Miércoles 1.° de Febrero de 1804.
Se leyéron en seguida los citados Regañones, y mi hijo el menor, Pedro, expuso las siguientes advertencias. El no querernos aprovechar, como expresa muy bien el señor
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A pesar de mi neutralidad, y de la firme indiferencia con que he observado mi sistema, y no obstante que muchas veces he sido el pacificador de semejantes crueles y vergonzosas guerras, no he podido escaparme de los tiros de la maledicencia que constantemente he despreciado: me consolaba con la idea de haber obrado bien, y asimismo porque de ordinario pasaban las discordias como nube de verano.
Pero he notado con particularidad que desde 1799 han desplegado la envidia y la maldicion todas sus fuerzas, y diariamente se renuevan y exercitan hasta en los lugares mas sagrados con desvergüenza, y como haciendo alarde de su triunfo, contra la moral pública, destrozando sin piedad las buenas costumbres, y á los seres virtuosos é inocentes.
Estas pasiones baxas, que ya se han hecho contagiosas y epidémicas, me han llenado de horror mas de una vez; y me-
Estoy bien persuadido de la exâctitud con que vmds. juzgan los papeles que se les dirigen para su publicacion. Si el que yo remito mereciese su censura, y se insertase en
24 de Enero de 1804. B. S. M.
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Epíteto, cap. xxxIII.
Los zelos son una pasion que se acerca bastante á la envidia; no son otra cosa que cierta inquietud producida en nosotros por la idea de una felicidad que suponemos gozan otros, y de que nos creemos privados.
El orgullo es el origen inmediato de la envidia, y el amor á cierta preferencia por que suspira todo hombre, le hace perder el buen juicio, y aborrecer en los otros aquellas ventajas que son capaces de darles en la sociedad una superioridad decidida sobre él. Todo mortal que llega á cierto grado en que se hace notable por sus talentos, mérito, fortuna, crédito ó riquezas, se hace indispensablemente el objeto de la envidia pública, pues cada uno querría gozar con preferencia de aquellas qualidades. Los Príncipes, los Grandes y los ricos, son comunmente envidiados, porque se sabe que su poder y su fortuna les da facilidad de poder exercer un imperio, que cada qual
Los zelos al contrario suponen una idea baxa de sí mismo, esto es, una ausencia absoluta de las bellezas ó qualidades ventajosas que se ven realmente, ó que se suponen existir en aquel de quien se tienen los zelos. Un amante es zeloso de su rival porque cree ó teme que no tiene á los ojos de su querida tantas gracias ó tantas qualidades interesantes como aquel que causa sus inquietudes.
La envidia y los zelos son sentimientos naturales á todos los hombres, pero que cada uno por su propio interes, por el bien de la sociedad, y en fin, para hacerse un individuo sociable, debe cuidadosamente reprimir, ó á lo menos transformar estas pasiones en noble emulacion: ésta consiste en la competencia que se forma para adquirir tan buenas ó mejores qualidades que el rival, pero sin denigrarle, ni calumniarle, ni minorar su mérito.
El envidioso es aquel que no ha aprendido á combatir y vencer una pasion ciega y baxa, y tan funesta á sí mismo como á los demas. La envidia social es un tormento continuo para el ser afligido de esta pasion desgraciada: todo es á su vista un espectáculo negro y devorador no hay ventajas, no hay premios obtenidos por qualquiera en la sociedad que no den un golpe mortal al envidioso. La opulencia de sus conciudadanos le entristece; su elevacion le irrita; su reputacion le hiere; los elogios que se dan á algun otro en su presencia son otros tantos golpes que como un agudo puñal penetran su corazon, y le hacen prorumpir en maldiciones y en calumnias, y la gloria que adquieren le pone en un estado de desesperacion; finalmente, no hay momento de paz ni de quietud para el hombre infeliz que en el estado de la envidia se ha de irritar por todos los bienes de que otros gozan, y quando quiere substraerse al espectáculo aflictivo para él de la felicidad pública ó de sus conocidos, huye y va á devorar su propio corazón en una espantosa y amarga soledad.
La envidia es un vergonzoso sentimiento que no se atreve á descubrir el envidioso, porque está seguro de que excitaria á los demas contra é; por esta razon procura disfrazarse, y sabe tomar muchas y distintas formas. Generalmente ningun hombre se atreve á confesar que tiene envidia á los otros, su pasion se disfraza baxo los nombres de amor al bien público, compasion al desgraciado, defensa de la verdad, &c. y entón-
La envidia es el principio mas precioso de moral para muchos individuos; poco sensibles á los intereses de la virtud, y á los del bien de la sociedad, los envidiosos son un lince quando se trata de descubrir los vicios privados y domésticos de aquellos cuyo bien estar ó buena reputacion les ofusca. El envidioso se hace audaz, transportado y calumniador quando puede fácilmente disfrazarse con los nombres de zelo por la virtud ó por el bien público. Baxo pretexto de buen gusto todo lo critica el envidioso, y nada encuentra bueno ni racional; escucha con placer y con el mayor ahinco los sarcasmos y epigramas; la burla y la sátira mas cruel son para el envidioso alimentos delicados que suspenden por algunos instantes el dolor que le causan el mérito y los talentos; adopta sin exámen la calumnia, porque sabe que ésta dexa siempre cicatrices dificiles de curar; en una palabra, la malignidad, la perversidad y el negro corazon son los dignos compañeros de la envidia, con cuyo auxilio logra á lo menos atormentar el mérito y la inocencia, y desanimar los talentos, si no llega á sofocarlos. (Se concluirá.)
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