Sectamur ultro, quos opimus
Fallere & effugere est triumphus.
Hor. Lib. IV. od. IV.
Salamandras. Estas son Heroínas de castidad que caminan sobre las asquas, y van en medio de las llamas sin recibir la menor lesion. Una Salamandra no hace diferencia de sexôs; se familiariza inmediatamente con Estrangero, ni tiene el corazon tan vil, que la obligue á exâminar si la persona con quien trata lleva faldas ó calzones. Recibe las visitas de un Caballero estando todavía en cama; juega con él á las damas, ó á los cientos toda una tarde;
Por esta razon declama fuertemente, y de continuo contra los zelos; aplaude la buena educacion Francesa; y habla con ardor á favor de la marcialidad, de los tratos libres, y desenvueltos. En suma la Salamandra vive en el estado de una simplicidad é inocencia inalterable. Se halla adornada de un cierto frio natural, que la constituye incorruptible. Se admira al oir hablar de tentaciones, y no teme los acometimientos de todo el género humano. Su castidad está siempre expuesta á las pruebas del fuego, y á imitacion de la buena Reyna Ema; la pobrecita inocente con los ojos vendados, pasea con-Salamandras sean casadas, ó no lo sean; debe servir solamente para aquellas del bello sexô, que son compuestas de carne, hueso y sangre, y que se creen sujetas á la fragilidad de la naturaleza humana. A éstas me vuelvo, y con mucha seriedad las exôrto á arreglarse de otro modo, y á alexarse con todo su esfuerzo de lo que la Escritura llama tentaciones, y la moral ocasiones. Si supiesen quántos millares de su sexô han pasado poco á poco de estas inocentes libertades al deshonor y á la infamia, y quántos millones del nuestro, despues de haber empezado con las adulaciones, con las protestas, y con las señales de ternura, han terminado con impropérios, perjurios y perfidia: si supiesen, digo, todo esto, huirían como de la muerte los primeros pasos de aquel que las podría llevar á los intrincados laberintos de la
Las mugeres deben estar alerta contra los hombres, que de su naturaleza son todos pérfidos, disimuladores, falsos, crueles é inconstantes. Quando un hombre se llega, y os habla de amor, no os fies de él sino teneis buenas seguridades; mas si jura, seguramente os engaña.
Pudiera facilmente extenderme, sobre este particular, pero me ceñiré á referir una Historia verdadera, que ha pocos años que sucedió, y me la contó un Capitan de estos Reynos hombre de verdad y dígno de toda fé; nos suministrará un infelíz exemplo del peligro á que se expone una muger, quando se familiariza demasiado con un hombre; dicha Historia es la que sigue.
En este intermedio sucedió, que un Francés renegado fue á vivir al
Durante su ausencia el Renegado se habia grangeado tan buen lugar en el corazon de la Dama, y la habia sabido divertir y adular de modo, que llegó á formar de él el mejor concepto y á considerarle como el mas atento, agraciado, y tambien el mas hermoso de todos los hombres que hasta entonces habia conocido. En suma se determinó á no considerar mas al pobre Caballero, que como á un débil viejo, indigo de poseerla. El Renega-
Virg. Eneid. IV. 132.
non adulterabis: tú no cometerás adulterio: imprimieron algunos miles de exemplares donde se leía, adulterabis: tú cometerás adulterio. Aunque tarde enmendaron el error lo mejor que se pudo, y los correctores de la Imprenta fueron castigados.
Si debiéramos juzgar de la depravacion que hoy dia reyna, nos veríamos obligados á creer, que una grande porcion de la moderna juventud disoluta de uno y otro sexô,
En los primeros siglos de la Iglesia se excomulgaban perpetuamente los adúlteros, y se les hacía incapáces de volverse á hallar en las juntas religiosas de los demás christianos, no obstante que pidiesen perdón con lágrimas, quando su penitencia no se reconocía mas que sin síncera.
Todos los Literatos saben que antiguamente habia en el monte Etna un templo dedicado á Vulcano y custodiado de unos perros que tenian un olfato tan fino, que podían conocer si las personas eran castas, ó no lo eran. Encontraban aquellas, las olían y las acariciaban como amigas de su amo, Vulcano, y se arrojaban contra las demás, y no dexaban de ladrar y de acometerlas hasta arrojarlas del Templo.
He aquí en suma la relacion que el manuscrito dá de aquellos perros, y que parece sirve de comento al hecho que he referido.
Diana la Diosa de la caza, y de la castidad, apenas observó este natural instinto en alguno de sus perros que regaló á su hermano Vulca-no unos cachorros de aquella raza. Se cree quisiese perturbar á su hermana la hermosa Venus que nunca volvía á su Esposo sin hallarle de buen ó mal humor, segun el bueno ó malo acogimiento que la habian hecho los perros. Estos vivieron muchos años en el Templo, aunque eran tan rabiosos, que arrojaban de él á la mayor parte de aquellas personas, que concurrian al mismo Templo. Informadas las Sicilianas del hecho, enviaron una solemne embaxada á los Sacerdotes, para avisarles que ellas no concurrirían mas, ni llevarían las ofrendas al Templo, sino ponían el bozal á sus mastines; por lo que determinaron que una tropa de niñas, menores de siete años, cumpliría en su lugar este deber. Todo el mundo quedó sorprehendido, añade el Autor, de la buena acogída que aquellas niñas hallaban en aquellos mismos perros que tanto habian maltratado á sus madres. Se dice que un Siracusa, de natural muy zeloso, tuvo la suerte de lograr de aquellos Sacerdotes un cachorro, de aquella famosa casta de perros. Casó poco despues con una Princesa que en los primeros dias de su matrimonio fue tan atormentada, que solicitó muchas veces al Marido lo echase de Palacio, y lo devolviese al Templo: pero él respondió aquellas palabras, que pasaron á proverbio, y que reducidas en nuestro Idioma, dicen, quien quiere á Beltran, quiere á su can. Despues vivió de muy buena inteligencia con el Marido, y con el perro. No sucedió lo mismo con las otras damas Siracusanas. Estas se hallaban tan enfadadas, que muchas de ellas de muy buena reputacion no querian ya ir á la corte, sino se desterraba al perro. Muchas á la verdad no temían su olfato, pero se observaba que al acercarse á ellas, aunque no las mordia, las gruñía terriblemente. Lilibeo: volvió á casa muy tarde, y los perros se arrojaron encima de él con tanto furor, que le hubieran hecho pedazos si sus hermanos no hubiesen acudido á socorrerle. En aquella ocasion ahorcaron todos los perros, porque les faltó su natural instinto.”
¡Qué lástima que á nuestros dias no haya llegado una raza tan portentosa! Mas que nunca la necesitariamos ahora para hacer justicia á nuestras damas y honrarlas, haciendo ver al mundo la diferencia que hay entre las Gentiles, y las christianas embebidas en los verdaderos principios de virtud y de Religion. Yo nunca dexaré de declamar contra aquel mal ministro de Vulcano que tuvo la culpa que el mundo perdiese un tesoro tan precioso.