El Regañón general: Núm. 62.
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Nível 1
Núm.° 62.
Con Real Privilegio.
En la Imprenta
de la Administracion del Real Arbitrio de Beneficencia.
Sábado 4 de Agosto de 1804
Nível 2
Costumbres Secretaría.
Correspondencia literaria del mes. Carta tercera.
Nível 3
Quando yo considero la penosa situacion de los
hombres poderosos y favorecidos de la fortuna al verlos
rodeados de una multitud de lisonjeros y aduladores que no
procuran mas que ganar sus favores por medio de una vil y
detestable complacencia, echo de ver que es preciso que
tengan una moderacion y una paciencia mas que humana para no
tratar á estos hombres despreciables como ellos se merecen.
La adulacion sola ha hecho mas tiranos que todos los vicios
juntos. Yo miro á los aduladores como la plaga mas dañosa de
las sociedades, y desearia que se estableciesen contra ellos
las leyes mas severas. Los efectos de la lisonja son muy
perniciosos, y nadie deberá extrañar que muchos poderosos
sean orgullosos, impacientes y vanos, porque estos vicios
son característicos de todas las clases y esferas, pues en
todas ellas se encuentran hombres que los tengan, porque en
todas las circunstancias de la vida se usa de una medida de
ostentacion y suficiencia. No hay persona alguna que no se
tenga por grande y superior quando se compara á sus
inferiores, quando mide sus conocimientos por la ignorancia
de los otros, su juicio por la locura de algunos individuos,
su fortuna por la miseria de su vecino, y su virtud por la
perversidad que nota en el mundo. ¿Qué base mas segura se
puede tomar mejor que este modo de comparar las cosas para
que sirva de apoyo al orgullo y á la arrogancia? Pero
separemos este espejo mágico, y examinemos los objetos como
son en sí, con lo qual se reducirá la disputa á saber
solamente qué hombre debe ser tenido por ménos ignorante,
por ménos débil, y por ménos corrompido. Si los hombres se
juzgasen por este método, ellos mismos arreglarian la buena
opinion que tienen de sí propios por sus
mismos conocimientos, y no por la ignorancia de los otros;
adquirirían una verdadera dignidad habituándose á gobernar
sus pasiones, y por su moderacion, su justicia y su
afabilidad se conciliarian la benevolencia, se atraerian el
respeto, y los rayos de sus virtudes sobresaldrian mas que
todo el esplendor de su fortuna, fundando así una verdadera
grandeza que ningun contratiempo podria destruir. No es
posible que haya hombre que presentándosele la ocasion de
hacer la felicidad de los otros hombres dexe de aprovecharla
imitando á la Providencia que se complace en hacer la
felicidad de los humanos. ¿En qué se distinguida el rico y
el poderoso de los demas individuos de su especie si no se
dedicára á la satisfaccion de hacer bien, de vestir al
pobre, de dar alimento al que no tiene para comprarlo, de
sostener á la familia honrada que le consta que está en la
miseria, de educar al huérfano, y de socorrer al
vergonzante? Si el hombre acomodado no siente un gran placer
en proteger la inocencia, en solicitar al hombre modesto á
quien las circunstancias tal vez han separado de la sociedad
para recompensarle su mérito, en defender la virtud contra
la intriga y la calumnia, y en proteger las empresas útiles
y laudables; si los sabios y hombres de talento no se
dedican á consolar al que está afligido, á instruir al
ignorante, á dirigir á los perplexos, á combatir las
preocupaciones y declamar contra los vicios, ¿qué vendrán á
tener ellos mas que los otros hombres? Nada mas que un
egoísmo vergonzoso, que aunque tenga placer y satisfaccion
en las proporciones que le ofrece su fortuna para satisfacer
sus vicios, nunca será ésta, mas que muy pasagera, vil é
indigna del hombre. Por el contrario, el que exerce las
obligaciones antedichas que son propias de todo hombre
sociable que puede hacerlo, goza de las mayores y mas
constantes delicias de la beneficencia, que son las mas
puras, y las que llenan el alma de una dulce satisfaccion
incapaz de poderse explicar. No hay duda que el egoismo
habitual debilita y aun extingue en los hombres la
inclinacion á la benevolencia de los demas. Todo individuo
que en medio de sus riquezas no procura mas que satisfacer
su sensualidad y demas vicios, y que no quiere adquirir mas
conocimientos literarios que para su diversion, ó para
satisfacer su vanidad, tiene una idea muy errada de los
placeres que goza un corazon generoso. De todo lo dicho
debemos deducir que solo las virtudes son las que hacen á
los hombres dignos de la estimacion general,
pero entre estas hay unas mayores que otras, y nadie podrá
dexar de conocer que la primera y mas excelente de todas las
virtudes es la bondad de corazon; ésta atrae á sí la
admiracion de los mismos egoístas, y es muy extraño que
teniendo los hombres tantas ocasiones de exercitar esta
virtud tan superior á las demas, se entreguen con tanta
ansia á la sensualidad y á la corrupcion. No se pueden dar
mas pruebas de la excelencia de esta virtud que las que
ofrece la experiencia, las quales son las mas decisivas.
Quando se tiene un amigo fiel, en cuyo seno se depositan los
mas íntimos secretos; quando hay un pariente que ayude á
sufrir el peso de los años, un niño cuyas virtudes y
caricias pueriles hagan mas llevaderas nuestras penas, y
produzcan esperanzas para lo futuro; quando derramamos
lágrimas tiernas al aspecto de la miseria; quando extendemos
nuestras manos para socorrer al verdadero indigente; quando
desempeñamos nuestras obligaciones, y todo lo que se nos
encarga con honor y dignidad; finalmente, quando tenemos la
dicha de establecer la paz entre nuestros semejantes: quando
hacemos todo esto, y oimos las bendiciones que se nos echan,
y la estimacion que se nos franquea extendiendo nuestras
acciones de boca en boca, ¿habrá delicia alguna que se pueda
comparar á esta felicidad que nos proporciona la
beneficencia? ¿La cambiaria nadie por una vida llena de
sensualidades, por todo el oro del Perú, ni por todo el
poder y la pompa de un príncipe asiático. Parece pues
evidente que la dignidad del hombre no consiste en el exceso
de su talento y conocimientos, ni en la grandeza de su poder
ó de su fortuna, sino en la bondad y generosidad de su alma.
Aquellos primeros dones no son mas que medios para practicar
las virtudes, y demuestran que los que los poseen son los
mas dispuestos á exercer la beneficencia y la grandeza de
corazon. Si se les aplica á otro uso es hacerlos
menospreciables, porque el hacer bien es una circunstancia
mas honrosa para el hombre que tener un gran talento, una
vasta erudicion, ó un gran caudal, si no tiene dicha virtud.
¡O bondad de corazon! Tú eres ó debes ser la virtud mas
apreciable para la sociedad! Sin tí los hombres no serian
mas que un peso insoportable unos para otros recíprocamente,
pues circunscribiéndose cada uno á no procurar mas que para
sí, y no hacer caso de los demás, tendrian una exîstencia en
el mundo que se acercarla mucho á la que tienen los animales
mas feroces. Luego que los hombres se han
reunido en sociedad, y que participan de los beneficios de
ésta, renuncian la independencia salvage, y formando partes
de un todo se estrechan unos con otros, por decirlo así, y
se ven obligados á contribuir al sostenimiento y la
perfeccion del cuerpo social de que son individuos.
Qualquiera que priva á la sociedad de un bien que le puede
hacer, falta á los deberes que ha contraido con ella,
quebranta las condiciones con que goza de sus beneficios, y
se opone á las disposiciones del autor de la naturaleza que
se dirigen á la felicidad de la especie humana. Procure cada
uno contribuir al bien comun, en la seguridad de que nada es
mas útil para cada particular que lo que es para toda la
sociedad en general. Póngase en uso la bondad de corazon,
que es la virtud social por excelencia, y nuestra exîstencia
en la sociedad humana será la mas feliz y envidiable. Salud.
El Presidente.
Correspondencia literaria del mes. Carta tercera.
Nível 3
Carta/Carta ao editor
Señor Presidente del Tribunal
Catoniano: Considerando pues, señor
Presidente, que uno de los ramos en que se emplea el
Tribunal Catoniano es el de reprehender las malas
costumbres, creo que no se desdeñará vmd. de aceptar mis
súplicas siempre que éstas no se opongan á su moderacion
y prudencia. Como joven actor me presento ante ese
juzgado de la sociedad acusando una costumbre tan nociva
que como gusano venenoso roe y daña insensiblemente el
cuerpo social. Vivamente deseo y pido con encarecimiento
que se reprehenda severamente el depravado é intolerable
abuso tan recibido en las mugeres de no criar á sus
propios hijos. Ha echado pues esta costumbre tan hondas
raíces en el corazon de algunas mugeres, que con
dificultad podrá arrancarse, y es tanto mas
reprehensible en estas señoras, quanto son de mas
elevada esfera y distincion. No quisiera, señor
Presidente, serle á vmd. molesto con conceptos insulsos
y expresiones frívolas; quizá mi carta será un conjunto
de sandeces, pues mi ninguna instruccion, breves
principios y corto ingenio no pueden dar fruto alguno;
sin embargo confio en su bondad, y espero que
acomodándose vmd. al freno de la prudencia pondrá atenta
y moderadamente esta mi carta, si lo merece, entre los
papeles inútiles ó excluidos. Yo me quedaré contento con
el adagio que dice: Doy fin á mi carta
suplicándole á vmd. que si por su poca utilidad ó baxeza
de pensamientos, si por su poca cultura ó menos adorno
no mereciese insertarse en su periódico, á lo menos el
Tribunal Catoniano, como prudente artífice en la
direccion de las ideas dignas de comunicarse á la
sociedad, labre y pula con el cincel de su erudicion y
eloqüencia mi concepto, piedra tosca sacada de mi rudo y
escabroso entendimiento. Su amante servidor El
Complutense solitario, enemigo de las damas.
Metatextualidade
Jamas pensé,
atento Presidente, que de los papeles periódicos
dimanase utilidad notoria á la sociedad, hasta que
la continua experiencia de un año me ha obligado á
mudar de parecer. Pocos años ha que leia varias
veces en esa Corte cierto papel periódico, pero con
tanta frialdad y tal sin sabor, que no percibía
gusto alguno. En vez de instruirme me desanimaba. Le
consideraba como un campo público á donde los sabios
aparentes concurrian con freqüencia al desafio de
grandes despropósitos, hiriéndose unos á otros con
las armas de la escritura, y convirtiéndose sus
discursos en calumnias deshonrosas y sátiras
picantes. Pero ¿para qué se detienen mis labios en
expresiones que recuerdan las tristes sombras que
obscurecían la sociedad? Llegó por fin la época
feliz del candor é ilustracion. La aurora de un
nuevo periódico se presenta apacible á la sociedad, y la anima con indecible esplendor.
Ya, ya pueden gloriarse los ingenios de ver sus
bellas ideas comunicadas á sus compatriotas. El
Tribunal Catoniano, á la manera que el espejo
ustorio reune los rayos del sol, recoge y atrae
aquél las producciones de los sabios, y
dirigiéndolas segun su prudencia al foco de la
nacion, enciende en gloriosa emulacion los ánimos de
los ciudadanos. Consideren pues los literatos,
consideren la constitucion del Tribunal Catoniano,
reflexîonen sobre su objeto, y contemplen su fin, y
entonces si, como es de creer, tienen los ojos de su
entendimiento libres de la tela de la preocupacion,
no podrán ménos de confesar que tal establecimiento
redunda en beneficio de la patria. ¿Qué es á la
verdad este Tribunal sino un espejo puro y brillante
en el que pueden verse sin doblez los vicios y
abusos de todos los individuos? ¿Qué cosa mas útil,
qué cosa mas saludable le puede ser á la sociedad
que el desterrar de su seno los vicios que ponen
obstáculo á las sendas de la felicidad? Esta
utilidad es digna del Tribunal Catoniano, como la
experiencia de un año nos lo ha acreditado. Debemos
pues tributar el encomio mas expresivo á este
Juzgado, acreedor á la patria, y digno del nombre de
las naciones.
Retrato alheio
No pretendo culpar á todas. Enhorabuena
procedan de este modo las que por enfermedades,
indisposiciones ó qualquier grave daño no pueden dar
á sus hijos el dulce alimento de sus pechos, pero
siempre las tendré yo por infelices y desventuradas,
pues habiéndolas dado la naturaleza dos fuentes de
cándida leche, ven dolorosamente cortado el intento
natural con el filo de sus achaques. ¡Desgraciadas
mugeres! Sin embargo, la discrecion
las declara exêntas de indolencia y culpa. ¿Qué diré
pues quando robustas y sanas desamparan á sus hijos
entregándolos á las ayas? ¿Quién les ha concedido
esta prerogativa, fatal instrumento con que rompen
el vínculo de amor tan necesarió á sus hijos. Léjos
de cumplir estas indolentes mugeres con sus deberes,
Se rebelan contra las leyes de la humanidad, y
desobedecen injustamente á la razon natural. ¿Qué
fin tuvo el autor de la naturaleza para depositar en
los pechos de las madres dos manantiales de viva
leche, sino el de que alimentasen á sus hijos
después de haberlos dado á luz? ¿Ha exceptuado por
ventura las grandes respecto de las humildes, las
ricas y poderosas respecto de las pobres y
menesterosas? ¡Qué cosa tan lámentáble es alimentar
á sus hijos en el seno de su vientre quando su vista
no disfruta de ellos, y despues que los han parido,
y que inocentes imploran los oficios de madres,
negarles el alimento! Quisiera yo que mirasen
atentamente con los ojos del entendimiento el
derecho que prescribe la naturaleza, y que siguiesen
el norte de la razon, para que de este modo se
apartasen de las sendas del apetito corrompido, y
entrando en las de la humanidad cumpliesen con los
oficios de verdaderas madres. No sé con que velo
encubren estas indolentes mugeres el pretexto con
que frustran é inutilizan la operacion y curso
natural, dexando que se pierda aquel dulce rocío y
saludable maná que la naturaleza les dió para la
nutricion de sus hijos. El alimento quando es
continuado entona de nuevo, y modifica el cuerpo
haciéndole participante de su influxo y calidades,
de donde se colige que los infantes se inclinan mas,
y tienen mas afecto á las ayas que los criáron, que
á las madres que los engendráron; así sucede que el
amor que tienen á estas es fingido, y el que tienen
á aquellas es verdadero: el amor que profesan á
estas es presuntivo y civil, y el que profesan á
aquellas es fundado y natural. La obligacion
principal tanto de las madres como de los padres
estriva en la procreacion y educacion de los hijos,
y tanto faltando á ésta como á aquella se exôneran y
desnudan del carácter de padres. Si bien
desamparando la educacion dañan á la República, á
quien le interesa que sus miembros sean como unas
plantas fructíferas y nada venenosas,
desentendiéndose de la procreacion, no solamente
ofenden á la República, sino tambien hieren
gravemente á la humanidad. La naturaleza nos dicta que las madres no menos comunican
á sus hijos con su leche, que con la generacion.
Inclinemos nuestros ojos á las fieras, que ni un
solo instante se desprenden de sus hijos, ántes bien
con increíble ahinco les socorren hasta que ellos
puedan por sus fuerzas adquirir el alimento. ¿Será
posible pues que las fieras con solas las armas de
su instinto defiendan el derecho natural, y que las
mugeres rindan al imperio de las pasiones las armas
de su racionalidad, y ciñéndose con la espada de
aquellas combatan y choquen con la razon natural?
Imiten pues á la tierra, que desde el momento en que
arraiga en sus entrañas las plantas no las
desampara, ántes bien es su perpetua compañera
participándoles el xugo necesario para la
vegetacion. Bien conozco, señor Presidente, la
debilidad del sexô. La floxedad, ó el temor de
gastar su hermosura, como dice el eloqüentísimo
Saavedra, inducen las madres á frustrar este fin con
grave detrimento de la República1. No bien se hallan
restablecidas del parto, quando no anhelan á otra
cosa que al vestirse, componerse, adornarse y
engalanarse. Tales mugeres en extremo livianas se
desnudan del amor de sus hijos por vestirse con el
de las diversiones; desprecian la ley de la
humanidad por seguir la de su perverso apetito; en
una palabra el inquieto mar de sus pasiones rompe
los diques de la razon, é inunda el especioso
recinto de la humanidad. Pues si son tan culpables,
si son tan reprehensibles las mugeres, ¿qué diré de
los maridos que consienten tal estilo? por ventura,
¿no son éstos superiores á aquellas2? Pues ¿en
qué razon se fundan para no reprimir el infundado
capricho de ellas? No dudo que algunos mitiguen con
sus consejos el calor que este abuso ha introducido
en el ánimo de las mugeres, pero son muy pocos.
Condescienden pues los maridos, unos por estar como
ellas poseidos de las pasiones; en estos tales
solamente brilla el apetito, y la razon está oculta
entre la ceniza de las pasiones: otros consienten
por no poder mas, pues no pudiendo por la baxeza de
su espíritu sobrellevar las cargas del matrimonio,
se ven precisados á rendir la cerviz al yugo
soberbio de sus mugeres. ¿Cómo han de corregir éstos
los defectos de sus consortes si no tienen dominio
sobre ellas? A estos los considero yo
no solo como esclavos, sino como viles y perversos
esclavos. ¿Será por ventura libre aquel hombre á
quien la muger le domine y mande, le imponga y
prescriba leyes? ¿Será libre quien á nada osa
negarse, de nada intenta excusarse, sino que al
momento executa quanto le ordena, y temeroso cumple
con lo que le prohibe? Si le pide alguna cosa, al
momento se desprende de ella; si le llama viene sin
dilacion; si le echa de su lado se retira acelerado;
si le amenaza se sobrecoge y teme3. ¡Á tanto puede llegar la
pequeñez de ánimo!
Metatextualidade
Errando se aprende.