El Filosofo à la Moda: Número XV
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Número 15
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Leccion XXVIII
A los que Tienen Prurito de Escribir.
Zitat/Motto
. . . . . Tenet
insanabile multos,
Scribendi Cacoëthes, & aegro in corde senescit.
Scribendi Cacoëthes, & aegro in corde senescit.
Juv. Sat. VII. 51.
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Satire
Hay una cierta enfermedad, que
ni Galeno, ni Hipócrates, la han nombrado, ni se halla
en ningun libro de medicina. Juvenal, en la sentencia
puesta al frente de esta Leccion la llama
Cacoetbes, palabra griega, que solo entenderán los
Literatos, y que en castellano suele significarse con
esta voz Prurito de escribir. Es un mal casi tan comun
como las viruelas y el sarampion, pues en nuestro siglo
(como advierte con mucho fundamento un célebre erudíto
de nuestros dias) apenas habrá habido una madre, que no
haya parido un hijo escritor. Sin embargo, hay una
diferencia, y es, que las viruelas y el sarampion pasan
al cabo de algunos dias ó semanas, y no vuelven mas,
pero el mal de que tratamos, es permanente, se fortalece
de dia en dia, y acompaña hasta el sepulcro á los
pacientes. Esta contagiosa enfermedad hace en el dia sus
estragos, particularmente en Madrid, y aunque se la
hayan aplicado infinitos remedios, muy pocos son los que
han producido buenos efectos. Algunos enfermos han
experimentado el yerro, y el fuego de
las sátiras, y de los libelos, sin que tales cauterios
hayan podido lograr la curacion. Otros han sufrido la
verguenza de muchos desprecios, improperios, y palmadas
de moda, sin que por esto hayan querido dexar sus
gloriosas taréas. Hay tambien una especie de este mismo
mal, que á veces se ha curado á semejanza de la
mordedura de la tarántula, esto es, con la melodía de
cierto instrumento músico, llamado el azote. Pero quien
deba curar un enfermo de esta cláse, sepa, que el mejor
medio de restablecerle, es sin duda prohibirle el uso de
tinta, papel y pluma.
Por no adelantar demasiado esta alegoría, diré con toda ingenuidad, que no hay Escritores mas ordinarios ni mas despreciables que aquellos publicadores de papeles periódicos, cuyas obras salen á luz en ciertos dias de la semana, ó tiempos determinados. En la lectura de sus Escritores, no tenemos el consuelo que se halla en la de los otros, de encontrar por último con un poco de paciencia el fin. Nunca me puedo acordar de una cierta expresion de Diógenes, sin experimentar mucho placer.
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Exemplum
Ocupado aquel Filósofo en
la lectura de un autor de poca sustancia, y
observando que sus amigos, ante quienes leía,
estaban ya disgustados, apenas llegó á vér el fin de
la obra, exclamó: valor hijos mios, que descubro
tierra.
Es cosa lastimosa vér que el arte de la Imprenta, cuyo descubrimiento ha sido uno de los mayores beneficios para el genero humano, no sirva muchas veces sino para su perjuicio, y esparcir el error y la ignorancia en el mundo, en lugar de socorrerle, y hacerle sabio y virtuoso.
No hace mucho tiempo, que leí un libro muy chistoso, intitulado, Defensa de la Astronomia. Entre muchos misteriosos lugares del profundo Autor, he aqui uno, cuyos términos son los siguientes.
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“La ausencia del Sol, no es la
causa de la noche, pues su luz es tan grande, que puede
iluminar á un tiempo todo el globo terraqueo, como al
medio dia, pero hay algunas estrellas obscuras y
tenebrosas, cuya influencia causa la noche. Vibran las
tinieblas y la obscuridad sobre la tierra,
como el Sol sus resplandecientes rayos.”
Yo miro á los Escritores con el mismo punto de vista, con que este sábio Astrónomo mira á los cuerpos celestes.
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Allegorie
Todos son Estrellas, unas
que derraman luz, otras que esparcen tinieblas.
Pudiera señalar algunos, que son estrellas
tenebrosas de primera magnitud, é indicar un monton
de otros que han hecho una venenosa liga para
encubrir báxo especiosos títulos su ignorancia, y
que se pueden tratar como constelaciones tenebrosas
y nocivas. Hay muchos países eclipsados por estos
Antilunares (si se me permite llamarlos así;) ni se
puede hacer otra cosa con ellos, sino rogar al
cielo, les comunique la verdadera luz sin tinieblas,
ó amenazarles con la venganza de aquellos astros,
que tanto ultrajan. Pero es preciso confesar que hay
algunas estrellas centellantes, que son
muy útiles y provechosisimas, y se deberían alentar
para que el mundo no careciese de su explendor.
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Leccion XXIX
A los Maridos Zelosos.
Zitat/Motto
In amore hæc omnia
insunt, visia, injuriæ
Suspiciones, inimititiæ, induciæ
Bellum, pax rursum.
Suspiciones, inimititiæ, induciæ
Bellum, pax rursum.
Teren. Eun. Aet. 1. Sc. 1. 14.
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Metatextualität
En el exâmen de las cartas de
mis correspondientes, he hallado muchas, que me han
escrito varias mugeres, quexándose de los zelos mal
fundados de sus maridos, y suplicándome las dé algun
consejo sobre el particular. Yo, pues, las obedezco con
mucho placer, y digo,
El amor mas activo, es uno de los principales ingredientes de esta pasion; fomenta las inquietudes de los zelos, haciéndole encontrar una prerogativa particular en la persona amada, ya de gracias, ya de donayres ó hermosura tan sobresaliente, que le parece debe precisamente excitar igual pasion en los demás. Esto no es factible: los zelos son de un temple tan delicado, que nada puede contentarlos sino un amor tan vivo como el suyo. Las seguridades mas fuertes, y las expresiones mas tiernas, no son capaces de sosegar un espíritu zeloso, sino queda persuadido de que son seguras, y que la satisfaccion será recíproca. Quisiera el zeloso hacer de sí una especie de Deidad para la persona que ama, y ser el único objeto, de sus ojos y de sus pensamientos. Continuamente está dispuesto á inquietarse, si vé que por un solo instante, vuelve los ojos á qualquiera otro objeto.
La propuesta y súplica, en el Eunuco de Terencio, que hace un amante á su Deidad, quando debia alexarse de ella por tres dias, es de una viveza muy dificil de imitar. “Quisiera le dixo, que en todo el tiempo que estés cerca del Capitan, estuvieras siempre lexos de é1, que me tuvieses presente de dia y de noche, que me amases y deseases, y me esperases con impaciencia, que no tuvieras otro pensamiento, sino el de que me has de volver á vér, que estuvieses toda conmigo, y finalmente, que tu corazon fuese todo mio, pues el mio es todo tuyo.”
El espíritu zeloso es de influencia tan malígna, que emponzoña todo lo que vé, y se nutre de su propio veneno. Un acogimiento indiferente le pone en tormento, atribuyéndole á ódio, ó á lo menos á frialdad. Si la persona á quien ama está alegre, saca por conseqüencia, que ella piensa en qualesquiera otra cosa, ménos en él: si está triste, imagina que él es la causa de su tristeza. En suma, la expresion mas inocente, el ademán ménos culpable, le suministra nuevos pensamientos, la mas pequeña friolera, la mas mínima bagatela redobla sus sospechas, y le franquea abundantes motivos para inquirir con tesón nuevos descubrimientos, de modo, que considerando los efectos de este angustioso delirio, se creerían mas bien producidos de un ódio inveterado, que de un exceso de amor; pues no hay inquietud que se acerque á aquella en que cae una muger honesta, de cuya fidelidad se sospecha, si no el desasosiego de un marido zeloso.
Para hacer este mal mas completo, el espíritu zeloso, naturalmente destruye el mismo amor, que él solo quisiera disfrutar: porque en primer lugar desestima en sumo grado las palabras y acciones de la persona sospechosa, y en segundo lugar, manifiesta tener mala opinion de ella: dos puntos, que casi con precision deben acarrearle su ódio.
Este no es tampoco el efecto mas funesto de los zelos; tienen conseqüencias aun mas terribles, hacen reo muchas veces á la persona sospechosa de aquella misma culpa, cuya sombra solamente espanta al zeloso. Es muy natural á los que son maltratados, y falsamente censurados, hallar un amigo fiel que escuche sus quexas, se interese en sus aflicciones, y que procure suavizar ó apaciguar la pasion que los roe. Los zelos muchas veces sugieren malos pensamientos, y tales que acaso jamas habrían pasado por la imaginacion de una muger, y llenan su fantasía de una mala idéa, que con el beneficio del tiempo se vá familiarizando con ella, y pierde todo aquel horror que en su principio la causaba. No es maravilla que una muger, cuyo marido tiene injustas sospechas de ella, y que nada puede perder en su concepto, se resuelva á darle un verdadero motivo, y se procure un pecaminoso placer, ya que de un modo ú otro debe pasar la misma vergüenza. Parece que el Eclesiástico tuvo esto presente, quando dió el siguiente consejo á los maridos: no seais tan zelosos de la muger que está en vuestro seno, y no la deis ninguna mala leccion que redunde en vuestro perjuicio. Non celes mulierem sinus tui, ne ostendat super te, malitiam doctrinæ nequam. Eccl. cap. IX. I.
Se observa ordinariamente, que no hay dolor mas cruel, que el de los maridos zelosos que quedan viudos. Entonces su amor se explica con toda la fuerza, y disipa todas las sospechas que al parecer le obscurecían y aniquilaban. No piensan en otra cosa sino en las buenas calidades de la persona que han perdido, y se reprehenden á sí mismos de haberlas maltratado, borrando y desechando de su memoria todos aquellos pequeños defectos, que les habían causado tan grandes desasosiegos.
De todo lo que he dicho se vé facilmente, que los zelos se arraygan mas en los hombres de complexîon amorosa: podemos distinguirlos en tres clases.
Despues de haber hecho esta horrible descripcion de los zelos, y de los que adolecen de ellos, es justo manifestar los medios para suavizarlos, y para reducir á los términos regulares á los que los padecen. Los demás defectos de un marido no tocan tan inmediatamente á la muger, y si fuese posible, no deberían llegar á su noticia; pero los zelos piden todos sus cuidados, y toda su atencion, para encontrar un pronto remedio. Ella estará tanto mas satisfecha, quanto sus esfuerzos fueren bien recibidos; y la terneza de su marido hácia ella, se aumentará al paso que se desvanezcan sus sospechas. A lo ménos es cosa clara, en fuerza de todo lo que se ha dicho, que entre los zelos se halla mezclada una buena porcion de amor; éste merece su distincion, y que yo mismo trate el presente asunto en otra Leccion.
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Fremdportrait
que los zelos son el
dolor que experimenta una persona, que ama, quando
teme no ser en igual grado correspondida, de
aquella que es el único objeto de sus deseos. Es
materia, que se acerca al imposible
la curacion de un zeloso, y el total
desvanecimiento de sus sospechas, porque queda
siempre dudoso é incierto, ni puede recibir
satisfaccion alguna que le sea ventajosa: esto es,
sus pesquizas salen mas felíces, quando no halla
nada que dé fomento á su mal. Su placer nace del
mal exîto de sus indagaciones, y pasa la vida
investigando un secreto que destruye su felicidad,
quando logra descubrirlo.
El amor mas activo, es uno de los principales ingredientes de esta pasion; fomenta las inquietudes de los zelos, haciéndole encontrar una prerogativa particular en la persona amada, ya de gracias, ya de donayres ó hermosura tan sobresaliente, que le parece debe precisamente excitar igual pasion en los demás. Esto no es factible: los zelos son de un temple tan delicado, que nada puede contentarlos sino un amor tan vivo como el suyo. Las seguridades mas fuertes, y las expresiones mas tiernas, no son capaces de sosegar un espíritu zeloso, sino queda persuadido de que son seguras, y que la satisfaccion será recíproca. Quisiera el zeloso hacer de sí una especie de Deidad para la persona que ama, y ser el único objeto, de sus ojos y de sus pensamientos. Continuamente está dispuesto á inquietarse, si vé que por un solo instante, vuelve los ojos á qualquiera otro objeto.
La propuesta y súplica, en el Eunuco de Terencio, que hace un amante á su Deidad, quando debia alexarse de ella por tres dias, es de una viveza muy dificil de imitar. “Quisiera le dixo, que en todo el tiempo que estés cerca del Capitan, estuvieras siempre lexos de é1, que me tuvieses presente de dia y de noche, que me amases y deseases, y me esperases con impaciencia, que no tuvieras otro pensamiento, sino el de que me has de volver á vér, que estuvieses toda conmigo, y finalmente, que tu corazon fuese todo mio, pues el mio es todo tuyo.”
El espíritu zeloso es de influencia tan malígna, que emponzoña todo lo que vé, y se nutre de su propio veneno. Un acogimiento indiferente le pone en tormento, atribuyéndole á ódio, ó á lo menos á frialdad. Si la persona á quien ama está alegre, saca por conseqüencia, que ella piensa en qualesquiera otra cosa, ménos en él: si está triste, imagina que él es la causa de su tristeza. En suma, la expresion mas inocente, el ademán ménos culpable, le suministra nuevos pensamientos, la mas pequeña friolera, la mas mínima bagatela redobla sus sospechas, y le franquea abundantes motivos para inquirir con tesón nuevos descubrimientos, de modo, que considerando los efectos de este angustioso delirio, se creerían mas bien producidos de un ódio inveterado, que de un exceso de amor; pues no hay inquietud que se acerque á aquella en que cae una muger honesta, de cuya fidelidad se sospecha, si no el desasosiego de un marido zeloso.
Para hacer este mal mas completo, el espíritu zeloso, naturalmente destruye el mismo amor, que él solo quisiera disfrutar: porque en primer lugar desestima en sumo grado las palabras y acciones de la persona sospechosa, y en segundo lugar, manifiesta tener mala opinion de ella: dos puntos, que casi con precision deben acarrearle su ódio.
Este no es tampoco el efecto mas funesto de los zelos; tienen conseqüencias aun mas terribles, hacen reo muchas veces á la persona sospechosa de aquella misma culpa, cuya sombra solamente espanta al zeloso. Es muy natural á los que son maltratados, y falsamente censurados, hallar un amigo fiel que escuche sus quexas, se interese en sus aflicciones, y que procure suavizar ó apaciguar la pasion que los roe. Los zelos muchas veces sugieren malos pensamientos, y tales que acaso jamas habrían pasado por la imaginacion de una muger, y llenan su fantasía de una mala idéa, que con el beneficio del tiempo se vá familiarizando con ella, y pierde todo aquel horror que en su principio la causaba. No es maravilla que una muger, cuyo marido tiene injustas sospechas de ella, y que nada puede perder en su concepto, se resuelva á darle un verdadero motivo, y se procure un pecaminoso placer, ya que de un modo ú otro debe pasar la misma vergüenza. Parece que el Eclesiástico tuvo esto presente, quando dió el siguiente consejo á los maridos: no seais tan zelosos de la muger que está en vuestro seno, y no la deis ninguna mala leccion que redunde en vuestro perjuicio. Non celes mulierem sinus tui, ne ostendat super te, malitiam doctrinæ nequam. Eccl. cap. IX. I.
Se observa ordinariamente, que no hay dolor mas cruel, que el de los maridos zelosos que quedan viudos. Entonces su amor se explica con toda la fuerza, y disipa todas las sospechas que al parecer le obscurecían y aniquilaban. No piensan en otra cosa sino en las buenas calidades de la persona que han perdido, y se reprehenden á sí mismos de haberlas maltratado, borrando y desechando de su memoria todos aquellos pequeños defectos, que les habían causado tan grandes desasosiegos.
De todo lo que he dicho se vé facilmente, que los zelos se arraygan mas en los hombres de complexîon amorosa: podemos distinguirlos en tres clases.
Ebene 4
Fremdportrait
Los primeros son
aquellos que se hallan acometidos de algun
defecto, ó de vejéz enfermedad, ignorancia,
deformidad ó de alguna otra falta semejante.
Conocen bien sus faltas, no pueden lisonjearse de
ser verdaderamente amados. Desconfian del propio
mérito hasta creer que todas las caricias que se
les hace, son para burlarse de ellos. Se llenan de
sospechas y de disgusto, quando se miran al
espejo, y una sola arruga que vean en su rostro
les enciende en el corazon una llama abrasadora
mezclada de zelos, de ira y de furor, que acarrea
el desórden en su entendimiento. Si se presenta un
jóven galan salen fuera de sí. Todo lo que tiene
viso de mocedad ó de alegría vá á
herir, á su modo de pensar, al honor de la
muger.
Los espíritus indiferentes llenos de precaucion y sutileza, son la segunda cláse de los zelosos. Los historiadores y grandes políticos se prescriben con razon, no atribuír nunca la menor cosa al acaso ó al capricho, sino siempre á justas causas: hacer que los acaecimientos dependan en todas ocasiones de causas ciertas, y de establecer una exâcta correspondencia entre los progresos de la Armada, y las órdenes de Gabinete.
Los hombres que tienen entendimiento muy perspicáz, y que quieren refinar demasiado las cosas, practícan lo mismo en el amor, explican una mirada, y hallan el motivo de una sonrisa. Dán nuevo sentido á las palabras, y un nuevo aspécto á las acciones. Industriosos en atormentarse, se espantan de sus propios fantasmas, Encubriendo siempre con disimulos sus pensamientos, dán el nombre de ipocresía, á lo que solo tiene su apariencia. Finalmente, yo no creo que haya persona en el mundo que ménos descubra la verdad, que éstos grandes especuladores, que se vanaglorian de la propia sutileza, y se contemplan como modelos de la prudencia.
Si los bellos ingenios piensan conocer las damas con reflexîones sutíles, los disolutos y viciosos pretenden distinguirlas con la experiencia, y éstos forman la tercera cláse de los zelosos. Han visto á tantos pobres maridos engañados por sus mugeres, y se han hallado repetidas veces en los laberintos del amor, de modo, que siempre temen fraude en los procedimientos del bello sexô. Si un disoluto encuentra que la conducta de su muger tiene alguna relacion, aunque remota, con la de otro, no dexa de atribuirla los mismos principios, y los mismos pensamientos. Por esto la observa de cerca, la sigue por todas las calles, y se lisonjea conocer tan perfectamente su carácter, que no quiere permitirla ninguna diversion. Además acostumbrado á tratar continuamente con mugeres cortesanas, no es de admirar si tiene igual concepto de todo el sexô, y le atribuye sus procederes. Y si á pesar de su experiencia, puede vencer sus engaños, y tener buena opinion de alguna muger, sus malos deseos no pueden por otro lado, sino llenarle de nuevas sospechas, y persuadirle á que todos los hombres tienen la misma inclinacion que á él le predomina, de modo que todos le asombran.
Los espíritus indiferentes llenos de precaucion y sutileza, son la segunda cláse de los zelosos. Los historiadores y grandes políticos se prescriben con razon, no atribuír nunca la menor cosa al acaso ó al capricho, sino siempre á justas causas: hacer que los acaecimientos dependan en todas ocasiones de causas ciertas, y de establecer una exâcta correspondencia entre los progresos de la Armada, y las órdenes de Gabinete.
Los hombres que tienen entendimiento muy perspicáz, y que quieren refinar demasiado las cosas, practícan lo mismo en el amor, explican una mirada, y hallan el motivo de una sonrisa. Dán nuevo sentido á las palabras, y un nuevo aspécto á las acciones. Industriosos en atormentarse, se espantan de sus propios fantasmas, Encubriendo siempre con disimulos sus pensamientos, dán el nombre de ipocresía, á lo que solo tiene su apariencia. Finalmente, yo no creo que haya persona en el mundo que ménos descubra la verdad, que éstos grandes especuladores, que se vanaglorian de la propia sutileza, y se contemplan como modelos de la prudencia.
Si los bellos ingenios piensan conocer las damas con reflexîones sutíles, los disolutos y viciosos pretenden distinguirlas con la experiencia, y éstos forman la tercera cláse de los zelosos. Han visto á tantos pobres maridos engañados por sus mugeres, y se han hallado repetidas veces en los laberintos del amor, de modo, que siempre temen fraude en los procedimientos del bello sexô. Si un disoluto encuentra que la conducta de su muger tiene alguna relacion, aunque remota, con la de otro, no dexa de atribuirla los mismos principios, y los mismos pensamientos. Por esto la observa de cerca, la sigue por todas las calles, y se lisonjea conocer tan perfectamente su carácter, que no quiere permitirla ninguna diversion. Además acostumbrado á tratar continuamente con mugeres cortesanas, no es de admirar si tiene igual concepto de todo el sexô, y le atribuye sus procederes. Y si á pesar de su experiencia, puede vencer sus engaños, y tener buena opinion de alguna muger, sus malos deseos no pueden por otro lado, sino llenarle de nuevas sospechas, y persuadirle á que todos los hombres tienen la misma inclinacion que á él le predomina, de modo que todos le asombran.
Despues de haber hecho esta horrible descripcion de los zelos, y de los que adolecen de ellos, es justo manifestar los medios para suavizarlos, y para reducir á los términos regulares á los que los padecen. Los demás defectos de un marido no tocan tan inmediatamente á la muger, y si fuese posible, no deberían llegar á su noticia; pero los zelos piden todos sus cuidados, y toda su atencion, para encontrar un pronto remedio. Ella estará tanto mas satisfecha, quanto sus esfuerzos fueren bien recibidos; y la terneza de su marido hácia ella, se aumentará al paso que se desvanezcan sus sospechas. A lo ménos es cosa clara, en fuerza de todo lo que se ha dicho, que entre los zelos se halla mezclada una buena porcion de amor; éste merece su distincion, y que yo mismo trate el presente asunto en otra Leccion.