Número II Pedro Pablo Trullench Moralische Wochenschriften Roland Bernhard Editor Silke Brandstätter Editor Alexandra Fuchs Editor Elisabeth Hobisch Editor Institut für Romanistik, Universität Graz 21.09.2009 o:mws-097-349 Trullench, Pedro Pablo: El Duende de Madrid. Discursos periódicos que se repartirán al público por mano de Don Benito. Madrid: Imprenta de Pedro Marín 1787-1788, 25-51 El Duende de Madrid 1 2 1787 bzw.1788 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief 21.09.2009 Graz, Austria Spanish; Castilian Costumbres Sitten und Bräuche Manners and Customs Mœurs et coutumes Costumi Crítica de la Nobleza Adelskritik Critics on Nobility Critique de la noblesse Critica della Nobilità Spain -4.0,40.0

Número II

Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi,quem tibiFinem Dii dederint . . . . . 

Horat. lib. I. Od. 10.

Es pésima tareaOcuparte en saber, ¿qué timbresfueron,O quál la suerte sea,Que los Dioses nos dieron?Trabaja con desveloPor la felicidad del patrio suelo.

Si buen Don Benito se tiene Vm. Señor Público, para que le reparta papeles, buen Duende me tengo yo, que me quita el descanso, y Dios se lo perdone á quien tiene la culpa de este alboroto, ó gerigonza, pues á buen seguro, que si no se hubiera sabido mi buena índole, acaso, acaso, ni yo veria en mi cámara á estos muebles del otro mundo, ni nadie se hubiera acordado de tales periodicos, ó rabanos fritos. Y en verdad que este Señor Duende avisador, ó llamador, me parece algo soflama, y quiere que yo me trague quanto dice: no en mis dias; y sino Vm. y yo reflexionemos un poquito, y arguyamos sin dar patadas, aunque nos mormuren los Peripatéticos. Porque, ó yo no le entiendo, ó esta asociacion de Duendes es una Junta de Arbitristas, que muy honradamente quieren pelar á Vm. los quartos, y á mí la paciencia. Sí señor: en el papel que le repartí dias pasados se me dijo, que el nuevo empleo no me valdria siquiera un ochavo; sin duda para persuadirnos que estos Duendes son gente de poca ropa, desbolsillada, y á manera de los Caballeros andantes, que no necesitan de dineros para acorrer á menesterosos, y desfacer tuertos. Iten mas: Una esquelita muy curiosa, en que suplicaban á los que quisiesen escribirles, les franqueasen las cartas; pero á buelta de esta prevencion, lo que veo es, que no sueltan papel sin que se les pague.

No extrañe Vm. mi enfado, que estoy dado á la trampa, porque semejante molestia Dios se la dé á quien la desea; lo uno, porque por ahí se dice, que yo no le hablo á Vm. en Petimetre, esto es, con estilo fino, y peynado, como si yo pudiera, ó debiera hablar de esta suerte; lo otro, porque cabalitamente, en la noche que mejor habia cenado, y el delicioso manjar subministraba los mas benignos efluvios á mi celebro para el sueño, mirando á mi dulce lecho (¡oh caducos gustos de la vida!) y con la ultima calceta en la mano, veo delante de mí : : : : : ¿Quién parece á Vm. que sería? Pués no era ya Duende, ó Genio chiquito, ó pigmeo, sino una figura muy lánguida, y larga, una cabellera que parecia de estopa, guedejas lacias, casaca de tontillo, que le llegaba á la cintura, las faldillas de la chupa casi le cubrian las piernas, medias con barulé bordado, zapatos de ozico de lechon, y de tacon encarnado; y en fin, ni mas, ni menos que como bestía mi abuelo en principio del siglo.

Si grande fue mi miedo la primera noche, mayor fue el de la pasada; mas del mejor modo que pude, y tragando saliba, le dige: Señor Duende, esto ya no es lo tratado. ¿Por qué causa, mentecato? (me dijo con una voz ronquilla) ¿Te parece que soy algun enredador? Digolo (proseguí yo entonces) porque segun es Vm. de largo, pues parece pendon de procesion de la Mancha, ya es otro muy distinto; y su merced el primer Duende de la otra noche era muy pequeño, y no de tanta ropa, y me dijo que él y yo nos entenderiamos solos; y Vm. es otro no de mejor figura, y yo no estoy para ver caras nuevas todos los dias. ¡Cómo se conoce tu modorra (me dijo) ¡Y si no estuvieras tan bien cenado, puede ser que no me desconocieses: yo no he faltado á la palabra, y soy el mismo que viste la noche antecedente: si te acordáras, sabrias que soy Duende, y como tal me transformo, y transformaré á cada paso, como me tenga cuenta; pues tú siendo mucho mas pesado, en verdad que mudas muchos mas vestidos que dias tiene al año, sin poderse averiguar por tu ropa de qué nacion, ó rito es el papel que representas: toma este, repartele al momento, que corre priesa: á Dios.

Desapareció el Duende, dormí un par de horas que restaban hasta la nueva luz del dia, y hoy, como repartidor de la Junta, ofrezco á Vm. por su dinero el siguiente

Discurso

Convocada nuestra Junta no lejos de las Vistillas de San Francisco, quiso el Genio mayor se leyese el Discurso que debia tener el primer lugar entre los que se han ofrecido en obsequio del Público, quando el Secretario suplicó se mandase leer una carta, que aunque venia franca, y segun el sello, no muy distante de esta Corte, ocultaba el nombre de su Autor, y Pueblo de donde la dirigia: el contenido era en estos términos.

Muy Señores mios: Uno de estos dias pasados, en que recibí el pa-pel que Vms. se han servido publicar, concediendonos la facultad de que les escribamos, fue acaso el mas gustoso de toda mi vida. Por cuyo motivo me he determinado á dirigirles esta, no para precisarles á la contextacion, porque este sería atrevimiento, sino para dulcificar de algun modo la amargura, que actualmente sufro, con el Discurso que se sirvan hacer. No há mucho tiempo salí de esa Corte para este lugar, á servir un empleo, con que el Rey nuestro Señor (Dios le guarde) se ha dignado atender á mis cortos méritos. El sentimiento natural que experimentamos al apartarnos de esa Corte quantos hemos gozado de sus delicias, se templó en mí de algun modo con la esperanza de que á proporcion hallaría en este Pueblo la civilidad que hay en ese: aquella urbanidad con que indiferentemente, y con galentería se tratan todas las clases: aquellos fuertes vínculos de una sociedad cortesana, que á influjos del mas amable de los Reyes, y del mas sabio Ministerio, une á todos en beneficio de la causa comun; y finalmente, un odio implacable á aquella severidad, y tono indigesto que antes nos apartaba de las gentes. Quando (¡quién lo creería!) en medio de una casa, que me hace disfrutar unas medianas conveniencias, y en un Pueblo de un vecindario considerable, á el que dán algun vulto ocho, ó diez familias de distincion, me parece vivo en la Tebayda, ó en la Arabia desierta, y solo témplo de algun modo las tristezas de esta soledad con la amada compañia de una consorte, cuyas prendas son el iris que serena todas mis turbaciones. No hay duda de que á vista de un empleo de honor, á cuyas circunstancias se añade la buena crianza, y dulce apacibilidad de mi parienta, no dejarán Vms. de admirarse me queje, de que mi casa esté tan sola; que es lo mismo que decir, que desde el primer dia de mi arribo á este Pueblo ninguna de estas personas de clase nos visita, pues aunque lo hacen con mucho agasajo los del Pueblo inferior, y nosotros les correspondemos con estimacion, y cariño, sus exercicios y artes no les dan tiempo para mantenernos una honrosa tertu-lia, ni ellos gustarian les hablasemos sobre materia, que no entienden. Una confusion, que me hacia formar varias idéas, se desvaneció con la noticia que me dió un vecino compadecido de mi situacion: Dijome, no extrañase no hubiesen visitado las Hidalgas á mi muger, ni sus parientes manifestado ácia mí la menor seña de urbanidad, porque no era yo el único con quien lo habian hecho: Que estas familias se llamaban las de la etiqueta, á la que no faltarian jamás en un apice: su estílo inviolable, luego que sabian habia de venir un nuevo colono, era el de hacerle unas pruebas rigurosas de su sangre, y la de su muger, juntamente con las de la calidad de su empleo, fuese hombre de caudal, ó no lo fuese; porque de esto no cuidaban mucho, en atencion á que entre ellos no pasaba por crimen una pobreza voluntaria, y desidiosa. Si por casualidad averiguaban que el nuevo vecino no igualaba á la clase de ellos, ó el empleo no estaba en la lista de los que ellos miraban con alguna atencion, resolvian unanimemente no visitarle, ni tratarle mas que con aquella generalidad que un christiano saluda á otro. Y ha de saber Vm. que por la vanidad de estas gentes tienen atadas las manos algunos vecinos de caudal, que como buenos vasallos, desean corresponder á las piadosas intenciones de nuestro Católico Monarca, y concurrir con sus facultades para el remedio de los pobres, que son muchos en este Pueblo; pues temen que estas familias no darán su consentimiento, por no juntarse con los del Estado general; y es tal la preocupacion de estas personas, que en una de sus casas se dice es mejor haya pobres mendigos á la puerta, y se vea la limosna que se les dá, que no que se les recoja, y haga trabajar. Vea Vm. (prosiguió el buen hombre) si su nacimiento, ó parentela no es igual á la de estas familias de la etiqueta, pues me recelo sea este el motivo de no visitarle. Consideren Vms. quál sería mi sentimiento al oir la narracion del vecino, y tanto mayor, porque la hizo delante de mi esposa. Aunque esta es de una extremada sencilléz y candor, padece de quando en quando las impresio-nes orgullosas de su sexo, y no pudiendo reprimir el dolor de semejante desaire, prorrumpió contra estas familias con los dictados de quijotes, vanistorios, é intratables. Como yo la quiero en extremo, y siento verla desazonada, consigo se aquiete con mis reflexiones; pero en esta ocasion no se logró tan pronto el efecto, porque con una especie de llanto colérico prosiguió diciendome: No tienes que cansarte, que sino envias inmediatamente á Madrid por una porcion de esa etiqueta, cueste lo que cueste, tomaré el portante, y te dejaré solo, que tan buena soy yo como ellas para gastar etiqueta. Tuve bastante que hacer para reprimir mi risa al ver la inocencia de mi esposa; pero recobrando á un tono sério, le dije despreciase semejante aprension, pues no merecia la pena de que se alterase tanto: que la etiqueta no era lo que ella pensaba, pues ni pertenecia á cosa de regalo ó vestido, ni á nada (que á Dios gracias) la faltase: que esto significaba solamente el indispensable ceremonial de los Palacios Reales de España y de Alemania; y que á otras gentes inferiores no corres-pondia afectar, ni usurpar un estílo debido á las sagradas habitaciones de los Reyes. Que esto la sirviese de exemplo para saber educar á nuestros hijos, si el Señor nos los concediese, inspirandoles sentimientos de humanidad, y propio conocimiento, para tratar á las gentes sin vanidad y orgullo, haciendose amables de todos por este medio. Vms. como mas ilustrados, harán sobre este particular las reflexiones que les pareciesen mas oportunas, seguros de que seré siempre su mas obediente servidor, &c.

Leida esta Carta, se notó en toda la Junta aquella commocion, que en unos Genios patrioticos como los nuestros causan los varios afectos de la compasion, y del enojo. Si nuestro discurso hubiese de ocupar algun espacio en el Diario, ó Correo de Madrid, le hariamos declamatorio, y en tono misional, empezando con las expresiones (aunque el Discurso adoleciese de galico) de ¡educacion! ¡educacion! ¿Y quánto mejor sería esto, que usar de una ironía tan obscura, como la de los Señores Censor y Apologista universal, que dejan en ayunas á la mayor par-te de las gentes? El delinquente que se vé repreendido de este modo, tiene el consuelo de que son muy pocos los que por medio de esta sátyra le pueden echar en cara sus descuidos, quando por otra parte se observa, que es muy util repreender al descubierto los defectos, que no sean mortales, (pues esto solo es propio de la Legislacion, del Confesonario, y del Pulpito) ó de personas elevadas, (mordacidad abominable, en que incurrió Juan Barclayo á pesar de la obscuridad que afectaba) sino puramente perjudiciales al bien político, ó contra el buen gusto literario; y esto, aunque se haga por medio de un sarcasmo, ó irrision, que tenga mas de festivo, que de chabacana: pero no estamos en tiempo de declamaciones ni ironías, sino de que nos entiendan, y se destierre un abuso, una etiqueta tan mal entendida, que solo puede disculparse con el titulo de capricho nacional.

Mas ó menos, no hay Nacion alguna, que no adolezca de cierta preocupacion dominante, ó enfermedad política que la perjudique; y esto lo vemos estampado en los diversos tratados de las fisiognomías, y caractéres de las Naciones,Vease al Reverendísimo Padre Maestro Feyjoó sobre este particular. La Española, á pesar de algunos mordaces extrangeros (¡ojalá no lo fueran tambien algunos domesticos!) tiene ya ganado el credito universal, de que vive mas contenta con el extraño, que con el compatriota:Joann. Bohem. de Morib. Gent. aprecia sus pensamientos, é invenciones; le fomenta, y hace participante de sus utilidades, es fiel, amable, sigilosa, pero tiene su capricho ó preocupacion, que es el lunar de su hermusura [sic]. No se encontrará por lo comun entre las Naciones cultas nobleza, que conserve mejor que la Española el sublime caracter que ha heredado de sus mayores, ó que obtiene de la merced del Soberano, ya se atienda á la magnanimidad, explendor, bondad, y demás virtudes sociales de los nobles, ya á la frugalidad, y moderacion que se observa en los Hidalgos, quienes componen una clase inferior á la Nobleza, pero superior á los Pecheros.

Sin embargo, algunas de estas personas ofuscan estas benignas costumbres con el ayre de una cierta aspereza que aun se nota en su trato para las gentes inferiores en muchas partes de España.Juan Bohemo describe á la Nobleza de Alemania mas fastuosa, mas llena de orgullo, y de mas duro imperio sobre las gentes plebeyas De Morib. Gent. Un mirar con desprecio, y ayre de superioridad á los Artesanos, y Labradores: una inutil tarea en deslindar linajes, y noviliarios: desdeñarse de ir en compañia de un Artesano, ó de qualquiera otro hombre inferior, aunque por otra parte sea virtuoso, y de amables prendas: impedir que los hijos de estos distinguidos se familiaricen con los que no sean de su clase: el estilo de que las mugeres (autores principales de todas las etiquetas ridículas) no han de visitar á las que no confronten con la elevacion de su nacimiento, ó con aquel determinado empleo de los maridos, que segun la graduacion de sus caprichos, à lo menos no las hace desestimables en el trato reci-proco, y urbano; y en fin un código arbitrario de ceremonias, y menudencias, que aunque por su naturaleza no sean substanciales, tienen una trascendencia perjudicial, que penetra con grande daño á muchas clases del Estado. ¡Qué multitud de idéas no se ofrecen aqui para lastimarnos con todos los hombres sensatos, y amantes de la gloria nacional de semejante estilo, ó capricho opuesto á toda buena sociedad! Quisieramos que estas personas distinguidas de los Pueblos nos digesen, ¿qué utilidad, ó qué nuevo blason adquieren para su linaje con esta especie de fastidio, ó desden con que se apartan del trato de las gentes inferiores? En efecto, esta gravedad gótica, y tono imperioso que mantienen, se puede llamar un atrincheramiento impenetrable á quantos quieren tratarles, como no tengan el mérito de la igualdad, pero que muchas veces les hace insufribles á la Republica.

Echemos una ojeada acia los tiempos felices de la Iglesia, y veamos si en aquella constitucion, y quando la moral divina del Evangelio precisaba, y unia mas que nunca á todos los fieles con los estrechos vínculos de la caridad, si habia entre ellos el orgullo presuntuoso, ó vanidad de no querer mezclarse en el trato las personas distinguidas con las humildes: igualmente que ahora Nobles, y Plebeyos, Distinguidos, y Artesanos, formaban el cúmulo de la Republica; pero en llegando á tratar de sociedad, union, é igualdad de dictamenes en beneficio de la causa pública, todos eran christianos; que es lo mismo que decir, que eran todos iguales en el obsequio de los Principes, en la sumision á las leyes, en estimarse unos á otros, porque á todos unia un mismo amor.Conocemos que en ciertas ocasiones es conveniente que un Noble se revista del carácter, é imperio de su clase para reprimir la audacia, ó grosería de algunos plebeyos, especialmente quando se atraviesa la causa de Dios, ó bien político: San Francisco de Borja no halló incompatible con su humildad el revestirse de Duque de Gandía para obligar á que le abriesen una Iglesia en donde deseaba celebrar el Santo Sacrificio; (* El Cardenal Cienfuegos en la Vida de este Santo) y Don An-tonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, y sugeto muy ilustre, se vale de todas estas circunstancias para reprender al Obispo de Zamoa, y á Don Juan de Padilla, que para el alboroto de las Comunidades se habian valído de los hombres mas bajos de la plabe. ( ** Veanse sus Cartas.) Deseamos averiguar la raiz, ó el origen de este atrincheramiento, ó capricho que persevera en tales familias, y los efectos que pueden resultar de este abuso; pero como las razones que se ofrecen para uno y otro objeto son tantas, que no pueden reducirse á los estrechos límites de este Periodico, nos contentarémos con insinuar algunas, que tal vez no excederán los términos de una mera congetura; pero esperamos no sean reprensibles á los oidos de los doctos. Desde luego adoptamos el dictamen de nuestro sabio Español el Padre M. Feyjoó, que resuelve ser preocupacion, ó error comun la opinion vulgar de que la nobleza influye en la sangre, ó que la buena, ó mala sangre influye en pensamientos, y acciones, suponiendose regularmente por buena sangre la de los Nobles, y por mala la de los Plebeyos. No obstante, es necesario hablar con mas claridad, y separar las idéas con una especificacion que sea decorosa á los estados.

Debe resolverse que la sangre del Noble, esto es, la nobleza que hereda de sus mayores, si la acompaña una buena educacion, dá fundamento para un influjo mas brillante en sus operaciones, que la del Plebeyo: La buena educacion del Noble le pone delante los estimulos de una emulacion virtuosa; egemplos de sus ascendientes, por las virtudes morales y politicas, sabio gobierno de la Republica, con todas las demás maximas que hacen á un hombre amado de todos: El Plebeyo, que viene á este mundo con una alma igual á la de los Nobles, adornado de potencias, y sentidos, para hacerse digno de la sociedad, tal vez manifiesta operaciones reprehensibles, porque ni logra una recta educacion por la escasez, y pobreza de su casa, ni la sangre que hereda tiene tanto fundamento para influir en las operaciones, como la del Noble, porque sus mayores carecieron de la misma edu-cacion; y por consiguiente no suele haber en el linage de un Plebeyo aquella multitud de egemplos heroicos que excitan á la práctica de las virtudes: En fin, discurra qualquiera como le parezca mejor, siempre es necesario decir que el principal origen de que un hombre sea amable, ó reprehensible, es la buena, ó mala educacion. Ponganse todos los medios posibles, para que un jornalero, ó un artista disfrute las benignas influencias de una buena educacion, importante objeto, que ha merecido el desvelo de uno de los hombres mas sabios de nuestros tiempos Ilustrísimo Señor Conde de Campománes: Educacin [sic] Popular.; y entonces se verá quien es mas amable, y digno de la estimacion pública, si el Plebeyo virtuoso, y aplicado por su buena educacion, ó el Noble sin ésta, y entregado al capricho de sus idéas. Por eso dice muy bien el Autor del tratado de la honra, y deshonra legal, que qualquiera Artesano, siendo aplicado y laborioso, merece no se le desprecie, antes bien se le ame, y mire con un cierto genero de res-peto: Es un christiano, un padre de familias, y un individuo de la República, que trabaja en beneficio de ésta. Por esta causa el desprecio, ó fastidioso desden con que algunos distinguidos se apartan del trato de los Plebeyos, y Artesanos, no puede tener otro origen, que el de una mala educacion, á la que son consiguientes el orgullo, y la altanería.

Destierrese primero este capricho de tono imperioso, y despreciador de las gentes inferiores, que aun se puede llamar dominante en muchas familias de España. Es verdad que para mantener esta gravedad las personas distinguidas se ofrecen inmediatamente dos razones de congetura; pero no pasan de esta linea, y aun quando en algun tiempo habiesen tenido alguna fuerza, en el presente está enteramente disipada. La mezcla lastimosa que padecieron muchas casas nacionales por la miserable inundacion de los Moros, hacia tan apreciables aquellas familias, que pudieron conservar la pureza de sus ascendientes, que estas eran respetadas de la plebe, como unas piedras preciosas, ó como astros, que por su singularidad ha-cian sobresalir sus luces con una especie de veneracion: Tal vez ésta sería la causa de infundirse en las personas distinguidas este engreimiento, á la verdad disculpable en la fragilidad humana; pero conforme se succedieron los tiempos fueron variandose, ó por mejor decir debilitandose los motivos de que las gentes distinguidas mantuviesen una severidad inaccesible por el miedo de no inficionarse con las demás gentes. Los triunfos, y laureles de nuestros libertadores iban disipando poco á poco la mala raza; las conquistas se multiplicaban; y finalmente dos generales expulsiones, que en poco mas de siglo y medio vió nuestra Peninsula, acabaron de purificar todas las clases de gentes, y de introducir succesivamente en ellas, á medida de la ilustracion de los tiempos, el amor á la religion, al patriotismo, y á las letras.

No obstante de que por haberse disipado ya la causa insinuada, habia bastante fundamento para que las personas distinguidas hiciesen mas estimacion de las inferiores, aun continúa, si no en todas, á lo menos en muchas de las familias calificadas de algunos Pueblos, este ayre de severidad, ó capricho heredado, pero que aun dá lugar á la segunda razon de congetura. Esta es la de faltar aun en muchas gentes una cabal instruccion del honor, y estimacion que merecen aquellas clases que hasta ahora han sido vistas con desprecio, pero que en realidad constituyen la sustancia, y nervio del Estado; estas son, el Comercio, la Agricultura, las Artes, y la Industria; ¡Y qué dichosos hubieramos sido muchos siglos hace los Españoles, si como el Cielo nos ha dotado del suelo mas fértil, nos hubieramos unido para reflexionar sobre las producciones de que es capáz, y todos los recursos que comprehende, sin necesidad de recurrir á otros paises! Continúa, volvemos á decir, en muchas personas el desprecio de las Artes, y Oficios, sin que para esto haya mas fundamento que el puro capricho. Mas aun quando le hubiese, se puede reducir; lo primero á el tiempo en que solo se pensaba en nuestra libertad, sin saber otro manejo que el del acero, por lo que es forzoso presumir estuviesen sepultadas en el ol-vido todas las Artes utiles, y necesarias; é ignoradas estas, no era mucho no se supiese estimar á sus profesores; y lo segundo, á la demasiada franqueza con que se abrió la puerta á las manufacturas, y mercancías extrangeras.El Ilustrísimo Señor Conde de Campománes en su Obra de la Educacion Popular señala con bastante individualidad la época de la introduccion de generos extrangeros. Acostumbrados los Extrangeros á tomar de nuestras manos las primeras materias, nos las han vuelto hasta aqui pulidas y perfeccionadas, sin mas trabajo de nuestra parte, que el de desembolsar nuestro dinero. Enseñados nosotros á que nos dén hecho lo que necesitamos, no podemos saber el desvelo que cuesta á un pobre artifice la egecucion de qualquiera obra que emprende: el primer objeto que le ocupa es el de mantener su familia y honor, y con este respeto es una victima que sacrifica su descanso en beneficio de la República, expuesto á los desaires del comprador; si es jornalero, á las impertinencias del amo; si es arrendador, á sufrir las molestias, y freqüentes exacciones del propietario; y en fin unos criados utiles y fieles de la República, que se emplean en nuestro obsequio.

Vaya fuera semejante error de vanidad y de desprecio. Los Artesanos, y demás gentes del Pueblo inferior forman una gran parte del cuerpo político, sin los quales es imposible que subsista. Para que se les dé la estimacion que corresponde son ya bien notorias las disposiciones de nuestro amado Monarca, y de su zeloso Ministerio. Y en realidad de esta desigualdad, ó desprecio con que hasta ahora han sido tratados los Artesanos, y Oficiales, ha nacido un perverso exemplo, que ha llegado á corromper á muchas clases del Estado. El Oficial que observa el poco aprecio que se hace de su trabajo y persona, no quiere que sus hijos sean tan miserables, y solo aspira á colocarlos en otra linea mas elevada, aunque sea con perjuicio de su casa, y sobre la suerte en que Dios le ha colocado; y si por ventura alguno de estos hijos no puede lograr otro adelantamiento, le persuade á que se meta Frayle, como partido mas seguro, y honroso de asegurar su manutencion: exemplos bien freqüentes, y funestos; porque de aqui proviene no examinar los padres de la vocacion del hijo, para saber en qué especie de Religion éntra, ni qué observancia hay en ella; importante punto, de que acaso hablarémos en el Discurso siguiente: pero (lo decimos con confusion) totalmente olvidado en los Pulpitos, y de los Directores de conciencia. El Oficinista ya desea colocar á sus hijos en clase mas elevada, y traerles con un porte que no puede sufrir un limitado sueldo, en vez de que acaso se haria mas estimable si les aplicase á alguna de las Artes utiles. El Hidalgo, aunque esté cargado de familia, y sin poderla mantener, prefiere el que sus hijos estén confinados en un Pueblo corto, ociosos, bagueando de casa en casa y mormurando de todas las familias al deshonor que presume resultaria á su nacimiento si les aplicase á oficioSon bien terminantes las expresiones de la Real Ordenanza de 1773, por la que nuestro glorioso Monarca quiere se disipe este error de los Hidalgos: “Siendo permanentes (dice), y no pudiendo perderse los derechos de sangre sino por casos expresos de la Ley, mando no obste á los Hijosdalgo el estar aplicados á oficios para mantener á sus familias, por evitar el inconveniente de que vivan vagos, y mal entretenidos, haciendose honerosos á la Sociedad.” De este amor con que el Soberano mira á los Oficiales, y Artistas provino aquel exemplo heroico de su Real bondad, dignandose S. M. De observar personalmente la primorosa construccion del coche, que trabajado por Artistas Españolas, y no cediendo al primor de los Extrangeros, sirvió de digno obsequio á la Princesa nuestra Señora, alentando despues el mismo Monarca á los Artifices, é inventor con expresiones las mas honorificas y propias de su paternal benignidad., ó casase con hi-jas de Artesanos, ó de Labradores honrados.

Hagase, (clamamos llenos de un zelo patrio) hagase estimacion de los Labradores, Oficiales, y Artistas á imitacion del agrado y humanidad, con que el Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca patrocina á los que son industriosos y aplicadosExemplo patriotico en que igualmente se esmera el zelo, y actividad del Ilustrísimo Señor Conde de Campománes, no solo á la cabeza del Supremo Consejo de Castilla, sino tambien en las comisiones particulares de su cargo.: destierrese ya este entusiasmo, ó capricho de mirar con desprecio al que no es de clase superior: eduquese al Artesano honrado, y al Oficial industrioso, que entonces se verá si es amable y digno de la estimacion pública.

1-2 Número II Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi,quem tibiFinem Dii dederint . . . . .  Horat. lib. I. Od. 10. Es pésima tareaOcuparte en saber, ¿qué timbresfueron,O quál la suerte sea,Que los Dioses nos dieron?Trabaja con desveloPor la felicidad del patrio suelo. Si buen Don Benito se tiene Vm. Señor Público, para que le reparta papeles, buen Duende me tengo yo, que me quita el descanso, y Dios se lo perdone á quien tiene la culpa de este alboroto, ó gerigonza, pues á buen seguro, que si no se hubiera sabido mi buena índole, acaso, acaso, ni yo veria en mi cámara á estos muebles del otro mundo, ni nadie se hubiera acordado de tales periodicos, ó rabanos fritos. Y en verdad que este Señor Duende avisador, ó llamador, me parece algo soflama, y quiere que yo me trague quanto dice: no en mis dias; y sino Vm. y yo reflexionemos un poquito, y arguyamos sin dar patadas, aunque nos mormuren los Peripatéticos. Porque, ó yo no le entiendo, ó esta asociacion de Duendes es una Junta de Arbitristas, que muy honradamente quieren pelar á Vm. los quartos, y á mí la paciencia. Sí señor: en el papel que le repartí dias pasados se me dijo, que el nuevo empleo no me valdria siquiera un ochavo; sin duda para persuadirnos que estos Duendes son gente de poca ropa, desbolsillada, y á manera de los Caballeros andantes, que no necesitan de dineros para acorrer á menesterosos, y desfacer tuertos. Iten mas: Una esquelita muy curiosa, en que suplicaban á los que quisiesen escribirles, les franqueasen las cartas; pero á buelta de esta prevencion, lo que veo es, que no sueltan papel sin que se les pague. No extrañe Vm. mi enfado, que estoy dado á la trampa, porque semejante molestia Dios se la dé á quien la desea; lo uno, porque por ahí se dice, que yo no le hablo á Vm. en Petimetre, esto es, con estilo fino, y peynado, como si yo pudiera, ó debiera hablar de esta suerte; lo otro, porque cabalitamente, en la noche que mejor habia cenado, y el delicioso manjar subministraba los mas benignos efluvios á mi celebro para el sueño, mirando á mi dulce lecho (¡oh caducos gustos de la vida!) y con la ultima calceta en la mano, veo delante de mí : : : : : ¿Quién parece á Vm. que sería? Pués no era ya Duende, ó Genio chiquito, ó pigmeo, sino una figura muy lánguida, y larga, una cabellera que parecia de estopa, guedejas lacias, casaca de tontillo, que le llegaba á la cintura, las faldillas de la chupa casi le cubrian las piernas, medias con barulé bordado, zapatos de ozico de lechon, y de tacon encarnado; y en fin, ni mas, ni menos que como bestía mi abuelo en principio del siglo. Si grande fue mi miedo la primera noche, mayor fue el de la pasada; mas del mejor modo que pude, y tragando saliba, le dige: Señor Duende, esto ya no es lo tratado. ¿Por qué causa, mentecato? (me dijo con una voz ronquilla) ¿Te parece que soy algun enredador? Digolo (proseguí yo entonces) porque segun es Vm. de largo, pues parece pendon de procesion de la Mancha, ya es otro muy distinto; y su merced el primer Duende de la otra noche era muy pequeño, y no de tanta ropa, y me dijo que él y yo nos entenderiamos solos; y Vm. es otro no de mejor figura, y yo no estoy para ver caras nuevas todos los dias. ¡Cómo se conoce tu modorra (me dijo) ¡Y si no estuvieras tan bien cenado, puede ser que no me desconocieses: yo no he faltado á la palabra, y soy el mismo que viste la noche antecedente: si te acordáras, sabrias que soy Duende, y como tal me transformo, y transformaré á cada paso, como me tenga cuenta; pues tú siendo mucho mas pesado, en verdad que mudas muchos mas vestidos que dias tiene al año, sin poderse averiguar por tu ropa de qué nacion, ó rito es el papel que representas: toma este, repartele al momento, que corre priesa: á Dios. Desapareció el Duende, dormí un par de horas que restaban hasta la nueva luz del dia, y hoy, como repartidor de la Junta, ofrezco á Vm. por su dinero el siguiente Discurso Convocada nuestra Junta no lejos de las Vistillas de San Francisco, quiso el Genio mayor se leyese el Discurso que debia tener el primer lugar entre los que se han ofrecido en obsequio del Público, quando el Secretario suplicó se mandase leer una carta, que aunque venia franca, y segun el sello, no muy distante de esta Corte, ocultaba el nombre de su Autor, y Pueblo de donde la dirigia: el contenido era en estos términos. Muy Señores mios: Uno de estos dias pasados, en que recibí el pa-pel que Vms. se han servido publicar, concediendonos la facultad de que les escribamos, fue acaso el mas gustoso de toda mi vida. Por cuyo motivo me he determinado á dirigirles esta, no para precisarles á la contextacion, porque este sería atrevimiento, sino para dulcificar de algun modo la amargura, que actualmente sufro, con el Discurso que se sirvan hacer. No há mucho tiempo salí de esa Corte para este lugar, á servir un empleo, con que el Rey nuestro Señor (Dios le guarde) se ha dignado atender á mis cortos méritos. El sentimiento natural que experimentamos al apartarnos de esa Corte quantos hemos gozado de sus delicias, se templó en mí de algun modo con la esperanza de que á proporcion hallaría en este Pueblo la civilidad que hay en ese: aquella urbanidad con que indiferentemente, y con galentería se tratan todas las clases: aquellos fuertes vínculos de una sociedad cortesana, que á influjos del mas amable de los Reyes, y del mas sabio Ministerio, une á todos en beneficio de la causa comun; y finalmente, un odio implacable á aquella severidad, y tono indigesto que antes nos apartaba de las gentes. Quando (¡quién lo creería!) en medio de una casa, que me hace disfrutar unas medianas conveniencias, y en un Pueblo de un vecindario considerable, á el que dán algun vulto ocho, ó diez familias de distincion, me parece vivo en la Tebayda, ó en la Arabia desierta, y solo témplo de algun modo las tristezas de esta soledad con la amada compañia de una consorte, cuyas prendas son el iris que serena todas mis turbaciones. No hay duda de que á vista de un empleo de honor, á cuyas circunstancias se añade la buena crianza, y dulce apacibilidad de mi parienta, no dejarán Vms. de admirarse me queje, de que mi casa esté tan sola; que es lo mismo que decir, que desde el primer dia de mi arribo á este Pueblo ninguna de estas personas de clase nos visita, pues aunque lo hacen con mucho agasajo los del Pueblo inferior, y nosotros les correspondemos con estimacion, y cariño, sus exercicios y artes no les dan tiempo para mantenernos una honrosa tertu-lia, ni ellos gustarian les hablasemos sobre materia, que no entienden. Una confusion, que me hacia formar varias idéas, se desvaneció con la noticia que me dió un vecino compadecido de mi situacion: Dijome, no extrañase no hubiesen visitado las Hidalgas á mi muger, ni sus parientes manifestado ácia mí la menor seña de urbanidad, porque no era yo el único con quien lo habian hecho: Que estas familias se llamaban las de la etiqueta, á la que no faltarian jamás en un apice: su estílo inviolable, luego que sabian habia de venir un nuevo colono, era el de hacerle unas pruebas rigurosas de su sangre, y la de su muger, juntamente con las de la calidad de su empleo, fuese hombre de caudal, ó no lo fuese; porque de esto no cuidaban mucho, en atencion á que entre ellos no pasaba por crimen una pobreza voluntaria, y desidiosa. Si por casualidad averiguaban que el nuevo vecino no igualaba á la clase de ellos, ó el empleo no estaba en la lista de los que ellos miraban con alguna atencion, resolvian unanimemente no visitarle, ni tratarle mas que con aquella generalidad que un christiano saluda á otro. Y ha de saber Vm. que por la vanidad de estas gentes tienen atadas las manos algunos vecinos de caudal, que como buenos vasallos, desean corresponder á las piadosas intenciones de nuestro Católico Monarca, y concurrir con sus facultades para el remedio de los pobres, que son muchos en este Pueblo; pues temen que estas familias no darán su consentimiento, por no juntarse con los del Estado general; y es tal la preocupacion de estas personas, que en una de sus casas se dice es mejor haya pobres mendigos á la puerta, y se vea la limosna que se les dá, que no que se les recoja, y haga trabajar. Vea Vm. (prosiguió el buen hombre) si su nacimiento, ó parentela no es igual á la de estas familias de la etiqueta, pues me recelo sea este el motivo de no visitarle. Consideren Vms. quál sería mi sentimiento al oir la narracion del vecino, y tanto mayor, porque la hizo delante de mi esposa. Aunque esta es de una extremada sencilléz y candor, padece de quando en quando las impresio-nes orgullosas de su sexo, y no pudiendo reprimir el dolor de semejante desaire, prorrumpió contra estas familias con los dictados de quijotes, vanistorios, é intratables. Como yo la quiero en extremo, y siento verla desazonada, consigo se aquiete con mis reflexiones; pero en esta ocasion no se logró tan pronto el efecto, porque con una especie de llanto colérico prosiguió diciendome: No tienes que cansarte, que sino envias inmediatamente á Madrid por una porcion de esa etiqueta, cueste lo que cueste, tomaré el portante, y te dejaré solo, que tan buena soy yo como ellas para gastar etiqueta. Tuve bastante que hacer para reprimir mi risa al ver la inocencia de mi esposa; pero recobrando á un tono sério, le dije despreciase semejante aprension, pues no merecia la pena de que se alterase tanto: que la etiqueta no era lo que ella pensaba, pues ni pertenecia á cosa de regalo ó vestido, ni á nada (que á Dios gracias) la faltase: que esto significaba solamente el indispensable ceremonial de los Palacios Reales de España y de Alemania; y que á otras gentes inferiores no corres-pondia afectar, ni usurpar un estílo debido á las sagradas habitaciones de los Reyes. Que esto la sirviese de exemplo para saber educar á nuestros hijos, si el Señor nos los concediese, inspirandoles sentimientos de humanidad, y propio conocimiento, para tratar á las gentes sin vanidad y orgullo, haciendose amables de todos por este medio. Vms. como mas ilustrados, harán sobre este particular las reflexiones que les pareciesen mas oportunas, seguros de que seré siempre su mas obediente servidor, &c. Leida esta Carta, se notó en toda la Junta aquella commocion, que en unos Genios patrioticos como los nuestros causan los varios afectos de la compasion, y del enojo. Si nuestro discurso hubiese de ocupar algun espacio en el Diario, ó Correo de Madrid, le hariamos declamatorio, y en tono misional, empezando con las expresiones (aunque el Discurso adoleciese de galico) de ¡educacion! ¡educacion! ¿Y quánto mejor sería esto, que usar de una ironía tan obscura, como la de los Señores Censor y Apologista universal, que dejan en ayunas á la mayor par-te de las gentes? El delinquente que se vé repreendido de este modo, tiene el consuelo de que son muy pocos los que por medio de esta sátyra le pueden echar en cara sus descuidos, quando por otra parte se observa, que es muy util repreender al descubierto los defectos, que no sean mortales, (pues esto solo es propio de la Legislacion, del Confesonario, y del Pulpito) ó de personas elevadas, (mordacidad abominable, en que incurrió Juan Barclayo á pesar de la obscuridad que afectaba) sino puramente perjudiciales al bien político, ó contra el buen gusto literario; y esto, aunque se haga por medio de un sarcasmo, ó irrision, que tenga mas de festivo, que de chabacana: pero no estamos en tiempo de declamaciones ni ironías, sino de que nos entiendan, y se destierre un abuso, una etiqueta tan mal entendida, que solo puede disculparse con el titulo de capricho nacional. Mas ó menos, no hay Nacion alguna, que no adolezca de cierta preocupacion dominante, ó enfermedad política que la perjudique; y esto lo vemos estampado en los diversos tratados de las fisiognomías, y caractéres de las Naciones,Vease al Reverendísimo Padre Maestro Feyjoó sobre este particular.La Española, á pesar de algunos mordaces extrangeros (¡ojalá no lo fueran tambien algunos domesticos!) tiene ya ganado el credito universal, de que vive mas contenta con el extraño, que con el compatriota:Joann. Bohem. de Morib. Gent.aprecia sus pensamientos, é invenciones; le fomenta, y hace participante de sus utilidades, es fiel, amable, sigilosa, pero tiene su capricho ó preocupacion, que es el lunar de su hermusura [sic]. No se encontrará por lo comun entre las Naciones cultas nobleza, que conserve mejor que la Española el sublime caracter que ha heredado de sus mayores, ó que obtiene de la merced del Soberano, ya se atienda á la magnanimidad, explendor, bondad, y demás virtudes sociales de los nobles, ya á la frugalidad, y moderacion que se observa en los Hidalgos, quienes componen una clase inferior á la Nobleza, pero superior á los Pecheros. Sin embargo, algunas de estas personas ofuscan estas benignas costumbres con el ayre de una cierta aspereza que aun se nota en su trato para las gentes inferiores en muchas partes de España.Juan Bohemo describe á la Nobleza de Alemania mas fastuosa, mas llena de orgullo, y de mas duro imperio sobre las gentes plebeyas De Morib. Gent.Un mirar con desprecio, y ayre de superioridad á los Artesanos, y Labradores: una inutil tarea en deslindar linajes, y noviliarios: desdeñarse de ir en compañia de un Artesano, ó de qualquiera otro hombre inferior, aunque por otra parte sea virtuoso, y de amables prendas: impedir que los hijos de estos distinguidos se familiaricen con los que no sean de su clase: el estilo de que las mugeres (autores principales de todas las etiquetas ridículas) no han de visitar á las que no confronten con la elevacion de su nacimiento, ó con aquel determinado empleo de los maridos, que segun la graduacion de sus caprichos, à lo menos no las hace desestimables en el trato reci-proco, y urbano; y en fin un código arbitrario de ceremonias, y menudencias, que aunque por su naturaleza no sean substanciales, tienen una trascendencia perjudicial, que penetra con grande daño á muchas clases del Estado. ¡Qué multitud de idéas no se ofrecen aqui para lastimarnos con todos los hombres sensatos, y amantes de la gloria nacional de semejante estilo, ó capricho opuesto á toda buena sociedad! Quisieramos que estas personas distinguidas de los Pueblos nos digesen, ¿qué utilidad, ó qué nuevo blason adquieren para su linaje con esta especie de fastidio, ó desden con que se apartan del trato de las gentes inferiores? En efecto, esta gravedad gótica, y tono imperioso que mantienen, se puede llamar un atrincheramiento impenetrable á quantos quieren tratarles, como no tengan el mérito de la igualdad, pero que muchas veces les hace insufribles á la Republica. Echemos una ojeada acia los tiempos felices de la Iglesia, y veamos si en aquella constitucion, y quando la moral divina del Evangelio precisaba, y unia mas que nunca á todos los fieles con los estrechos vínculos de la caridad, si habia entre ellos el orgullo presuntuoso, ó vanidad de no querer mezclarse en el trato las personas distinguidas con las humildes: igualmente que ahora Nobles, y Plebeyos, Distinguidos, y Artesanos, formaban el cúmulo de la Republica; pero en llegando á tratar de sociedad, union, é igualdad de dictamenes en beneficio de la causa pública, todos eran christianos; que es lo mismo que decir, que eran todos iguales en el obsequio de los Principes, en la sumision á las leyes, en estimarse unos á otros, porque á todos unia un mismo amor.Conocemos que en ciertas ocasiones es conveniente que un Noble se revista del carácter, é imperio de su clase para reprimir la audacia, ó grosería de algunos plebeyos, especialmente quando se atraviesa la causa de Dios, ó bien político: San Francisco de Borja no halló incompatible con su humildad el revestirse de Duque de Gandía para obligar á que le abriesen una Iglesia en donde deseaba celebrar el Santo Sacrificio; (* El Cardenal Cienfuegos en la Vida de este Santo) y Don An-tonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, y sugeto muy ilustre, se vale de todas estas circunstancias para reprender al Obispo de Zamoa, y á Don Juan de Padilla, que para el alboroto de las Comunidades se habian valído de los hombres mas bajos de la plabe. (** Veanse sus Cartas.) Deseamos averiguar la raiz, ó el origen de este atrincheramiento, ó capricho que persevera en tales familias, y los efectos que pueden resultar de este abuso; pero como las razones que se ofrecen para uno y otro objeto son tantas, que no pueden reducirse á los estrechos límites de este Periodico, nos contentarémos con insinuar algunas, que tal vez no excederán los términos de una mera congetura; pero esperamos no sean reprensibles á los oidos de los doctos. Desde luego adoptamos el dictamen de nuestro sabio Español el Padre M. Feyjoó, que resuelve ser preocupacion, ó error comun la opinion vulgar de que la nobleza influye en la sangre, ó que la buena, ó mala sangre influye en pensamientos, y acciones, suponiendose regularmente por buena sangre la de los Nobles, y por mala la de los Plebeyos. No obstante, es necesario hablar con mas claridad, y separar las idéas con una especificacion que sea decorosa á los estados. Debe resolverse que la sangre del Noble, esto es, la nobleza que hereda de sus mayores, si la acompaña una buena educacion, dá fundamento para un influjo mas brillante en sus operaciones, que la del Plebeyo: La buena educacion del Noble le pone delante los estimulos de una emulacion virtuosa; egemplos de sus ascendientes, por las virtudes morales y politicas, sabio gobierno de la Republica, con todas las demás maximas que hacen á un hombre amado de todos: El Plebeyo, que viene á este mundo con una alma igual á la de los Nobles, adornado de potencias, y sentidos, para hacerse digno de la sociedad, tal vez manifiesta operaciones reprehensibles, porque ni logra una recta educacion por la escasez, y pobreza de su casa, ni la sangre que hereda tiene tanto fundamento para influir en las operaciones, como la del Noble, porque sus mayores carecieron de la misma edu-cacion; y por consiguiente no suele haber en el linage de un Plebeyo aquella multitud de egemplos heroicos que excitan á la práctica de las virtudes: En fin, discurra qualquiera como le parezca mejor, siempre es necesario decir que el principal origen de que un hombre sea amable, ó reprehensible, es la buena, ó mala educacion. Ponganse todos los medios posibles, para que un jornalero, ó un artista disfrute las benignas influencias de una buena educacion, importante objeto, que ha merecido el desvelo de uno de los hombres mas sabios de nuestros tiemposIlustrísimo Señor Conde de Campománes: Educacin [sic] Popular.; y entonces se verá quien es mas amable, y digno de la estimacion pública, si el Plebeyo virtuoso, y aplicado por su buena educacion, ó el Noble sin ésta, y entregado al capricho de sus idéas. Por eso dice muy bien el Autor del tratado de la honra, y deshonra legal, que qualquiera Artesano, siendo aplicado y laborioso, merece no se le desprecie, antes bien se le ame, y mire con un cierto genero de res-peto: Es un christiano, un padre de familias, y un individuo de la República, que trabaja en beneficio de ésta. Por esta causa el desprecio, ó fastidioso desden con que algunos distinguidos se apartan del trato de los Plebeyos, y Artesanos, no puede tener otro origen, que el de una mala educacion, á la que son consiguientes el orgullo, y la altanería. Destierrese primero este capricho de tono imperioso, y despreciador de las gentes inferiores, que aun se puede llamar dominante en muchas familias de España. Es verdad que para mantener esta gravedad las personas distinguidas se ofrecen inmediatamente dos razones de congetura; pero no pasan de esta linea, y aun quando en algun tiempo habiesen tenido alguna fuerza, en el presente está enteramente disipada. La mezcla lastimosa que padecieron muchas casas nacionales por la miserable inundacion de los Moros, hacia tan apreciables aquellas familias, que pudieron conservar la pureza de sus ascendientes, que estas eran respetadas de la plebe, como unas piedras preciosas, ó como astros, que por su singularidad ha-cian sobresalir sus luces con una especie de veneracion: Tal vez ésta sería la causa de infundirse en las personas distinguidas este engreimiento, á la verdad disculpable en la fragilidad humana; pero conforme se succedieron los tiempos fueron variandose, ó por mejor decir debilitandose los motivos de que las gentes distinguidas mantuviesen una severidad inaccesible por el miedo de no inficionarse con las demás gentes. Los triunfos, y laureles de nuestros libertadores iban disipando poco á poco la mala raza; las conquistas se multiplicaban; y finalmente dos generales expulsiones, que en poco mas de siglo y medio vió nuestra Peninsula, acabaron de purificar todas las clases de gentes, y de introducir succesivamente en ellas, á medida de la ilustracion de los tiempos, el amor á la religion, al patriotismo, y á las letras. No obstante de que por haberse disipado ya la causa insinuada, habia bastante fundamento para que las personas distinguidas hiciesen mas estimacion de las inferiores, aun continúa, si no en todas, á lo menos en muchas de las familias calificadas de algunos Pueblos, este ayre de severidad, ó capricho heredado, pero que aun dá lugar á la segunda razon de congetura. Esta es la de faltar aun en muchas gentes una cabal instruccion del honor, y estimacion que merecen aquellas clases que hasta ahora han sido vistas con desprecio, pero que en realidad constituyen la sustancia, y nervio del Estado; estas son, el Comercio, la Agricultura, las Artes, y la Industria; ¡Y qué dichosos hubieramos sido muchos siglos hace los Españoles, si como el Cielo nos ha dotado del suelo mas fértil, nos hubieramos unido para reflexionar sobre las producciones de que es capáz, y todos los recursos que comprehende, sin necesidad de recurrir á otros paises! Continúa, volvemos á decir, en muchas personas el desprecio de las Artes, y Oficios, sin que para esto haya mas fundamento que el puro capricho. Mas aun quando le hubiese, se puede reducir; lo primero á el tiempo en que solo se pensaba en nuestra libertad, sin saber otro manejo que el del acero, por lo que es forzoso presumir estuviesen sepultadas en el ol-vido todas las Artes utiles, y necesarias; é ignoradas estas, no era mucho no se supiese estimar á sus profesores; y lo segundo, á la demasiada franqueza con que se abrió la puerta á las manufacturas, y mercancías extrangeras.El Ilustrísimo Señor Conde de Campománes en su Obra de la Educacion Popular señala con bastante individualidad la época de la introduccion de generos extrangeros.Acostumbrados los Extrangeros á tomar de nuestras manos las primeras materias, nos las han vuelto hasta aqui pulidas y perfeccionadas, sin mas trabajo de nuestra parte, que el de desembolsar nuestro dinero. Enseñados nosotros á que nos dén hecho lo que necesitamos, no podemos saber el desvelo que cuesta á un pobre artifice la egecucion de qualquiera obra que emprende: el primer objeto que le ocupa es el de mantener su familia y honor, y con este respeto es una victima que sacrifica su descanso en beneficio de la República, expuesto á los desaires del comprador; si es jornalero, á las impertinencias del amo; si es arrendador, á sufrir las molestias, y freqüentes exacciones del propietario; y en fin unos criados utiles y fieles de la República, que se emplean en nuestro obsequio. Vaya fuera semejante error de vanidad y de desprecio. Los Artesanos, y demás gentes del Pueblo inferior forman una gran parte del cuerpo político, sin los quales es imposible que subsista. Para que se les dé la estimacion que corresponde son ya bien notorias las disposiciones de nuestro amado Monarca, y de su zeloso Ministerio. Y en realidad de esta desigualdad, ó desprecio con que hasta ahora han sido tratados los Artesanos, y Oficiales, ha nacido un perverso exemplo, que ha llegado á corromper á muchas clases del Estado. El Oficial que observa el poco aprecio que se hace de su trabajo y persona, no quiere que sus hijos sean tan miserables, y solo aspira á colocarlos en otra linea mas elevada, aunque sea con perjuicio de su casa, y sobre la suerte en que Dios le ha colocado; y si por ventura alguno de estos hijos no puede lograr otro adelantamiento, le persuade á que se meta Frayle, como partido mas seguro, y honroso de asegurar su manutencion: exemplos bien freqüentes, y funestos; porque de aqui proviene no examinar los padres de la vocacion del hijo, para saber en qué especie de Religion éntra, ni qué observancia hay en ella; importante punto, de que acaso hablarémos en el Discurso siguiente: pero (lo decimos con confusion) totalmente olvidado en los Pulpitos, y de los Directores de conciencia. El Oficinista ya desea colocar á sus hijos en clase mas elevada, y traerles con un porte que no puede sufrir un limitado sueldo, en vez de que acaso se haria mas estimable si les aplicase á alguna de las Artes utiles. El Hidalgo, aunque esté cargado de familia, y sin poderla mantener, prefiere el que sus hijos estén confinados en un Pueblo corto, ociosos, bagueando de casa en casa y mormurando de todas las familias al deshonor que presume resultaria á su nacimiento si les aplicase á oficioSon bien terminantes las expresiones de la Real Ordenanza de 1773, por la que nuestro glorioso Monarca quiere se disipe este error de los Hidalgos: “Siendo permanentes (dice), y no pudiendo perderse los derechos de sangre sino por casos expresos de la Ley, mando no obste á los Hijosdalgo el estar aplicados á oficios para mantener á sus familias, por evitar el inconveniente de que vivan vagos, y mal entretenidos, haciendose honerosos á la Sociedad.” De este amor con que el Soberano mira á los Oficiales, y Artistas provino aquel exemplo heroico de su Real bondad, dignandose S. M. De observar personalmente la primorosa construccion del coche, que trabajado por Artistas Españolas, y no cediendo al primor de los Extrangeros, sirvió de digno obsequio á la Princesa nuestra Señora, alentando despues el mismo Monarca á los Artifices, é inventor con expresiones las mas honorificas y propias de su paternal benignidad., ó casase con hi-jas de Artesanos, ó de Labradores honrados. Hagase, (clamamos llenos de un zelo patrio) hagase estimacion de los Labradores, Oficiales, y Artistas á imitacion del agrado y humanidad, con que el Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca patrocina á los que son industriosos y aplicadosExemplo patriotico en que igualmente se esmera el zelo, y actividad del Ilustrísimo Señor Conde de Campománes, no solo á la cabeza del Supremo Consejo de Castilla, sino tambien en las comisiones particulares de su cargo.: destierrese ya este entusiasmo, ó capricho de mirar con desprecio al que no es de clase superior: eduquese al Artesano honrado, y al Oficial industrioso, que entonces se verá si es amable y digno de la estimacion pública.