El Pensador: Pensamiento LXXIX
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Pensamiento LXXIX
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Metatextualität
He ofrecido dár al público todas
las cartas, que se me dirijan, como no contengan cosa que lo
impida. La carta siguiente es de este numero, y no tengo en
ella mas parte, que el cuidado de darla á la prensa.
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Brief/Leserbrief
Señor Pensador. Este pensamiento
se fijó con tanta fuerza en mi cerebro, que me hizo
tener aquella noche el sueño, que voy á contar.
Por una parte observaba muchas
verdades, que nunca se havian ofrecido á mi imaginacion,
y por otra conocia la imposibilidad de semejantes
transformaciones. Cedió por fin á la razon la ilusion
del sueño; y yá del todo despierto, solo pensaba en
comparar el soñado suceso de Fidelio con el que tendrian
los amigos fieles, que deseaba la dama, semejantes á los
espejos, para dirigir el espiritu de las personas de su
sexo. No faltarían (me decia yo) amigos sinceros, si las
damas generalmente tuviesen mas docilidad. Puede
asegurarse, sin nota de temeridad, que pocas, ó ninguna
sufre con paciencia la menor tacha en el asunto esencial
á la hermosura. Es verdad, que este es el capitulo
principal, y en que tienen fundado su patrimonio; pero
si llegasemos al del espiritu, sucedería
lo mismo, con muy corta diferencia. Asi me parece, que
al paso que el deseo de la señora es muy digno de su
capacidad, y de la de otras muchas, que la igualan, ó
quiza la exceden en virtud, y talentos, sería muy
dificil hallar hombres de experiencia, que quisiesen
encargarse de la comision. Si hay alguno tan arrogante
que presuma poder desempeñarla, puede tomar exemplo en
el suceso de Fidelio, que aunque soñado, puede ser muy
util.
Allgemeine Erzählung
Halléme una de estas tardes
pasadas en una Tertulia de damas jovenes, que
divirtieron á toda la compañia, à expensas de otra,
á quien dos de ellas havian sorprendido en el manejo
de aplicarse al rostro varios ingredientes, y de
modelar al espejo la risa, las ojeadas,
los gestos, y demás melindres del dia. La ama de la
casa, señora virtuosa, y discreta, deseosa de ahogar
una conversacion, que havia empezado en tono de
chiste, y degeneraba yá en mordacidad, tomó ocasion
del mismo discurso, para decir quán util sería, que
entre los hombres huviese tan fieles consejeros para
dirigir el espiritu de las damas, como lo son los
espejos para ayudarlas á colocar los adornos del
cuerpo; añadiendo, que si por un raro prodigio
llegase el caso de que un amigo fiel, y sincero se
transformase en espejo, no tendría rubor, ni reparo
en consultarlo muchas veces.
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Traum
Soñé, pues, que
delante de un espejo de vestir, que
hay en mi quarto, se mantenia de pie, y mirandome
con mucha atencion, un joven hermoso, bien hecho,
y con una fisonomía, en que parecian pintadas la
inocencia, y el candor. Yo estaba admirado de su
presencia, y no menos curioso de saber el motivo
de su aparicion; quando dirigiendose à mí, me
habló en los terminos siguientes:
Dijo: Y mi admiracion de vér que havia
desaparecido, apenas articuladas las ultimas
sylabas, me hizo despertar dudoso por mucho rato,
de si sería ilusion, ó realidad lo que havia oído.
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Allgemeine Erzählung
El espejo que vés
(me dijo) era en otros tiempos un hombre. Mas
claro: era yo mismo, el desgraciado Fidelio. Mis
padres me dieron dos hermanos dotados ambos de
mucho ingenio; pero en quienes apenas bastaban
estos dones para compensar la deformidad de sus
cuerpos, que á la verdad eran de una rara figura.
El primogenito, cuyo vientre se hundia ácia el
espinazo de un modo monstruoso, era
un gran perezoso, y estaba dotado de un humor
colerico, que ocasionaba se encendiese facilmente
su bilis, y le servia de aumentar
considerablemente los objetos, que se le
presentaban. El segundo, á quien havia tocado la
desgracia de tener el pecho levantado á modo de
giba, tenia por el contrario la costumbre de
disminuir quanto se le ponia delante; y podia
decirse con razon, que en todos sentidos era el
antipoda de su hermano. Esta diversidad de humores
divertia una, ó dos veces las sociedades en que se
hallaban; pero por fin, las gentes llegaron á
cansarse de sus genios, y mis buenos hermanos se
vieron precisados á dejar la Corte, y retirarse á
un Colegio á estudiar las Mathematicas.
En medio de toda esta felicidad estuve
expuesto á verme en el mayor infortunio. Sucedió,
pues, que un dia que Cleón entraba á visitar á mi
querida Philaucia, creyó haverla sorprendido en
una conversacion amorosa. La terrible pasion de
los zelos hizo su oficio de tal modo, que bien que
estaba á una distancia desde donde apenas podia
divisar los gestos, llegó á creer, que realmente
oía las expresiones de ternura, que solo existian
en su imaginacion. Es verdad, que Philaucia,
creyendose sola conmigo, unas veces se acercaba á
mí, otras se retiraba, dando algunos
pasos atrás con mucha magestad. Yá se le escapaba
alguna sonrisa inocente, y yá ponia el semblante
grave, y mesurado. A ratos baylaba, y me
presentaba con ayre una mano blanca, y hermosa. A
ratos medio cerraba los ojos en ademan de
desmayados, ó dormidos. Tal vez me dejaba vér un
semblante severo, y lleno de desdén; y tal una
fisonomia placida, que acompañaban la ternura, y
las gracias. Si en un minuto daba suspiros, que
anunciaban, al parecer, irse á exhalar su
espiritu, en el siguiente se mordia los labios,
como despechada, y fuera de sí: unas veces se
cubria el rostro con la mano, dejando algunos
intervalos para verme, y otras con el abanico. En
fin, los gestos, y ademanes eran tales, y tal la
interpretacion, que el zeloso Cleón
les daba, que arrebatado de su furiosa pasion, no
pudo contenerse en interrumpir á Philaucia. ¿Pero
quién podrá pintar quál fue su sorpresa, quando en
vez del amante, que se havia imaginado, solo
encontró en el quarto al inocente Fidelio, la
espalda apoyada en la pared, y colocado entre dos
ventanas? Me faltaría tiempo, si huviese de
contarte todas mis aventuras. Bastará por ahora
que sepas el lance en que recibí el golpe mortal.
Vióse por desgracia acometida Philaucia de las
viruelas, y en esta ocasion se me prohibió muy
formalmente gozar de su presencia, por el temor de
que mi vista aumentase su mal. La inquietud con
que viviría Philaucia todo el tiempo de esta
ausencia no es facil de pintar; pero puede
inferirla quien sepa que era yo todos
sus cariños, y el objeto mas preferido en su
atencion. En quanto á mí, es cierto que el habito
de verla á todas horas me hacia echar menos su
vista; pero sufria con paciencia, esperanzado en
que volveriamos á nuestra antigua comunicacion:
luego que se restableciese. Llegó por fin el dia
en que Philaucia tuvo licencia del Medico para
vestirse, aunque con la expresa prohibicion de
verme: error, que jamás podré perdonar á este
Medico, pues no ignorando el cariño que Philaucia
me profesaba, bien debió pronosticar, que entre
levantarse de la cama, y hacerme una visita, no
havria medio alguno: asi sucedió. Pudo lograr un
rato, en que la dejaron sola, y al instante corrió
al quarto immediato á verme; ¿pero quién podrá
referir la sorpresa que le causó el
vér que yo estaba como espantado, á vista de un
espectaculo tan desagradable? Ciega de rabia dió
algunos pasos atrás para observar si yo tenia la
insolencia de repetirle de nuevo la misma ver-dad.
Yo, que naturalmente soy propenso á decir lo que
siento sin lisonja, no solo repetí lo dicho, sino
que tuve el candor de añadir, que su pasion
aumentaba en muchos grados su fealdad. Creció la
colera de Philaucia, y sin poder contenerse en el
exceso de su enojo, empuñando, un alfiler de
diamantes, que trahía entre los cabellos, me lo
clavó con toda su fuerza hasta el corazon,
quedando muy ufana de su venganza; bien que
inutil, pues que mi sinceridad se mantuvo hasta
despues de mi muerte. No pude conservar la vida
despues de un golpe tan fatal; pero hice lo que estaba en mi arbitrio, declarando
siempre mis verdaderos sentimientos, aunque con
palabras interrumpidas, y manifestando hasta el
ultimo suspiro la fealdad de mi homicida. Cupido,
dedicado siempre á seguir el partido de las
bellezas, y lastimado del desastre de un servidor
tan fiel, obtuvo del Destino la gracia de que mi
cuerpo fuese incorruptible, y conservase siempre
las qualidades de mi espiritu. Al punto perdí la
figura humana, y me ví pulido, y brillante; y
hasta el instante en que te hablo conservo el
privilegio de ser el primer favorito de las damas.
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Selbstportrait
Es inutil decirte,
que yá en aquel tiempo pasaba yo
plaza de un joven gallardo, y bien hecho, y tenia
creditos de hombre pulido, y amable entre las
gentes. Yo era el confidente, y el querido de
todas las hermosas; y bien que las viejas hablasen
mal de mí, esto de ningun modo perjudicaba á mi
reputacion, pues nadie dejaba de conocer, que las
movia á ello un espiritu de venganza, porque yo no
cometia la bajeza de adularlas; y que sin embargo
de lo mal que me trataban en sus discursos, ni
unas, ni otras se atrevian jamás á ir al bayle, al
paseo, á la visita, ni á la comedia, sin haver
consultado antes mi gusto. Te parecerá jactancia,
si te digo, que nadie ha merecido tanta confianza
como yo á las damas; pero no lo es. Flavia, que
por todas las minas del potosí no huviera confiado
á mortal alguno al mysterioso
secreto de sus canas, las teñia en mi presencia.
Dorisa, cuyas megillas sonrosadas excitaban la
embidia de unas damas, y la maligna curiosidad de
otras, solo á mí me dejò ver su palidéz. Celia me
mostraba sus dientes. Pantea, que á todos engañaba
con una riqueza de seno aparente, me le mostró mil
veces al natural, y nunca me ocultó el artificio
de su engaño. Cleanta hacia brillar á mi vista un
hermoso diamante. Cloe me enseñaba con frequencia
su pie; y finalmente (porque sería obra muy larga,
si huviese de contarte por menor todas las
confianzas, que he merecido) bastará que sepas,
que apenas ha havido cosa alguna de adorno, que no
hayan consultado conmigo las damas. Es maxima
observada generalmente, que las
personas que se quieren demasiado á sí mismas,
tienen poco amor á las demás; y sin embargo, he
visto, con grande admiracion mia, falsificada esta
regla en las damas, de tal modo, que quanto mas
satisfechas han estado de su belleza, y quanto mas
ésta las ha movido á quererse, y á estar contentas
de sus personas, tanto mayor ha sido el cariño que
me han tenido. Esto se manifestó bien claro en mis
amores con Philaucia, la qual, imitada despues por
otras muchas, llegó á quererme con tal ternura,
que no acertaba á salir de casa sin llevarme
consigo. A la verdad, yo era demasiado grande,
para que me pudiese llevár por dije, no solo
Philaucia, sino qualquiera otra menos delicada, ó
melindrosa; pero una dama habil todo lo vence; y
por una especie de Magia, que nunca
he podido comprehender, no solo me ví transformado
en mueble curioso, sino que tambien llegué á no
tener situacion segura. Unas veces me hacia
aparecer en la caja de los lunares; otras en un
libro de memoria; otras en la almohadilla de la
labor; muchas en una Guia de Forasteros; y no
pocas colgado entre los dijes del relox. Mi mayor
enemigo fue cierto necio de buen humor, que por un
largo trato, y por sus prendas personales, havia
llegado á ser muy parecido á Philaucia por todos
terminos. Esta enemistad fue tal, y llegó á hacer
tal impresion en el ánimo de mi querida, que no
dudo me huviera desterrado de su presencia, á no
haver observado, que Cleón, que era el dichoso,
sin embargo de su oposicion, me pedia dicamen en
cosas de la mayor importancia. Y esta
observacion me hizo mas amable á sus ojos. Los
demás hombres, bien que me viesen querido, y
acariciado de las damas, llegaron á formar tan
alto concepto de mi virtud, que jamás tuvieron
zelos, ni embidia.