El Catón Compostelano: Discurso VII

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DISCURSO VII.

SOBRE LA UTILIDAD DEL ARTE de escribir.

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Metatestualità

Antes de tomar la pluma, ya preveo poco mas ó menos la suerte que te ha de caber, Caton mio; si, es inevitable que padezcas alguna interpolacion de siniestro entre poco de lo favorable que experimentes. Vas á presentarte en un tribunal, cuyas causas suelen salir en discordia, porque su juez, aunque es igual siempre en la forma de pensar, desiguala regularmente en los conceptos que produce. Es un Cuerpo con muchas cabezas, que teniendo una sola facultad inteligente, tiene tantas organizaciones quantas son aquellas; y de aqui es que resulta la division en decir, con mucha dificultad aun en conciliar los votos, y juzgar de su pluralidad en pro ó en contra ¿A quantos, pues, de los que te lean parecerá cosa importante lo que vas á decir, y á quantos superflua? Con efecto, aquellos pocos que por su solidéz en pensar se dedican al estudio del origen y progresos de las ciencias y artes, harán de ti el aprecio que mereces; pero los que lo saben todo hacen poco caso de esta especie de investigaciones. En parte no dejan de acertarlo, y es mejor que procuren precaver la tisis que sobreviene á los que emprenden un estudio serio, que el que infesten con este contagio á todo el mundo, de cuyo bien son muy zelosos. ¡Que donosa respuesta dan los espíritus abotargados! Pero ya de estos no hay que hacer caso. Vamos, pues, á predicar á otra parte. Otra especie de gentes hay, que no solo aborrece aquel estudio, sinó que aun tambien pretende inspirar el mismo odio á los que están bajo su potestad. Aqui es la mia, y precisamente voy á dar un gran palo.

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Para esto quiero entenderme solo con todos aquellos Padres de familia, que encaprichados en la falsa y ridicula aprehension de que muchas doncellas se han hechado á perder por saber escribir, prohiven á sus hijas que aprendan, inspirandoles aversion á este arte, hasta llegar á llamar á los tinteros copas de los hechizos de Medusa, para que ni aun los miren. Con estos, pues, quiero venir á quentas, y preguntarles: ¿qual es mayor el numero de las que se malogran por saber escribir, ó de las que no saben? Supongamos por un momento, que es el de las primeras; pero ¿quantos arbitrios no tienen las ultimas? En salir á la calle, en asomarse á una ventana bien colocada, en el recurso de una reja, de una puerta escusada, y en otras muchas zancadillas que saben armar para burlarse de la vigilancia de los Argos que las zelan, pueden fundar bien el logro de sus deseos todas aquellas, cuya mala educacion y poco recogimiento engendra en ellas inclinacion al libertinage; y todos los arbitrios citados ¿no son mas en numero, que el unico de escribir? Claro está que si. Luego mas facil es de creer, que sea mayor el numero de las malogradas que no saben escribir, que el de las que saben. No estando, pues, solo en esta ciencia el peligro de las doncellas, es preciso buscar su causa en otras infinitas sutilezas que suele subministrar fecundamente el vicio; y es mejor padres simples y viejos rancios, que pongais mas cuidado en entender y penetrar todo el disimulo de una refinada zalamería, y falsa devocion de vuestras hijas y nietas, que que escrupuliceis sobre darles un punto necesario de instruccion, como es el escribir. Vuestra inutil precaucion en esta parte llora cada dia la falta de un verdadero desengaño, y acertada inteligencia. Soys en verdad desgraciados, é yo mismo os acompañaría en el llanto, quando sale chasqueado vuestro machucho parecer por quien no sabe leer, ni escribir. Pero sin embargo de este deslíz, proseguid con vuestras veteranas máxîmas, que acaso os aprovecharán en alguno ú otro caso.

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Eteroritratto

Pues no es menos terca la preocupacion de las mugeres en general. Estas tambien, ó sea porque lo heredaron, ó sea porque asi se lo dicta su encogido entendimiento, miran como impropio y nada peculiar de su sexô el saber leer, y mucho menos escribir. ¿Para que nos hace falta eso? dicen ellas. Nosotras tenemos bastante con saber hilar, coser y governar una casa, ni hemos nacido para otra cosa. Esta es la cartilla que el entusiasmo les ha puesto en las manos, y de que no es posible desarraigarlas por mas que se las quiera convencer; como si no entrara en la ciencia del govierno de casa el saber leer, escribir, y aun el contar, asi para no ser engañadas en lo que compran, dan y reciben, como tambien para formar ciertas quentas precisas á veces dentro de casa; y ¿quanto mejor es saber hacerlo por si mismas que llamar y pagar en estos casos inevitables á un estraño que supla su ignorancia? Pero doy de barato que aun entonces hallen recursos suficientes en qualquiera mano domestica ¿servirá por ventura esta misma, ni aun la mas fìel, para escribir la correspondencia de una esposa á su marido ausente? Quando se tratan entre los dos asuntos, cuya reserva es sumamente interesante ¿podrán ni aun á los hijos mismos confiarse? Sin peligro de trascender á lo menos, no puede hacerse; y ¿entonces que remedio? ¡Ah! ¡Que poco se piensa en esto! y que poco vale decir: Por vida de : : : : si yo huviera apredido, pudiera hacer por mi misma todo quanto quisiese! Pero ya viene tarde el arrepentimiento. Despues de todo esto ¡quan apreciable no es á los ojos de un hombre despreocupado una joben que posee las habilidades de leer, escribir y contar! Acaso estas son muchas veces quienes mas que su hermosura pueden determinarle á formar el lazo conyugal. Pero dejo ya de enumerar otras muchas ventajas que trahe consigo el arte de escribir, relativas solo á la necesidad de las mugeres, para referir las que reporta al hombre sin excepcion.
Quando se siente su corazon excitado de la noble pasion de saber, hace todos sus esfuerzos para llegar al conocimiento de lo que ignoraba, y no percibe en si perfecta alegría, hasta que consigue instruirse por menor de todas las circunstancias del objeto de su curiosidad. Algunas veces es tan violenta aquella pasion, que le obliga á dejar su Patria para surcar mares peligrosos, y atravesar desiertos aridos y temibles, con el fin de satisfacer este deseo de saber que ennoblece al alma, donde lo hay. Pero, como no estamos siempre en estado de hacer viajes largos, y por otra parte no podemos ver todo lo que no queremos ignorar, es preciso recurrir á otros medios, ya que no sea á la inspeccion real de las cosas, para instruirse de ellas. Si no supiesemos mas que lo que vemos con nuestros ojos, precisamente nuestra ignorancia sería digna de compasion; porque prescindiendo de las cosas pasadas, que ya nos sería imposible ver ¿que parte tendriamos en las presentes, considerando que estamos encerrados entre las murallas de una Ciudad, y que aun dentro de esta no vemos sino lo que se pasa en la casa que habitamos? ¿Que noticias tendriamos de las demás Villas y Lugares que estan separados de nosotros por medio de rios y montañas? Pero ¡que digo de los demás Lugares! ¿Que serìa de los otros Reynos, y de las otras partes del Mundo? Lo cierto es, que estrechado el hombre en el corto conocimiento que puede adquirir por sus propios ojos, es tan poca cosa, que no se si bajo este respecto se puede lisongear de ser superior á los Topos y Buhos. Pero haviendo el Autor de la Naturaleza inspirado en su alma un deseo tan violento de saber, tampoco le negó los medios de conseguirlo. Al contrario, lo ha dispuesto de tal modo, que se puede decir que todo contribuye á este fin, porque despues de haverlo dotado de sentidos bastante agudos, y particularmente del de la vista y del oido, que son los dos organos principales por donde se introduce en el alma la luz de las ciencias, le ha concedido tambien el socorro de la palabra y escritura, por cuyo medio se comunica de unos á otros tan perfectamente aquella luz, que parece que la ciencia de un particular viene á ser la de todo el genero humano. Asi que estos dos admirables medios nos proporcionan el que no se hayan deslizado como el ayre los conocimientos de los primeros hombres, que los nuestros se conserven, y que se aumente infinitamente todos los dias el fondo de nuestra sabiduría. De estos medios, de que el hombre se sirve para publicar lo que sabe, el uno es puramente natural, y el otro es efecto de su invencion. El don de la palabra, nadie lo duda, es natural al hombre: y aunque muchas veces se haya disputado qual ha sido el primer lenguage que ha usado, yo no creo que deje de ser incontestable, que la palabra generalmente tomada no le sea natural, porque si es cierto que la Naturaleza nada hace superfluo ¿para que luego havrá dado al hombre todos lo organos necesarios para formar la palabra? Si no tuviese intencion de que se sirviese de ellos, como lo hace, para explicar sus pensamientos, manifestar sus necesidades, y socorrer á sus semejantes, lejos de concederselos se los negaría, y en este caso naceria sin facultades para hablar, dejandole de ser por consiguiente natural el don de la palabra. Al contrario la escritura parece ser efecto de la invencion humana; pero es una invencion tan maravillosa, que se puede decir que el hombre sobrepujó á sus fuerzas, y que no pudo menos de ser iluminado con un rayo de luz superior, para llegar al descubrimiento de este arte: y con efecto ¿que otra cosa hay mas digna de admiracion en todo lo que vemos? ¡Quanta sutileza é ingenio no hallamos, considerando como pudo hacerse fijo y permanente este ruido que hacemos, y se escapa quando hablamos! ¡Que acuerdo entre ojos y oidos ha podido ajustar estas figuras que llamamos letras, con los sonidos que representan! ¡Que autoridad no havrá sido necesaria para dar á cada una el poder que les atribuyen! Pero ¡como se pudo encerrar el numero infinito de palabras que forman la lengua de una Nacion en una cantidad tan pequeña de caracteres! Ciertamente es necesario ser muy torpe para no ver las dificultades casi inconcevibles, que debieron encontrarse en el origen de esta invencion, y que fué preciso vencer antes de ponerla en el punto de perfeccion en que se halla. Por lo que à mi hace, confieso que nada me maravilla mas, y

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Esempio

tengo por muy excusable á aquel Americano que pensó que una carta misiva era un Dios, porque havia revelado tan fielmente al sugeto á quien iba dirigida, la cantidad del fruto que le havian dado para entregar, y del qual havia comido parte en el camino.
Pero como la palabra y la escritura son los dos medios, de que he dicho se sirve el hombre para instruir, de aqui se sigue que este debe exâminar con cuidado las cosas que le hacen su uso mas util y mas agradable; esto es, debe hablar y escribir de tal modo, que llegue siempre si puede al objeto que se ha propuesto. Sin embargo no hay cosa que mas le aparte de esto, que la obscuridad que se encuentra yá en sus palabras, yá en sus escritos. No hay cosa que retarde mas los progresos del Maestro y del discipulo, que aquella fatal obscuridad que cierra la boca al uno y el oido al otro, haciendo que uno hable inutilmente, y que el otro escuche sin fruto. Supuesto, pues, hay dos modos de enseñar, uno de palabra y otro por escrito ¿qual de ellos será el que mas se acomode al deseo que tenemos de saber todas las cosas? La palabra sin duda se insinua con mucha facilidad. La eloqüencia tiene ventajas muy particulares. El tono de voz, la accion del cuerpo, y el movimiento de los ojos son otros tantos modos de expresarse que hyeren la imaginacion del que escucha, y que hacen que el discurso imprima en su alma imagenes muy fuertes y muy durables. Pero la palabra exîge la presencia de aquel con quien hablamos; y muchas veces deseamos oir á un hombre que está muy lejos de nosotros, porque son las cosas remotas las que con mas ardor queremos saber, y esto no nos lo puede facilitar la palabra, sinó la escritura. Por lo mismo es preciso confesar, que la palabra es un medio oportuno para enseñar, pero un medio que se encierra en limites bastante estrechos. Agreguese á esto que las palabras son fugitivas, y parece que tienen alas, segun los Poetas Griegos; que son unos sonidos que pasan sin detenerse, y que quando han salido una vez de nuestra memoria, los perdemos sin esperanza de que vuelvan; pero la escritura es una cosa durable, es un espíritu unido á un cuerpo, y en suma es una palabra muerta que dura mas que la viva.
P. D. Há llegado á mis manos un Discurso Anonimo, que entre otras razones de que se sirve para impugnar al II. III. y IV. de este Caton, usa tambien de la de ser copiados en todo ó en parte de otros originales; y no siendo suficiente decir esto sin exponer el Autor, la página, el capitulo, y aun las mismas palabras extrahidas que ha notado en aquellos, suspendo darlo á luz, como lo haré con los que se presenten sin esta formalidad.