Quarta Carta,
que Contiene un Cuento del Petimétre Don Merengue,
en cuya Cabeza se Hacen Ridículos los Principales Defectos de la
Juventud Mal Aplicada:
En un Lugar de nuestra España,
aunque pequeño, tan famoso por los restos de su antigüedad, la memoria
de los grandes hombres que ha producido, y por las memorables Batallas,
Empresas, y Assambléas, que en él se han tenido, que es preciso que
qualquiera venga en su conocimiento por todos estos pelos, y señales, y
por consiguiente tengo por escusado nombrarle,
vivia un glorioso descendiente de
un antiguo Escribano del mismo Pueblo, à quien habia dejado unas quantas
tierras, y viñas agregadas à una casa en figura de Vínculo, que
producian, si los años iban regulares, el suficiente subsidio para una
decente pitanza: todo lo qual agregado à algunas grangerías, que de propia industria se habia adquirido nuestro Don Periandro,
que este era su nombre, le tenian sobre el pie respetable de un Hydalgo
de permission, entre merced, y señoría, con su Don corriente, aunque
todavia arrastrado, y algo vergonzoso. Raro era el año que no era
Alcalde, ò Procurador de Concejo, cuyos exercicios le tenian tan bien
quisto en el Pueblo, que le miraban como à un Padre, y Maestro de
República, à lo qual ayudaba mucho su estraña fisonomía, porque él era
alto, enjuto, anquiseco, y muy delgado de piernas, hundido de estómago,
y cargado de espaldas, cetrino, cejijunto, aguileño, y largo de naríz;
de suerte, que era un vivo retrato de lo que nosotros pensamos, que
podrian ser Lycurgo, Solón, Numa Pompilo, y toda la caterva de los
antiguos Legisladores.
Este buen hombre, que en la rea-lidad lo era, habia tenido la
desgracia de casarse con
una Prima suya, que se habia criado
en Madrid por Dama de una casa de bastante copete, en la qual habia
adquirido un extremado gusto à la moda, y la petimétrería, de suerte,
que en el Lugar queria seguir el mismo rumbo, haciendo venir de Madrid
todas quantas invenciones sacaban las Comediantas, y despues se
estendian entre las gentes de su misma idea,
cuya añadidura de gasto habia
puesto à nuestro Don Periandro en el infelíz estado de tener mas
trampas, que hacienda, y que sin duda le hubieran puesto en el estrecho
de perder su reputacion, si repentinamente no hubiera recibido una buena
porcion de dinero de Indias, que le habia dexado un tio suyo, que habia
muerto en el Gobierno de un pequeño Lugar de Honduras. Con este socorro
(para Don Periandro venido del Cielo) pagó sus deu-das, se
desempeñó sus raíces, mejoró sus ganados, y se puso en estado de dár
alguna carrera à
un hijo que tenia pequeñito, cuyo
nombre era Merengue, y en quien el padre, y la madre tenian puestas
todas sus atenciones, porque à la verdad el niño tenia mil gracias, y
habia nacido con todas las señales de un buen talento, viveza, y
desembarazo.
La madre, con sus máquinas de Petimétra le engalanaba, aderezaba, y
vestía, lo mismo que pudiera hacer con una muñeca de aquellas que envian
de los Países estrangeros para modélo de las modas, que allí se
inventan, y acá se imitan, de las quales nunca la faltaban una media
docena, à escondidas de D. Periandro, que no podia arrastrar semejantes
invenciones, y que sostenia à pie firme: que tales embustes, y
relajaciones à que habia venido à parár toda la seriedad de nuestra
España, tenian la culpa de la pobreza, desemboltura, ocio,
y malas costumbres del País.
Empezó Don Merengue en manos del Cura del Lugar las declinaciones de los
nombres, y fue adelantando hasta que llegó à la edad de quince años, en
la qual, à pesar de las diligencias del Cura, y del cuidado, y
reprehensiones del padre, se le obscureciò de suerte el entendimiento, y
mudó de forma de idea, que no parecia sino otro distinto muchacho; de
manera, que ni podia entender una palabra, ni sujetarse à estudiar
siquiera una columna de la copia, de lo qual habia tenido gran parte de
la culpa una sobrina, que el Cura tenia en su casa de la misma edad de
Merengue, la qual yá en los ultimos años en que el muchacho empezaba à
espigar un poco, le acechaba por una ventanilla, que caía à un corral en
donde nuestro Estudiante solía repasar la leccion interin el Cura se
le-vantaba de siesta, y como nuestro Licenciado era de
carne, y hueso como los demás mozos, y ella no mal parecida, y agestada,
en parte agradecido à la fineza que la merecia, y en parte obligado à
los mismos oficios de la naturaleza, y de la edad, con la añadidura de
haber leìdo yá algunas cosas semejantes en las Novelas de Zayas, y en
algunas Comedias de Calderón, se hizo enteramente holgazán, aborreció el
estudio, y en una palabra, se volvió tonto, con gran dolor del padre,
compassion del Cura, y rabia de la madre, que jamás quiso creerlo.
Poco à poco se fue desnudando de la ropa negra, que usaba de Licenciado,
y dixo claramente, que Dios no le llamaba por aquel camino, que él no
queria estudiar, ni menos ser Sacerdote, que eran las ideas de su padre
porque sino, perdian una Capellanía de sangre, que le venia por linea recta, y que actualmente la posseìa un tio suyo por
parte de su madre. Al fin nuestro Merengue se salió con no ser
Estudiante, despues de varios debates que tubo con su padre, el qual le
habria muerto, si la madre no hubiera estado al medio apoyando las ideas
del hijo, habiendose resuelto ultimamente entre todos, que exercitára la
letra para acomodarle en Madrid en alguna Oficina: cuyo destino fue muy
à gusto de Merengue, y de su madre, que no tenia otra voluntad, que la
del hijo. Con esto yá à cara descubierta se armó de riguroso majo,
comprando en una Feria una red encarnada, unas zapatillas blancas, sus
medias de color de naranja, labradas con muchos corazones, calzon de
terciopelo, chaleco de raso liso con botones de nacar, un pañuelo con
leones para el pescuezo, una gran faja listada para la cintura, y otras
mil zarandajas. Quando Meren-gue bolvió assi de la Feria, le
faltó poco à su madre para bolverse loca del gusto que tubo en vér à su
hijo tan bien aderezado, lo bien que le sentaba todo, y de la eleccion
que habia tenido en su compra, y se la figuraba vér en él uno de
aquellos chuscos mas acicalados, que salian de la Comedia, y passaban
por la casa de su amo à hacerla cortesìas en el balcón, quando estaba en
Madrid. Admirabase mucho de la buena idea del mozo, y la parecia, que
luego que lo enviassen à Madrid, no solo tomarìa el último gusto de los
Petimétres estrangeros, sino que podria ser inventor de la misma moda, y
que por este camino harìa una desmedida fortuna, casandose en secreto, ò
sacando por el Vicario alguna hija de algun Vizconde, ò de algun
Assentista, de las quales la una por hidalga, y la otra por rica, le
pondrian en parage de no saber à qual tirarse. Muy
distintas eran las consideraciones del padre, à el qual tenian
traspassado el corazon las locuras del hijo, y la sandéz de la madre,
considerandole yá perdido, sin mas remedio, que el de Dios.
Mas à pesar de todo, no se descuidaba Don Merengue en seguir sus
inclinaciones, y la primera diligencia por direccion de su madre, fue à
aprender à tocar la Guitarra, y para esto venia à darle leccion el
Barbero del Lugar, el qual era famoso tocador, y se decia era discipulo
de un célebre Guitarrista de Madrid, y que habia aprendido en una
Barberìa de una Plazuela, cuyo Maestro passaba por la mejor navaja de la
Corte. Preguntabale à todas horas Don Merengue por las cosas de Madrid,
y el Barbero le encajaba mil embustes, los quales oía él con tanto
gusto, y sinceridad, como si escuchara el Evangelio: sobre todo le
gustaba oír contar al Barbero los galanteos, y fa-vores, que
habia merecido à las Damas, y los enredillos que habia hecho en un poco
de tiempo, que habia sido Practicante del Hospital. Comiansele las uñas
à Don Merengue por tener proporcion de hacer lo propio, y hubiera dado
quanto tenia por haber hallado modo de que sus padres le enviáran à
Madrid, de lo qual aún no hábia perdido las esperanzas.
Viendo Don Periandro, que el hijo era enteramente incorregible, y que
absolutamente no habia otro remedio, determinó enviarle à la Corte en
casa de una Prima suya, à ver si allì se le podia poner por Entretenido
de alguna Oficina, y con el nuevo modo de vida mudaba de costumbres.
Mucha fue la alegria que tubo D. Merengue, que no deseaba otra cosa, y
la madre no se le iba en zaga, pues aunque sentia la falta del hijo,
veía completo el termino de sus ideas, y yá le consi-deraba
vér casado con la mas hermosa, y mas rica Dama de la Corte. Dispusose el
viaje de Don Merengue, y la noche de la despedida vinieron muchas gentes
à su casa, y cada qual traìa su encarguito para que le remitiesse con el
mozo que le conducia. Su madre ante todas cosas le encargó à David
perseguido, y las Novelas de Doña Maria de Zayas; y su amigo el Barbero,
el tomo de las Guerras Civiles de Granada, Perfiles, y Segismunda, doce
Pares de Francia, y Cueva de San Patricio. El Cura, que era un hombre
curioso, y de buen gusto, le dió una lista de algunos libros
estrangeros, si acaso los hallaba, en la qual iba comprehendido un
Diccionario Græci-Latino, y otro Hebrai-Caldeo, y Arábigo, un célebre
Monetario, y otros Antiquarios famosos: su padre le encargó mucho, que
no dexára de enviarle la Gaceta, y el Mercurio, Diario,
Piscator, y qualquiera Relacion, Decreto, y papel curioso, que vendieran
los Ciegos.
Llegó la mañana, y despues de muchos consejos de su padre, y lágrimas,
abrazos, y desmayos de la madre, salió nuestro Don Merengue sobre una
yegua torda, mas gallardo que un Gerineldos, con su calzón de ante,
botin corto de cuero, jaquetilla parda, con sus cintas por los sobacos,
armadorcillo de grana, con botón de plata de cabecilla redonda, sombrero
blanco, con una cinta que le asseguraba por la mandibula inferior, su
pañuelo al pescuezo, y una faja, que le cubria todos los riñones, y
estómago, dando unas espoladas à la yegua, que el padre tubo que
decirle, que la tratára con mas caridad: iba delante el Criado de casa,
que era un mozo à quien llamaban el Romo, bastante trepado, y ligero
como un ave: llevaba un me-dio trote, con una porrilla en la
mano, que podia passar por Volante del mismo Gerineldos. Iba Don
Merengue su camino adelante revolviendo en su imaginacion mil ideas:
figurabase entrar en la Corte à las dos de la tarde, à tiempo que las
gentes salian à tomár el Sol, ò estaban à las ventanas, y que metiendo à
la yegua las espuelas, entre sus escaramuzas, y la gentileza de su
cuerpo llamaba la atencion de las Damas, y que todas se preguntarían
unas à otras, ¿quien será este Cavallero, que aunque parece de Lugar, no
habrá en Madrid mejor muchacho? Loqual él hacia tan al vivo, segun iba
preocupado en estas consideraciones, que apretaba intempestivamente las
espuelas al pobre animal, sin saber lo que se hacia, de suerte, que mas
de quatro veces estubo para dár con él en tierra en algunos passos
peligrosos.
Llegaron por fin à la primera posa-da Amo, y Criado, en donde
hallaron un Padre grave, que venia de Capitulo, y un Mercader de Madrid,
que passaba à una Feria, con los quales se incorporó Don Merengue para
cenar aquella noche: cada qual sacó su prevencion, y alguna cosa mas que
se pudo hallar en el Lugar, y emprendieron juntos su cena.
El Religioso no tubo embarazo de
preguntar à Don Merengue el motivo que le llevaba à la Corte, ni menos
le tubo nuestro Cavallero en decirsele. No le parecieron muy sólidas las
ideas de nuestro caminante, y tomando la mano, le dió algunos consejos
en caridad sobre el modo de portarse, y sobre todo le dixo, mire lo que
hace, y no se fie en que algunos de sus conocidos, ò paisanos se hayan
establecido bien, porque yo tengo la experiencia en algunos años que fui
Corista, y Lector en la Corte, de que por esta regla se han
hallado chasqueados muchos, y soy de sentir, que un Mozo volante de un
Pueblo, que se acomoda en Madrid, pierde à otros veinte del mismo Lugar,
ò contorno, los quales con la esperanza del exemplar de su paisano se
arrojan à venir, y no hacen otra cosa, que criarse holgazanes, pierden
sus hacendillas, y al fin se hallan viejos, sin oficio, ni beneficio, y
tienen que sujetarse para comer à mil cosas indecentes, y de estos es
regularmente de donde salen los Tahures en todo genero de juego,
Contravandistas, Truchimanes, Chamarileros, Petardistas, y Rateros. ¡Y
cómo que es verdad, dixo el Mercader! Quantos, y quantos conozco yo de
essa calaña, que me han pegado mas de quatro petardos; y à la verdad,
Padre Rmo. que es menester mucha práctica para conocerlos, porque yo no
sé cómo se lo hacen, que ellos ván tan bien vestidos, como
qualquiera Marqués, y con la mayor habilidad del Mundo le engañan à uno
para que les fie los generos, y al fin se queda sin su dinero. Esso será
verdad, dixo Don Merengue amostazado, pero no es ahora del caso; y el
Padre, conociendo que no le sentaba bien la conversacion, para mudar de
medio, dispuso el que se recogieran, porque habia que caminar bastante.
Concluyóse la noche, y à la mañana Don Merengue, despidiendose de todos,
prosiguió su camino, y aquella misma tarde llegó à Madrid en casa de su
Prima, en donde fue recibido con mil amores, porque tenia gana de verle,
segun se le habia ponderado su madre. Estaba esta señorita recien
casada, y concurria à su casa un conocido, gran Petimétre, muy den-goso, y afeminado, que passaba por su Cortejo, al qual
encargó la direccion de Don Merengue, para que le fuesse aderezando, y
cultivando à la última moda, segun se lo encargaba su madre en una
carta, que traía nuestro Cavallero, el qual, entrandose à acostar, dió à
una criada la ropa blanca para que se la calentassen, y la Prima, por
curiosidad, quiso registrarla. No se puede ponderar quanto ella pudo
reir al vér entre la ropa de su Primo unos calzoncillos, y unas
calcetas, que venian puestas en cabeza de Mayorazgo: se las quitó, y le
envió à decir con la criada, que aquellas cosas yá nadie se las ponia en
el mundo, que bien se conocia que habia muchos años que su madre faltaba
de la Corte. D. Merengue agradeció la prevencion de la Prima, à quien
determinó obedecer en un todo, y quedó muy conten-to. A la
mañana siguiente le cortaron el pelo, y le peynaron à la ultima moda,
haciendo una tal figura la union de los polvos, y lo tostado de la cara,
que al mismo Malambruno le hubiera metido miedo.
Sacóle despues el Cortejo de la Prima para armarle de Petimétre, y
entrandole en una Tienda, le hizo comprar todas las baratijas
siguientes: Un espejo de peynar, una caja de polvos, con sus paquetes
anejos, dos pañuelos de Barajas, un pomito con agua de la Vanda, un
botecillo de ingrediente, con un cepillito para la dentadura, otro para
limpiar las hevillas, unas medias de trama caladas en figura de encaje,
un juego de hevillas de piedras de Francia entrefinas, un palillero, ó
estuche de oro, con mil baratijas dentro, un libro de memoria forrado en
tafilete fino, con cabos de oro, un anteojo de theatro, un
cutó, una fortija de diamantes, con un retrato de un gran personaje
enmedio, una caja chillona para vinagrillo, otra de China para rapé, ò
tabaco de la Habana, un juego de botecillos de manteca de Lima para el
pelo, una botonadura de esmalte para chaleco, un relox de oro de
repeticion à la Francesa, bueltas, ligas, y demás avíos
correspondientes, con lo qual venia Don Merengue tan alegre, como si
hubiera hallado un thesoro. La Prima le fue acomodando todos estos
cabos, y dandole la receta para usarlos, y ella por sus manos, con ayuda
de su Cortejo, le armó un sombrero à la Parisiense, pequeño de ala, con
cordones de plata, y un cintillo por de dentro, cuyo cabo salia à
rematar en el boton, y dejaba caer una borlita por uno de los picos del
sombrero, que eran muy an-chos, y anivelados. Al punto le
buscaron un Maestro de Danza Francesa, otro de Flauta, y Violin, y otro
de Lenguas, con los quales se hallaba D. Merengue tan embarazado como si
estubiera mandando un Exercito.
El principal cuidado de la Prima era aficionarle à las Comedias, lo qual
consiguió sin mucho trabajo, de suerte que dentro de poco nadie le
igualaba en la práctica, y manejo de los Corrales: sabía antes que nadie
quien daba cuchilladas, y conocia muy bien à quienes les correspondia
los Papeles respectivos de su representacion: defendia su partido con
unas razones, que parece que habia nacido para aquello; y él mismo se
hubiera dedicado à escribir Saynetes, y Entremeses, si hubiera tenido
talento para ello; pero celebraba mucho la aplicacion de algunas gentes
de ingénio, que se dedicaban à esta utilissima Obra, cuyo
gusto estaba muy adelantado en el dia, y decia, que no habia con que
pagar el trabajo de estos Autores tan precisos para la sociedad, y
diversion humana, sintiendo no tener un buen Mayorazgo para señalarlos
grandes raciones, y premios; pues para su gusto valia mas qualquiera de
estos Ingénios volantes; que el mejor Theologo del mundo.
Como era tan recien venido, y aún no sabía las calles, una tarde, yá
anochecido, viniendo del Passeo, le sucedió un chasco, que es digno de
contarse; y fue el caso, que passando por una Peluquería, la qual tenia
cerrado su medio portoncillo, vió, que por de dentro estaba, à su
parecer, un Cavallero muy bien peynado, con una bata, (segun à él se le
figuró con la poca luz de aquella hora) todo lo qual era una cabeza de peluca, en que acababa el Maestro de peynar, y echar polvos
à un peluquin, y de un clavillo de el mismo palo habia colgado la bata,
y se habia entrado allá dentro à no sé qué diligencia. Don Merengue, que
aún dudaba la calle que debia tomar para llegar à su casa, pareciendole
que aquel sugeto no le engañaría, como lo habian hecho yá algunos
muchachos, y gente de poco mas, ò menos, le dixo: ¿Cavallero, qué calle
debo tomar para salir à la Plaza? el molde de peluca callaba como un
muerto: él volvió à preguntar segunda, y tercera vez, y como vió, que no
le respondia, creyó que sería algun Francés, que no entendia la lengua,
y entonces conoció él la verdadera utilidad de este idioma, que
actualmente le estaban enseñando, y en un lenguage medio chapurrado, le
dijo con alguna arrogancia: Que dite
vu Mosiu? mas la cabeza proseguia callando, y yá Don Merengue,
creyendo que no podria ser otra cosa, sino que aquel Cavallero era
sordo, dió un grito desaforado, repitiendo lo mismo, al qual, saliendo
el Peluquero, que era Francès; y creyendo que aquel hombre se burlaba de
él, cogió el palo de la escoba, y saliò enfurecido, de suerte, que si
nuestro Cavallero no hubiera sido tan cobarde, echando à huir, (como lo
hizo) se hubiera armado una quimera, y hubieran alborotado el
barrio.
Llegó, pues, Don Merengue como pudo à casa de su Prima, dissimulando de
suerte, que nadie se lo conoció en el semblante: habia yá venido la
Tertulia, y una visita de una señora gran Petimétra, y con ella un
Cortejo, que era grande Equivoquista, porque habia sido
Estudiante, y desde entonces le habia quedado este mal resabio sumamente
enfadoso à el Cortejo de la Prima de Don Merengue, el qual era por otro
termino muy distinto, porque con el motivo de haber viajado fuera del
Reyno con un gran Personage, solo gustaba de algunos terminos
afrancesados, y aborrecia todo chiste Español, mirandole con el
semblante de un gusto muy antiguo. Enzarzaronse los dos en punto de
Comedias, sobre las quales decia el tal Cavallero, que habia mucho que
enmendar en España, porque no daban una ventajosa idéa à la dernier
aplicacion de las bellas letras, ni menos atacaban, ò refusaban los
vicios dominantes de la época presente, y que él no hallaba ningun
pensamiento remarcable, que estubiesse desnudo de un capricho puramente
amatorio, ni exempto de una flebotomía, lo qual contestaba
de quando en quando con una señora estrangera, que tambien hablaba el
Francés, diciendo, que lo dixera Doña Tecla: (que era el nombre de esta
Dama) el Equivoquista respondia, essa tecla es la que no se ha de tocar
esta noche, porque suena mal, y no faltarán en el organo cañones, ò
plumas, que defiendan lo contrario, y solo en él podrá dár essa voz el
que sea un pobre trompeta, con un ayrecillo tal, que creyendo que el
caso podria passar mas adelante, con detrimento de la diversion de
aquella noche, se metiò por medio otro Cavallero de la Tertulia de
alguna mas edad, el qual era muy hábil para sossegar semejantes
disputas.
Pues estando en esto, por quanto no hizo patillas, que nunca duerme, que
à nuestro Don Merengue le dies-se un apreton de vientre, y
entrandose al lugar destinado, despues de haber concluído, habiendosele
caìdo en el suelo un pañuelo blanco, que llevaba siempre bien empapado
en agua de la Vanda, y otros espiritus olorosos, como estaba medio à
obscuras, bajandose por èl, equivocó los frenos, y en vez de coger el
pañuelo, tomó el paño destinado para aquel sitio, que era bastante
delgado, y metiendosele en la faltriquera, dexó allí su pañuelo, salió
allá fuera, y sentandose muy dissimulado junto à la señora Petimétra
visita de su Prima, siguiò su conversacion como si tal cosa no hubiera
hecho. La señora à pocas idas, y venidas sintiò la mala vecindad del
bolsillo de Don Merengue, y dixo llena de asco: ¡Valgame Dios, y qué mal
huele! sin poder saber de lo que procedia. Don Merengue, muy ufano de
tener su pañuelo lleno de mil aromas, conoció muy bien
la utilidad de semejante precaucion para tales casos, sintiendo que en
los Lugares no se usase lo propio; y sacandole muy de priesa, se le dió
à la señora para que oliesse, la qual, tomandole inocentemente, y sin
vér lo que era, aplicandole à las narices, se halló apestada de repente,
à lo que se la siguió un asco, y un vómito tan fuerte, que creyeron que
se quedaba en una congoja. Descubierto todo el engaño, y creyendo el
Cortejo de la tal señora, que Don Merengue lo habia hecho con malicia,
hubo desafio, sin reparar à donde estaba, y fue menester para
aquietarle, que todos se metieran por medio, y le dixeran, que era
recien venido, y estaba muy expuesto à semejantes chascos.
Todo el Mundo puede considerar cómo se quedarian Don Merengue, y su Prima, y aun todos los de la casa con un fracaso
semejante: aqui, si yo quisiera, pudiera matar à nuestro Cavallero de la
pesadumbre; pero no me conviene por ahora, y solo basta decir, que su
madre yo no sé por donde diantres lo supo, que tomò tal pesadumbre, que
muriò muy prompto, y lo mismo estubo para suceder à su padre, no por
esto, sino porque veía que el hijo le habia puesto pobre con sus gastos,
y que el empleo no parecia por un ojo de la cara, que se iba criando un
zángano de la República, lleno yá de resabios, incapáz de aplicarse à
ningun trabajo, ni mucho menos de volverse al Lugar à cuidar de su
labranza, y se pelaba las barbas de no haberle puesto à un oficio, ò con
un Comerciante, que le hubiera sujetado, y criado en otras máximas mas
útiles, y sólidas.