El Pensador: Pensamiento XLVI

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Pensamiento XLVI

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Carta/Carta al director

A Señor Pensador. ¿Le he de vivir yo à Vm. para siempre? Cierto, que es una pension grande la que con los Escritores tienen sus apassionados; porque no haviendo Autor, por mediocre que sea sin émulos, de cien Lectores, los veinte son indiferentes: los diez y seis, creyendose superiores à lo que leen, critícan sin conocimiento: los sesenta blasfeman; y los quatro restantes son los que aplauden: assi suele gyrar, mientras vive, el merito de un Autor, aun el mas famoso, hasta que la posteridad hace justicia. La Historia Literaria nos dá muchos exemplos, y Vm. ni el ultimo, ni el solo en nuestros dias. Apenas se echò à pensar, quando se ha inundado la Corte de Papeles tambien periodicos, y otros de impugnaciones. Yo prescindo del merito de aquellos, y la razon de éstas; pero es digno de reparo, que como si el escribir fuera bostezar, lo mismo fuè tomar Vm. la pluma, que empuñarla los otros: yà à lo menos no le disputarán la gloria de haver con su vuelo commovido, y provocado el de tantas aves (sean aguilas, ò grajos). Escriban en buen hora, que à lógro de que los ingenios Españoles sacudan el ocio, créo que Vm. les perdonarà tal qual varapalo, que sacudan à sus Pensamientos. ¿Pero serà creíble, que todo lo que la malignidad, la embidia, ò la ignorancia puede decir contra sus Obras, lo han vomitado yà en los Papeles impressos? No amigo: sepa Vm. que en muchas conversaciones privadas lo ponen tan en prensa, que no le dejan huesso sano. Y para que Vm. se desengañe, voy à referirle una que presenciè, y en que, si no me huviera revestido de Don Quijote, quedára Vm. tan mal parado como el Mozo Andrès por el Vecino del Quintanar. Hagome cargo de sus protestas de no interrumpir sus Discursos con cosa, que tenga visos de Apologìa; y mas en Carta, que puedan sospechar supuesta de otro, siendo de Vm. Pero en quanto à lo primero debo prevenirle, que el assunto, de que voy à tratar, (que es la verdadera inteligencia de la satyra) es materia tambien de sus Discursos, segun el plan, que nos ha dado; porque no se ignora menos esto, que la Poetica, el Theatro, &c. Y en quanto à lo segundo, ¿què inconveniente halla Vm., ni otro qualquiera, en que sea, ò se créa suya esta Carta? ¿No suelta Vm. su porte en el Corrèo? ¿Pues què mas suya la quiere? Además, de que yà sabe todo el Mundo, que todo quanto hay en esta casa es de su merced el Pensador; pues ruin sea quien piense lo contrario, y vámos al cuento.

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Relato general

En una Tertulia, de las muchas que aguardan los Martes sus Pensamientos, entrè à tiempo, que acabado de leer el de aquel Corrèo, estaba dividida la Assamblèa en vandos, cuya mayor parte era contra el Pensador, y la menor (rari quippè boni) se esforzaba à defenderlo; pero tan malamente, ò por falta de armas, ò de manejo, que lo exponian mas à los tiros de los impugnantes. Tampoco eran estos muy espadachines; pues de dos, que mas sobresalian, el uno tenia mas loquacidad, que instruccion; y el otro, aunque en su facultad de los mejores, en quanto à lo erudito era de los que el Italiano llama infarinati, que es decir, empolvados con la leccion superficial de la ciencia de Corte, y otros libros, en que se estudia, y se sabe por compendio. Apenas puse yo el piè en el campo, quando, conocido por apassionado de Vm., se animò nuestro partido, y provocò mas al contrario: renovòse la batalla: me assestaron quanto han dicho contra sus Pensamientos los que lo acusan de infamador de las Damas: lo que han fulminado los que llaman delicias de la vida civil à la licencia de los Cortejos: chiste de las conversaciones à la detraccion: policìa à la vagatela de las modas: erudicion à la pedanterìa: diversion instructiva à la corrupcion de nuestras Comedias; y assi de los demàs assuntos de su reforma. Reproduje en defensa lo dicho yà (bien dicho, y lo sobrado) en los Pensamientos XVIII. XXV. XXXIX. en su Prologo, y en otros passages de su Obra; pero ni por essas: porque aunque no podian replicarme con solidèz, ponian en los gritos la fuerza, que saltaba à la razon, hasta que el dicho Señor Farinaceo (llamole assi) con gran satisfaccion, como que havia hallado yà una razon concluyente, dando una palmada, con que calmò las voces de los demàs, pidiò atencion.

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Diálogo

Vm. ha dicho muy bien (me dijo) en quanto ha esforzado en defensa del Pensador: mas no sè que lo justifique de la acusacion, que voy à ponerle, y esta se reduce à quatro palabras. Doy de barato, que los Pensamientos fuessen cada uno una pieza acabada de eloquencia, y erudicion, ¿de què nos serviràn, si en la dulzura, y fluidèz de sus palabras se embuelven la hiel de la maledicencia, y el aguijòn de la satyra? No hay defecto en las costumbres, y literatura de los Españoles, que no ponga de manifiesto: en una palabra, su Obra es una satyra de la Nacion. ¿Pues un Autor satyrico no es digno del castigo mas severo? ¿Serà bueno que el Pensador gaste dos Pensamientos en reprehender à los maldicientes, y que èl lo sea? Si esto tiene respuesta, veámos quál es, que aqui la aguardo. Dijo: sentòse; y passeó la vista por todos los circunstantes, pidiendo el aplauso. Commoviòse la Assamblèa. Es verdad, decian unos: no tiene contra, añadian otros: vaya, que el Pensador es un satyrico endemoniado, clamaban estos: es cosa insufrible, y vergonzosa, seguian aquellos; y yo pensativo, mientras simul ore fremebant Dardanidæ, hacia mas insolente el murmullo con mi suspension, que yà creían convencimiento; y à la verdad me suspendia, no la fuerza de la objecion, siendo tan futil, sino lo estendida, que la he observado contra Vm. por la equivocacion, que padecen, no solo el vulgo ignorante, sino muchos de los infarinati, en la inteligencia de lo que es este genero de escrito; y como Vm. escribe para todos, me pareciò ocasion oportuna exponer lo que es satyra: quál la perniciosa: y quál la licita, no tanto para formar una apologìa de su Obra, quanto para desengañar à los que discurren con aquel error. Si Vms. me favorecen por un rato con su atencion, (les dije) y me dàn palabra de que no me han de interrumpir, espero hacerles vèr la equivocacion que padecen. Confiesso, que en substancia es una satyra la Obra del Pensador. En esto vamos de acuerdo; pero satyra como la entiende, y explica esse Caballero, y con èl otros muchos; esto es, mordàz, caluminosa, infamatoria, y digna del mas severo castigo, esso es lo que negarè, con la seguridad de que al Pensador no le ha passado por la idèa, ni podia passarle à un hombre de providad, y honor. No me detengo ahora en la ethymologìa, y origen de la satyra, sus progressos, su forma entre Griegos, y Latinos, y demàs Naciones cultas: no hay alguna, que no cuente sus Socrates, y Menipos, sus Lucilios, y Juvenales. Baste decir, que la materia de toda satyra es los vicios de los hombres: su forma, el gracejo, y estilo mas, ò menos picante; y el fin la correccion de los acusados. Por lo comun son tantos, y tan varios los assuntos, quanto las costumbres viciadas, ò errores. Por esso Juvenal dice, que la materia de las suyas se la dàn los deseos, temores, iras, placeres, locuras, discursos: en suma, quanto erradamente piensan, dicen, y hacen los hombres: Quid-quid agunt homines, &c. Este es el epigraphe, que pone à la frente de su segundo Tomo el Pensador, por lo que ya confiessa, que su Obra es una satyra. La satyra, hablando generalmente, ò es directa, como las de Juvenal, y Persio, ò indirecta, como la Comedia, ò mas obliqua, y dissimulada, como las de Socrates en algunos Dialogos de Platon de quien se llamò Socratia. Comunmente se escribe en verso; pero tambien prosa, como el Asno de oro de Apuleyo, ò en prosa, y algunos pedazos en verso, como el Satyricon de Petronio, y el de Barclayo. Se introduce, ò en apologos, como las Fabulas de Essopo, ò en dialogos, como los de Luciano, ò en Cartas, como las de Horacio, ò en Historias fingidas, y verosimiles, como la de nuestro Don Quijote. Omito otras invenciones ingeniosas, por no ser prolijo. Hay satyras de estas, en que domina la hiel: otras, en que sobresale el vinagre, ò acrimonia: otras, en que se vierte la sal; pero ésta, ò es tan demasiada, que degenera en bufonerìa, ò và tan mezclada con la pimienta, que pica, y aun escuece, ò es tan moderada de estos ingredientes, que solamente sazona, para quitar el fastidio, y desabrimiento, que contrajera un Discurso largo, y siempre sério. Las satyras guisadas con hiel, y vinagre, ò con demasiada sal, y pimienta, singularmente quando nombran sugetos, ò los pintan con tan individuales señas, que el menos habil no pueda desconocerlos; éstas suponen un Autor de un corazon perverso, de un odio detestable, de un humor maligno, y de una secreta complacencia en hacer pedazos quanto encuentra: en una palabra, que tira mas à las personas, que à los vicios, no por horror à éstos, sino por odio à aquellas. Esta satyra es la vedada, la indigna de todo hombre de providad, y honor: ésta es la de los Aristophanes en la Comedia antigua, que no perdonò à Socrates, ni à las personas mas respetables de Athenas: la de Lucilio, que notò à Mucio, y otros Gefes de Roma: ésta la que aníma lo que llamamos libelos infamatorios: ésta la que vertiò un Bocalini contra España, la que escriben los de una Nacion contra su émula, un partido contra otro: la que han vomitado, y aùn arrojan los Hereges contra el Catholicismo, y los Libertinos contra toda Religion: la que dicta con desverguenza, y mala crianza los papelones de decimas à los Aretinos de estos tiempos sobre assuntos privados, ò públicos contra las familias, y contra el Gobierno: ésta la que escribe con la pluma de la embidia las impugnaciones injustas (doctas solo en invectivas) contra los Escritores, que no les han dado otro motivo, que su general aplauso: ésta, finalmente, sobre quien caen, y deben caer todos los improperios, y execracion de los hombres juiciosos, y piadosos, y la que condenan las Leyes Divinas, y humanas. Es verdad, que los mismos conocedores confiessan, que es una empressa dificil, y peligrosa: que es llevar el piè sobre ascuas mal cubiertas de ceniza: assi acusan à Juvenal de declamador, y de imprudente, por haver notado al Pantomimo Páris, querido del Emperador, lo que le trajo su desgracia: à Persio lo desechan por demasiado rígido, y obscuro; y aun à Horacio, que es el mas inocente, le culpan de haver nombrado à Aufidio Lusco, à Nasidieno, y à otros. Petronio es con razon abominado por sus obscenidades; pues no puede darse mayor impureza, que desnudar à Venus, aunque sea para azotarla. De esta acusacion general à los mas célebres Satyricos proviene (si no me engaño) la aprehension poco favorable, con que se recibe toda Obra, que es, ò trahe visos de satyra. Pero en un tiempo, en que yà se hace menosprecio de la virtud, gala del vicio, marcialidad de la desemboltura, y ciencia de la pedanterìa, clamára con razon nuestro Quevedo:

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¿No ha de haver un espiritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Para esto es la satyra licita, y laudable. Esta es la que sin nombrar personas impugna solamente los vicios con una sal, y pimienta tan moderadas, que sazonan, no irritan: assi corrige agradablemente à los hombres de sus flaquezas, preocupaciones, y engaños, y les dà una alta idèa de la providad, y sano juicio: mucho mas si es viva, è ingeniosamente insinuada, moral, instructiva, y con un ayre de chiste, y gracejo, que no degenere en bufonada, y chocarrerìa: tales son muchas de Horacio, las de Boileau, donde no nombra los Autores, que ridiculiza: tales tambien algunos de los Raguaglios del Bocalini: las mas de nuestro Quevedo, singularmente en prosa: la Republica Literaria de Don Diego de Saavedra; y por decir los elogios de todas en una, el incomparable Don Quijote de nuestro Cervantes. Si no se me notára de apassionado, yo dirìa, que esta satyra licita, y laudable es la que anìma los Pensamientos de nuestro Pensador. Son invectivas, sì; pero con aquella urbanidad, y aquel decoro, de que no puede dexar de gustar todo hombre sensato, y aquella sal proporcionada, aquella inocente ironìa, que divierte al lector mas atrabiliario, y que, bien entendida, corrige suave, è insensiblemente el vicio, que impugna. Y si no, señaleme el mas escrupuloso el passage menos decente: diga donde nombra à persona, ni de alto, ni de mediano, ni de infimo caracter. ¿Què pintura presenta del vicio, que se pueda equivocar sino con el que lo padece? Y no siendo uno solo (porque por desgracia de la humanidad son innumerables los enfermos) el retrato no puede tener otro original, que a la multitud: es una copia de todos los originales, y un espejo, que se pone en la plaza del Mundo: todos se miran en èl; y el que por verse deforme, lo hiciere pedazos, serà injusto en querer que pague el crystal inocente la culpa, que està en sus facciones horribles. Si no es que digamos, que el que acusa à la satyra, que cree que lo nota, èl mismo se manifiesta, que es digno de aquella censura.

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“Sè que se ofenderàn (decia à Rustico San Geronymo) los que interpreten calumnia suya la invectiva, que generalmente hago de los vicios; pero manifiestan en esso mismo su conciencia, y piensan entonces mucho peor de sí, que de mí. Yo à ninguno nombro, ni me tomo la libertad de la Comedia antigua para producir personas ciertas. El varon prudente debe dissimular, y enmendar en sí mismo el vicio particular, que halláre notado en la general acusacion: indignese consigo mismo, no con el que lo amonesta, quien, si acaso padece los mismos defectos, yà es mejor que èl, en quanto confiessa, que ni en su persona le agradan.”
¿Tendrà razon el avaro, que acuse de mordàz, y maldiciente al Varon Apostolico, que desde el pulpito declame contra la avaricia? Ninguno estarà tan mal contento con su opinion, que blasfeme, llamando satyrico desapiadado à un Barcia, à un Señeri, y à un Bourdaloue. Luego querrà Vm. (me diràn) santificar yà tanto al Pensador, que lo haga Predicador Apostolico! Al Amigo de una Carta sobre otra con esso. No harè tal; pero sì dirè, que aunque no su Mission, y facultades, el fin, y objeto del Pensador es el mismo, que el de un Orador Evangelico. La diferencia està, en que el Predicador directa, y abiertamente acomete al vicio, tomando sus principales armas de la Torre de David; quiero decir, de la Escritura, el Dogma, y otros principios Sagrados de la Religion; y el Autor de una satyra licita los impugna no tan abiertamente, y por otros principios no tan Sagrados, que le subministra la Philosophia Moral, la Historia de la vida humana, el conocimiento del corazon del hombre, la Fabula, el Apologo, y otras fuentes, y recursos de un ingenio vivo, fecundo, è instruìdo. Tambien son estos lugares comunes del Orador Sagrado; pero los principales son los yà citados, y estos ultimos son peculiares del Censor satyrico; à que se añade el que debe sazonar su correccion con la sal del chiste, el aguijòn de la ironìa delicada, y la amenidad del estilo, segun sus talentos. Todo esto estaria bien (bolveràn à instarme) si hablára el Pensador de los vicios contra el hombre de todo Paìs; pero vemos que caracteriza à los Españoles, singularmente quando nota a nuestros Oradores, y à nuestros Poetas: esto es desacreditar la Nacion, y publicando sus defectos, hacer justas las invectivas, que forman contra España las demàs Naciones. ¡Valiente objecion! Segun esso, seràn tambien reprehensibles los tres famosos Oradores, que yà diximos. Veanse en éstos muchos de sus Sermones, y en ellos se hallaràn las pinturas mas vivas de las costumbres viciadas de su siglo; y ¿dirémos, que poniendolas tan de manifiesto, Barcia desacredita à sus Españoles, Señeri á sus Italianos, y Bourdaloue à sus Franceses? De ningun modo, porque los vicios no tienen otra patria, que al hombre, y éste es de todos Paìses. Pero quiero cargarme con toda la objecion, porque à la verdad el fin del Pensador es reformar sus Españoles, que es lo que mas le duele, como verdadero Patricio. Para reformar el espiritu de Caballerìa, bebido en los Amadises, y sus semejantes, que reynaba en España, saliò à luz el immortal Don Quijote; y hay tambien quien diga, que con las extravagancias del Heroe Manchego descubriò Cervantes à los Estrangeros lo ridiculo de su Nacion. Pero sobre que una Nacion tan dilatada, como la de los Españoles, es un comun tan multiplicado, que no puede hacer veces de particular, contra quien fuera injuriosa, y no licita la satyra, hay otra razon, à mi vèr, no menos sólida, que especiosa; y es ésta: Murmura el Estrangero, censura el Nacional (como Cervantes, y el Pensador); pero en aquel es malignidad lo que en estos amor de la Patria. No censura el Pensador lo que yà no ha notado en sus invectivas el Estrangero; y assi no publìca defectos, que yà no son notorios; sino procura corregirlos, para que no los satyrice mas el Estrangero. Despues de todo, sacamos en claro, (dixo Don Farinaceo) que sea con buena, sea con mala intencion, el Pensador es un murmurador público de nuestras cosas; y esto es quando èl nos predica, que no murmuremos: pues tomese el fruto, que saca, que es el que todo el mundo lo trayga entre dientes, y no haya otra murmuracion, que la de sus Pensamientos. No hay otra conversacion en las Tertulias: el Pensador esto, el Pensador lo otro, y . . . . . Yo entonces enfadado les contè el cuentecillo siguiente:

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Ejemplo

Alcibiades, aquel famoso Atheniense, tenia un perro muy grande: un dia le cortò el rabo, y lo echò por las calles, y plazas de Athenas: conocieronlo todos, y se alborotò el Pueblo. Unos acusaban la travesura por indigna de la gravedad de un General, y un Magistrado como Alcibiades: otros la celebraban por chiste Philosophico de un discipulo (como èl lo era) de Socrates. Avisaronle sus amigos, y aun le reprehendieron de que huviesse dado lugar à que murmurassen de èl todas las gentes. Por esso mismo lo hice: (dixo riendose Alcibiades) mientras los Athenienses hablen de esso, contendràn la maledicencia, con que se despedazan unos à otros.
“Ridiculicenme Vms. en hora buena, (dixo el Pensador en su Pensamiento XIV.) digan perrerìas de la ossadìa de mis Pensamientos. No importa: como se divierta la conversacion, y se liberte por este camino la fama, ò el credito, que se iba à despedazar, me doy por contento.”
Soltèles este perro, y me salì à la calle (amigo Pensador) para escribirle à Vm. ésta, que es muy suya,
como lo es de Vm. El Mismissimo.

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Carta/Carta al director

Señor Pensador.

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Relato general

Ayer me hallè en una conversacion, en que entre muchos Españoles havia varios Estrangeros, que pudieran mirarse yà como naturales, segun lo dilatado de su residencia en estos Dominios. Empezòse la conversacion, y empezaron tambien mis queridos compatriotas à darse ayres de Estrangeros, hablando à aquellos en sus proprios idiomas; pero yo, que no soy aficionado à dejarme llevar del torrente, y que me hallo con una buena porcion de tenacidad, quando creo tener la razon de mi parte, me obstinè en hablarles Castellano, sin que ni aun por descuido se me escapasse una palabra de sus idiomas, sin embargo de que en los que se hablaban tengo algun conocimiento, y pudiera haver echado mi quarto à espadas. Mis Paysanitos llevaban muy à mal esta tema mia; y yo estaba muy divertido de ver su inquietud, y sus gestos. Apenas empezaba à hablar me interrumpian; y no parecia sino que se avergonzaban de oìr pronunciar el lenguage Español. Dijeronme luego, que havia estado muy impertinente, y que si continuaba en la misma manìa, se verian precisados à separarse de mi amistad, ò de mi trato: que era preciso hablar à cada uno en su lengua; y que lo contrario, à mas de ser incommodo para los Estrangeros, tenia poco filis, y menos amenidad.
Hicieronme otras semejantes reconvenciones sobre la materia, pero sin fruto; porque del mismo modo que antes, me mantengo firme en mi opinion, y atrincherado en mi Castellano. Ahora bien, yo no pretendo llevar las cosas al extremo. Vm. me parece imparcial, y assi le he de merecer me diga, si en Londres, Parìs, Viena, ù otras Cortes de la Europa, se toman los naturales la pena de aprender los idiomas Estrangeros, solo para facilitar los placeres de la sociedad à los individuos de otros Paìses, que no quieren aprender el nativo de cada Reyno, unas veces por pereza, y otras por desprecio. Dios guarde à Vm. muchos años.