias del Cura, y del cuidado, y reprehensiones del padre, se le obscureciò de suerte el entendimiento, y mudó de forma de idea, que no parecia sino otro distinto muchacho; de manera, que ni podia entender una palabra, ni sujetarse à estudiar siquiera una columna de la copia, de lo qual habia tenido gran parte de la culpa una sobrina, que el Cura tenia en su casa de la misma edad de Merengue, la qual yá en los ultimos años en que el muchacho empezaba à espigar un poco, le acechaba por una ventanilla, que caía à un corral en donde nuestro Estudiante solía repasar la leccion interin el Cura se le-vantaba de siesta, y como nuestro Licenciado era de carne, y hueso como los demás mozos, y ella no mal parecida, y agestada, en parte agradecido à la fineza que la merecia, y en parte obligado à los mismos oficios de la naturaleza, y de la edad, con la añadidura de haber leìdo yá algunas cosas semejantes en las Novelas de Zayas, y en algunas Comedias de Calderón, se hizo enteramente holgazán, aborreció el estudio, y en una palabra, se volvió tonto, con gran dolor del padre, compassion del Cura, y rabia de la madre, que jamás quiso creerlo.

Poco à poco se fue desnudando de la ropa negra, que usaba de Licenciado, y dixo claramente, que Dios no le llamaba por aquel camino, que él no queria estudiar, ni menos ser Sacerdote, que eran las ideas de su padre porque sino, perdian una Capellanía de sangre, que le venia por linea recta, y que actualmente la posseìa un tio suyo por parte de su madre. Al fin nuestro Merengue se salió con no ser Estudiante, despues de varios debates que tubo con su padre, el qual le habria muerto, si la madre no hubiera estado al medio apoyando las ideas del hijo, habiendose resuelto ultimamente entre todos, que exercitára la letra para acomodarle en Madrid en alguna Oficina: cuyo destino fue muy à gusto de Merengue, y de su madre, que no tenia otra voluntad, que la del hijo. Con esto yá à cara descubierta se armó de riguroso majo, comprando en una Feria una red encarnada, unas zapatillas blancas, sus medias de color de naranja, labradas con muchos corazones, calzon de terciopelo, chaleco de raso liso con botones de nacar, un pañuelo con leones para el pescuezo, una gran faja listada para la cintura, y otras mil zarandajas. Quando Meren-gue bolvió assi de la Feria, le faltó poco à su madre para bolverse loca del gusto que tubo en vér à su hijo tan bien aderezado, lo bien que le sentaba todo, y de la eleccion que habia tenido en su compra, y se la figuraba vér en él uno de aquellos chuscos mas acicalados, que salian de la Comedia, y passaban por la casa de su amo à hacerla cortesìas en el balcón, quando estaba en Madrid. Admirabase mucho de la buena idea del mozo, y la parecia, que luego que lo enviassen à Madrid, no solo tomarìa el último gusto de los Petimétres estrangeros, sino que podria ser inventor de la misma moda, y que por este camino harìa una desmedida fortuna, casandose en secreto, ò sacando por el Vicario alguna hija de algun Vizconde, ò de algun Assentista, de las quales la una por hidalga, y la otra por rica, le pondrian en parage de no saber à qual tirarse. Muy distintas eran las consideraciones del padre, à el qual tenian traspassado el corazon las locuras del hijo, y la sandéz de la madre, considerandole yá perdido, sin mas remedio, que el de Dios.

Mas à pesar de todo, no se descuidaba Don Merengue en seguir sus inclinaciones, y la primera diligencia por direccion de su madre, fue à aprender à tocar la Guitarra, y para esto venia à darle leccion el Barbero del Lugar, el qual era famoso tocador, y se decia era discipulo de un célebre Guitarrista de Madrid, y que habia aprendido en una Barberìa de una Plazuela, cuyo Maestro passaba por la mejor navaja de la Corte. Preguntabale à todas horas Don Merengue por las cosas de Madrid, y el Barbero le encajaba mil embustes, los quales oía él con tanto gusto, y sinceridad, como si escuchara el Evangelio: sobre todo le gustaba oír contar al Barbero los galanteos, y fa-vores, que habia merecido à las Damas, y los enredillos que habia hecho en un poco de tiempo, que habia sido Practicante del Hospital. Comiansele las uñas à Don Merengue por tener proporcion de hacer lo propio, y hubiera dado quanto tenia por haber hallado modo de que sus padres le enviáran à Madrid, de lo qual aún no hábia perdido las esperanzas.

Viendo Don Periandro, que el hijo era enteramente incorregible, y que absolutamente no habia otro remedio, determinó enviarle à la Corte en casa de una Prima suya, à ver si allì se le podia poner por Entretenido de alguna Oficina, y con el nuevo modo de vida mudaba de costumbres. Mucha fue la alegria que tubo D. Merengue, que no deseaba otra cosa, y la madre no se le iba en zaga, pues aunque sentia la falta del hijo, veía completo el termino de sus ideas, y yá le consi-deraba vér casado con la mas hermosa, y mas rica Dama de la Corte. Dispusose el viaje de Don Merengue, y la noche de la despedida vinieron muchas gentes à su casa, y cada qual traìa su encarguito para que le remitiesse con el mozo que le conducia. Su madre ante todas cosas le encargó à David perseguido, y las Novelas de Doña Maria de Zayas; y su amigo el Barbero, el tomo de las Guerras Civiles de Granada, Perfiles, y Segismunda, doce Pares de Francia, y Cueva de San Patricio. El Cura, que era un hombre curioso, y de buen gusto, le dió una lista de algunos libros estrangeros, si acaso los hallaba, en la qual iba comprehendido un Diccionario Græci-Latino, y otro Hebrai-Caldeo, y Arábigo, un célebre Monetario, y otros Antiquarios famosos: su padre le encargó mucho, que no dexára de enviarle la Gaceta, y el Mercurio, Diario, Piscator, y qualquiera Relacion, Decreto, y papel curioso, que vendieran los Ciegos.

Llegó la mañana, y despues de muchos consejos de su padre, y lágrimas, abrazos, y desmayos de la madre, salió nuestro Don Merengue sobre una yegua torda, mas gallardo que un Gerineldos, con su calzón de ante, botin corto de cuero, jaquetilla parda, con sus cintas por los sobacos, armadorcillo de grana, con botón de plata de cabecilla redonda, sombrero blanco, con una cinta que le asseguraba por la mandibula inferior, su pañuelo al pescuezo, y una faja, que le cubria todos los riñones, y estómago, dando unas espoladas à la yegua, que el padre tubo que decirle, que la tratára con mas caridad: iba delante el Criado de casa, que era un mozo à quien llamaban el Romo, bastante trepado, y ligero como un ave: llevaba un me-dio trote, con una porrilla en la mano, que podia passar por Volante del mismo Gerineldos. Iba Don Merengue su camino adelante revolviendo en su imaginacion mil ideas: figurabase entrar en la Corte à las dos de la tarde, à tiempo que las gentes salian à tomár el Sol, ò estaban à las ventanas, y que metiendo à la yegua las espuelas, entre sus escaramuzas, y la gentileza de su cuerpo llamaba la atencion de las Damas, y que todas se preguntarían unas à otras, ¿quien será este Cavallero, que aunque parece de Lugar, no habrá en Madrid mejor muchacho? Loqual él hacia tan al vivo, segun iba preocupado en estas consideraciones, que apretaba intempestivamente las espuelas al pobre animal, sin saber lo que se hacia, de suerte, que mas de quatro veces estubo para dár con él en tierra en algunos passos peligrosos.

Llegaron por fin à la primera posa-da Amo, y Criado, en donde hallaron un Padre grave, que venia de Capitulo, y un Mercader de Madrid, que passaba à una Feria, con los quales se incorporó Don Merengue para cenar aquella noche: cada qual sacó su prevencion, y alguna cosa mas que se pudo hallar en el Lugar, y emprendieron juntos su cena. El Religioso no tubo embarazo de preguntar à Don Merengue el motivo que le llevaba à la Corte, ni menos le tubo nuestro Cavallero en decirsele. No le parecieron muy sólidas las ideas de nuestro caminante, y tomando la mano, le dió algunos consejos en caridad sobre el modo de portarse, y sobre todo le dixo, mire lo que hace, y no se fie en que algunos de sus conocidos, ò paisanos se hayan establecido bien, porque yo tengo la experiencia en algunos años que fui Corista, y Lector en la Corte, de que por esta regla se han hallado chasqueados muchos, y soy de sentir, que un Mozo volante de un Pueblo, que se acomoda en Madrid, pierde à otros veinte del mismo Lugar, ò contorno, los quales con la esperanza del exemplar de su paisano se arrojan à venir, y no hacen otra cosa, que criarse holgazanes, pierden sus hacendillas, y al fin se hallan viejos, sin oficio, ni beneficio, y tienen que sujetarse para comer à mil cosas indecentes, y de estos es regularmente de donde salen los Tahures en todo genero de juego, Contravandistas, Truchimanes, Chamarileros, Petardistas, y Rateros. ¡Y cómo que es verdad, dixo el Mercader! Quantos, y quantos conozco yo de essa calaña, que me han pegado mas de quatro petardos; y à la verdad, Padre Rmo. que es menester mucha práctica para conocerlos, porque yo no sé cómo se lo hacen, que ellos ván tan bien vestidos, como qualquiera Marqués, y con la mayor habilidad del Mundo le engañan à uno para que les fie los generos, y al fin se queda sin su dinero. Esso será verdad, dixo Don Merengue amostazado, pero no es ahora del caso; y el Padre, conociendo que no le sentaba bien la conversacion, para mudar de medio, dispuso el que se recogieran, porque habia que caminar bastante.

Concluyóse la noche, y à la mañana Don Merengue, despidiendose de todos, prosiguió su camino, y aquella misma tarde llegó à Madrid en casa de su Prima, en donde fue recibido con mil amores, porque tenia gana de verle, segun se le habia ponderado su madre. Estaba esta señorita recien casada, y concurria à su casa un conocido, gran Petimétre, muy den-goso, y afeminado, que passaba por su Cortejo, al qual encargó la direccion de Don Merengue, para que le fuesse aderezando, y cultivando à la última moda, segun se lo encargaba su madre en una carta, que traía nuestro Cavallero, el qual, entrandose à acostar, dió à una criada la ropa blanca para que se la calentassen, y la Prima, por curiosidad, quiso registrarla. No se puede ponderar quanto ella pudo reir al vér entre la ropa de su Primo unos calzoncillos, y unas calcetas, que venian puestas en cabeza de Mayorazgo: se las quitó, y le envió à decir con la criada, que aquellas cosas yá nadie se las ponia en el mundo, que bien se conocia que habia muchos años que su madre faltaba de la Corte. D. Merengue agradeció la prevencion de la Prima, à quien determinó obedecer en un todo, y quedó muy conten-to. A la mañana siguiente le cortaron el pelo, y le peynaron à la ultima moda, haciendo una tal figura la union de los polvos, y lo tostado de la cara, que al mismo Malambruno le hubiera metido miedo.

Sacóle despues el Cortejo de la Prima para armarle de Petimétre, y entrandole en una Tienda, le hizo comprar todas las baratijas siguientes: Un espejo de peynar, una caja de polvos, con sus paquetes anejos, dos pañuelos de Barajas, un pomito con agua de la Vanda, un botecillo de ingrediente, con un cepillito para la dentadura, otro para limpiar las hevillas, unas medias de trama caladas en figura de encaje, un juego de hevillas de piedras de Francia entrefinas, un palillero, ó estuche de oro, con mil baratijas dentro, un libro de memoria forrado en tafilete fino, con cabos de oro, un anteojo de theatro, un cutó, una fortija de diamantes, con un retrato de un gran personaje enmedio, una caja chillona para vinagrillo, otra de China para rapé, ò tabaco de la Habana, un juego de botecillos de manteca de Lima para el pelo, una botonadura de esmalte para chaleco, un relox de oro de repeticion à la Francesa, bueltas, ligas, y demás avíos correspondientes, con lo qual venia Don Merengue tan alegre, como si hubiera hallado un thesoro. La Prima le fue acomodando todos estos cabos, y dandole la receta para usarlos, y ella por sus manos, con ayuda de su Cortejo, le armó un sombrero à la Parisiense, pequeño de ala, con cordones de plata, y un cintillo por de dentro, cuyo cabo salia à rematar en el boton, y dejaba caer una borlita por uno de los picos del sombrero, que eran muy an-chos, y anivelados. Al punto le buscaron un Maestro de Danza Francesa, otro de Flauta, y Violin, y otro de Lenguas, con los quales se hallaba D. Merengue tan embarazado como si estubiera mandando un Exercito.

El principal cuidado de la Prima era aficionarle à las Comedias, lo qual consiguió sin mucho trabajo, de suerte que dentro de poco nadie le igualaba en la práctica, y manejo de los Corrales: sabía antes que nadie quien daba cuchilladas, y conocia muy bien à quienes les correspondia los Papeles respectivos de su representacion: defendia su partido con unas razones, que parece que habia nacido para aquello; y él mismo se hubiera dedicado à escribir Saynetes, y Entremeses, si hubiera tenido talento para ello; pero celebraba mucho la aplicacion de algunas gentes de ingénio, que se dedicaban à esta utilissima Obra, cuyo gusto estaba muy adelantado en el dia, y decia, que no habia con que pagar el trabajo de estos Autores tan precisos para la sociedad, y diversion humana, sintiendo no tener un buen Mayorazgo para señalarlos grandes raciones, y premios; pues para su gusto valia mas qualquiera de estos Ingénios volantes; que el mejor Theologo del mundo.

Como era tan recien venido, y aún no sabía las calles, una tarde, yá anochecido, viniendo del Passeo, le sucedió un chasco, que es digno de contarse; y fue el caso, que passando por una Peluquería, la qual tenia cerrado su medio portoncillo, vió, que por de dentro estaba, à su parecer, un Cavallero muy bien peynado, con una bata, (segun à él se le figuró con la poca luz de aquella hora) todo lo qual era una cabeza de peluca, en que acababa el Maestro de peynar, y echar polvos à un peluquin, y de un clavillo de el mismo palo habia colgado la bata, y se habia entrado allá dentro à no sé qué diligencia. Don Merengue, que aún dudaba la calle que debia tomar para llegar à su casa, pareciendole que aquel sugeto no le engañaría, como lo habian hecho yá algunos muchachos, y gente de poco mas, ò menos, le dixo: ¿Cavallero, qué calle debo tomar para salir à la Plaza? el molde de peluca callaba como un muerto: él volvió à preguntar segunda, y tercera vez, y como vió, que no le respondia, creyó que sería algun Francés, que no entendia la lengua, y entonces conoció él la verdadera utilidad de este idioma, que actualmente le estaban enseñando, y en un lenguage medio chapurrado, le dijo con alguna arrogancia: Que dite vu Mosiu? mas la cabeza proseguia callando, y yá Don Merengue, creyendo que no podria ser otra cosa, sino que aquel Cavallero era sordo, dió un grito desaforado, repitiendo lo mismo, al qual, saliendo el Peluquero, que era Francès; y creyendo que aquel hombre se burlaba de él, cogió el palo de la escoba, y saliò enfurecido, de suerte, que si nuestro Cavallero no hubiera sido tan cobarde, echando à huir, (como lo hizo) se hubiera armado una quimera, y hubieran alborotado el barrio.

Llegó, pues, Don Merengue como pudo à casa de su Prima, dissimulando de suerte, que nadie se lo conoció en el semblante: habia yá venido la Tertulia, y una visita de una señora gran Petimétra, y con ella un Cortejo, que era grande Equivoquista, porque habia sido Estudiante, y desde entonces le habia quedado este mal resabio sumamente enfadoso à el Cortejo de la Prima de Don Merengue, el qual era por otro termino muy distinto, porque con el motivo de haber viajado fuera del Reyno con un gran Personage, solo gustaba de algunos terminos afrancesados, y aborrecia todo chiste Español, mirandole con el semblante de un gusto muy antiguo. Enzarzaronse los dos en punto de Comedias, sobre las quales decia el tal Cavallero, que habia mucho que enmendar en España, porque no daban una ventajosa idéa à la dernier aplicacion de las bellas letras, ni menos atacaban, ò refusaban los vicios dominantes de la época presente, y que él no hallaba ningun pensamiento remarcable, que estubiesse desnudo de un capricho puramente amatorio, ni exempto de una flebotomía, lo qual contestaba de quando en quando con una señora estrangera, que tambien hablaba el Francés, diciendo, que lo dixera Doña Tecla: (que era el nombre de esta Dama) el Equivoquista respondia, essa tecla es la que no se ha de tocar esta noche, porque suena mal, y no faltarán en el organo cañones, ò plumas, que defiendan lo contrario, y solo en él podrá dár essa voz el que sea un pobre trompeta, con un ayrecillo tal, que creyendo que el caso podria passar mas adelante, con detrimento de la diversion de aquella noche, se metiò por medio otro Cavallero de la Tertulia de alguna mas edad, el qual era muy hábil para sossegar semejantes disputas.

Pues estando en esto, por quanto no hizo patillas, que nunca duerme, que à nuestro Don Merengue le dies-se un apreton de vientre, y entrandose al lugar destinado, despues de haber concluído, habiendosele caìdo en el suelo un pañuelo blanco, que llevaba siempre bien empapado en agua de la Vanda, y otros espiritus olorosos, como estaba medio à obscuras, bajandose por èl, equivocó los frenos, y en vez de coger el pañuelo, tomó el paño destinado para aquel sitio, que era bastante delgado, y metiendosele en la faltriquera, dexó allí su pañuelo, salió allá fuera, y sentandose muy dissimulado junto à la señora Petimétra visita de su Prima, siguiò su conversacion como si tal cosa no hubiera hecho. La señora à pocas idas, y venidas sintiò la mala vecindad del bolsillo de Don Merengue, y dixo llena de asco: ¡Valgame Dios, y qué mal huele! sin poder saber de lo que procedia. Don Merengue, muy ufano de tener su pañuelo lleno de mil aromas, conoció muy bien la utilidad de semejante precaucion para tales casos, sintiendo que en los Lugares no se usase lo propio; y sacandole muy de priesa, se le dió à la señora para que oliesse, la qual, tomandole inocentemente, y sin vér lo que era, aplicandole à las narices, se halló apestada de repente, à lo que se la siguió un asco, y un vómito tan fuerte, que creyeron que se quedaba en una congoja. Descubierto todo el engaño, y creyendo el Cortejo de la tal señora, que Don Merengue lo habia hecho con malicia, hubo desafio, sin reparar à donde estaba, y fue menester para aquietarle, que todos se metieran por medio, y le dixeran, que era recien venido, y estaba muy expuesto à semejantes chascos.

Todo el Mundo puede considerar cómo se quedarian Don Merengue, y su Prima, y aun todos los de la casa con un fracaso semejante: aqui, si yo quisiera, pudiera matar à nuestro Cavallero de la pesadumbre; pero no me conviene por ahora, y solo basta decir, que su madre yo no sé por donde diantres lo supo, que tomò tal pesadumbre, que muriò muy prompto, y lo mismo estubo para suceder à su padre, no por esto, sino porque veía que el hijo le habia puesto pobre con sus gastos, y que el empleo no parecia por un ojo de la cara, que se iba criando un zángano de la República, lleno yá de resabios, incapáz de aplicarse à ningun trabajo, ni mucho menos de volverse al Lugar à cuidar de su labranza, y se pelaba las barbas de no haberle puesto à un oficio, ò con un Comerciante, que le hubiera sujetado, y criado en otras máximas mas útiles, y sólidas.

1-4 Quarta Carta,que Contiene un Cuento del Petimétre Don Merengue, en cuya Cabeza se Hacen Ridículos los Principales Defectos de la Juventud Mal Aplicada: En un Lugar de nuestra España, aunque pequeño, tan famoso por los restos de su antigüedad, la memoria de los grandes hombres que ha producido, y por las memorables Batallas, Empresas, y Assambléas, que en él se han tenido, que es preciso que qualquiera venga en su conocimiento por todos estos pelos, y señales, y por consiguiente tengo por escusado nombrarle, vivia un glorioso descendiente de un antiguo Escribano del mismo Pueblo, à quien habia dejado unas quantas tierras, y viñas agregadas à una casa en figura de Vínculo, que producian, si los años iban regulares, el suficiente subsidio para una decente pitanza: todo lo qual agregado à algunas grangerías, que de propia industria se habia adquirido nuestro Don Periandro, que este era su nombre, le tenian sobre el pie respetable de un Hydalgo de permission, entre merced, y señoría, con su Don corriente, aunque todavia arrastrado, y algo vergonzoso. Raro era el año que no era Alcalde, ò Procurador de Concejo, cuyos exercicios le tenian tan bien quisto en el Pueblo, que le miraban como à un Padre, y Maestro de República, à lo qual ayudaba mucho su estraña fisonomía, porque él era alto, enjuto, anquiseco, y muy delgado de piernas, hundido de estómago, y cargado de espaldas, cetrino, cejijunto, aguileño, y largo de naríz; de suerte, que era un vivo retrato de lo que nosotros pensamos, que podrian ser Lycurgo, Solón, Numa Pompilo, y toda la caterva de los antiguos Legisladores. Este buen hombre, que en la rea-lidad lo era, habia tenido la desgracia de casarse con una Prima suya, que se habia criado en Madrid por Dama de una casa de bastante copete, en la qual habia adquirido un extremado gusto à la moda, y la petimétrería, de suerte, que en el Lugar queria seguir el mismo rumbo, haciendo venir de Madrid todas quantas invenciones sacaban las Comediantas, y despues se estendian entre las gentes de su misma idea, cuya añadidura de gasto habia puesto à nuestro Don Periandro en el infelíz estado de tener mas trampas, que hacienda, y que sin duda le hubieran puesto en el estrecho de perder su reputacion, si repentinamente no hubiera recibido una buena porcion de dinero de Indias, que le habia dexado un tio suyo, que habia muerto en el Gobierno de un pequeño Lugar de Honduras. Con este socorro (para Don Periandro venido del Cielo) pagó sus deu-das, se desempeñó sus raíces, mejoró sus ganados, y se puso en estado de dár alguna carrera à un hijo que tenia pequeñito, cuyo nombre era Merengue, y en quien el padre, y la madre tenian puestas todas sus atenciones, porque à la verdad el niño tenia mil gracias, y habia nacido con todas las señales de un buen talento, viveza, y desembarazo. La madre, con sus máquinas de Petimétra le engalanaba, aderezaba, y vestía, lo mismo que pudiera hacer con una muñeca de aquellas que envian de los Países estrangeros para modélo de las modas, que allí se inventan, y acá se imitan, de las quales nunca la faltaban una media docena, à escondidas de D. Periandro, que no podia arrastrar semejantes invenciones, y que sostenia à pie firme: que tales embustes, y relajaciones à que habia venido à parár toda la seriedad de nuestra España, tenian la culpa de la pobreza, desemboltura, ocio, y malas costumbres del País. Empezó Don Merengue en manos del Cura del Lugar las declinaciones de los nombres, y fue adelantando hasta que llegó à la edad de quince años, en la qual, à pesar de las diligencias del Cura, y del cuidado, y reprehensiones del padre, se le obscureciò de suerte el entendimiento, y mudó de forma de idea, que no parecia sino otro distinto muchacho; de manera, que ni podia entender una palabra, ni sujetarse à estudiar siquiera una columna de la copia, de lo qual habia tenido gran parte de la culpa una sobrina, que el Cura tenia en su casa de la misma edad de Merengue, la qual yá en los ultimos años en que el muchacho empezaba à espigar un poco, le acechaba por una ventanilla, que caía à un corral en donde nuestro Estudiante solía repasar la leccion interin el Cura se le-vantaba de siesta, y como nuestro Licenciado era de carne, y hueso como los demás mozos, y ella no mal parecida, y agestada, en parte agradecido à la fineza que la merecia, y en parte obligado à los mismos oficios de la naturaleza, y de la edad, con la añadidura de haber leìdo yá algunas cosas semejantes en las Novelas de Zayas, y en algunas Comedias de Calderón, se hizo enteramente holgazán, aborreció el estudio, y en una palabra, se volvió tonto, con gran dolor del padre, compassion del Cura, y rabia de la madre, que jamás quiso creerlo. Poco à poco se fue desnudando de la ropa negra, que usaba de Licenciado, y dixo claramente, que Dios no le llamaba por aquel camino, que él no queria estudiar, ni menos ser Sacerdote, que eran las ideas de su padre porque sino, perdian una Capellanía de sangre, que le venia por linea recta, y que actualmente la posseìa un tio suyo por parte de su madre. Al fin nuestro Merengue se salió con no ser Estudiante, despues de varios debates que tubo con su padre, el qual le habria muerto, si la madre no hubiera estado al medio apoyando las ideas del hijo, habiendose resuelto ultimamente entre todos, que exercitára la letra para acomodarle en Madrid en alguna Oficina: cuyo destino fue muy à gusto de Merengue, y de su madre, que no tenia otra voluntad, que la del hijo. Con esto yá à cara descubierta se armó de riguroso majo, comprando en una Feria una red encarnada, unas zapatillas blancas, sus medias de color de naranja, labradas con muchos corazones, calzon de terciopelo, chaleco de raso liso con botones de nacar, un pañuelo con leones para el pescuezo, una gran faja listada para la cintura, y otras mil zarandajas. Quando Meren-gue bolvió assi de la Feria, le faltó poco à su madre para bolverse loca del gusto que tubo en vér à su hijo tan bien aderezado, lo bien que le sentaba todo, y de la eleccion que habia tenido en su compra, y se la figuraba vér en él uno de aquellos chuscos mas acicalados, que salian de la Comedia, y passaban por la casa de su amo à hacerla cortesìas en el balcón, quando estaba en Madrid. Admirabase mucho de la buena idea del mozo, y la parecia, que luego que lo enviassen à Madrid, no solo tomarìa el último gusto de los Petimétres estrangeros, sino que podria ser inventor de la misma moda, y que por este camino harìa una desmedida fortuna, casandose en secreto, ò sacando por el Vicario alguna hija de algun Vizconde, ò de algun Assentista, de las quales la una por hidalga, y la otra por rica, le pondrian en parage de no saber à qual tirarse. Muy distintas eran las consideraciones del padre, à el qual tenian traspassado el corazon las locuras del hijo, y la sandéz de la madre, considerandole yá perdido, sin mas remedio, que el de Dios. Mas à pesar de todo, no se descuidaba Don Merengue en seguir sus inclinaciones, y la primera diligencia por direccion de su madre, fue à aprender à tocar la Guitarra, y para esto venia à darle leccion el Barbero del Lugar, el qual era famoso tocador, y se decia era discipulo de un célebre Guitarrista de Madrid, y que habia aprendido en una Barberìa de una Plazuela, cuyo Maestro passaba por la mejor navaja de la Corte. Preguntabale à todas horas Don Merengue por las cosas de Madrid, y el Barbero le encajaba mil embustes, los quales oía él con tanto gusto, y sinceridad, como si escuchara el Evangelio: sobre todo le gustaba oír contar al Barbero los galanteos, y fa-vores, que habia merecido à las Damas, y los enredillos que habia hecho en un poco de tiempo, que habia sido Practicante del Hospital. Comiansele las uñas à Don Merengue por tener proporcion de hacer lo propio, y hubiera dado quanto tenia por haber hallado modo de que sus padres le enviáran à Madrid, de lo qual aún no hábia perdido las esperanzas. Viendo Don Periandro, que el hijo era enteramente incorregible, y que absolutamente no habia otro remedio, determinó enviarle à la Corte en casa de una Prima suya, à ver si allì se le podia poner por Entretenido de alguna Oficina, y con el nuevo modo de vida mudaba de costumbres. Mucha fue la alegria que tubo D. Merengue, que no deseaba otra cosa, y la madre no se le iba en zaga, pues aunque sentia la falta del hijo, veía completo el termino de sus ideas, y yá le consi-deraba vér casado con la mas hermosa, y mas rica Dama de la Corte. Dispusose el viaje de Don Merengue, y la noche de la despedida vinieron muchas gentes à su casa, y cada qual traìa su encarguito para que le remitiesse con el mozo que le conducia. Su madre ante todas cosas le encargó à David perseguido, y las Novelas de Doña Maria de Zayas; y su amigo el Barbero, el tomo de las Guerras Civiles de Granada, Perfiles, y Segismunda, doce Pares de Francia, y Cueva de San Patricio. El Cura, que era un hombre curioso, y de buen gusto, le dió una lista de algunos libros estrangeros, si acaso los hallaba, en la qual iba comprehendido un Diccionario Græci-Latino, y otro Hebrai-Caldeo, y Arábigo, un célebre Monetario, y otros Antiquarios famosos: su padre le encargó mucho, que no dexára de enviarle la Gaceta, y el Mercurio, Diario, Piscator, y qualquiera Relacion, Decreto, y papel curioso, que vendieran los Ciegos. Llegó la mañana, y despues de muchos consejos de su padre, y lágrimas, abrazos, y desmayos de la madre, salió nuestro Don Merengue sobre una yegua torda, mas gallardo que un Gerineldos, con su calzón de ante, botin corto de cuero, jaquetilla parda, con sus cintas por los sobacos, armadorcillo de grana, con botón de plata de cabecilla redonda, sombrero blanco, con una cinta que le asseguraba por la mandibula inferior, su pañuelo al pescuezo, y una faja, que le cubria todos los riñones, y estómago, dando unas espoladas à la yegua, que el padre tubo que decirle, que la tratára con mas caridad: iba delante el Criado de casa, que era un mozo à quien llamaban el Romo, bastante trepado, y ligero como un ave: llevaba un me-dio trote, con una porrilla en la mano, que podia passar por Volante del mismo Gerineldos. Iba Don Merengue su camino adelante revolviendo en su imaginacion mil ideas: figurabase entrar en la Corte à las dos de la tarde, à tiempo que las gentes salian à tomár el Sol, ò estaban à las ventanas, y que metiendo à la yegua las espuelas, entre sus escaramuzas, y la gentileza de su cuerpo llamaba la atencion de las Damas, y que todas se preguntarían unas à otras, ¿quien será este Cavallero, que aunque parece de Lugar, no habrá en Madrid mejor muchacho? Loqual él hacia tan al vivo, segun iba preocupado en estas consideraciones, que apretaba intempestivamente las espuelas al pobre animal, sin saber lo que se hacia, de suerte, que mas de quatro veces estubo para dár con él en tierra en algunos passos peligrosos. Llegaron por fin à la primera posa-da Amo, y Criado, en donde hallaron un Padre grave, que venia de Capitulo, y un Mercader de Madrid, que passaba à una Feria, con los quales se incorporó Don Merengue para cenar aquella noche: cada qual sacó su prevencion, y alguna cosa mas que se pudo hallar en el Lugar, y emprendieron juntos su cena. El Religioso no tubo embarazo de preguntar à Don Merengue el motivo que le llevaba à la Corte, ni menos le tubo nuestro Cavallero en decirsele. No le parecieron muy sólidas las ideas de nuestro caminante, y tomando la mano, le dió algunos consejos en caridad sobre el modo de portarse, y sobre todo le dixo, mire lo que hace, y no se fie en que algunos de sus conocidos, ò paisanos se hayan establecido bien, porque yo tengo la experiencia en algunos años que fui Corista, y Lector en la Corte, de que por esta regla se han hallado chasqueados muchos, y soy de sentir, que un Mozo volante de un Pueblo, que se acomoda en Madrid, pierde à otros veinte del mismo Lugar, ò contorno, los quales con la esperanza del exemplar de su paisano se arrojan à venir, y no hacen otra cosa, que criarse holgazanes, pierden sus hacendillas, y al fin se hallan viejos, sin oficio, ni beneficio, y tienen que sujetarse para comer à mil cosas indecentes, y de estos es regularmente de donde salen los Tahures en todo genero de juego, Contravandistas, Truchimanes, Chamarileros, Petardistas, y Rateros. ¡Y cómo que es verdad, dixo el Mercader! Quantos, y quantos conozco yo de essa calaña, que me han pegado mas de quatro petardos; y à la verdad, Padre Rmo. que es menester mucha práctica para conocerlos, porque yo no sé cómo se lo hacen, que ellos ván tan bien vestidos, como qualquiera Marqués, y con la mayor habilidad del Mundo le engañan à uno para que les fie los generos, y al fin se queda sin su dinero. Esso será verdad, dixo Don Merengue amostazado, pero no es ahora del caso; y el Padre, conociendo que no le sentaba bien la conversacion, para mudar de medio, dispuso el que se recogieran, porque habia que caminar bastante. Concluyóse la noche, y à la mañana Don Merengue, despidiendose de todos, prosiguió su camino, y aquella misma tarde llegó à Madrid en casa de su Prima, en donde fue recibido con mil amores, porque tenia gana de verle, segun se le habia ponderado su madre. Estaba esta señorita recien casada, y concurria à su casa un conocido, gran Petimétre, muy den-goso, y afeminado, que passaba por su Cortejo, al qual encargó la direccion de Don Merengue, para que le fuesse aderezando, y cultivando à la última moda, segun se lo encargaba su madre en una carta, que traía nuestro Cavallero, el qual, entrandose à acostar, dió à una criada la ropa blanca para que se la calentassen, y la Prima, por curiosidad, quiso registrarla. No se puede ponderar quanto ella pudo reir al vér entre la ropa de su Primo unos calzoncillos, y unas calcetas, que venian puestas en cabeza de Mayorazgo: se las quitó, y le envió à decir con la criada, que aquellas cosas yá nadie se las ponia en el mundo, que bien se conocia que habia muchos años que su madre faltaba de la Corte. D. Merengue agradeció la prevencion de la Prima, à quien determinó obedecer en un todo, y quedó muy conten-to. A la mañana siguiente le cortaron el pelo, y le peynaron à la ultima moda, haciendo una tal figura la union de los polvos, y lo tostado de la cara, que al mismo Malambruno le hubiera metido miedo. Sacóle despues el Cortejo de la Prima para armarle de Petimétre, y entrandole en una Tienda, le hizo comprar todas las baratijas siguientes: Un espejo de peynar, una caja de polvos, con sus paquetes anejos, dos pañuelos de Barajas, un pomito con agua de la Vanda, un botecillo de ingrediente, con un cepillito para la dentadura, otro para limpiar las hevillas, unas medias de trama caladas en figura de encaje, un juego de hevillas de piedras de Francia entrefinas, un palillero, ó estuche de oro, con mil baratijas dentro, un libro de memoria forrado en tafilete fino, con cabos de oro, un anteojo de theatro, un cutó, una fortija de diamantes, con un retrato de un gran personaje enmedio, una caja chillona para vinagrillo, otra de China para rapé, ò tabaco de la Habana, un juego de botecillos de manteca de Lima para el pelo, una botonadura de esmalte para chaleco, un relox de oro de repeticion à la Francesa, bueltas, ligas, y demás avíos correspondientes, con lo qual venia Don Merengue tan alegre, como si hubiera hallado un thesoro. La Prima le fue acomodando todos estos cabos, y dandole la receta para usarlos, y ella por sus manos, con ayuda de su Cortejo, le armó un sombrero à la Parisiense, pequeño de ala, con cordones de plata, y un cintillo por de dentro, cuyo cabo salia à rematar en el boton, y dejaba caer una borlita por uno de los picos del sombrero, que eran muy an-chos, y anivelados. Al punto le buscaron un Maestro de Danza Francesa, otro de Flauta, y Violin, y otro de Lenguas, con los quales se hallaba D. Merengue tan embarazado como si estubiera mandando un Exercito. El principal cuidado de la Prima era aficionarle à las Comedias, lo qual consiguió sin mucho trabajo, de suerte que dentro de poco nadie le igualaba en la práctica, y manejo de los Corrales: sabía antes que nadie quien daba cuchilladas, y conocia muy bien à quienes les correspondia los Papeles respectivos de su representacion: defendia su partido con unas razones, que parece que habia nacido para aquello; y él mismo se hubiera dedicado à escribir Saynetes, y Entremeses, si hubiera tenido talento para ello; pero celebraba mucho la aplicacion de algunas gentes de ingénio, que se dedicaban à esta utilissima Obra, cuyo gusto estaba muy adelantado en el dia, y decia, que no habia con que pagar el trabajo de estos Autores tan precisos para la sociedad, y diversion humana, sintiendo no tener un buen Mayorazgo para señalarlos grandes raciones, y premios; pues para su gusto valia mas qualquiera de estos Ingénios volantes; que el mejor Theologo del mundo. Como era tan recien venido, y aún no sabía las calles, una tarde, yá anochecido, viniendo del Passeo, le sucedió un chasco, que es digno de contarse; y fue el caso, que passando por una Peluquería, la qual tenia cerrado su medio portoncillo, vió, que por de dentro estaba, à su parecer, un Cavallero muy bien peynado, con una bata, (segun à él se le figuró con la poca luz de aquella hora) todo lo qual era una cabeza de peluca, en que acababa el Maestro de peynar, y echar polvos à un peluquin, y de un clavillo de el mismo palo habia colgado la bata, y se habia entrado allá dentro à no sé qué diligencia. Don Merengue, que aún dudaba la calle que debia tomar para llegar à su casa, pareciendole que aquel sugeto no le engañaría, como lo habian hecho yá algunos muchachos, y gente de poco mas, ò menos, le dixo: ¿Cavallero, qué calle debo tomar para salir à la Plaza? el molde de peluca callaba como un muerto: él volvió à preguntar segunda, y tercera vez, y como vió, que no le respondia, creyó que sería algun Francés, que no entendia la lengua, y entonces conoció él la verdadera utilidad de este idioma, que actualmente le estaban enseñando, y en un lenguage medio chapurrado, le dijo con alguna arrogancia: Que dite vu Mosiu? mas la cabeza proseguia callando, y yá Don Merengue, creyendo que no podria ser otra cosa, sino que aquel Cavallero era sordo, dió un grito desaforado, repitiendo lo mismo, al qual, saliendo el Peluquero, que era Francès; y creyendo que aquel hombre se burlaba de él, cogió el palo de la escoba, y saliò enfurecido, de suerte, que si nuestro Cavallero no hubiera sido tan cobarde, echando à huir, (como lo hizo) se hubiera armado una quimera, y hubieran alborotado el barrio. Llegó, pues, Don Merengue como pudo à casa de su Prima, dissimulando de suerte, que nadie se lo conoció en el semblante: habia yá venido la Tertulia, y una visita de una señora gran Petimétra, y con ella un Cortejo, que era grande Equivoquista, porque habia sido Estudiante, y desde entonces le habia quedado este mal resabio sumamente enfadoso à el Cortejo de la Prima de Don Merengue, el qual era por otro termino muy distinto, porque con el motivo de haber viajado fuera del Reyno con un gran Personage, solo gustaba de algunos terminos afrancesados, y aborrecia todo chiste Español, mirandole con el semblante de un gusto muy antiguo. Enzarzaronse los dos en punto de Comedias, sobre las quales decia el tal Cavallero, que habia mucho que enmendar en España, porque no daban una ventajosa idéa à la dernier aplicacion de las bellas letras, ni menos atacaban, ò refusaban los vicios dominantes de la época presente, y que él no hallaba ningun pensamiento remarcable, que estubiesse desnudo de un capricho puramente amatorio, ni exempto de una flebotomía, lo qual contestaba de quando en quando con una señora estrangera, que tambien hablaba el Francés, diciendo, que lo dixera Doña Tecla: (que era el nombre de esta Dama) el Equivoquista respondia, essa tecla es la que no se ha de tocar esta noche, porque suena mal, y no faltarán en el organo cañones, ò plumas, que defiendan lo contrario, y solo en él podrá dár essa voz el que sea un pobre trompeta, con un ayrecillo tal, que creyendo que el caso podria passar mas adelante, con detrimento de la diversion de aquella noche, se metiò por medio otro Cavallero de la Tertulia de alguna mas edad, el qual era muy hábil para sossegar semejantes disputas. Pues estando en esto, por quanto no hizo patillas, que nunca duerme, que à nuestro Don Merengue le dies-se un apreton de vientre, y entrandose al lugar destinado, despues de haber concluído, habiendosele caìdo en el suelo un pañuelo blanco, que llevaba siempre bien empapado en agua de la Vanda, y otros espiritus olorosos, como estaba medio à obscuras, bajandose por èl, equivocó los frenos, y en vez de coger el pañuelo, tomó el paño destinado para aquel sitio, que era bastante delgado, y metiendosele en la faltriquera, dexó allí su pañuelo, salió allá fuera, y sentandose muy dissimulado junto à la señora Petimétra visita de su Prima, siguiò su conversacion como si tal cosa no hubiera hecho. La señora à pocas idas, y venidas sintiò la mala vecindad del bolsillo de Don Merengue, y dixo llena de asco: ¡Valgame Dios, y qué mal huele! sin poder saber de lo que procedia. Don Merengue, muy ufano de tener su pañuelo lleno de mil aromas, conoció muy bien la utilidad de semejante precaucion para tales casos, sintiendo que en los Lugares no se usase lo propio; y sacandole muy de priesa, se le dió à la señora para que oliesse, la qual, tomandole inocentemente, y sin vér lo que era, aplicandole à las narices, se halló apestada de repente, à lo que se la siguió un asco, y un vómito tan fuerte, que creyeron que se quedaba en una congoja. Descubierto todo el engaño, y creyendo el Cortejo de la tal señora, que Don Merengue lo habia hecho con malicia, hubo desafio, sin reparar à donde estaba, y fue menester para aquietarle, que todos se metieran por medio, y le dixeran, que era recien venido, y estaba muy expuesto à semejantes chascos. Todo el Mundo puede considerar cómo se quedarian Don Merengue, y su Prima, y aun todos los de la casa con un fracaso semejante: aqui, si yo quisiera, pudiera matar à nuestro Cavallero de la pesadumbre; pero no me conviene por ahora, y solo basta decir, que su madre yo no sé por donde diantres lo supo, que tomò tal pesadumbre, que muriò muy prompto, y lo mismo estubo para suceder à su padre, no por esto, sino porque veía que el hijo le habia puesto pobre con sus gastos, y que el empleo no parecia por un ojo de la cara, que se iba criando un zángano de la República, lleno yá de resabios, incapáz de aplicarse à ningun trabajo, ni mucho menos de volverse al Lugar à cuidar de su labranza, y se pelaba las barbas de no haberle puesto à un oficio, ò con un Comerciante, que le hubiera sujetado, y criado en otras máximas mas útiles, y sólidas.