Los motivos, que suelen encender este fuego, no son de diferente temple,
que los que asisten á los galanes. Un retrato, una pendencia, una simple
vista en Misa, ò en el paseo, un sueño, y tal vez cosas de menor monta,
bastan para que arda Troya. Y yá se vé que en nada de esto tiene que
reparar la atencion mas escrupulosa. Bueno fuera, que para prendarse una
dama, huviese de hacer informaciones de la vida, y costumbres del galan,
ò necesitase de averiguar si el escudo de sus armas constaba de diez y
seis, ò de treinta y dos
Los padres, y los hermanos suelen usar de un despotismo demasiado duro, y
violento en señalar novios á sus hijas, y hermanas; y con tal que á
ellos les gusten, y hallen sus razones de conveniencia, se obstinan en
que lo han de encontrar tambien á su gusto. Vé aqui una razon para que
las pobres muchachas procuren proveerse por otros medios. Ser tratadas
como personas incapaces de discernir lo que les está mal, ò bien, aunque
sea en edad muy tierna, es hacer injusticia á la penetracion de las
mugeres; y querer privarlas de voto en la eleccion, es intolerable, y
mucho mas quando no se trata de elgir Maestros de Metafisica, si-
Digan despues de esto los criticos, que nuestros Poetas Comicos no
Supuesta la aficion en la dama, restan los medios para llegar al fin, que se propone. Aqui es donde los Poetas desplegan las velas, y hacen lucir todo el poder de su genio.
Por lo comun, las damas salen á agenciar por sí mismas sus amores, à
averiguar unos zelos, à evacuar una cita dada para el Prado, Calle
Mayor, ò la Florida, ò bien á hacer alguna visita al galan en su mismo
quarto. A la verdad, esta facilidad puede parecer indecencia á los
criticos; pero vamos á cuentas. No puede negarse, que parece muy
indecoroso en una muger de obligaciones entrarse por las puertas de su
amante, que aunque se le quieran
Siendo de notar, que estas visitas, que hacen las damas á sus amantes, no
deben de perjudicar à su estimacion, de que hay mil egemplos. Vaya uno
de la Comedia Trampa adelante. Doña Leonor, y
Doña Ana están en casa de Don Juan de Lara, á quien ambas quieren para
esposo, á tiempo que Don Garcia, hermano de la primera, y amante, y
futuro esposo de la segunda, y Don Diego, hermano de ésta, que las han
visto entrar, acuden hechos unas fieras, como puede imaginarse. Hay
algunos desafios muy donosos; pero todo se compone amigablemen-
Con cuyas poderosas razones queda convencido Don Garcia, que lo contrario
sería un besita: se casa, y aun dice, que se tiene por
muy dichoso. De donde deben inferir to-pensado casarse con él.
De tener las damas en su proprio quarto á sus galanes hay tambien muchos
egemplos. En la Comedia No puede ser guardar una
muger, pasa Don Felix ocho noches en el quarto de Doña Inés, y
no deja de estrañarse, que teniendo Tarugo un ingenio tan fertil en
recursos para todo, como lo muestra en tantos lances, no encuentre, ni
Doña Inés le pida con empeño un arbitrio para que pueda salir Don Felix,
lo qual huviera sido de mas edificacion, que la piedad de hospedarlo,
por mas que sea en el Oratorio de su quarto. Pero no hemos de ser
temerarios. Buenos, ò malos, Doña Inés tendria sus moti-que no pasará en los cariños, de los límites, que permite su
decoro, ¿para qué ha de andar en ceremonias? El Poeta, dirán,
debia saber, que aquellos límites no están señalados con bastante
precision en el mapa, y que por consiguiente dejan margen á muchas
dudas, y equivocaciones. Es verdad: mas tambien sería demasiado rigor
querer obligar á instruirse en esta Geographía á unos hombres, que por
lo comun han ignorado otra mas facil.
Suelen las damas de Comedia perder su honor muy voluntaria, y
frescamente, y muy de hecho pensado, y venir luego á informar al
auditorio de su debilidad en tono de lamentacion, como si pudiera haver
quien les tuviese lastima. No hay que dudar, que esto es muy El mejor Alcalde el Rey, hay una Doña Elvira, que
espera por la noche en su Quinta al Conde Don Garcia á pie firme, y á
obscuras; porque, segun dice, el tal Conde le havia dado palabra de ser
su esposo. Anda por aquellos barrios á caza de aventuras un tal Don
Fernando, que es un mozalvete rondador, y atrevido: pasa á deshora de la
noche por la Quinta: encuentra abierta la puerta falsa, y entra. Vé que
de un quarto le echan una escala; ¿qué ha de hacer en tentacion tan
vehemente un hombre que dice:
Sube por la escala al quarto de Doña Elvira sin hablarle
palabra, y aprovecha la ocasion preparada para el Conde. La dama, cuyo
rubor la obliga á estár en tinieblas, y dá con esto mo-qui, por quo, perdiendo de repente todo este
gracioso pudor, pide luz, y llama à las gentes de su casa para que sean
testigos de aquella deuda. Don Fernando huye, matando la luz que trahen,
por no ser conocido, y deja que Doña Elvira se consuele, contando todo
el suceso á criados, amigos, y jardineros, y aun al mismo Conde, y
quejandose de que éste haya huido,
Paso ligeramente sobre los papeles amorosos, en que una
doncellita de alta gerarquia escribe à su galan: Porque no digas que no me debes alguna fineza, me determino à hacer una por ti. Esta noche à las doce
estarà abierta la puerta del jardin, para que por ella entres à
tomar posesion de mi libertad; y me guardaré muy bien de decir
la situacion de esta niña à dos meses de la fecha, pues solo nos consta
por un coloquio entre amo, y criado, tan Los Vandos de Rabena, dice:
Segun esto, como se verifique casamiento, el que las damas
vayan à casa de sus amantes, que los tengan escondidos en sus quartos,
que les entreguen su honor à discrecion, todo parece que es niñeria. ¿Ni
cómo es creíble, que à no ser asi, huviese madres, que llevasen á sus
hijas à una escuela, donde no pueden aprender sino ponen à la vista
egemplos con que autoricen los licenciosos efectos de una pasion ciega?
Añada V.md. una observacion, que he hecho; y es, que siendo asi, que por
un mal metal de voz, por falta del manotéo, que llaman los necios accionar, y tal vez tonillo de la legua, que trahen los
Cómicos, que vienen à la Capital, que no pocas veces es mejor, y mas
natural, que el que han establecido aqui nuestros Actores, he visto al
Pueblo descompuesto, silvar al Cómico, y obligarlo à retirarse; y con
todo, jamás he visto, que éste manifieste disgusto en los lances,
papeles, maximas, y expresiones, de que acabamos de hablar.
Pero dejemos estas frívolas, y ridiculas discipulas. La pluma se cae de