Número XXI Anónimo Moralische Wochenschriften Klaus-Dieter Ertler Herausgeber Roland Bernhard Mitarbeiter Silke Brandstätter Mitarbeiter Alexandra Fuchs Mitarbeiter Elisabeth Hobisch Mitarbeiter Andrea Kubanek Mitarbeiter Marion Oberegger Mitarbeiter Julia Obermayr Mitarbeiter Carina Windhager Mitarbeiter Sarah Lang Gerlinde Schneider Martina Scholger Johannes Stigler Gunter Vasold Datenmodellierung Applikationsentwicklung Institut für Romanistik, Universität Graz Zentrum für Informationsmodellierung, Universität Graz Graz 09.08.2019 o:mws-111-802 Anónimo: El Filósofo á la Moda, ó el Maestro universal. Madrid: Imprenta de Benito Cano 1788, 37-52 El Filosofo à la Moda 2 003 1788 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief Graz, Austria Spanish; Castilian Frauenbild Immagine di Donne Image of Women Imagen de Mujeres Image de la femme Imagem feminina Männerbild Immagine di Uomini Image of Men Imagen de Hombres Image de l'homme Imagem masculina Menschenbild Immagine dell'Umanità Idea of Man Imagen de los Hombres Image de l’humanité Imagem humana Spain -4.0,40.0

Número 21

Leccion XXXIX A los Favorecidos de las Damas.

 . . . . . Sed tu, simul obligastiPerfidum uotis, caput enitescisPulchrior multo . . . . . 

Horat. lib. II. Od. VIII. 5.

Estoy persuadido que ninguna cosa podria subministrar jamas tanto entretenimiento, quanto la historia de los Favorecidos, que de tiempo en tiempo son de moda entre las damas, y cada una quisiese decir de buena lo que la tiene empeñada á dar la preferencia á éste mas bien que á aquel, y si cada uno de ellos contase cándidamente con qué accion heroica ó con qué discrecion se hizo gar entre las hermosas. A mí me es tan fácil conocer quándo un hombre se compone para agradar á las Damas, como quando le veo armado para salir á caza. El Favorecido de las bellas, que por otro nombre le podemos llamar Cortejo, tiene el porte y las facciones totalmente diferentes de las de los demas individuos de nuestra especie: afecta un cierto ayre descuidado en sus vestidos, y procura siempre parecer lo que no es. Los cazadores imitan la voz de los páxaros que quieren coger en sus redes; del mismo modo los Favorecidos, de que hablamos, procuran semejarse á la hermosa que desean sorprehender. Saben todo lo que pasa en las familias; estan ocupados de unos cuidados muy ligeros; no ignoran lo que es necesario para curar un catarro, y nunca salen á la calle sin tener consigo un botecito de quintas esencias para el caso de alguna indisposicion repentina.

La curiosidad, que es mi pasion predominante, y el único placer de mi vida, á veces me ha empeñado á exâminar el curso de ciertos enredos amorosos, como tambien los modos y calidades de aquellos que regularmente saliéron con buen suceso. Nunca he conocido hombre de juicio, que haya sido generalmente el Favorecido de las Damas. Un ayre singular, una extrañeza de humor, una imaginacion ridícula, en una palabra, todo lo que hubiera sido capaz de la mofa, del escarnio de los demas hombres, esto mismo ha servido de recomendacíon para con las hermosas. Sentiria ofender á personas tan dichosas como las de quien hablo; pero es necesario hacer observacion, que el Cortejo se distingue en la singularidad de los vestidos, y en una freqüencia insulsa al lado de las hermosas. Ademas para agradar á una Dama bizarra, necesita la reputacion de haber sido él bien recibido de alguna otra, porque no se puede ignorar, que en-tre estas criaturas arden continuamente unos furiosos zelos, y no piensan quasi en otra cosa, sino en avasallar á los esclavos de sus competidoras.

El favorecido de las Damas no debe ser ni tonto ni muy discreto. Solamente se trata de palabras, de subministrar material á la conversacion; y no de hablar con seriedad, ó cosas importantes. Entre los que las visitan no hay quien mas congenie con ellas, que aquellos voluntarios que las sirven gratis, sin esperar ninguna recompensa ni el menor adelantamiento. Les basta darlas la mano al salir de una Iglesia, ó de otro concurso público; ser admitidos en su compañia, y que tengan libertad de pasar con ellas una parte de aquel tiempo, que causa tanto fastidio á los ociosos. No hablo de aquellos desvanecidos que se enamoran de todas las que ven, y que presumen ser los mejores mozos, y los mas entendidos hombres del siglo, y que nada puede resistir á sus atractivos. Son inumerables tales conquistadores, particularmente quando la Corte vuelve de alguna jornada.

Quando se ve que un hombre se presenta en una tertulia, ó en un concurso con afectado donayre, que habla alto fuera de propósito, que no tiene las debidas atenciones á la compañía con quien se halla, y que estudia ciertos modos descuidados, se puede sin duda decidir que ha rendido á muchas hermosuras. Un aspecto altanero, el pecho elevado, el sombrero á la extremidad de la frente, el paso en cadencia, y ciertas miradas con destreza á todas partes son las señales que distinguen los favorecidos de las Damas. Estas admirables calidades no se ven siempre unidas en un mismo sugeto; no Señor, ántes muy rara vez; ¡ay del mundo, si tal sucediera con freqüencia! uno solo bastaba para encadenar un millon de bellezas. Si alguno juntase á estos talentos una proporcionada sabiduría, y viviese en la Corte ú otro pueblo grande, seria necesario avisar al público por medio de carteles, de los Diarios, de los Correos y demas periódicos (en cuyo caso traerian tambien esta utilidad al público) para que cada uno enviase á sus mugeres y á sus hijas á parages seguros. Sucede alguna vez que un hombre de éstos ha leido las Musas de Quevedo, ó las Comedias de Calderon, y toda la demas caterva de nuestros Poetas; que ha compuesto alguna mala Comedia ó Tirana, y sabe de memoria la traduccion de las Cartas de Ovidio. ¡Ah, si fuese tan fiel, como es amable! Esto seria demasiado: á pesar de su perfidia las Damas se hallan dispuestas á manifestarle afecto: “Se le concederia de buena gana algun pequeño favor para tener el gusto de oirle hablar, sea que chancee sobre los cupi-dillos de un abanico, contando sus cañas, sea que las regale con una infinidad de epitectos, que nunca le faltan. La fragilidad de una muger que se rinde á tan fuertes asaltos, es sin duda digna de compasion.” Por esto muchas Damas, viendo á uno de estos conquistadores, dicen que tales hombres no tienen el menor escrúpulo de hacerlas perder su honor y su reputacion. Es cierto que en la mayor parte de los amores (particularmente clandestinos) quedan preferidas las calidades quiméricas á las virtudes sólidas. Una hermosura poco teme conciliarse el desprecio de los hombres con su desabrimiento, con tal que tenga seguridad de ser siempre el objeto de la pasion de alguno, y de conservar sus donayres y buen porte. Se podria sacar por consequencia, que los dos sexôs no se aplican á la lectura de todas las mas desabridas Novelas, ni á tratar con las personas mas insulsas, sino por competir en sus imperfecciones, y llegar á ser ó un amable impostor, ó una pérfida hermosa.

Leccion XL A los Viejos Afeminados, y Viejas Presumidas.

Possent ut juvenes visere fervidi,Multo non sine risu,Delapsam in cineres facem.

Horat. lib. IV. Od. XIII. 26.

Si los mas mínimos talentos del alma ó del cuerpo nos han grangeado á veces algunos aplausos, nos engreimos de modo, que nos lisonjeamos poseerlos para siempre, y que no tendrá poder la vejez para quitárnoslos. Jamas abandonamos los medios que nos proporcionáron diferentes elogios. De aquí nace que un autor prosigue escribiendo, aunque se haya vuelto un niño, y comience á niñear, aunque su memoria ya no le sirva, y aunque aquella viveza y calor natural que alguna vez le animaba no le aliente ya. La misma locura hace que un hombre no conozca lo que es propio de su edad. Clodio fué un baylarin arrogante quando tenia 25 años, y ahora que tiene mas de 60 quiere todavía baylar fandangos y contradanzas, aunque le tiemblan las piernas. Esta locura en fin llena la Corte de viejos afeminados, y de viejas presumidas.

Canidia, que es una Señora de esta clase, pasó ayer junto á mí en coche. En 1370 era una belleza extraordinaria; era seguida de un tropel de adoradores, á quienes daba pábulo para tener la complacencia de tiranizarlos. Entónces se habituó á aquellas miradas imperiosas, que no ha podido dexar hasta ahora, de modo, que tiene toda la altivez de una grande hermosura, sin tener ni la mas mínima de sus gracias. Si atrae los ojos de alguno es únicamente para lasti-marse de su ridículo donayre. Las Damas se rien de su afectacion, y los Caballeros, que igualmente tienen una satisfaccion maligna en ver humillada una hermosura imperiosa, la contemplan del mismo modo que un pueblo libre contempla la desgracia de un tirano.

Un amigo mio, grande admirador de las galanterías que eran de moda á principios de este siglo, me comunicó dias hace una carta, que un bello ingenio de aquellos tiempos escribió á su enamorada, y me parece justamente ser del humor de Canidia: aunque yo no tengo siempre el gusto de mí amigo, la hallé tan bien puesta, que saqué inmediatamente copia de ella, para darla al público, y es la siguiente.

Señora.

Ya que las conversaciones que he tenido con vmd. quando estaba totalmente despierto nada han po-dido lograr á mi favor, determino experimentar si mis sueños tendrán mejor fortuna. Con este pensamiento haré á vmd. la relacion de un sueño muy extraño que tuve la otra noche, pocas horas despues de haber dexado á vmd.

Me pareció hallarme empantaxado en un gran valle, dividido en dos partes por un rio, cuyas aguas eran clarísimas: no se podia ver cosa mas agradable ni apacible que aquella soledad. La tierra insensiblemente se elevaba de una y otra parte del rio, y me hallaba cubierto de una variedad infinita de delicadas flores, que multiplicadas al parecer por la claridad de las aguas, como en cristalinos espejos, hacian mayor la delicia de aquel sitio, ó mas bien formaban otra decoracion tan viva, como la real. Sobre las dos orillas del rio habia dos filas de árboles altos y magestuosos, con tanta multitud de paxarillos, como de ojas, que por todas partes formaban una dulce harmonía.

Poco habia yo andado por esta morada, quando vi á lo léjos que remataba en un templo de arquitectura antigua, pero muy regular, y de gran magnificencia. En lo alto de la fachada se veia la estatua de Saturno con el mismo trage que los poetas nos pintan al tiempo.

Miéntras me adelantaba para observarle de cerca, y satisfacer mi curiosidad, me detuvo un objeto mucho mas hermoso que él, y todos los que hasta entónces habia visto. Estoy cierto, Señora, que vmd. inmediatamente conjeturara que este objeto no podia ser sino vmd. misma. Efectivamente no se engaña, vmd. era aquel amable objeto, que vi dormida sobre las flores, que adornaban el rio, y de modo, que sus brazos extendidos quasi tocaban al descuido las primeras olas del agua con la extremidad de sus dedos. Si el sueño que cerraba á vmd. los ojos me quitó el gusto de verlos, me franqueó ocasion de observar muchas gracias suyas, que hubieran desaparecido, apénas despertara. Admiré entre muchas cosas su tranquilidad y descanso, en oposicion de la inquietud que vmd. causa á tantos. Miéntras esta y otras reflexîones me ocupaban, un ruido furioso me anunció que se abrian las puertas del templo; volví los ojos ácia aquella parte, y vi dos personages baxo figura humana que entraban en el valle. Despues de haberlos contemplado bien, conocí que eran la Juventud y el Amor. La primera coronada de un resplandeciente cerco, cuyo color era semejante á la púrpura, llenaba todo el valle con su resplandor. El otro tenia en la diestra una ha-cha encendida. Se adelantáron ánte nosotros, y observé que al parque ellos se acercaban, las flores aumentaban su color, y los árboles se vestian de nuevas hojas; los machos y las hembras de los paxarillos se unian, y redoblaban sus harmoniosas voces; en suma toda la faz de la naturaleza brillaba de nuevos resplandores. Apénas estos dos personages llegáron al parque donde estabamos, quando se sentáron el uno á la diestra, y el otro á la siniestra de vmd. Me pareció entónces, qne su color se avivió mas, y que toda su persona se naba de nuevas gracias y donayres de manera que parecia mas humana. Pero quedé muy sorprehendido al ver que á pesar de todos los esfuerzos que hiciéran aquellas dos deidades para despertar á vmd., se mantenia en su profundo sueño.

Poco despues la Juventud desple-gó dos alas, que no habia reparado tuviese, y voló á lo alto hasta que la perdí de vista. El Amor prosiguió en dexar su hacha encendida delante del rostro de vmd. que me parecia mas hermosa que nunca. La brillantez de aquella llama que justamente heria en los ojos de vmd. por último la despertó; pero en lugar de quedar reconocida á los favores de aquella deidad, vmd. con admiracion mia se ensoberbeció, y arrancándole el hacha de las manos la apagó, metiéndola en el rio. Luego que aquel pequeño Dios la miró á vmd. con ojos mezclados de lástima y cólera, tomo tambien el vuelo al ayre, é inmediatamente se esparció por todas partes un ayre melancólico y obscuro. Despues compareció una horrible fantasma, que entró por la parte opuesta del valle. Tenia los ojos undidos, pálido el rostro y desfigurado, y el cutis todo sembra-do de arrugas. A medida que él caminaba á lo largo del rio, el agua se helaba, las flores se marchitaban, los árboles perdian su verdor, y los paxarillos caian muertos. A estas lúgubres señales conocí que era la vejez: al acercarse á vmd. quedó cubierta de horror y de espanto. Pretendió huir de sus manos, pero la fantasma finalmente la cogió entre sus brazos. Dexo que vmd. imagine la mudanza que causó en su persona; por lo que hace á mí, aunque su terrible figura está muy presente en mi imaginacion no me atrevo á pintarla por temor de no ofenderla. Pero sí diré que conmovido de la vista de tan funesto objeto, el sueño me abandonó de repente, y tuve lugar de exâminarlo, pues me pareció demasiado extraordinario si acaso no encierra algun misterio. Me repito con fino afecto á su disposicion, &c.

Número 21 Leccion XXXIX A los Favorecidos de las Damas.  . . . . . Sed tu, simul obligastiPerfidum uotis, caput enitescisPulchrior multo . . . . .  Horat. lib. II. Od. VIII. 5. Estoy persuadido que ninguna cosa podria subministrar jamas tanto entretenimiento, quanto la historia de los Favorecidos, que de tiempo en tiempo son de moda entre las damas, y cada una quisiese decir de buena lo que la tiene empeñada á dar la preferencia á éste mas bien que á aquel, y si cada uno de ellos contase cándidamente con qué accion heroica ó con qué discrecion se hizo gar entre las hermosas. A mí me es tan fácil conocer quándo un hombre se compone para agradar á las Damas, como quando le veo armado para salir á caza. El Favorecido de las bellas, que por otro nombre le podemos llamar Cortejo, tiene el porte y las facciones totalmente diferentes de las de los demas individuos de nuestra especie: afecta un cierto ayre descuidado en sus vestidos, y procura siempre parecer lo que no es. Los cazadores imitan la voz de los páxaros que quieren coger en sus redes; del mismo modo los Favorecidos, de que hablamos, procuran semejarse á la hermosa que desean sorprehender. Saben todo lo que pasa en las familias; estan ocupados de unos cuidados muy ligeros; no ignoran lo que es necesario para curar un catarro, y nunca salen á la calle sin tener consigo un botecito de quintas esencias para el caso de alguna indisposicion repentina. La curiosidad, que es mi pasion predominante, y el único placer de mi vida, á veces me ha empeñado á exâminar el curso de ciertos enredos amorosos, como tambien los modos y calidades de aquellos que regularmente saliéron con buen suceso. Nunca he conocido hombre de juicio, que haya sido generalmente el Favorecido de las Damas. Un ayre singular, una extrañeza de humor, una imaginacion ridícula, en una palabra, todo lo que hubiera sido capaz de la mofa, del escarnio de los demas hombres, esto mismo ha servido de recomendacíon para con las hermosas. Sentiria ofender á personas tan dichosas como las de quien hablo; pero es necesario hacer observacion, que el Cortejo se distingue en la singularidad de los vestidos, y en una freqüencia insulsa al lado de las hermosas. Ademas para agradar á una Dama bizarra, necesita la reputacion de haber sido él bien recibido de alguna otra, porque no se puede ignorar, que en-tre estas criaturas arden continuamente unos furiosos zelos, y no piensan quasi en otra cosa, sino en avasallar á los esclavos de sus competidoras. El favorecido de las Damas no debe ser ni tonto ni muy discreto. Solamente se trata de palabras, de subministrar material á la conversacion; y no de hablar con seriedad, ó cosas importantes. Entre los que las visitan no hay quien mas congenie con ellas, que aquellos voluntarios que las sirven gratis, sin esperar ninguna recompensa ni el menor adelantamiento. Les basta darlas la mano al salir de una Iglesia, ó de otro concurso público; ser admitidos en su compañia, y que tengan libertad de pasar con ellas una parte de aquel tiempo, que causa tanto fastidio á los ociosos. No hablo de aquellos desvanecidos que se enamoran de todas las que ven, y que presumen ser los mejores mozos, y los mas entendidos hombres del siglo, y que nada puede resistir á sus atractivos. Son inumerables tales conquistadores, particularmente quando la Corte vuelve de alguna jornada. Quando se ve que un hombre se presenta en una tertulia, ó en un concurso con afectado donayre, que habla alto fuera de propósito, que no tiene las debidas atenciones á la compañía con quien se halla, y que estudia ciertos modos descuidados, se puede sin duda decidir que ha rendido á muchas hermosuras. Un aspecto altanero, el pecho elevado, el sombrero á la extremidad de la frente, el paso en cadencia, y ciertas miradas con destreza á todas partes son las señales que distinguen los favorecidos de las Damas. Estas admirables calidades no se ven siempre unidas en un mismo sugeto; no Señor, ántes muy rara vez; ¡ay del mundo, si tal sucediera con freqüencia! uno solo bastaba para encadenar un millon de bellezas. Si alguno juntase á estos talentos una proporcionada sabiduría, y viviese en la Corte ú otro pueblo grande, seria necesario avisar al público por medio de carteles, de los Diarios, de los Correos y demas periódicos (en cuyo caso traerian tambien esta utilidad al público) para que cada uno enviase á sus mugeres y á sus hijas á parages seguros. Sucede alguna vez que un hombre de éstos ha leido las Musas de Quevedo, ó las Comedias de Calderon, y toda la demas caterva de nuestros Poetas; que ha compuesto alguna mala Comedia ó Tirana, y sabe de memoria la traduccion de las Cartas de Ovidio. ¡Ah, si fuese tan fiel, como es amable! Esto seria demasiado: á pesar de su perfidia las Damas se hallan dispuestas á manifestarle afecto: “Se le concederia de buena gana algun pequeño favor para tener el gusto de oirle hablar, sea que chancee sobre los cupi-dillos de un abanico, contando sus cañas, sea que las regale con una infinidad de epitectos, que nunca le faltan. La fragilidad de una muger que se rinde á tan fuertes asaltos, es sin duda digna de compasion.” Por esto muchas Damas, viendo á uno de estos conquistadores, dicen que tales hombres no tienen el menor escrúpulo de hacerlas perder su honor y su reputacion. Es cierto que en la mayor parte de los amores (particularmente clandestinos) quedan preferidas las calidades quiméricas á las virtudes sólidas. Una hermosura poco teme conciliarse el desprecio de los hombres con su desabrimiento, con tal que tenga seguridad de ser siempre el objeto de la pasion de alguno, y de conservar sus donayres y buen porte. Se podria sacar por consequencia, que los dos sexôs no se aplican á la lectura de todas las mas desabridas Novelas, ni á tratar con las personas mas insulsas, sino por competir en sus imperfecciones, y llegar á ser ó un amable impostor, ó una pérfida hermosa. Leccion XL A los Viejos Afeminados, y Viejas Presumidas. Possent ut juvenes visere fervidi,Multo non sine risu,Delapsam in cineres facem. Horat. lib. IV. Od. XIII. 26. Si los mas mínimos talentos del alma ó del cuerpo nos han grangeado á veces algunos aplausos, nos engreimos de modo, que nos lisonjeamos poseerlos para siempre, y que no tendrá poder la vejez para quitárnoslos. Jamas abandonamos los medios que nos proporcionáron diferentes elogios. De aquí nace que un autor prosigue escribiendo, aunque se haya vuelto un niño, y comience á niñear, aunque su memoria ya no le sirva, y aunque aquella viveza y calor natural que alguna vez le animaba no le aliente ya. La misma locura hace que un hombre no conozca lo que es propio de su edad. Clodio fué un baylarin arrogante quando tenia 25 años, y ahora que tiene mas de 60 quiere todavía baylar fandangos y contradanzas, aunque le tiemblan las piernas. Esta locura en fin llena la Corte de viejos afeminados, y de viejas presumidas. Canidia, que es una Señora de esta clase, pasó ayer junto á mí en coche. En 1370 era una belleza extraordinaria; era seguida de un tropel de adoradores, á quienes daba pábulo para tener la complacencia de tiranizarlos. Entónces se habituó á aquellas miradas imperiosas, que no ha podido dexar hasta ahora, de modo, que tiene toda la altivez de una grande hermosura, sin tener ni la mas mínima de sus gracias. Si atrae los ojos de alguno es únicamente para lasti-marse de su ridículo donayre. Las Damas se rien de su afectacion, y los Caballeros, que igualmente tienen una satisfaccion maligna en ver humillada una hermosura imperiosa, la contemplan del mismo modo que un pueblo libre contempla la desgracia de un tirano. Un amigo mio, grande admirador de las galanterías que eran de moda á principios de este siglo, me comunicó dias hace una carta, que un bello ingenio de aquellos tiempos escribió á su enamorada, y me parece justamente ser del humor de Canidia: aunque yo no tengo siempre el gusto de mí amigo, la hallé tan bien puesta, que saqué inmediatamente copia de ella, para darla al público, y es la siguiente. Señora. Ya que las conversaciones que he tenido con vmd. quando estaba totalmente despierto nada han po-dido lograr á mi favor, determino experimentar si mis sueños tendrán mejor fortuna. Con este pensamiento haré á vmd. la relacion de un sueño muy extraño que tuve la otra noche, pocas horas despues de haber dexado á vmd. Me pareció hallarme empantaxado en un gran valle, dividido en dos partes por un rio, cuyas aguas eran clarísimas: no se podia ver cosa mas agradable ni apacible que aquella soledad. La tierra insensiblemente se elevaba de una y otra parte del rio, y me hallaba cubierto de una variedad infinita de delicadas flores, que multiplicadas al parecer por la claridad de las aguas, como en cristalinos espejos, hacian mayor la delicia de aquel sitio, ó mas bien formaban otra decoracion tan viva, como la real. Sobre las dos orillas del rio habia dos filas de árboles altos y magestuosos, con tanta multitud de paxarillos, como de ojas, que por todas partes formaban una dulce harmonía. Poco habia yo andado por esta morada, quando vi á lo léjos que remataba en un templo de arquitectura antigua, pero muy regular, y de gran magnificencia. En lo alto de la fachada se veia la estatua de Saturno con el mismo trage que los poetas nos pintan al tiempo. Miéntras me adelantaba para observarle de cerca, y satisfacer mi curiosidad, me detuvo un objeto mucho mas hermoso que él, y todos los que hasta entónces habia visto. Estoy cierto, Señora, que vmd. inmediatamente conjeturara que este objeto no podia ser sino vmd. misma. Efectivamente no se engaña, vmd. era aquel amable objeto, que vi dormida sobre las flores, que adornaban el rio, y de modo, que sus brazos extendidos quasi tocaban al descuido las primeras olas del agua con la extremidad de sus dedos. Si el sueño que cerraba á vmd. los ojos me quitó el gusto de verlos, me franqueó ocasion de observar muchas gracias suyas, que hubieran desaparecido, apénas despertara. Admiré entre muchas cosas su tranquilidad y descanso, en oposicion de la inquietud que vmd. causa á tantos. Miéntras esta y otras reflexîones me ocupaban, un ruido furioso me anunció que se abrian las puertas del templo; volví los ojos ácia aquella parte, y vi dos personages baxo figura humana que entraban en el valle. Despues de haberlos contemplado bien, conocí que eran la Juventud y el Amor. La primera coronada de un resplandeciente cerco, cuyo color era semejante á la púrpura, llenaba todo el valle con su resplandor. El otro tenia en la diestra una ha-cha encendida. Se adelantáron ánte nosotros, y observé que al parque ellos se acercaban, las flores aumentaban su color, y los árboles se vestian de nuevas hojas; los machos y las hembras de los paxarillos se unian, y redoblaban sus harmoniosas voces; en suma toda la faz de la naturaleza brillaba de nuevos resplandores. Apénas estos dos personages llegáron al parque donde estabamos, quando se sentáron el uno á la diestra, y el otro á la siniestra de vmd. Me pareció entónces, qne su color se avivió mas, y que toda su persona se naba de nuevas gracias y donayres de manera que parecia mas humana. Pero quedé muy sorprehendido al ver que á pesar de todos los esfuerzos que hiciéran aquellas dos deidades para despertar á vmd., se mantenia en su profundo sueño. Poco despues la Juventud desple-gó dos alas, que no habia reparado tuviese, y voló á lo alto hasta que la perdí de vista. El Amor prosiguió en dexar su hacha encendida delante del rostro de vmd. que me parecia mas hermosa que nunca. La brillantez de aquella llama que justamente heria en los ojos de vmd. por último la despertó; pero en lugar de quedar reconocida á los favores de aquella deidad, vmd. con admiracion mia se ensoberbeció, y arrancándole el hacha de las manos la apagó, metiéndola en el rio. Luego que aquel pequeño Dios la miró á vmd. con ojos mezclados de lástima y cólera, tomo tambien el vuelo al ayre, é inmediatamente se esparció por todas partes un ayre melancólico y obscuro. Despues compareció una horrible fantasma, que entró por la parte opuesta del valle. Tenia los ojos undidos, pálido el rostro y desfigurado, y el cutis todo sembra-do de arrugas. A medida que él caminaba á lo largo del rio, el agua se helaba, las flores se marchitaban, los árboles perdian su verdor, y los paxarillos caian muertos. A estas lúgubres señales conocí que era la vejez: al acercarse á vmd. quedó cubierta de horror y de espanto. Pretendió huir de sus manos, pero la fantasma finalmente la cogió entre sus brazos. Dexo que vmd. imagine la mudanza que causó en su persona; por lo que hace á mí, aunque su terrible figura está muy presente en mi imaginacion no me atrevo á pintarla por temor de no ofenderla. Pero sí diré que conmovido de la vista de tan funesto objeto, el sueño me abandonó de repente, y tuve lugar de exâminarlo, pues me pareció demasiado extraordinario si acaso no encierra algun misterio. Me repito con fino afecto á su disposicion, &c.