Núm. 9. Anónimo [Ventura Ferrer] Moralische Wochenschriften Klaus-Dieter Ertler Herausgeber Elisabeth Hobisch Herausgeber Pascal Striedner Mitarbeiter Sarah Lang Gerlinde Schneider Martina Scholger Johannes Stigler Gunter Vasold Datenmodellierung Applikationsentwicklung Institut für Romanistik, Universität Graz Zentrum für Informationsmodellierung, Universität Graz Graz 24.05.2019

o:mws.7593

Anónimo: El Regañón general ó Tribunal catoniano de Literatura, Educacion y Costumbres. Madrid: Imprenta de la Administracion del Real Arbitrio de Beneficencia. 1804, 65-72 El Regañón general 2 09 1804 Spanien
Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief Graz, Austria Spanish; Castilian Spanien Spagna Spain España Espagne Espanha Wirtschaft Economia Economy Economía Économie Economia Autopoetische Reflexion Riflessione Autopoetica Autopoetical Reflection Reflexión Autopoética Réflexion autopoétique Reflexão Autopoética Moral Morale Morale Moral Morale Moral DR Congo Lukamba Lukamba 23.68897,-3.54307 Spain Valencia Valencia -0.37739,39.46975 Spain -4.0,40.0 Spain Barcelona Barcelona 2.15899,41.38879 France 2.0,46.0 Spain Madrid Madrid -3.70256,40.4165 Spain Zaragoza Zaragoza -0.87734,41.65606

Núm.° 9.

Miércoles 1.° de Febrero de 1804.

Secretaría. Correspondencia literaria del mes Carta primera.

Señor Regañon: Se principió nuestra segunda junta particular con la lectura del Regañon número 3, y á todos pareciéron muy apropiados y exâctamente definidos los caractéres distintivos de la vanidad, pero á mi hijo el mayor, Juan, se le ofreció el siguiente reparo que expondré á la alta penetracion de vmd, y es, que aun quando á primera vista deba graduarse de vano el rico que emplea su dinero en pergaminos, no es, con todo, reprehensible esta inversion de caudales en ciertas circunstancias, pues por lo ménos en este pueblo, es un capital que se pone á ganancias muy seguras, y rinde intereses tan crecidos al usufructuario, que no es maravilla los soliciten muchos ricos. Por ellos quedan exoneradas sus familias del sorteo de milicias, de quimas, bagages, alojamientos de soldados, y otras cargas y gravámenes que forman en los pueblos un renglón de no poca consideracion para un labrador. Yo seguramente estoy persuadido, repliqué á mi hijo, que aun quando resulten por el pronto ventajas indisputables á los propietarios de pergaminos, suelen causar en lo sucesivo la perdicion de aquellas familias por abusar de las prerogativas que estan anexas á ellos, y, en este pueblo, en que escribo se advierten infelices restos de prosapias apergaminadas, cuyos antecesores hiciéron un papel muy lucido en la sociedad, mas hoy padecen sus sucesores en la miseria, y batallan con la necesidad. Aquí entra la vanidad, pues para no obscurecer el lustre de sus timbres, y sin embargo de que carecen de las virtudes, heroycidad, riquezas ó industria de sus progenitores, conservan no obstante la superioridad imaginaria sobre los demas que llaman inferiores; de esto nace que el señor Don Bartolo se constituya paseante de Villa, y que esta única y exclusiva ocupacion le impida el sujetarse al trabajo para mantener con su sudor su infeliz é inútil exîstencia. No confundo, señor Regañon, con estos entes á aquella clase privilegiada y compuesta de sugetos virtuosos que recibieron el justo premio debido á sus buenos servicios y acciones brillantes; solamente repruebo los lamentables efectos de la mala educacion en pueblos como éste, y las conseqüencias desastradas á que dan origen las equivocadas ideas que el vulgo de los padres infunde en la mente de sus hijos. He oido, no sin escándalo, á algunos de estos preocupados, que en sabiendo sus hijos mal firmar, no necesitan mas ilustracion, contentándose con el goce de sus rancias y podridas executorias que apestan, si se sacan de la gaveta, mas que un basurero. Amigos, les dixe yo á mis hijos, infundid en el corazon de vuestros hijos el amor á sus semejantes, el aprecio á la industria, el amor al trabajo, el horror al ocio, y no imiteis á esta clase superior de vivientes de esquina, que se entregan á la desidia por alguna pequeña parte que les cupo del pergamino. En este punto llamó el médico á órden, y sacando del bolsillo los Regañones números 57 y 58, dixo: advierto, señores, que no imitemos en nuestros discursos á aquellas famosas cocineras de este pueblo, que con gran de aceptacion y aplauso exercen su arte en las bodas de rumbo, por sola la habilidad de sazonar los manjares con salsas y pebres, muchos de los quales los recibe el paladar con indecible gusto, es cierto, mas no son siempre los alimentos mas saludables. Leamos nuevamente la carta del señor Discípulo de Pericon, y dexemos la vanidad y sus efectos.

Se leyéron en seguida los citados Regañones, y mi hijo el menor, Pedro, expuso las siguientes advertencias. El no querernos aprovechar, como expresa muy bien el señor Discípulo de Pericon, de las lecciones prácticas que notamos en los pocos árboles que la piedad plantó cerca de alguna Ermita, y algunos otros que se crian espontáneos en parages nada piadosos, impide el adelantamiento de las arboledas; y aun mucho mas si reflexîonamos lo que sucede freqüentemente con los árboles que plantan en sus heredades algunos que desean imitar el plan sencillo y útil de Addisson (Spectator. núm.° 583) que echan mano de lo que proponen escritores que no son nacionales, que esta es sobrada recomendacion. Es menester consultar el terreno y el clima, y no guiarse por las promesas de un extranjero que todo lo allana con palabras halagüeñas. Tengo experiencia de que muchos han desistido del empeño de hermosear sus posesiones, por habérseles frustrado los gastos é innovaciones que quisiéron emprender baxo la direccion de estos extrangeros. No dude vmd., señor Diógenes, que hay en el dia muchos Grandes que se dedican al mejoramiento de sus posesiones, y á adornarlas con variedad de árboles, mas también lo es que por esta desconfianza de la habilidad española se empeñan en transportar á este ardiente temperamento los castaños de Indias, y tillones de las Tullerías. Regañe vmd. señor Presidente, contra esta caprichosa inclinacion de valerse de extrangeros, arrinconando á los nacionales de verdadero mérito y conocimientos prácticos. Pueden los extrangeros aprender el manejo y cria de los árboles en los innumerables plantíos con que se halla poblada la huerta de Valencia, los dilatados plantíos de Zaragoza y otras partes de España, sin olvidar la deliciosa amenidad de los jardines de Aranjuez y sus inmensos viveros. No faltan exemplos de Grandes que transformen sus posesiones en jardines de delicias, y la Alameda de la Excelentísima Señora Duquesa de Osuna, las posesiones del Excelentísimo Señor Duque del Infantado, algunas de las del Excelentísimo Señor Conde de Altamira, y entre ellas su Casa de campo en Morata, atestiguan el zelo de nuestros Grandes, y su amor á los plantíos. En nuestras Provincias del Reyno mas bien cultivadas sobresale, es cierto, este gusto é inclinacion á los árboles, y así he visto con alegría las Casas de campo ó torres con que abundan las inmediaciones de Valencia y Barcelona, donde merecen particular elogio los jardines del Arzobispo en Puzol, el del Conde Prensets en la calle de Quarte, el de Mayoral en Minimame, y otros que seria largo enumerar, y sobre todo son dignos de alabanza los costosos jardines del Marques de Llupiá cerca de Orta en las cercanías de Barcelona, &c. &c. Diéron en esto las diez de la noche, y se cerró inmediatamente la carta, por ser la hora en que cada uno se recoge á buena vida en su casa.

El Tertuliante Agricultor de cien años

Carta segunda

Señor Presidente del Tribunal Catoniano: Mucho me ha gustado el discurso que vmd. pone en el Número 20 de su Regañon general sobre las supersticiones ridiculas que todavía existen en el mundo. La carta que en él se coloca sacada de un Diario inglés, prueba los pocos progresos que se hacen en la educacion, ó por mejor decir los absurdos que nacen de la falta de ésta en las gentes del campo, y en muchas personas del Pueblo que no tienen ideas. Aun en los pueblos mas civilizados de las naciones mas cultas se notan todavía no solo todas las creencias ridiculas que vmd. refiere, sino tambien costumbres bárbaras y absurdas. Bastante prueba de esta verdad es lo que sucede actualmente en la Costa de Oro, provincia de Francia, y que ha dado motivo á una circular dirigida por el Prefecto de dicho Departamento á rodos los Agentes municipales de su contorno, á fin de que velen sobre la extincion de varios abusos que se practican en los lugares del campo, y que son tan bárbaros como absurdos. “Estoy impuesto (dice el Prefecto en su circular) que el dia despues de haberse contraido un matrimonio se prepara para la reciencasada (sic) un brebage compuesto de todo lo mas asqueroso que puede inventar la imaginacion mas desarreglada, pues es una mezcla de orines, estiércol, excremento, cabellos, pelos de varios animales, hollin, unto de ruedas de coche, y otras cosas de estas, todo lo qual se le presenta á la novia, y para vencer la repugnancia que naturalmente debe tener ésta á una bebida semejante, se emplea siempre la violencia para obligarla á que beba mas ó ménos segun las fuerzas y disposiciones que muestre á resistirla. No digo nada (añade el mismo Prefecto) de la costumbre ridicula, que exîste todavía en muchos pueblos de este Departamento de poner en un zapato de palo pendiente de una cuerda delgada algunos pedazos de cuero podrido, resina y hastas de toro, á los quales se les da fuego para acompañar á los nuevos esposos hasta su casa, infestando el ayre que les rodea con el humo de unos aromas dignos de tal incensario, y de quien lo dirige. Esto, á la verdad, no es mas que una ridiculez, pero debe sin embargo abolirse por la analogía que tiene con el brebage referido, que será tal vez un resultado de aquella costumbre”. Despues del testimonio auténtico de unos hechos tan bárbaros y absurdos, ¿puede vmd. extrañar los extravíos de la razon humana aun en los pueblos mas civilizados? ¿Qué son las creen-cias de duendes, de fantasmas, y de espectros en comparacion de las ridiculeces que refiero? Los agüeros, las supersticiones y demas costumbres de esta naturaleza influyen mas de lo que se piensa en la dicha ó desdicha moral de los individuos que componen la sociedad, y es asumo digno de que se emplee la pluma de los escritores públicos para que se destierren, pues aunque todas las declamaciones que se puedan hacer no sean suficientes á desarraygarlas, con todo no dexarán de hacer un grande efecto sobre las costumbres publicas. Mande vmd. á su mas constante apasionado

El Doctor Chamorro.

Carta tercera.

Señores Catonistas. Hace algunos años que vivo en esta Corte: muy desde los principios formé el sistema de ser un simple espectador de los combates literarios que se suscitan en las Academias, concurrencias públicas, y periódicos, y siempre he tenido nuevos motivos para fortificarme en mi resolucion en vista de los sarcasmos, calumnias, espíritu de secta, de partido y de provincia, y en fin, de las iniquidades que sórdida y clandestinamente se hacen para destruirse recíprocamente los rivales.

A pesar de mi neutralidad, y de la firme indiferencia con que he observado mi sistema, y no obstante que muchas veces he sido el pacificador de semejantes crueles y vergonzosas guerras, no he podido escaparme de los tiros de la maledicencia que constantemente he despreciado: me consolaba con la idea de haber obrado bien, y asimismo porque de ordinario pasaban las discordias como nube de verano.

Pero he notado con particularidad que desde 1799 han desplegado la envidia y la maldicion todas sus fuerzas, y diariamente se renuevan y exercitan hasta en los lugares mas sagrados con desvergüenza, y como haciendo alarde de su triunfo, contra la moral pública, destrozando sin piedad las buenas costumbres, y á los seres virtuosos é inocentes.

Estas pasiones baxas, que ya se han hecho contagiosas y epidémicas, me han llenado de horror mas de una vez; y me-ditando sobre sus resultas funestísimas, y los remedios mas á propósito para curarlas, me vino á la imaginacion el periódico de vmds., del qual soy comprador: seguidamente tomé la pluma, y de los varios librotes de mi gusto extraxe cierto pedazo que incluye la adjunta traduccion.

Estoy bien persuadido de la exâctitud con que vmds. juzgan los papeles que se les dirigen para su publicacion. Si el que yo remito mereciese su censura, y se insertase en el Regañon, tendria en ello una particular complacencia, y si fuese al contrario seré reconocido, á lo menos por el tiempo que habrán perdido por mi causa.

Madrid

24 de Enero de 1804. B. S. M.

El Pasante espectador.

Traduccion.

Nemo est quin dicat, id humanum esse.... Si id alicui acciderit, statim hei mihi inquit! oh, me miserum....

Epíteto, cap. xxxIII.

La envidia y la maledicencia son los tiranos mas destructores de las buenas costumbres, y de la moral pública; son los enemigos mas livorosos y encarnizados del mérito, de los talentos y de la virtud; en una palabra, son una disposicion insociable que hace al envidioso aborrecer á todos aquellos que tienen qualidades mas ventajosas y apreciables que él.

Los zelos son una pasion que se acerca bastante á la envidia; no son otra cosa que cierta inquietud producida en nosotros por la idea de una felicidad que suponemos gozan otros, y de que nos creemos privados.

El orgullo es el origen inmediato de la envidia, y el amor á cierta preferencia por que suspira todo hombre, le hace perder el buen juicio, y aborrecer en los otros aquellas ventajas que son capaces de darles en la sociedad una superioridad decidida sobre él. Todo mortal que llega á cierto grado en que se hace notable por sus talentos, mérito, fortuna, crédito ó riquezas, se hace indispensablemente el objeto de la envidia pública, pues cada uno querría gozar con preferencia de aquellas qualidades. Los Príncipes, los Grandes y los ricos, son comunmente envidiados, porque se sabe que su poder y su fortuna les da facilidad de poder exercer un imperio, que cada qual querria para sí, creyendo, y lisonjeándose muchas veces con equivocacion de que baria mejor uso de aquel poder.

Los zelos al contrario suponen una idea baxa de sí mismo, esto es, una ausencia absoluta de las bellezas ó qualidades ventajosas que se ven realmente, ó que se suponen existir en aquel de quien se tienen los zelos. Un amante es zeloso de su rival porque cree ó teme que no tiene á los ojos de su querida tantas gracias ó tantas qualidades interesantes como aquel que causa sus inquietudes.

La envidia y los zelos son sentimientos naturales á todos los hombres, pero que cada uno por su propio interes, por el bien de la sociedad, y en fin, para hacerse un individuo sociable, debe cuidadosamente reprimir, ó á lo menos transformar estas pasiones en noble emulacion: ésta consiste en la competencia que se forma para adquirir tan buenas ó mejores qualidades que el rival, pero sin denigrarle, ni calumniarle, ni minorar su mérito.

El envidioso es aquel que no ha aprendido á combatir y vencer una pasion ciega y baxa, y tan funesta á sí mismo como á los demas. La envidia social es un tormento continuo para el ser afligido de esta pasion desgraciada: todo es á su vista un espectáculo negro y devorador no hay ventajas, no hay premios obtenidos por qualquiera en la sociedad que no den un golpe mortal al envidioso. La opulencia de sus conciudadanos le entristece; su elevacion le irrita; su reputacion le hiere; los elogios que se dan á algun otro en su presencia son otros tantos golpes que como un agudo puñal penetran su corazon, y le hacen prorumpir en maldiciones y en calumnias, y la gloria que adquieren le pone en un estado de desesperacion; finalmente, no hay momento de paz ni de quietud para el hombre infeliz que en el estado de la envidia se ha de irritar por todos los bienes de que otros gozan, y quando quiere substraerse al espectáculo aflictivo para él de la felicidad pública ó de sus conocidos, huye y va á devorar su propio corazón en una espantosa y amarga soledad.

La envidia es un vergonzoso sentimiento que no se atreve á descubrir el envidioso, porque está seguro de que excitaria á los demas contra é; por esta razon procura disfrazarse, y sabe tomar muchas y distintas formas. Generalmente ningun hombre se atreve á confesar que tiene envidia á los otros, su pasion se disfraza baxo los nombres de amor al bien público, compasion al desgraciado, defensa de la verdad, &c. y entón-ces es quando tiene mayor intencion de deprimir á los que le desagradan; se indigna á la vista de los empleos ó destinos eminentes que se conceden á ciertos hombres faltos de mérito; gime y se irrita de la opulencia que ve poseída por algunos de quienes cree que no son á propósito para ello; pretextando un amor puro á la verdad, anda buscando continuamente inspiraciones secretas en el corazon de todos para dar motivos odiosos y baxos á las acciones mas bellas; busca en la conducta de los hombres todo lo que pueda rebaxar su mérito; y en fin, usa y aplaude la maledicencia, porque en su concepto degrada á sus rivales.

La envidia es el principio mas precioso de moral para muchos individuos; poco sensibles á los intereses de la virtud, y á los del bien de la sociedad, los envidiosos son un lince quando se trata de descubrir los vicios privados y domésticos de aquellos cuyo bien estar ó buena reputacion les ofusca. El envidioso se hace audaz, transportado y calumniador quando puede fácilmente disfrazarse con los nombres de zelo por la virtud ó por el bien público. Baxo pretexto de buen gusto todo lo critica el envidioso, y nada encuentra bueno ni racional; escucha con placer y con el mayor ahinco los sarcasmos y epigramas; la burla y la sátira mas cruel son para el envidioso alimentos delicados que suspenden por algunos instantes el dolor que le causan el mérito y los talentos; adopta sin exámen la calumnia, porque sabe que ésta dexa siempre cicatrices dificiles de curar; en una palabra, la malignidad, la perversidad y el negro corazon son los dignos compañeros de la envidia, con cuyo auxilio logra á lo menos atormentar el mérito y la inocencia, y desanimar los talentos, si no llega á sofocarlos. (Se concluirá.)

Aviso.

En los primeros dias del mes sigue abierta la subscripcion á este periódico en los mismos términos que se expresan en el Número anterior.

Con Real Privilegio.Madrid

En la Imprenta de la Administracion del Real Arbitrio de Beneficencia.

Núm.° 9. Miércoles 1.° de Febrero de 1804. Secretaría. Correspondencia literaria del mes Carta primera. Señor Regañon: Se principió nuestra segunda junta particular con la lectura del Regañon número 3, y á todos pareciéron muy apropiados y exâctamente definidos los caractéres distintivos de la vanidad, pero á mi hijo el mayor, Juan, se le ofreció el siguiente reparo que expondré á la alta penetracion de vmd, y es, que aun quando á primera vista deba graduarse de vano el rico que emplea su dinero en pergaminos, no es, con todo, reprehensible esta inversion de caudales en ciertas circunstancias, pues por lo ménos en este pueblo, es un capital que se pone á ganancias muy seguras, y rinde intereses tan crecidos al usufructuario, que no es maravilla los soliciten muchos ricos. Por ellos quedan exoneradas sus familias del sorteo de milicias, de quimas, bagages, alojamientos de soldados, y otras cargas y gravámenes que forman en los pueblos un renglón de no poca consideracion para un labrador. Yo seguramente estoy persuadido, repliqué á mi hijo, que aun quando resulten por el pronto ventajas indisputables á los propietarios de pergaminos, suelen causar en lo sucesivo la perdicion de aquellas familias por abusar de las prerogativas que estan anexas á ellos, y, en este pueblo, en que escribo se advierten infelices restos de prosapias apergaminadas, cuyos antecesores hiciéron un papel muy lucido en la sociedad, mas hoy padecen sus sucesores en la miseria, y batallan con la necesidad. Aquí entra la vanidad, pues para no obscurecer el lustre de sus timbres, y sin embargo de que carecen de las virtudes, heroycidad, riquezas ó industria de sus progenitores, conservan no obstante la superioridad imaginaria sobre los demas que llaman inferiores; de esto nace que el señor Don Bartolo se constituya paseante de Villa, y que esta única y exclusiva ocupacion le impida el sujetarse al trabajo para mantener con su sudor su infeliz é inútil exîstencia. No confundo, señor Regañon, con estos entes á aquella clase privilegiada y compuesta de sugetos virtuosos que recibieron el justo premio debido á sus buenos servicios y acciones brillantes; solamente repruebo los lamentables efectos de la mala educacion en pueblos como éste, y las conseqüencias desastradas á que dan origen las equivocadas ideas que el vulgo de los padres infunde en la mente de sus hijos. He oido, no sin escándalo, á algunos de estos preocupados, que en sabiendo sus hijos mal firmar, no necesitan mas ilustracion, contentándose con el goce de sus rancias y podridas executorias que apestan, si se sacan de la gaveta, mas que un basurero. Amigos, les dixe yo á mis hijos, infundid en el corazon de vuestros hijos el amor á sus semejantes, el aprecio á la industria, el amor al trabajo, el horror al ocio, y no imiteis á esta clase superior de vivientes de esquina, que se entregan á la desidia por alguna pequeña parte que les cupo del pergamino. En este punto llamó el médico á órden, y sacando del bolsillo los Regañones números 57 y 58, dixo: advierto, señores, que no imitemos en nuestros discursos á aquellas famosas cocineras de este pueblo, que con gran de aceptacion y aplauso exercen su arte en las bodas de rumbo, por sola la habilidad de sazonar los manjares con salsas y pebres, muchos de los quales los recibe el paladar con indecible gusto, es cierto, mas no son siempre los alimentos mas saludables. Leamos nuevamente la carta del señor Discípulo de Pericon, y dexemos la vanidad y sus efectos. Se leyéron en seguida los citados Regañones, y mi hijo el menor, Pedro, expuso las siguientes advertencias. El no querernos aprovechar, como expresa muy bien el señor Discípulo de Pericon, de las lecciones prácticas que notamos en los pocos árboles que la piedad plantó cerca de alguna Ermita, y algunos otros que se crian espontáneos en parages nada piadosos, impide el adelantamiento de las arboledas; y aun mucho mas si reflexîonamos lo que sucede freqüentemente con los árboles que plantan en sus heredades algunos que desean imitar el plan sencillo y útil de Addisson (Spectator. núm.° 583) que echan mano de lo que proponen escritores que no son nacionales, que esta es sobrada recomendacion. Es menester consultar el terreno y el clima, y no guiarse por las promesas de un extranjero que todo lo allana con palabras halagüeñas. Tengo experiencia de que muchos han desistido del empeño de hermosear sus posesiones, por habérseles frustrado los gastos é innovaciones que quisiéron emprender baxo la direccion de estos extrangeros. No dude vmd., señor Diógenes, que hay en el dia muchos Grandes que se dedican al mejoramiento de sus posesiones, y á adornarlas con variedad de árboles, mas también lo es que por esta desconfianza de la habilidad española se empeñan en transportar á este ardiente temperamento los castaños de Indias, y tillones de las Tullerías. Regañe vmd. señor Presidente, contra esta caprichosa inclinacion de valerse de extrangeros, arrinconando á los nacionales de verdadero mérito y conocimientos prácticos. Pueden los extrangeros aprender el manejo y cria de los árboles en los innumerables plantíos con que se halla poblada la huerta de Valencia, los dilatados plantíos de Zaragoza y otras partes de España, sin olvidar la deliciosa amenidad de los jardines de Aranjuez y sus inmensos viveros. No faltan exemplos de Grandes que transformen sus posesiones en jardines de delicias, y la Alameda de la Excelentísima Señora Duquesa de Osuna, las posesiones del Excelentísimo Señor Duque del Infantado, algunas de las del Excelentísimo Señor Conde de Altamira, y entre ellas su Casa de campo en Morata, atestiguan el zelo de nuestros Grandes, y su amor á los plantíos. En nuestras Provincias del Reyno mas bien cultivadas sobresale, es cierto, este gusto é inclinacion á los árboles, y así he visto con alegría las Casas de campo ó torres con que abundan las inmediaciones de Valencia y Barcelona, donde merecen particular elogio los jardines del Arzobispo en Puzol, el del Conde Prensets en la calle de Quarte, el de Mayoral en Minimame, y otros que seria largo enumerar, y sobre todo son dignos de alabanza los costosos jardines del Marques de Llupiá cerca de Orta en las cercanías de Barcelona, &c. &c. Diéron en esto las diez de la noche, y se cerró inmediatamente la carta, por ser la hora en que cada uno se recoge á buena vida en su casa. El Tertuliante Agricultor de cien años Carta segunda Señor Presidente del Tribunal Catoniano: Mucho me ha gustado el discurso que vmd. pone en el Número 20 de su Regañon general sobre las supersticiones ridiculas que todavía existen en el mundo. La carta que en él se coloca sacada de un Diario inglés, prueba los pocos progresos que se hacen en la educacion, ó por mejor decir los absurdos que nacen de la falta de ésta en las gentes del campo, y en muchas personas del Pueblo que no tienen ideas. Aun en los pueblos mas civilizados de las naciones mas cultas se notan todavía no solo todas las creencias ridiculas que vmd. refiere, sino tambien costumbres bárbaras y absurdas. Bastante prueba de esta verdad es lo que sucede actualmente en la Costa de Oro, provincia de Francia, y que ha dado motivo á una circular dirigida por el Prefecto de dicho Departamento á rodos los Agentes municipales de su contorno, á fin de que velen sobre la extincion de varios abusos que se practican en los lugares del campo, y que son tan bárbaros como absurdos. “Estoy impuesto (dice el Prefecto en su circular) que el dia despues de haberse contraido un matrimonio se prepara para la reciencasada (sic) un brebage compuesto de todo lo mas asqueroso que puede inventar la imaginacion mas desarreglada, pues es una mezcla de orines, estiércol, excremento, cabellos, pelos de varios animales, hollin, unto de ruedas de coche, y otras cosas de estas, todo lo qual se le presenta á la novia, y para vencer la repugnancia que naturalmente debe tener ésta á una bebida semejante, se emplea siempre la violencia para obligarla á que beba mas ó ménos segun las fuerzas y disposiciones que muestre á resistirla. No digo nada (añade el mismo Prefecto) de la costumbre ridicula, que exîste todavía en muchos pueblos de este Departamento de poner en un zapato de palo pendiente de una cuerda delgada algunos pedazos de cuero podrido, resina y hastas de toro, á los quales se les da fuego para acompañar á los nuevos esposos hasta su casa, infestando el ayre que les rodea con el humo de unos aromas dignos de tal incensario, y de quien lo dirige. Esto, á la verdad, no es mas que una ridiculez, pero debe sin embargo abolirse por la analogía que tiene con el brebage referido, que será tal vez un resultado de aquella costumbre”. Despues del testimonio auténtico de unos hechos tan bárbaros y absurdos, ¿puede vmd. extrañar los extravíos de la razon humana aun en los pueblos mas civilizados? ¿Qué son las creen-cias de duendes, de fantasmas, y de espectros en comparacion de las ridiculeces que refiero? Los agüeros, las supersticiones y demas costumbres de esta naturaleza influyen mas de lo que se piensa en la dicha ó desdicha moral de los individuos que componen la sociedad, y es asumo digno de que se emplee la pluma de los escritores públicos para que se destierren, pues aunque todas las declamaciones que se puedan hacer no sean suficientes á desarraygarlas, con todo no dexarán de hacer un grande efecto sobre las costumbres publicas. Mande vmd. á su mas constante apasionado El Doctor Chamorro. Carta tercera. Señores Catonistas. Hace algunos años que vivo en esta Corte: muy desde los principios formé el sistema de ser un simple espectador de los combates literarios que se suscitan en las Academias, concurrencias públicas, y periódicos, y siempre he tenido nuevos motivos para fortificarme en mi resolucion en vista de los sarcasmos, calumnias, espíritu de secta, de partido y de provincia, y en fin, de las iniquidades que sórdida y clandestinamente se hacen para destruirse recíprocamente los rivales. A pesar de mi neutralidad, y de la firme indiferencia con que he observado mi sistema, y no obstante que muchas veces he sido el pacificador de semejantes crueles y vergonzosas guerras, no he podido escaparme de los tiros de la maledicencia que constantemente he despreciado: me consolaba con la idea de haber obrado bien, y asimismo porque de ordinario pasaban las discordias como nube de verano. Pero he notado con particularidad que desde 1799 han desplegado la envidia y la maldicion todas sus fuerzas, y diariamente se renuevan y exercitan hasta en los lugares mas sagrados con desvergüenza, y como haciendo alarde de su triunfo, contra la moral pública, destrozando sin piedad las buenas costumbres, y á los seres virtuosos é inocentes. Estas pasiones baxas, que ya se han hecho contagiosas y epidémicas, me han llenado de horror mas de una vez; y me-ditando sobre sus resultas funestísimas, y los remedios mas á propósito para curarlas, me vino á la imaginacion el periódico de vmds., del qual soy comprador: seguidamente tomé la pluma, y de los varios librotes de mi gusto extraxe cierto pedazo que incluye la adjunta traduccion. Estoy bien persuadido de la exâctitud con que vmds. juzgan los papeles que se les dirigen para su publicacion. Si el que yo remito mereciese su censura, y se insertase en el Regañon, tendria en ello una particular complacencia, y si fuese al contrario seré reconocido, á lo menos por el tiempo que habrán perdido por mi causa. Madrid 24 de Enero de 1804. B. S. M. El Pasante espectador. Traduccion. Nemo est quin dicat, id humanum esse.... Si id alicui acciderit, statim hei mihi inquit! oh, me miserum.... Epíteto, cap. xxxIII. La envidia y la maledicencia son los tiranos mas destructores de las buenas costumbres, y de la moral pública; son los enemigos mas livorosos y encarnizados del mérito, de los talentos y de la virtud; en una palabra, son una disposicion insociable que hace al envidioso aborrecer á todos aquellos que tienen qualidades mas ventajosas y apreciables que él. Los zelos son una pasion que se acerca bastante á la envidia; no son otra cosa que cierta inquietud producida en nosotros por la idea de una felicidad que suponemos gozan otros, y de que nos creemos privados. El orgullo es el origen inmediato de la envidia, y el amor á cierta preferencia por que suspira todo hombre, le hace perder el buen juicio, y aborrecer en los otros aquellas ventajas que son capaces de darles en la sociedad una superioridad decidida sobre él. Todo mortal que llega á cierto grado en que se hace notable por sus talentos, mérito, fortuna, crédito ó riquezas, se hace indispensablemente el objeto de la envidia pública, pues cada uno querría gozar con preferencia de aquellas qualidades. Los Príncipes, los Grandes y los ricos, son comunmente envidiados, porque se sabe que su poder y su fortuna les da facilidad de poder exercer un imperio, que cada qual querria para sí, creyendo, y lisonjeándose muchas veces con equivocacion de que baria mejor uso de aquel poder. Los zelos al contrario suponen una idea baxa de sí mismo, esto es, una ausencia absoluta de las bellezas ó qualidades ventajosas que se ven realmente, ó que se suponen existir en aquel de quien se tienen los zelos. Un amante es zeloso de su rival porque cree ó teme que no tiene á los ojos de su querida tantas gracias ó tantas qualidades interesantes como aquel que causa sus inquietudes. La envidia y los zelos son sentimientos naturales á todos los hombres, pero que cada uno por su propio interes, por el bien de la sociedad, y en fin, para hacerse un individuo sociable, debe cuidadosamente reprimir, ó á lo menos transformar estas pasiones en noble emulacion: ésta consiste en la competencia que se forma para adquirir tan buenas ó mejores qualidades que el rival, pero sin denigrarle, ni calumniarle, ni minorar su mérito. El envidioso es aquel que no ha aprendido á combatir y vencer una pasion ciega y baxa, y tan funesta á sí mismo como á los demas. La envidia social es un tormento continuo para el ser afligido de esta pasion desgraciada: todo es á su vista un espectáculo negro y devorador no hay ventajas, no hay premios obtenidos por qualquiera en la sociedad que no den un golpe mortal al envidioso. La opulencia de sus conciudadanos le entristece; su elevacion le irrita; su reputacion le hiere; los elogios que se dan á algun otro en su presencia son otros tantos golpes que como un agudo puñal penetran su corazon, y le hacen prorumpir en maldiciones y en calumnias, y la gloria que adquieren le pone en un estado de desesperacion; finalmente, no hay momento de paz ni de quietud para el hombre infeliz que en el estado de la envidia se ha de irritar por todos los bienes de que otros gozan, y quando quiere substraerse al espectáculo aflictivo para él de la felicidad pública ó de sus conocidos, huye y va á devorar su propio corazón en una espantosa y amarga soledad. La envidia es un vergonzoso sentimiento que no se atreve á descubrir el envidioso, porque está seguro de que excitaria á los demas contra é; por esta razon procura disfrazarse, y sabe tomar muchas y distintas formas. Generalmente ningun hombre se atreve á confesar que tiene envidia á los otros, su pasion se disfraza baxo los nombres de amor al bien público, compasion al desgraciado, defensa de la verdad, &c. y entón-ces es quando tiene mayor intencion de deprimir á los que le desagradan; se indigna á la vista de los empleos ó destinos eminentes que se conceden á ciertos hombres faltos de mérito; gime y se irrita de la opulencia que ve poseída por algunos de quienes cree que no son á propósito para ello; pretextando un amor puro á la verdad, anda buscando continuamente inspiraciones secretas en el corazon de todos para dar motivos odiosos y baxos á las acciones mas bellas; busca en la conducta de los hombres todo lo que pueda rebaxar su mérito; y en fin, usa y aplaude la maledicencia, porque en su concepto degrada á sus rivales. La envidia es el principio mas precioso de moral para muchos individuos; poco sensibles á los intereses de la virtud, y á los del bien de la sociedad, los envidiosos son un lince quando se trata de descubrir los vicios privados y domésticos de aquellos cuyo bien estar ó buena reputacion les ofusca. El envidioso se hace audaz, transportado y calumniador quando puede fácilmente disfrazarse con los nombres de zelo por la virtud ó por el bien público. Baxo pretexto de buen gusto todo lo critica el envidioso, y nada encuentra bueno ni racional; escucha con placer y con el mayor ahinco los sarcasmos y epigramas; la burla y la sátira mas cruel son para el envidioso alimentos delicados que suspenden por algunos instantes el dolor que le causan el mérito y los talentos; adopta sin exámen la calumnia, porque sabe que ésta dexa siempre cicatrices dificiles de curar; en una palabra, la malignidad, la perversidad y el negro corazon son los dignos compañeros de la envidia, con cuyo auxilio logra á lo menos atormentar el mérito y la inocencia, y desanimar los talentos, si no llega á sofocarlos. (Se concluirá.) Aviso. En los primeros dias del mes sigue abierta la subscripcion á este periódico en los mismos términos que se expresan en el Número anterior. Con Real Privilegio.Madrid En la Imprenta de la Administracion del Real Arbitrio de Beneficencia.