El Pensador: Pensamiento LXXIV

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Pensamiento LXXIV

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Brief/Leserbrief

Señor Pensador. No sé quién fué el primero, que dió motivo à la vulgaridad de que los Poetas nacen, y los Oradores se forman; pero bien haya sido alguno de los Latinos, ò de los Griegos, no sé si me atreva à decir, que nos ha metido en el cerébro una gran patraña en quanto à los Oradores; si no es que entendiese por la formacion de estos la necesidad de estudiar las Leyes del País, el genio de los Jueces, ò el auditorio, y el méthodo del siglo en que viven. Por lo demás es incontestable, que la eloquencia subsistió antes que las reglas de la Rhetorica, del mismo modo que las Lenguas se formaron antes que las Grammaticas: que los primeros hombres eloquentes, que se conocieron, debieron este talento à su genio, sin auxilio de un arte, que no havia, y sin mas socorro que el de la naturaleza, que hace eloquentes à los hombres en las grandes pasiones, è intereses; y que igualmente los demás hombres, dotados de semejante genio, podrán ser eloquentisimos, sin necesidad de saber distinguir en la eloquencia el genero deliberativo del demonstrativo, y el judiciario; ni el simple del templado, y el sublíme, y sin la pension de fatigar su memoria con los nombres, origen, y explicacion de inumerables tropos, y figuras.

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Exemplum

Yo estimaría se me dijese en qué escuela havría aprendido Rhetorica aquel Capitan de uno de los primeros Califas, que viendo huir à los Turcos, les gritó: ¿Adónde os precipitais? No están aí los enemigos. ¿Os han dicho que ha muerto el Califa? ¿Y qué importa que esté entre el numero de los vivos, ò de los muertos? Dios vive, y os mira. Marchad al enemigo. Sin duda que havia aprendido en la escuela de la naturaleza, que sabe inspirar estos razonamientos vivos, y animados en las fuertes pasiones, y en los peligros urgentes:
en la misma, digo, en que aprendió Grangula, embiado por las cinco Naciones Iroquesas . . . . . Pero me voy alejando demasiado del asunto del presente discurso. Quedese esta especie para el siguiente, y vamos ahora al objeto, que me he propuesto tratar en esta Carta.

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Miro con harta lastima, amigo Pensador, el mucho, y precioso tiempo, que consumen nuestros jovenes en el estudio de la Rhetorica, y el ningun fruto, que vemos sacar de este estudio dilatado, y penoso. Yo no sé si consiste en el méthodo con que entre nosotros se enseña la Rhetorica, y en que contando con que el Orador puede, y debe formarse, no se cuida de explorar si hay disposicion en los discipulos, ò si tal vez el daño está en uno, y otro. Pero ello es, que el gasto de eloquencia, que se hace entre nosotros, es cortisimo, yá se recorran los Estudios de los Abogados, y los Gavinetes de los Autores, ò yá se examinen las producciones de aquellos, que manejan asuntos destinados à mover, y persuadir. Si tenemos algunos hombres dotados de eloquencia (que no son muchos), la deben mas bien à su constitucion particular, que al estudio; y apenas entre veinte se hallará uno, á quien las reglas de Aristoteles, de Quintiliano, ni de Ciceron hayan sido utiles, sino solamente para impedir que los pasages de un discurso verdaderamente eloquentes, y dictados por la naturaleza, se desfiguren con otros, que sean fruto de la negligencia, ò el mal gusto. ¿Ni cómo es posible, que unos preceptos frios, y didacticos, que quando un Orador quisiese emplearlos con cuidado, y diligencia, servirian solamente de debilitarle la mocion, que acaso sintiese, ò tal vez de extinguirla, puedan ser un camino, que guie à la verdadera eloquencia? Sentir vivamente, y decir lo que se quiera. Esta es la eloquencia, y estas sus reglas, que se aprenden en el corazon del hombre, en quien llegan à juntarse una impresion viva, y una concepcion facil, y no en Colegio, ni Escuela alguna del Universo. Con las reglas se suelen formar famosos pedantes, y se aprende à extender un pensamiento; esto es, à desleir (digamoslo asi) las idéas en un diluvio de periodos insipidos, en vez de aprender à ceñirlos sin obscuridad: con genio, y calor son eloquentes los hombres. El Abogado, que en una causa frívola empezó su discurso por la guerra de Troya, y las orillas del Escamandro, si havia estudiado, como es natural, las reglas de la Rhetorica, las empleaba en decir cosas triviales con enfasis, y el que le interrumpió suplicando à la Camara, ò Parlamento tuviese presente, que su Parte no se llamaba Escamandro, sino Michot, humilló discretamente la vanidad de aquel, haciendo patente, y ridiculo su pedantismo. ¿Pero es posible, que siendo la eloquencia tan util, y recomendable, no ha de haver alguna luz, que la dirija? ¿y cada individuo tendrá facultad de formarse una eloquencia à su antojo? Guias hay, si saben aprovecharse, y consisten principalmente en los egemplos. El genio, ayudado de los egemplos, sabe mas, que quanto dicen los Autores. La dificultad está ahora en señalar los egemplos, que deben seguirse. Quando estabamos inundados de mendígos, esto es, quando entre algunos pocos verdaderamente pobres, teniamos una multitud de holgazanes, que con un tono pathetico, y phrases energicas nos persuadian à socorrerlos, sin embargo de conocer su bellaquería, havia yo pensado presentarlos por modélos de eloquencia, no pudiendo encontrar otros mas adequados, que unos hombres, que no teniendolos yo en buena opinion, ni queriendo contribuir à mantener sus vicios, eran con todo bastante habiles, y eloquentes para hacerme olvidar mi proposito, causarme compasion, y obligarme à socorrerlos. Pero yá que estos modélos de verdadera, y natural eloquencia nos faltan, otros tenemos, y muy superiores, en la eloquencia de las mugeres. No pretendo poner por modélos de eloquencia à todas las mugeres. Muchas havrán de perdonarme, que no les conceda este honor. Sin embargo de ser la eloquencia un talento tan natural, y que sienta tan bien à las damas, es preciso no confundir las que merecen la distincion de ser citadas, con las que no tienen meritos para ella. Una de las pruebas establecidas para conocer el talento, y estudios de los hombres, y graduar su merito, es la de hacerlos hablar una hora sobre algun asunto, sacado de un determinado libro; y siendo asi que à este acto preceden veinte y quatro horas de preparacion, son pocos los que, aun llevando prevenidos, y empleando en su oracion centones, que hacen à todas las materias, no andan arañando para completar la hora. Si esto fuese merito para las damas, y se les admitiese à oposicion, estoy seguro de que deslucirian enteramente à los hombres. Yo conozco señora, que de repente hace una disertacion de dos horas sobre la picadura de un mosquito, ò sobre el corte de unos vuelos; y he visto otra, que todo un dia entero estuvo declamando contra su criada, que le havia roto el espejo del tocador, con una vehemencia, y energía admirables, en que apenas pudo quedar primor alguno de Rhetorica, que no emplease. Igual, y aun superior ventaja nos harian las mugeres, si les fuese permitido litigar por sí mismas sus causas, como yá se vió entre los Romanos; y esto sin contar con las Limeras, ni las Majas, cuya eloquencia en sus riñas, y quimeras es tan notoria, como inimitable. En fin, no hay genero alguno de eloquencia, que no tenga insignes modélos entre las mugeres. Genio, calor, locucion, estilo, abundancia de figuras, y tropos, de nada carecen. Estos egemplos deberiamos imitar para adelantar en esta carrera. Sobre todo en emplear facil, y oportunamente los tropos, y figuras, nos hacen una conocida ventaja. Pondré aqui algunos egemplos, para que los curiosos, y amantes de la eloquencia hagan la comprobacion en sus conversaciones con las damas.

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Hyperbates, que quiere decir confusion, ò mezcla de palabras, es una figura, que pocos hombres tienen habilidad de saber manejar; y sin embargo, no hay cosa mas usada en las visitas de solas mugeres, y en los locutorios de Monjas, y Colegios de niñas, segun dictamen de los que las tratan. La figura Ellipsis, que tiene lugar quando alguna cosa se deja de decir, pero de modo que pueda inferirse facilmente, no es la mas usual entre las damas, y solo la practícan en ciertos casos, como por egemplo: Si yo huviese de hablar de Fulana . . . . . pero vale mas dejarlo; y en otros semejantes: sin embargo en cambio usan frequentemente del Pleonasmo, ò redundancia: Yo lo he visto con mis ojos, &c.; pero siendo esta figura un defecto de estilo, quando las palabras superfluas, que la componen, no añaden gracia, claridad, ò energía al discurso, tienen el discernimiento de no emplearla, sino quando conduce à dár mayor fuerza al ímpetu de la cólera, ò la malicia. El Neologismo, nuevo modo de hablar, ò locucion en que se introducen palabras nuevas, y afectadas, es una figura, en que brilla el genio de las señoras con singular gracia. A su gusto, y cultura debemos, si no la invencion, la conservacion de unas advertencias remarcables, y una porcion de intrigas, y resortes; y ellas son las que saben decidir quáles son los Oficiales que tienen marcialitè, y quáles son los petimetres, que saben vestirse à la derniere. Tal qual vez suelen mezclar algun Archaismo, modo de hablar, ò locucion antigua, que es la figura opuesta, y esto hace un maridage admirable. No luce menos su eloquencia en la Epiphonema, sentencia corta, con que se concluye el discurso; y estoy por decir, que en esta figura ganan à Ciceron, y à Demosthenes. Jamás estos grandes hombres acertaron à hacer una Epiphonema tan sucinta, noble, y energica, como la que hace qualquiera muchacha, que dice à un caballero para concluir un discurso: Vaya V.md. noramala: ò es V.md. un trasto. En la Enumeracion, que consiste en repasar rapida, y menudamente diversas partes, ò circunstancias de una cosa, son inimitables las señoras, y no aconsejaría yo à ningun hombre, que pretendiese imitarlas. Ningun hombre podrá jamás registrar, y retener en la memoria quánto sirve al adorno de quatro señoras, en solo el tiempo que tardan en pasar lateralmente dos coches, que se encuentran, ni todo lo que llevan puesto veinte, ò mas personas, que apenas se han visto un quarto de hora en la Iglesia. Pero sobre todo, omitiendo otras figuras, que podrán advertir los inteligentes, me parece que en nada se distingue tanto el talento de las mugeres, como en la amplificacion, que consiste en la forma que el Orador dá à su discurso, haciendo parecer las cosas mayores, ò menores de lo que son. ¿Con qué diluvio de palabras no suelen pintar los defectos de una concurrente, y con qué concision sus virtudes?
Otros muchos egemplos pudiera referir; pero me parecen suficientes los expuestos. Lo dicho debe bastar para prueba de que la buena eloquencia no se aprende en los Colegios, ni en los libros; y para que los amantes de ésta conozcan quánto, y quán facilmente pueden adelantar en la escuela de las damas, si se dedican à imitarlas. Es verdad, que para esto necesitarán de hablar incesantemente, segun dicen que suelen hacerlo algunas, cuyas lenguas deben estár agradecidas al sueño, como decia un Irlandés, porque les trae el descanso, que no pueden lograr en la vigilia; pero esto no dañará, y antes bien con este continuo egercicio podrán adquirir las lenguas de los hombres cierta volubilidad, que les falta.