Pensamiento XXXI Joseph Álvarez y Valladares [José Clavijo y Faxardo] Moralische Wochenschriften Klaus-Dieter Ertler Herausgeber Alexandra Fuchs Mitarbeiter Elisabeth Hobisch Mitarbeiter Barbara Müllner Mitarbeiter Sarah Lang Gerlinde Schneider Martina Scholger Johannes Stigler Gunter Vasold Datenmodellierung Applikationsentwicklung Institut für Romanistik, Universität Graz Zentrum für Informationsmodellierung, Universität Graz Graz 10.07.2019 o:mws-107-686 Álvarez y Valladares, Joseph: El Pensador. 6 Bände. Madrid: Francisco Xavier García 1764. Hg. v. Manuel Lobo Cabrera/Enrique Pérez Parrilla. Mit einer Studie von Yolanda Arencibia. Cabildo de Canaria: Universidad de las Palmas 1999, 87-114 El Pensador 3 031 1762-1763 Spanien Ebene 1 Ebene 2 Ebene 3 Ebene 4 Ebene 5 Ebene 6 Allgemeine Erzählung Selbstportrait Fremdportrait Dialog Allegorisches Erzählen Traumerzählung Fabelerzählung Satirisches Erzählen Exemplarisches Erzählen Utopische Erzählung Metatextualität Zitat/Motto Leserbrief Graz, Austria Spanish; Castilian Frauenbild Immagine di Donne Image of Women Imagen de Mujeres Image de la femme Imagem feminina Männerbild Immagine di Uomini Image of Men Imagen de Hombres Image de l'homme Imagem masculina Spain -4.0,40.0

Pensamiento XXXI

Señor Pensador.

Yo soy un hombre, que por lo ordinario gusto de ir contra la corriente. Sea necedad enhorabuena: yo tengo mis razones. Cada uno en este mundo se entiende, y acomoda las cosas à su modo; y si todos tienen esta facultad, ¿por què se me ha de negar á mì, que gracias à Dios me hallo con mis sentidos, y potencias tan cabales, como el mas estirado hijo de vecino?

Una no pequeña porcion de gentes de Madrid, viendo las fuertes declamaciones de Vm. contra las Damas, ha llegado à discurrir que Vm. es poco afecto al hermoso sexo; y no ha faltado persona muy respe-table, que le ha dicho en su cara se admiraba de que las Damas no le hiciessen dàr algun veneno. Ahora bien: aqui entra mi manía de ir contra la corriente. Lejos de creer à Vm. enemigo del sexo, yo tengo mis escrupulos de que le es muy apassionado. Sì: no hay que dudarlo: ello es como lo digo, ò no hay ley en las Cartas. Vm. es un brivon, que queriendo establecerse un cierto imperio sobre las faldas, ha echado por el camino opuesto, para disimular su intencion, y hacer que pague contribucion el miedo. Yo no sè disimular, y por lo mismo no puedo dejar de decir á Vm. que cada vez que vèo alguno de sus Discursos contra las Damas, me parece estoy mirando en la Comedia del Desdèn con el Desdèn al Principe Carlos, instruído por su criado Talego, ò como se llama, que no es negocio de ir à reconocer la Comedia para saber su nombre.

En fin, sea lo que fuere: engáñeme yo, ò no me engáñe en mis conjeturas, que al cabo el tiempo, descubridor de todo, nos dirá la verdad, he pensado remitir à Vm. una Carta à favor de las Damas, que en otro tiempo traduje, para entretener, y divertir algunos ratos de ociosidad. Vaya: no hay que hacer gestos: no le desagrada á Vm. el assunto: dejemonos de melindres, y manos à la Carta.

Muy Señor Mio.

He observado con bastante sentimiento mio, que las Damas ponen poco cuidado en buscar los medios de dár valor à su sexo, y que por la mayor parte parece se descuidan de emplear los que serìan suficientes à hacerlas adquirir la superioridad, que los hombres les han usurpado. Contentas con las ventajas, que han debido à la naturaleza, tratan con negligencia aquellas, que la politica, y el cuidado de los negocios públicos podrian procurarles. En efecto, las Damas se satisfacen con reynar sobre los corazones: su ambicion está ceñida à estos límites; y creen no quedarles cosa alguna que desear desde el instante en que logran ser tenidas por amables; y es sin duda esta indiferencia, con que miran todo lo que no tiene relacion directa con el arte de agradar, la que ha dado à los hombres los derechos, que han adquirido de ocupar todos los empleos, y todos los cargos con-cernientes al Estado, y à la Justicia.

En efecto, si las mugeres quisiessen tomar el trabajo de aplicarse à los negocios, no sè yo què ley, ni què razon podria impedirles su conocimiento. Los hombres han tenido muy à bien, que las Damas reynassen, siempre que su nacimiento las ha conducido al Trono. ¿Pues si pueden, y deben ser Soberanas, y gobernar un Reyno, por què no podrán encargarse de un Gobierno mucho menos estendido, y de interesses de mucho menor importancia? ¿No serìa absurdo creer, que el mismo hombre, à quien se tiene por capáz de ser Rey, y de gobernar sabiamente un gran Pueblo, no tiene bastante conocimiento, ni talentos para ser Magistrado, ò Consejero. Un Principe verdaderamente grande debe reunir en sì todas las calidades necessarias, y proprias, para hacerse respetable à sus vecinos, mantener las leyes, conservar el orden, y la tranquilidad pública, y hacer felices à sus Vasallos. En una Reyna se necesitan los mismos talentos, que en un Rey, y se han visto sobre el Trono muchas mugeres, que han igualado la gloria de muchos Monarcas: por consiguiente serìa necedad el querer sostener, que estas mismas mugeres no huvieran sido à proposito para desempeñar las funciones de Secretarias de Estado, ò de Ministras.

Infierese de lo dicho, que si las mugeres huviessen atendido à ilustrar su sexo, las Reynas, que han sido solas en el mando, y reynado con prudencia, y cordu-ra, huvieran escogido cierto numero de Damas, y las huvieran empleado en los negocios. Yo créo, que ninguna de las personas, que elevandose sobre el vulgo, están essentas de preocupaciones, huviera desaprobado, que una Princesa huviesse embiado mugeres revestidas con el carácter de Embaxatrices à las Cortes Estrangeras. Aùn digo mas: me parece que esto huviera sido muy conveniente; y que si en la persona de la Embaxatrìz se juntaban belleza, y entendimiento, adelantaría por lo ordinario los negocios, è interesses de su Ama mucho mas de lo que pudieran hacerlo los Ossats, y los Polignacs por grandes negociadores, que hayan sido. Nada en mi entender es mas temible, que una muger de talento. Es impossible, ò à lo menos sumamente dificil el resistirle. El combate serìa siempre desigual, y los hombres no podrian prometerse buen sucesso en la lid, peleando con enemigo, que seduce en un mismo instante el corazon, y el entendimiento.

Un hombre habil, à fuerza de maña, puede engañarnos, y conducirnos tal vez à los fines, que se ha propuesto; pero por lo ordinario son inutiles sus esfuerzos. Convencerá tal vez nuestro espiritu; pero poco importa: no gana, no somete nuestro corazon; y à pesar de sus raciocinios artificiosos, tenemos bastante fuerza para resistirle. No sucede lo mismo quando somos seducidos por una muger amable. Lejos de que hallemos en nuestro corazon medios de ilustrar nuestro espiritu, este ultimo es por lo ordinario victima del primero; y los movimientos, de que nuestra alma se siente agitada, no le dejan, ni el tiempo de reflexionar, ni la fuerza de resistir à la inclinacion, que la arrastra. Una muger hermosa, y entendida nos convence casi sin que lo conozcamos. Sea, ò no cierto, nos figuramos de buena gana, que siempre tiene razon: contribuímos à sus designios, sin sospechar lo que hacemos; y nos hallamos seducidos antes de creer haver dado un passo.

Una grande Reyna, cuyo nombre no importa para el assunto, conocia perfectamente las ventajas, que se pueden sacar de las mugeres; y en consequencia de este conocimiento tenia en su Corte muchas Damas, que empleaba muy utilmente, y que le hacian servicios mas importantes, que los de todos sus Ministros. Ella sabìa por medio de estas hermosas Politicas los secretos mas íntimos de todos los Cortesanos: estaba instruída de todos los proyectos, que se formaban contra su autoridad, y se preservaba igualmente de los partidos, que le eran sospechosos. ¿De què le huvieran servido à esta Reyna treinta hombres entendidos, empleados en seducir à sus Cortesanos? Es de creer, que todos huran sido inutiles. No huvieran servido de otra cosa, que de hacer à los Cortesanos mas atentos à sus interesses, y conservacion, y mas discretos en disfrazar, y ocultar sus designios. Tanto quanto fuesse mayor su talento, tanto huvieran parecido mas temibles, y poco, ò nada huvieran adelantado. La belleza de estas mugeres ha-biles, por el contrario, arrebataba desde los principios el corazon, y muy pronto el espiritu cedía à los encantos, de que estaba deslumbrado.

La misma Soberana acostumbraba servirse de las mugeres, no solo en las negociaciones de la Corte, sino tambien con mucha utilidad para retener en sus prisiones à los Señores, que havia hecho poner en ellas; y uno de los mas sábios Historiadores advierte, que fiaba mucho mas para este efecto de los alhagos de sus Damas, que de la custodia de sus Fortalezas.

Todo hombre, que tiene algun conocimiento de la Historia, convendrá en que las mugeres han tenido siempre mucha parte en todos los grandes acontecimientos. En los reynados de Fran-cisco I. y Enrique II. tuvieron parte en todos los negocios. En los de Francisco II. Carlos IX. y Enrique III. se valieron de su ministerio los dos partidos, que dividian el Estado, y sacaron grandes ventajas durante la menor edad de Luis XIV. Madama de Chevreuse fuè mas útil al Cardenal de Retz, que todos los Grandes, con quienes estaba aliado. Y finalmente, no hay sino examinar los negocios, que han sido tratados por mugeres, y se verà, que siempre los han manejado con mas sutileza, y maña, que los que han sido conducidos por hombres.

Un habil Politico puede tomar medios seguros para precaverse de los artificios de otro Politico. Si observa, que le es inferior en genio, en extension de co-nocimientos, ò en la práctica de los negocios, es dueño de recurrir à muchos medios, y arbitrios, que le sirvan de norte seguro para conducirse; pero todos estos medios, y estos arbitrios serían vanos, è inutiles para libertarse de los encantos de una muger amable. La fuga es el unico medio que pueda preservarlo de caer en los lazos de una passion; pero este remedio no puede ponerlo en práctica una persona, que no solamente está obligada á vèr á la muger, que le ha inspirado ternura, y de quien deberìa huír, sino tambien á hablarla, y servirla.

Es casi impossible (si no me engaño muy grosseramente) que un hombre sea tan dueño de sus acciones, y lleve su prudencia à tal extremo, que una muger ha-bil, y que ha sabido hacerse algun lugar en su corazon, no descubra tarde, ò temprano alguna parte del secreto, que quiere penetrar. Los hombres, por mas cautos, y sabios que sean, no pueden elevarse, sino hasta un cierto grado de prudencia, cuyos limites no excede jamàs la humanidad.

Los que pretenden, que la práctica establecida de no dàr Empléos á las mugeres es justa, y sensata, no tienen otra razon en que fundar una opinion tan poco decorosa al hermoso sexo, sino la de que su indiscrecion basta para autorizar este uso, y justificarlo en el concepto de todas las personas juiciosas; pero las gentes, que raciocinan de este modo, ò no reflexionan bien lo que dicen, ó conocen muy po-co à las mugeres. Si huviessen hecho un estudio conveniente para profundizar en el conocimiento de sus caractéres, huvieran observado, que las mugeres son capaces de guardar inviolablemente un secreto, y que efectivamente lo guardan siempre que estàn interessadas personalmente en un negocio. Las Damas es verdad que suelen ser indiscretas; pero es en las cosas, que miran con indiferencia, ò de que hacen poco caso. En estas ocasiones acostumbran tener menos delicadeza que los hombres; y sea por su innato deseo de hablar, ò por su dichosa, y natural inclinacion à maldecir, es cierto que por lo general tienen poca, ò ninguna reserva en los negocios agenos. Pero no sucede assi en los proprios: en ellos entra la excepcion de la regla; y entonces son tan impenetrables, que no bastarà la habilidad mas mañosa para descubrir un apice de sus secretos.

Las acciones de mayor confianza, por lo mucho que se aventuraba en el sigilo, han sido executadas por mugeres. Los del partido de la Liga havian solicitado vanamente hacer perecer à Enrique III. Este Principe, instruído de los lazos, que le armaban sus enemigos, los havia siempre evitado. Una muger entrò la mano en este arduo negocio, y al instante se viò concluìdo.

La Historia nos ofrece un sinnumero de exemplares de igual naturaleza. Por ahora me contentarè con traher á la memoria el de aquella insigne muger, que conservò à Gustavo Vasa, y lo libertò de la persecucion. Ella guar-dò un secreto inviolable en todo lo tocante à la suerte de este Principe, sin mas interès personal, que el deseo de vèr libre à la Suecia, y el dolor de vèr su Patria sometida al yugo de los Dinamarqueses. Ni las grandes recompensas, que pudiera haver esperado, ni el temor de ser descubierta, y castigada como rea de lesa Magestad, pudieron hacer titubear su firmeza. ¿Y havrà quien dude, que se encuentran mugeres de tanta discrecion, y de tanto secreto como los hombres mas sigilosos, y prudentes? Para mì tengo por evidente que las hay. Juzguen los demàs como quieran, que si se dejan guiar por la razon, y la experiencia, no tendrán motivo las Damas para quedar descontentas del juicio.

No faltará quien ponga la ob-jecion de que serìa opuesto al bien parecer embiar mugeres à las Cortes Estrangeras para negociar en ellas; y que tambien parecerìa faltar en algo à la debida decencia, si se les colocasse en puestos, en que debiessen tener funciones de lucimiento, y de representacion. Convengo desde luego en que, siguiendo las preocupaciones, que ha establecido un largo uso, parecerìa estraño vèr, que una muger pidiesse, y tuviesse audiencia pública de un Soberano; pero tambien es cierto, que todo el influxo, y antiguedad de una preocupacion, no pueden alterar la essencia de las cosas, ni hacer mala la que es buena, ni al contrario; solo sì, dárle una cierta apariencia de bondad, ò de malicia, mediante la qual, acostumbramos condenar lo que deberìa merecer aprobacion, y dár ésta à lo que serìa preciso condenar: por consiguiente la objecion propuesta del bien parecer, y de la decencia, en el caso en que una muger desempeñasse las funciones de Ministro público, es precisamente un de los errores, que se hallan autorizados por la preocupacion, y cuya ridiculèz conoce con facilidad qualquiera, que sabe usar de su razon; y si no, quisiera yo que me dijessen ¿por què ha de parecer mejor, que una muger dè Audiencia pública, que el que otra la reciba? ¿Se necessita acaso menos decencia para estár bajo de un dosél, que para estár al lado? ¿Es necessaria menos gravedad para responder à una persona, que para hablarla? Una Soberana, que recibe Embajadores, que trata con ellos, que exerce con los Ministros de su Corte, y con los que le embian las Estrangeras todas las funciones unidas à la dignidad Real, exerce un Empléo destinado ordinariamente à los hombres; y sin embargo nadie lo estraña, ni nadie se admira, porque el uso ha autorizado esta costumbre. Lo mismo sucederìa seguramente con los demás Empleos. Si se introdujese la práctica de que las mugeres exerciessen funciones públicas, esto, que ahora parecerìa estraño, y aun ridiculo à muchas gentes, les parecerìa natural, y no encontrarían en su uso la menor repugnancia.

Convengamos, pues, de buena fé en que me ha sobrado la razon para decir al principio de mi Carta, que las mugeres han tenido poquissimo cuidado en ilus-trar su sexo, y que han tratado con mucha negligencia el importante punto de restablecerlas en la superioridad, que los hombres se han usurpado, puesto que, entre tantas Reynas, que han gobernado vastos Imperios, ninguna ha havido, que, siquiera por honor de su sexo, se haya servido de mugeres, ni las haya empleado en lugar de los hombres. Contentas quizá con su brillante fortuna, han tratado con indiferencia à su sexo, y aun serìa muy facil de probar, que casi lo han envilecido. Lo cierto es, que si examinamos un poco la Historia, se encontrará, que quando los Estados han sido gobernados por Reynas, han tenido mas parte en el Gobierno los hombres, que quando los han gobernado Reyes.

Tal vez pudiera atribuìrse esta conducta de las Princesas al amor proprio. Esta passion hace cometer muchas faltas á todo genero de personas, y aun à aquellas, que han llevado hasta el mas alto punto el heroismo. Lo mismo pudieramos decir de los zelos, otra passion aun mas funesta, y que ha hecho cometer en todos los siglos yerros de mayor tamaño; pero una, y otra razon serian muy débiles, pues nada se puede decir de ellas, en quanto à las mugeres, que no comprehenda igualmente á los hombres. Los mayores heroes no han estado essentos de estas passiones. Los zelos de Cinna, y de Mario encendieron la guerra en la República de Roma, y los de Cesar, y Pompeyo fueron causa de que se viesse extinguida la libertad Romana. No se debe exigir de las mugeres, que su corazon estè libre de passiones. Estas son gajes de la humanidad, y à que están sujetas las personas mas distinguidas de ambos sexos.

Para convencerme en quanto à que los hombres deben ser empleados en los grandes cargos, con exclusion de las mugeres, serìa preciso dárme pruebas reales de que las Damas no pueden desempeñarlos dignamente. La experiencia nos muestra lo contrario, pues muchas Princesas, como yá queda dicho, han hecho sus reynados tan gloriosos, como los de los mejores, y mayores Principes. Tambien serìa preciso examinar, si las mugeres estàn sujetas à passiones, de que los hombres estèn essentos; y bien reflexionado, este examen serìa muy inutil. Ninguna persona, que conozca el co-razon humano, deja de estár convencida de que el alma no es de sexo alguno, y que igualmente se vè agitada de passiones, sea la que fuere la configuracion del vaso, que la contiene. La diferencia de temperamento, de educacion, y de preocupaciones hace que las passiones sean diversas, sin que en esto tenga parte alguna la diferencia del sexo.”

Puede ser que esta Carta no merezca la aprobacion de Vm. yá sea por poco festiva, ò por defectuosa en la traduccion. De qualquier modo es dificil, que desagrade à las Damas; y éste, entiendalo Vm. como quiera, es un renglon muy essencial. Tal vez no faltarán algunas, que viendo esta Carta, se encaprichen en ser Embaxatrices, ò Consejeras. Si esto sucede, será cosa muy graciosa; pero en que no havrá mal alguno. Yo por mi parte celebrarìa muchissimo se verificasse este methodo. Oyga Vm. el motivo. Hay en la Corte dos Damas, cuya bondad me permite la honra de verlas con frequencia. A ambas he leìdo mi traduccion. La una inclina à Embaxadas; y si llegasse el caso, pretenderìa ir de Embaxatrìz, aunque fuesse al Mogol. Esta me ha prometido plaza de su Secretario, empléo para mì el mas importante, pues me interesso mucho en saber varios secretos, y el principal de como estoy en su gracia. La otra pretenderia sin duda plaza de Consejera; pues varias veces la he oído hacer mil elogios de la Golilla. Es verdad, que serìa lastima verla en este traje, en que seguramente no ganarìa su belleza; pero mis ojos se acostumbrarían à verla engolilla-da, como sería forzoso se acostumbrasse mi espiritu à no estrañar que sentenciasse pleytos; y à mas de esto, yo tengo un pleyto pendiente; y segun varias veces me ha informado la criada, podría contar con el voto de su Ama. Si no tiene efecto ni uno, ni otro, tendrè paciencia, que será mi ultimo recurso. Tengala Vm. con mis sandeces, y haga de esta Carta el uso que quisiere. Nada tengo de delicado, y tan indiferente me será verla impressa entre sus Discursos, como conjeturar, que la haya amontonado con otras, que, segun he oìdo, no ha querido publicar.

Dios guarde à Vm. muchos años.

Pensamiento XXXI Señor Pensador. Yo soy un hombre, que por lo ordinario gusto de ir contra la corriente. Sea necedad enhorabuena: yo tengo mis razones. Cada uno en este mundo se entiende, y acomoda las cosas à su modo; y si todos tienen esta facultad, ¿por què se me ha de negar á mì, que gracias à Dios me hallo con mis sentidos, y potencias tan cabales, como el mas estirado hijo de vecino? Una no pequeña porcion de gentes de Madrid, viendo las fuertes declamaciones de Vm. contra las Damas, ha llegado à discurrir que Vm. es poco afecto al hermoso sexo; y no ha faltado persona muy respe-table, que le ha dicho en su cara se admiraba de que las Damas no le hiciessen dàr algun veneno. Ahora bien: aqui entra mi manía de ir contra la corriente. Lejos de creer à Vm. enemigo del sexo, yo tengo mis escrupulos de que le es muy apassionado. Sì: no hay que dudarlo: ello es como lo digo, ò no hay ley en las Cartas. Vm. es un brivon, que queriendo establecerse un cierto imperio sobre las faldas, ha echado por el camino opuesto, para disimular su intencion, y hacer que pague contribucion el miedo. Yo no sè disimular, y por lo mismo no puedo dejar de decir á Vm. que cada vez que vèo alguno de sus Discursos contra las Damas, me parece estoy mirando en la Comedia del Desdèn con el Desdèn al Principe Carlos, instruído por su criado Talego, ò como se llama, que no es negocio de ir à reconocer la Comedia para saber su nombre. En fin, sea lo que fuere: engáñeme yo, ò no me engáñe en mis conjeturas, que al cabo el tiempo, descubridor de todo, nos dirá la verdad, he pensado remitir à Vm. una Carta à favor de las Damas, que en otro tiempo traduje, para entretener, y divertir algunos ratos de ociosidad. Vaya: no hay que hacer gestos: no le desagrada á Vm. el assunto: dejemonos de melindres, y manos à la Carta. Muy Señor Mio. He observado con bastante sentimiento mio, que las Damas ponen poco cuidado en buscar los medios de dár valor à su sexo, y que por la mayor parte parece se descuidan de emplear los que serìan suficientes à hacerlas adquirir la superioridad, que los hombres les han usurpado. Contentas con las ventajas, que han debido à la naturaleza, tratan con negligencia aquellas, que la politica, y el cuidado de los negocios públicos podrian procurarles. En efecto, las Damas se satisfacen con reynar sobre los corazones: su ambicion está ceñida à estos límites; y creen no quedarles cosa alguna que desear desde el instante en que logran ser tenidas por amables; y es sin duda esta indiferencia, con que miran todo lo que no tiene relacion directa con el arte de agradar, la que ha dado à los hombres los derechos, que han adquirido de ocupar todos los empleos, y todos los cargos con-cernientes al Estado, y à la Justicia. En efecto, si las mugeres quisiessen tomar el trabajo de aplicarse à los negocios, no sè yo què ley, ni què razon podria impedirles su conocimiento. Los hombres han tenido muy à bien, que las Damas reynassen, siempre que su nacimiento las ha conducido al Trono. ¿Pues si pueden, y deben ser Soberanas, y gobernar un Reyno, por què no podrán encargarse de un Gobierno mucho menos estendido, y de interesses de mucho menor importancia? ¿No serìa absurdo creer, que el mismo hombre, à quien se tiene por capáz de ser Rey, y de gobernar sabiamente un gran Pueblo, no tiene bastante conocimiento, ni talentos para ser Magistrado, ò Consejero. Un Principe verdaderamente grande debe reunir en sì todas las calidades necessarias, y proprias, para hacerse respetable à sus vecinos, mantener las leyes, conservar el orden, y la tranquilidad pública, y hacer felices à sus Vasallos. En una Reyna se necesitan los mismos talentos, que en un Rey, y se han visto sobre el Trono muchas mugeres, que han igualado la gloria de muchos Monarcas: por consiguiente serìa necedad el querer sostener, que estas mismas mugeres no huvieran sido à proposito para desempeñar las funciones de Secretarias de Estado, ò de Ministras. Infierese de lo dicho, que si las mugeres huviessen atendido à ilustrar su sexo, las Reynas, que han sido solas en el mando, y reynado con prudencia, y cordu-ra, huvieran escogido cierto numero de Damas, y las huvieran empleado en los negocios. Yo créo, que ninguna de las personas, que elevandose sobre el vulgo, están essentas de preocupaciones, huviera desaprobado, que una Princesa huviesse embiado mugeres revestidas con el carácter de Embaxatrices à las Cortes Estrangeras. Aùn digo mas: me parece que esto huviera sido muy conveniente; y que si en la persona de la Embaxatrìz se juntaban belleza, y entendimiento, adelantaría por lo ordinario los negocios, è interesses de su Ama mucho mas de lo que pudieran hacerlo los Ossats, y los Polignacs por grandes negociadores, que hayan sido. Nada en mi entender es mas temible, que una muger de talento. Es impossible, ò à lo menos sumamente dificil el resistirle. El combate serìa siempre desigual, y los hombres no podrian prometerse buen sucesso en la lid, peleando con enemigo, que seduce en un mismo instante el corazon, y el entendimiento. Un hombre habil, à fuerza de maña, puede engañarnos, y conducirnos tal vez à los fines, que se ha propuesto; pero por lo ordinario son inutiles sus esfuerzos. Convencerá tal vez nuestro espiritu; pero poco importa: no gana, no somete nuestro corazon; y à pesar de sus raciocinios artificiosos, tenemos bastante fuerza para resistirle. No sucede lo mismo quando somos seducidos por una muger amable. Lejos de que hallemos en nuestro corazon medios de ilustrar nuestro espiritu, este ultimo es por lo ordinario victima del primero; y los movimientos, de que nuestra alma se siente agitada, no le dejan, ni el tiempo de reflexionar, ni la fuerza de resistir à la inclinacion, que la arrastra. Una muger hermosa, y entendida nos convence casi sin que lo conozcamos. Sea, ò no cierto, nos figuramos de buena gana, que siempre tiene razon: contribuímos à sus designios, sin sospechar lo que hacemos; y nos hallamos seducidos antes de creer haver dado un passo. Una grande Reyna, cuyo nombre no importa para el assunto, conocia perfectamente las ventajas, que se pueden sacar de las mugeres; y en consequencia de este conocimiento tenia en su Corte muchas Damas, que empleaba muy utilmente, y que le hacian servicios mas importantes, que los de todos sus Ministros. Ella sabìa por medio de estas hermosas Politicas los secretos mas íntimos de todos los Cortesanos: estaba instruída de todos los proyectos, que se formaban contra su autoridad, y se preservaba igualmente de los partidos, que le eran sospechosos. ¿De què le huvieran servido à esta Reyna treinta hombres entendidos, empleados en seducir à sus Cortesanos? Es de creer, que todos huran sido inutiles. No huvieran servido de otra cosa, que de hacer à los Cortesanos mas atentos à sus interesses, y conservacion, y mas discretos en disfrazar, y ocultar sus designios. Tanto quanto fuesse mayor su talento, tanto huvieran parecido mas temibles, y poco, ò nada huvieran adelantado. La belleza de estas mugeres ha-biles, por el contrario, arrebataba desde los principios el corazon, y muy pronto el espiritu cedía à los encantos, de que estaba deslumbrado. La misma Soberana acostumbraba servirse de las mugeres, no solo en las negociaciones de la Corte, sino tambien con mucha utilidad para retener en sus prisiones à los Señores, que havia hecho poner en ellas; y uno de los mas sábios Historiadores advierte, que fiaba mucho mas para este efecto de los alhagos de sus Damas, que de la custodia de sus Fortalezas. Todo hombre, que tiene algun conocimiento de la Historia, convendrá en que las mugeres han tenido siempre mucha parte en todos los grandes acontecimientos. En los reynados de Fran-cisco I. y Enrique II. tuvieron parte en todos los negocios. En los de Francisco II. Carlos IX. y Enrique III. se valieron de su ministerio los dos partidos, que dividian el Estado, y sacaron grandes ventajas durante la menor edad de Luis XIV. Madama de Chevreuse fuè mas útil al Cardenal de Retz, que todos los Grandes, con quienes estaba aliado. Y finalmente, no hay sino examinar los negocios, que han sido tratados por mugeres, y se verà, que siempre los han manejado con mas sutileza, y maña, que los que han sido conducidos por hombres. Un habil Politico puede tomar medios seguros para precaverse de los artificios de otro Politico. Si observa, que le es inferior en genio, en extension de co-nocimientos, ò en la práctica de los negocios, es dueño de recurrir à muchos medios, y arbitrios, que le sirvan de norte seguro para conducirse; pero todos estos medios, y estos arbitrios serían vanos, è inutiles para libertarse de los encantos de una muger amable. La fuga es el unico medio que pueda preservarlo de caer en los lazos de una passion; pero este remedio no puede ponerlo en práctica una persona, que no solamente está obligada á vèr á la muger, que le ha inspirado ternura, y de quien deberìa huír, sino tambien á hablarla, y servirla. Es casi impossible (si no me engaño muy grosseramente) que un hombre sea tan dueño de sus acciones, y lleve su prudencia à tal extremo, que una muger ha-bil, y que ha sabido hacerse algun lugar en su corazon, no descubra tarde, ò temprano alguna parte del secreto, que quiere penetrar. Los hombres, por mas cautos, y sabios que sean, no pueden elevarse, sino hasta un cierto grado de prudencia, cuyos limites no excede jamàs la humanidad. Los que pretenden, que la práctica establecida de no dàr Empléos á las mugeres es justa, y sensata, no tienen otra razon en que fundar una opinion tan poco decorosa al hermoso sexo, sino la de que su indiscrecion basta para autorizar este uso, y justificarlo en el concepto de todas las personas juiciosas; pero las gentes, que raciocinan de este modo, ò no reflexionan bien lo que dicen, ó conocen muy po-co à las mugeres. Si huviessen hecho un estudio conveniente para profundizar en el conocimiento de sus caractéres, huvieran observado, que las mugeres son capaces de guardar inviolablemente un secreto, y que efectivamente lo guardan siempre que estàn interessadas personalmente en un negocio. Las Damas es verdad que suelen ser indiscretas; pero es en las cosas, que miran con indiferencia, ò de que hacen poco caso. En estas ocasiones acostumbran tener menos delicadeza que los hombres; y sea por su innato deseo de hablar, ò por su dichosa, y natural inclinacion à maldecir, es cierto que por lo general tienen poca, ò ninguna reserva en los negocios agenos. Pero no sucede assi en los proprios: en ellos entra la excepcion de la regla; y entonces son tan impenetrables, que no bastarà la habilidad mas mañosa para descubrir un apice de sus secretos. Las acciones de mayor confianza, por lo mucho que se aventuraba en el sigilo, han sido executadas por mugeres. Los del partido de la Liga havian solicitado vanamente hacer perecer à Enrique III. Este Principe, instruído de los lazos, que le armaban sus enemigos, los havia siempre evitado. Una muger entrò la mano en este arduo negocio, y al instante se viò concluìdo. La Historia nos ofrece un sinnumero de exemplares de igual naturaleza. Por ahora me contentarè con traher á la memoria el de aquella insigne muger, que conservò à Gustavo Vasa, y lo libertò de la persecucion. Ella guar-dò un secreto inviolable en todo lo tocante à la suerte de este Principe, sin mas interès personal, que el deseo de vèr libre à la Suecia, y el dolor de vèr su Patria sometida al yugo de los Dinamarqueses. Ni las grandes recompensas, que pudiera haver esperado, ni el temor de ser descubierta, y castigada como rea de lesa Magestad, pudieron hacer titubear su firmeza. ¿Y havrà quien dude, que se encuentran mugeres de tanta discrecion, y de tanto secreto como los hombres mas sigilosos, y prudentes? Para mì tengo por evidente que las hay. Juzguen los demàs como quieran, que si se dejan guiar por la razon, y la experiencia, no tendrán motivo las Damas para quedar descontentas del juicio. No faltará quien ponga la ob-jecion de que serìa opuesto al bien parecer embiar mugeres à las Cortes Estrangeras para negociar en ellas; y que tambien parecerìa faltar en algo à la debida decencia, si se les colocasse en puestos, en que debiessen tener funciones de lucimiento, y de representacion. Convengo desde luego en que, siguiendo las preocupaciones, que ha establecido un largo uso, parecerìa estraño vèr, que una muger pidiesse, y tuviesse audiencia pública de un Soberano; pero tambien es cierto, que todo el influxo, y antiguedad de una preocupacion, no pueden alterar la essencia de las cosas, ni hacer mala la que es buena, ni al contrario; solo sì, dárle una cierta apariencia de bondad, ò de malicia, mediante la qual, acostumbramos condenar lo que deberìa merecer aprobacion, y dár ésta à lo que serìa preciso condenar: por consiguiente la objecion propuesta del bien parecer, y de la decencia, en el caso en que una muger desempeñasse las funciones de Ministro público, es precisamente un de los errores, que se hallan autorizados por la preocupacion, y cuya ridiculèz conoce con facilidad qualquiera, que sabe usar de su razon; y si no, quisiera yo que me dijessen ¿por què ha de parecer mejor, que una muger dè Audiencia pública, que el que otra la reciba? ¿Se necessita acaso menos decencia para estár bajo de un dosél, que para estár al lado? ¿Es necessaria menos gravedad para responder à una persona, que para hablarla? Una Soberana, que recibe Embajadores, que trata con ellos, que exerce con los Ministros de su Corte, y con los que le embian las Estrangeras todas las funciones unidas à la dignidad Real, exerce un Empléo destinado ordinariamente à los hombres; y sin embargo nadie lo estraña, ni nadie se admira, porque el uso ha autorizado esta costumbre. Lo mismo sucederìa seguramente con los demás Empleos. Si se introdujese la práctica de que las mugeres exerciessen funciones públicas, esto, que ahora parecerìa estraño, y aun ridiculo à muchas gentes, les parecerìa natural, y no encontrarían en su uso la menor repugnancia. Convengamos, pues, de buena fé en que me ha sobrado la razon para decir al principio de mi Carta, que las mugeres han tenido poquissimo cuidado en ilus-trar su sexo, y que han tratado con mucha negligencia el importante punto de restablecerlas en la superioridad, que los hombres se han usurpado, puesto que, entre tantas Reynas, que han gobernado vastos Imperios, ninguna ha havido, que, siquiera por honor de su sexo, se haya servido de mugeres, ni las haya empleado en lugar de los hombres. Contentas quizá con su brillante fortuna, han tratado con indiferencia à su sexo, y aun serìa muy facil de probar, que casi lo han envilecido. Lo cierto es, que si examinamos un poco la Historia, se encontrará, que quando los Estados han sido gobernados por Reynas, han tenido mas parte en el Gobierno los hombres, que quando los han gobernado Reyes. Tal vez pudiera atribuìrse esta conducta de las Princesas al amor proprio. Esta passion hace cometer muchas faltas á todo genero de personas, y aun à aquellas, que han llevado hasta el mas alto punto el heroismo. Lo mismo pudieramos decir de los zelos, otra passion aun mas funesta, y que ha hecho cometer en todos los siglos yerros de mayor tamaño; pero una, y otra razon serian muy débiles, pues nada se puede decir de ellas, en quanto à las mugeres, que no comprehenda igualmente á los hombres. Los mayores heroes no han estado essentos de estas passiones. Los zelos de Cinna, y de Mario encendieron la guerra en la República de Roma, y los de Cesar, y Pompeyo fueron causa de que se viesse extinguida la libertad Romana. No se debe exigir de las mugeres, que su corazon estè libre de passiones. Estas son gajes de la humanidad, y à que están sujetas las personas mas distinguidas de ambos sexos. Para convencerme en quanto à que los hombres deben ser empleados en los grandes cargos, con exclusion de las mugeres, serìa preciso dárme pruebas reales de que las Damas no pueden desempeñarlos dignamente. La experiencia nos muestra lo contrario, pues muchas Princesas, como yá queda dicho, han hecho sus reynados tan gloriosos, como los de los mejores, y mayores Principes. Tambien serìa preciso examinar, si las mugeres estàn sujetas à passiones, de que los hombres estèn essentos; y bien reflexionado, este examen serìa muy inutil. Ninguna persona, que conozca el co-razon humano, deja de estár convencida de que el alma no es de sexo alguno, y que igualmente se vè agitada de passiones, sea la que fuere la configuracion del vaso, que la contiene. La diferencia de temperamento, de educacion, y de preocupaciones hace que las passiones sean diversas, sin que en esto tenga parte alguna la diferencia del sexo.” Puede ser que esta Carta no merezca la aprobacion de Vm. yá sea por poco festiva, ò por defectuosa en la traduccion. De qualquier modo es dificil, que desagrade à las Damas; y éste, entiendalo Vm. como quiera, es un renglon muy essencial. Tal vez no faltarán algunas, que viendo esta Carta, se encaprichen en ser Embaxatrices, ò Consejeras. Si esto sucede, será cosa muy graciosa; pero en que no havrá mal alguno. Yo por mi parte celebrarìa muchissimo se verificasse este methodo. Oyga Vm. el motivo. Hay en la Corte dos Damas, cuya bondad me permite la honra de verlas con frequencia. A ambas he leìdo mi traduccion. La una inclina à Embaxadas; y si llegasse el caso, pretenderìa ir de Embaxatrìz, aunque fuesse al Mogol. Esta me ha prometido plaza de su Secretario, empléo para mì el mas importante, pues me interesso mucho en saber varios secretos, y el principal de como estoy en su gracia. La otra pretenderia sin duda plaza de Consejera; pues varias veces la he oído hacer mil elogios de la Golilla. Es verdad, que serìa lastima verla en este traje, en que seguramente no ganarìa su belleza; pero mis ojos se acostumbrarían à verla engolilla-da, como sería forzoso se acostumbrasse mi espiritu à no estrañar que sentenciasse pleytos; y à mas de esto, yo tengo un pleyto pendiente; y segun varias veces me ha informado la criada, podría contar con el voto de su Ama. Si no tiene efecto ni uno, ni otro, tendrè paciencia, que será mi ultimo recurso. Tengala Vm. con mis sandeces, y haga de esta Carta el uso que quisiere. Nada tengo de delicado, y tan indiferente me será verla impressa entre sus Discursos, como conjeturar, que la haya amontonado con otras, que, segun he oìdo, no ha querido publicar. Dios guarde à Vm. muchos años.