El Pensador: Pensamiento LXXI

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Pensamiento LXXI

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Brief/Leserbrief

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Jornada Segunda. Empieza ésta refiriendo Tarugo los medios de que se ha valido para que el Sastre de Doña Inés lo embiase à casa de ésta en calidad de oficial: celebranle la agudeza, y en premio le regala Doña Ana una sortija. La comparacion de que Tarugo se vale para persuadir à su amo à que prosiga en sus intentos, es tan asquerosa, y obscena, que ni V.md. querrà ponerla en sus Discursos, ni yo me atrevo à copiarla. Don Felix desea hablar à Doña Inés; y Tarugo se encarga de esto, noticioso de que Don Pedro tiene amistad, y correspondencia con el Marqués de Villena, que se supone en Indias, y que en poder de Doña Ana hay cartas de este caballero: pide una para contrahacer la firma: ella se la dá con gran franqueza; y sobre esta firma supuesta gyra todo el resto de la Comedia. Haviendo salido Tarugo tan bien premiado del primer embuste, no es estraño que ahora se introduzca à falsario. Doña Inés, que ha perdido el retrato, que le dexó Tarugo, sospecha que lo ha encontrado su hermano Don Pedro, y no se engaña. Concierta con Manuela su criada, que diga haver encontrado aquel retrato al salir del Carmen, adonde havian ido à Misa; y Don Pedro, que viene furioso à castigar su afrenta, encuentra à su hermana, que muy cólerica pide à la criada el retrato, que se ha encontrado. Don Pedro no es tan tonto esta vez, que no conozca el artificio: saca la daga, diciendo:

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. . . . . Calla, aleve hermana. Dé este puñal à tu traycion liviana el debido castigo.
No se asusta por esto Doña Inés. Su delito no la acobarda, y à vista del puñal, y del amago se entretiene en dár à su hermano un consejo lleno de sofisterías, y aun lo insulta en la siguiente quintilla.

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Con que entre el daño, que toco,
con este furor, que escucho,
has andado necio, y loco;
si lo sabes, porque es poco:
si lo dudas, porque es mucho.
Con esto se vá, sin que la despida, ni detenga Don Pedro, el qual dice, que queda corrido con sus razones. Sale Tarugo vestido de caballero con la insignia del Orden de. Santiago, y entrega à Don Pedro una carta con firma supuesta del Marqués de Villena, que dice asi:

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El Señor Don Chrysanto de Artiaga es persona de toda mi obligacion: vá à esa Corte à negocios importantes; y la estrañeza de su condicion, que casi toca en locura, le arriesga en sus pretensiones, no teniendo à su lado quien le dé à conocer; y para lograr la memoria de nuestra amistad, he querido que vaya con carta mia, y un regalo de la tierra, para recomendar la estimacion de su persona, la qual suplíco que sea la misma que la mia. Encargo mucho su agasajo, que en todo será mi mayor estimacion.
Don Pedro se halla vacilante sobre si hospedará en su casa al Caballero; y Tarugo, que lo conoce, antes que aquel le ofrezca el hospedage, lo reusa, si tiene mugeres en su casa, à menos de ser imposible verlas de noche, porque de lo contrario le acometeria un mal terrible, de resulta de ciertos hechizos, que le havia dado una Criolla. Disipanse los recelos de Don Pedro, en orden á tener un huesped en su casa, con esta necedad, y con el designio de ponerle quarto muy distante del de Doña Inés; y añade Alberto bonisimamente, que sabe ciertas palabras con que curar al Indiano, quando el accidente le acometa; y notese, que este Alberto no es ningun bufón, ni rodrigón de la casa de Don Pedro, sino un Caballero pariente suyo, y el mismo que llevó à la Academia el soneto definiendo el amor. Entran Don Pedro, y Tarugo en conversacion: le pregunta, si estando en la America, le havian hecho merced del Habito, que trahe; y responde Tarugo:

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Con notables preeminencias
su Magestad me rogó,
que este habito me pusiera;
y yo, por hacerle gusto,
lo acepté.
Semejantes à este son los demás discursos de Tarugo, quien sabiendo yá el lance del retrato, y queriendo acabar de desimpresionar à Don Pedro, y sacarlo de su poder, como havia prometido, le dice, que uno de los cuidados que le han trahído à España, es el casamiento de una hermana suya, que queda en Indias, con un Caballero de la Corte, cuyo retrato hace ademán de ir á enseñarle, por si lo conoce: finge haverlo perdido viniendo del Carmen: pregunta Don Pedro el nombre del sugeto: dicelo Tarugo: enseña Don Pedro el retrato encontrado en el quarto de su hermana, para hacer prueba de si Tarugo lo conocia; y yá se dexa inferir si conocerá el retrato de su amo, y que él mismo havia llevado. Don Pedro se lo entrega muy sereno, arrepentido de su indiscrecion, y persuadido de que su hermana es una santa, y la tal Manuelita una inocente. Paso en silencio mil necedades, delirios, è inconsequencias, que debian hacer entrar en sospecha à Don Pedro, como el decir Tarugo, que aquella misma noche han de ajustar la boda su hermana, y Don Felix; porque si huviese de anotar todos los defectos, sería preciso escribir un tomo harto abultado. Tarugo ha ofrecido à Doña Inés traherle aquella noche à su casa à Don Felix; y yá se sabe, que las palabras de esta especie son indefectibles en los criados de Comedia. Tarugo, y Don Felix han de bajar al jardin, donde Doña Inés se halla tomando el fresco. Este acuerda con su hermana, que se retire, y que podrá volver quando Tarugo se haya recogido; pero Doña Inés, que está esperando el efecto de la promesa de Tarugo, se queda alli escondida. Suena ruido de espadas, y de voces en la calle: Tarugo finge oír la de un primo suyo: hace que Don Pedro abra la puerta del jardin, y salen los dos precipitadamente en busca de los espadachines: aprovecha Don Felix la ocasion: entra al jardin, y Manuela lo esconde. Buelven Tarugo, y Don Pedro, que à nadie han encontrado: cierra éste la puerta, guarda la llave, y ambos se retiran à sus quartos. Doña Inés, y Don Felix no se andan en cumplimientos: à las primeras explicaciones de cariño se dán mano, y palabra de esposos; y Tarugo, que ha vuelto al jardin, y no quiere estarse hecho un panarra, entabla tambien su galantéo con la criada. Hasta aqui todos están contentos, y tranquílos; pero el diablo, que todo lo enreda, hace que se le cayga la espada à Tarugo. Alborotase la casa: vienen al ruído Don Pedro, Alberto, y criados: Don Felix se ha escondido: Tarugo está en tierra como accidentado: Doña Inés dice, que aquel hombre ha caído de una ventana de la casa, que dá al jardin; y Don Pedro hace que Alberto le diga al oído las palabras que sabe, con lo que buelve en sí. Sosieganse todos, y llevan à Tarugo à su quarto. Doña Inés quiere que se vaya Don Felix; pero la puerta del jardin está cerrada, y no hay arbitrio. Dice Manuela, que será preciso que se quede aquella noche en el Oratorio del quarto de Doña Inés, y ésta se conviene, diciendo à Don Felix:

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Yo la palabra te pido,
de que pasar no te atrevas
el límite en tus cariños,
que permite mi decoro.
Don Felix lo ofrece, y vá à pasar alli la noche con poca edificacion del auditorio. Dicense, como por preparacion, quatro requiebros, y dá fin la jornada. Jornada Tercera. Buen ánimo, que yá vamos viendo tierra. Don Felix abre la primera scena, diciendo à Tarugo:

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Ocho dias há que aqui
estoy,Tarugo, escondido,
y una hora me han parecido.
Sea en hora buena, que nadie se lo disputa, ni yo pienso sacar de ello otra consequencia que la que mira à la duracion de la accion, sin embargo de que las ocho noches parece las ha pasado en el quarto de Doña Inés, segun se infiere de varios pasages, y no lo desmiente lo que el mismo Don Felix dice delante de Don Pedro, hablando del retrato supuesto de la hermana de Tarugo:

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Absorto en vér su hermosura,
todas las noches me paso;
y crece tanto mi amor,
con esta dicha que alcanzo,
que presumo que lo escucha,
y está durmiendo à mi lado.
Pero esta serenidad dura poco. Viene noticia de que Don Pedro anda registrando la casa, porque ha tenido aviso de que hay un hombre escondido en ella. Nuevo motivo de que luzca el ingenio de Tarugo. Llega en efecto con su pariente, y criados, todos armados de escopetas, al quarto de éste, que se admira de todo aquel aparato, y mas à tiempo que tiene una visita, y iba à pedir le trajesen chocolate. Descubrese que la visita es Don Felix: trahese el refresco, y luego dá Don Pedro su coche à Tarugo para que lleve à Don Felix à su casa. Riñe Don Pedro à las guardas, que cuidaban de las puertas, por su descuido en no haverlo visto entrar: ellos niegan; pero todo cree Don Pedro que es por disculpar su falta de vigilancia. Sin embargo, quiere salir de sustos, y determina casar à su hermana con Don Diego de Roxas, que se la tenia pedida: dá parte à su hermana de esta resolucion, y ella se defiende como un Cid. Oygase un pedazo de este dialogo, que es curioso, y podrá inferirse de él la doctrina que subministra nuestro Theatro à las doncellitas, que lo frequentan. Don Pedro dice à su hermana, que la tiene casada, y ella responde:

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D. Inés. Y con quién saber aguardo. D. Ped. Es con Don Diego de Roxas, un Caballero bizarro. D. Inés. ¿Y sabes tú si yo quiero? D. Ped. ¿Pues queriendo yo, no es llano, que has de querer tú tambien? D. Inés. No, que soy yo quien me caso. Si tú huvieras de vivir
con mi marido à tu lado,
bastaba que tú quisieses;
pero haviendo yo de estarlo,
es menester que yo quiera
el marido, y no tú, hermano,
que no ha de ser la eleccion
de quien no ha de ser el daño. D. Ped. ¿Pues cómo tù me respondes con esa libertad? D. Inés. Paso: ¿pues no tengo yo alvedrío? D. Ped. Doña Inés, no en este caso. D. Inès. ¿Pues en quál? D. Ped. En otro intento, que puede ser voluntario. D. Inés. Yo no conozco ninguno. D. Ped. Muchos hay. D. Inés. Dirás acaso, que en elegir confesor. D. Ped. Yo no digo, ni señalo mas de que has de obedecerme,
y mas en este mandato;
que yo soy tu padre aqui. D. Inés. ¿Padre nuestro? ¡hay qué milagro! muy mozo sois, padre mio. D. Ped. No hagamos chiste del caso, que vive Dios, Doña Inés : : : : : 
mas todo esto es escusado, &c.
Vase Don Pedro, y dice Doña Inès à su criada.

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D. Inés. ¿Manuela, no oyes aquesto? Man. Señora, no hay, pues te ha dado Don Felix mano de esposo,
sino ganar por la mano:
peticion, doblon de à ocho,
y darle con el Vicario.
Durante este coloquio, en que la criada continúa dando los mismos saludables consejos à su ama, viene à vèr à esta su futura cuñada Doña Ana Pacheco, embiada por Don Felix, à saber de qué medios intenta Doña Inés valerse para salir de su casa, pues él à todos está pronto. Doña Inés le dice como está esperando à su hermano, que venga con Don Diego, con quien quiere casarla aquella misma noche, y concluye: que Don Felix, ò arrojado, ò industrioso, ò con el medio de valerse del Vicario, venga à sacarme de aqui: que en fin, de algo sirve el tener buenos consejeros. Doña Ana se retira; pero apenas sale del quarto de Doña Inés, quando encuentra à Don Pedro, y à Don Diego, que vá à desposarse. Finge que no puede detenerse, porque le ha dado un desmayo, y se siente indispuesta. Don Pedro se escusa de irla sirviendo con motivo de la boda, que vá á hacer. Tratalo Doña Ana como merecia, y dice à Don Diego, que la acompañe. Obedece éste, y vá tambien Don Pedro con él. Don Felix, y Tarugo saben en la calle, por medio de Manuela, que los anda buscando, todo lo sucedido, y la necesidad urgente de sacar al instante à Doña Inés. El lance es apretado; pero para eso está Tarugo en el mundo. Previene desde la calle à Doña Inés, y à Manuela, que se pongan los peores mantos que tengan: deja fuera à Don Felix, y él se entra à casa de Don Pedro. A muy breve rato buelve echando de la casa à empellones à dos mugeres tapadas, y riñendo à Alberto, y à Sancho porque las han dejado entrar en su quarto mientras ha estado fuera: quieren ellos descubrirlas, y Tarugo se opone por miedo del accidente. Echanlas à la calle con vilipendio, y Don Felix, que las espera, las lleva consigo. Encuentran à Don Pedro, y Don Diego. Don Felix se dá à conocer, y dice que và con una señora casada, y con temor de que de su casa le sigan. Don Pedro, y Don Diego le sirven de escolta hasta la casa de Doña Ana, y se quedan à la puerta. De alli à poco hace Doña Ana llamar à Don Pedro, estando escondida su hermana, Don Felix, y Manuela. Doña Ana suscita la question de si puede, ò no guardarse à las mugeres, y Don Pedro mantiene su opinion con mayor tenacidad. Hacele vér Doña Ana quán engañado está, mandando salir à los escondidos, y concluye la Comedia con tres bodas. Don Pedro se casa con Doña Ana, Don Felix con Doña Inés, y Tarugo con Manuela.
Vea V.md. Señor Pensador, cómo son, poco mas, ò menos, nuestras Comedias: la indecencia con que se tratan los amores en el Theatro; y las lecciones, que pueden tomar los que lo frequentan en el pie en que está. D. Pedro es un modélo de mentecatos presumidos: Don Felix de jactanciosos: Doña Inés de mugeres ligeras, y sin decoro: Tarugo de criados astutos, y malvados: Manuela de criadas perversas, que ponen todo su estudio en servir bien à sus amas, quando se trata de acciones criminales; y Doña Ana no quiero decir de qué es modélo. Esto es lo que se representa en unos Theatros destinados à corregir los vicios de la sociedad, y de este modo han llegado unos hombres, faltos de luces, ò de voluntad, à convertir en veneno lo que debia ser antídoto. ¿Pero es este un mal sin remedio? No por cierto: en tal caso lo mejor sería cerrar los Theatros. Remedio tiene, y no dificil. Parte de él mostraré en otros Discursos, pues yá éste está lleno.