El Pensador: Pensamiento XV
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Pensamiento XV
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Metatextuality
No ha de ser todo seriedad. Hace
yà algunas semanas, que no hemos reído, y hoy me siento de
buen humor. Quiero aprovechar el dia, y prestarme al deseo
de varias personas, que miran con ceño el ayre melancolico,
y la frente arrugada de un Pensador. En las ceremonias, que
usamos, y los titulos, y tratamientos, que estàn en
práctica, hay sobrada materia para reír à carcajadas. ¿Pero
de quièn? ¿De alguna persona en particular? No por cierto.
Del orgullo, de la debilidad, de la vanidad, y las
preocupaciones de los hombres en comun. Esta generalidad ha
sido, es, y serà, mientras escriba, mi primer cuidado. Si no
quieren creerme: si no obstante lo que previne en mi
Prologo, hay quien quiera interpretar, y
aplicar à su fantasìa mis Pensamientos, allá se las haya. Yo
no lo puedo remediar.
Level 3
No sè de dónde nos vino lo que
ordinariamente llamamos Ceremonial; esto es, ciertas
formulas, à que tenemos reducida la civilidad, y la
cortesanìa; pero sea de donde fuere, es cierto, que
pudieramos passarlo muy bien, y muy honradamente sin esta
bellaca alhaja, y que su establecimiento no ha servido de
otra cosa, que de llenar de ayre los cerebros, y añadir mas
ridiculeces en el comercio de la vida. Los hombres han
llegado à figurarse, que en los tratamientos de Eminencia,
Excelencia, Ilustrissima, Señorìa, y Merced hay una cierta
entidad, sin la qual quedarian degradados de su sér. Una
silla de brazos, ò un taburete: la mano derecha, ò la
izquierda: dár tantos, ò quantos passos para
recibir una visita: hacer cejar un coche, y otras semejantes
frioleras, han sido, durante muchos siglos, objetos
importantes de politica, y motivos de ilustres disputas. El
mayor numero de Naciones de la Europa, à medida que han ido
cultivando las Ciencias, y las Artes, y formandose un
espiritu philosophico, han abandonado muchas de sus antiguas
formulas, y aun entre nosotros no está yá tan en su punto la
etiqueta. Pero, sin embargo, nos queda bastante.
Pero venga de donde quiera, este ceremonial de
tratamientos, lo cierto es, que los hombres no han podido
inventar cosa mas necia, ni de mayor embarazo para el trato
de la sociedad. Los titulos de Eminencia, Excelencia,
Ilustrissima, y Señorìa solo nos sirven de llenar el idioma
de voces vanas, y frasses sin sentido, que à cada passo
embarazan, y hacen pesada la conversacion, y los escritos.
¡Pues atreverse à faltar à esta etiqueta! ¡Què grosserìa! Un
hombre, que no tiene en la mano la balanza para
distribuír con equidad, y à proporcion de su suma
importancia estos titulos, es un hombre sin educacion, y sin
politica. Sea en hora buena habil, y virtuoso, y tenga todas
las prendas, que pueden hacer à un hombre estimable, si no
está puntual en el ceremonial de tratamientos, es preciso
separarle del gremio de las gentes; y no pocas veces un
descuido en assunto tan importante ha causado impressiones
nada favorables al sugeto, que lo ha tenido, con perjuicio
en sus interesses.
Yo soy Pensador: es verdad. A no serlo, passarìa la
mayor parte de mi vida sin saber en què emplearla. Pero no
soy Pensador tan adusto, ni sombrìo, como parece anuncia el
nombre. No estoy mal con las gerarquías, que forman la
desigualdad de condiciones, y que en nuestro estado son
precisas para mantener el orden en la sociedad. Mas. Me alegro de las distinciones, que gozan los
Principes, los Grandes, y los Señores, y personas de merito.
Si algunas veces se vè en ellas un mero distintivo, debido
solo al nacimiento, tambien se suele vér una pequeña parte
del premio, que merece la virtud; y créo que uno de estos
sugetos en cada classe basta para que no se dispute la
profession à muchos de ella, que no merezcan estos honores.
Con lo que estoy mal es con el engreimiento, y la necedad de
unos hombres, y con la debilidad, y cobardìa de otros. No
puedo mirar con paciencia, que aquellos hagan assunto de
entidad de unas palabras vanas, que ni pueden darles, ni
quitarles valor alguno, ni que estos, llenos de
encogimiento, y al parecer de un terror panico, anden
buscando frasses, y rodeos para tratarlos. Que
los Grandes, y los Señores reciban aquel tratamiento, que
les han adjudicado, (digamoslo assi) la costumbre, ò el
privilegio: en hora buena. Su gerarquía está en possession
de estas distinciones, y hacen bien en conservarlas. Pero
que si alguno, por ignorancia, por descuido, ò en fin, por
malicia, dexò de darle una Excelencia, se forme sobre esto
un articulo: que de este frivolo principio se originen
odios, y enemistades, y no pocas veces desgracias; y que los
Señores no entiendan, que su Excelencia, y su Grandeza, ni
se la puede dár el tratamiento, ni consiste en èl, sino solo
en practicar acciones dignas del puesto, que ocupan en la
sociedad; tengolo por debilidad, y por pequeñèz. La medida
de la excelencia de los hombres no es, ni puede ser otra,
que la de sus acciones benéficas à los
mismos hombres. Que à Tiberio le huviessen dado el titulo de
Clemente, y à Tito el de Cruèl nada importaba: ni la memoria
de este huviera sido jamás odiosa, ni aquel huviera mejorado
su fama. El Mundo juzga à vista de las obras, y no en virtud
de los titulos, ò epithetos, que dá la lisonja. Yo conozco
algunos Grandes, y Señores, que lo entienden assi. Otros lo
entienden de otro modo. En todas classes hay de todo. Del
mismo modo: que los hombres traten con cierto respeto à
aquellos, que ocupan un lugar mas distinguido, ò han nacido
en una gerarquía superior à la suya, nada es mas justo. Pero
que estos mismos hombres hayan trabajado, y se asanen,
procurando por todos los medios possibles, que los Grandes, y los Señores olviden que son hombres, y se
crean individuos de otra especie mas excelente, à fuerza de
tributarles incienso, de darles titulos altisonantes, y de
tratarlos con una timidèz ridicula; nada es mas necio, ni
mas vergonzoso. Consideremoslo bien. ¿Puede haver cosa mas
ridicula, que el que creamos poder sin una ossadía
delinquente hablar todos los dias con la Divinidad,
tratandola con el tono, y estilo mas familiar; y que
tengamos por delito hablar con la misma à unos hombres, à
quienes un poco mas de virtud, de favor, ò de despejo colocò
en una classe mas elevada? Aun si esta simpleza de
tratamientos se quedasse en ser solo un hijo ridiculo de la
vanidad de los unos, y la baja complacencia de los otros, serìa tolerable, y no saldria de la
classe de aquellas tonterìas humanas, que sin perjuicio
moral, ni civil, sirven de diversion à qualquiera Democrito
sensato. Pero por desgracia nuestra, este ceremonial altéra
la tranquilidad civil, y turba la sociedad, pues introduce
piques, en que sufre la vanidad, y deja campo abierto al
capricho para lisonjear la del uno al tiempo que mortifica
la del otro. De este modo se aleja el comercio recíproco de
las gentes, y el poco que subsiste se hace turbulento, y
tempestuoso, quando el comun interès de la sociedad pide,
que su comercio sea tranquilo, sencillo, y agradable.
Nosotros hacemos burla del timido Chino, que no atreviendose
à hablar directamente à su Soberano, quando se halla en su
presencia, habla con las gradas del Trono
Imperial. Reflexionemos un poco, y quizá hallarèmos motivo
para burlarnos de nosotros mismos. Hablamos con los Grandes,
con los Generales, y con los Señores, es verdad; pero
hablamos con un tono de timidèz fervíl, y vergonzoso; y como
si el encaminarles en derechura nuestras voces fuera
hacerles un insulto, dámos à entender, que temblamos de
hablarles por el tono respetuoso de nuestras frasses, como
si mirassen à una tercera persona. A este efecto se
personaliza el titulo, y se ponen à su cuenta las acciones,
los sentimientos, y los discursos de aquellos sugetos, con
quienes se trata. Assi, no hablamos con el Cardenal, con el
Grande, ni con el Señor, sino con su Eminencia, su
Excelencia, y su Señorìa. Lo mas chistoso es, que no se limita esta etiqueta à solo el criado, y el
pretendiente: passan por ella los mas erguidos; y si el hijo
comete el desacato de atreverse à hablar à su padre
directamente, valiendose del dulce nombre de Padre en lugar
de los titulos de Señor, y V. E. hay reprehension, ayuno, y
tal vez, aunque por yerro de cuenta, alguna pena mas severa,
que no suelen experimentar los Señoritos en sus mayores
excessos. De tal modo está recibida esta fantasma de
tratamientos por uno de los primeros, y mas essenciales
elementos de la educacion. Yo no repararía (porque mi bilis
no se exalta con tanta facilidad) en el uso de estos
tratamientos, si solo se practicasse en aquellas ocasiones,
en que los titulos tienen alguna relacion con las cosas, de
que se habla, ò escribe. No. No pretendo llevar
mi critica hasta el extremo. Una cierta regularidad me haria
callar con mucho gusto, sin detenerme en nimiedades. Por
exemplo, si oyesse decir: ¿V. Eminencia se hallò en el
Consistorio? ¿Dará V. Excelencia mañana la Batalla? ¿Irá V.
S. à Palacio? Bien que en todas estas preguntas haya una
conocida impropiedad, la dejaria passar por alto. Pero vèr
que se atribuyan à estos mismos titulos las flaquezas, que
suponen la miseria, y debilidad del hombre, y que nada
tienen de comun con la excelencia de su naturaleza, ni con
la dignidad de su sér; esto es lo que me enfada, y lo que no
puedo sufrir . . . . . Lo que no puedo sufrir: yá lo he
dicho. En efecto. ¿Dónde hay paciencia, que baste para oír
preguntar: ¿Tiene V. Eminencia apetito? ¿Què le
duele à V. Excelencia? ¿Ha dormido V. S.? ¿Puede haver cosa
mas ridicula, que el atribuír à estos titulos las funciones
animales de la naturaleza, suponiendo capaces de tener
apetito à la Eminencia, dolor à la Excelencia, y sueño à la
Señorìa? Sin embargo, nada es mas comun, mas de moda, ni mas
constantemente establecido, que esta gerigonza. ¿Què le
huvieran parecido estos estimados disparates à aquel
Consejero Francès, que llegando à hablarle un Pretendiente,
y empezando su informe por Monseigneur, Monsieur votre
Secretaire . . . . . le detuvo, diciendole: Señor mio,Vm. ha
dicho tres disparates en tres palabras; pues ni yo soy
Monseigneur, ni el que Vm. llama Secretario es Monsieur, ni
tampoco es mi Secretario, sino mi amanuense? Hasta en los Monasterios, y Conventos, en estos retiros de
el Mundo, donde no se debia respirar sino humildad, ha
tenido llave de entrada esta simplissima moda; y los titulos
de Reverendissima, Paternidad, Reverencia, y Caridad han
llegado à empatarlas à las extravagancias del siglo,
formando otro Ceremonial de tratamientos, no menos ridiculo,
bien que autorizado por la costumbre, y estableciendo una
distincion, que ni parece regular entre hermanos pobres, y
humildes, ni puede sentar bien à unos Varones, que
reprehenden nuestro orgullo, y nos excitan à despreciar el
oropèl, las distinciones, y las vanidades del siglo. Bien
véo me dirán, que estos, y aquellos titulos, ò tratamientos
ceremoniosos, que tanto me inquietan, no son otra cosa, que
un formulario vago, al qual no se da sentido
alguno, y por consiguiente es incapáz de excitar ninguna
idèa. Beso à Vm. las manos, por exemplo, es un cumplimiento
de que todos nos servimos, sin que por esto hagamos pleyto
omenage de besarlas por lindas, limpias, y curiosas, que
sean. ¡Buena respuesta! ¿Dejará por esto de ser muy
vergonzoso, que unos entes racionales hagan comercio de
sonidos vacìos, y sin sentido? ¿Pudo ser este el fin del
Criador, concediendonos el dòn precioso de la palabra para
comunicarnos reciprocamente nuestras idèas? Aùn hay mas. No
solo hacen caudal las gentes de estos tratamientos, que las
almas débiles inventaron para lisonjear su orgullo,
procurando se creyessen de superior naturaleza: el tù, este
tratamiento, de que suelen servirse los que
afectan superioridad, tiene tambien su cierto hechizo para
con alguna classe, y ocupa un lugar harto distinguido en el
plan del Ceremonial. Se le ha hecho signo de igualdad, y por
consiguiente ha venido à ser objeto de zelos, parcialidad, y
disputas. Tal es la naturaleza de estas formulas, que sin
tener en sì valor intrinseco, ni mas sér, que el que quiere
darles el capricho, arrastran tràs sì la necia ambicion de
los hombres. Pero todo lo dicho es niñerìa, y bagatela, si
se compara con otra infinidad de abusos introducidos en el
Ceremonial de tratamientos, y demàs, à que damos nombre de
Politica, y que sin embargo se hallan autorizados por la
costumbre. Segun los principios de nuestra
docta civilidad, faltamos à la atencion debida à los
superiores, siempre que les damos seguridades de nuestra
amistad, y de nuestra estimacion. Para no ser tenidos por
desatentos, ossados, y barbaros, hemos establecido cambiar
aquellas voces en las de respeto, sumission, obsequio,
rendimiento, y otras equivalentes, de que no es escaso
nuestro vocabulario. Hablemos con lisura. No parece sino que
la mayor parte de los hombres solicitan à porfia burlarse de
la humanidad: que han perdido el tino, ò que hablan al ayre,
sin tener la menor idèa de las expressiones, que emplean en
su comercio. Veamos, pues, en què consisten la estimacion,
la amistad, y el respeto. Assi como no es cuerdo irse
ciegamente tràs la costumbre, assi tambien serìa injusto condenar las cosas por preocupacion, ò capricho.
La verdadera estimacion no consiste sino en el conocimiento
que tenemos de las buenas calidades de otro. Esta estimacion
llega à ser amistad, digna de un hombre racional, quando las
prendas, la virtud, y el merito, que conocemos en otro
hombre, tiene con nuestras idèas una relacion capàz de
excitar ciertas sensaciones en nuestra voluntad. Por otra
parte: ¿Què es el respeto, sino la persuasion, en que
estamos, de que un hombre, que nos es igual por la
naturaleza, se halla superior por una grandeza, ò elevacion
accidental, á quien nuestro interès, y la costumbre quieren
que paguemos ciertos tributos exteriores? Con que venimos à
sacar, que el respeto es una obligacion, en que
(las mas veces à pesar nuestro) nos constituyen los
caprichos de lo que llamamos fortuna, en vez de que la
estimacion, y la amistad verdaderas nos imponen obligaciones
debidas al merito, y à la virtud, y que satisfacemos con el
placer mas vivo. Hagamos ahora la aplicacion de estos
principios, y se verà patente la dissonancia del abuso. ¿Què
sentido darà un Señor à las frasses de quedo con el mas
profundo respeto à la obediencia de V. Ex. Renuevo à V. Ex.
las seguridades de mi rendida sumission, y otras semejantes,
de que ordinariamente son pródigos los tímidos, los
lisonjeros, y los menesterosos? A la verdad yo no lo sè.
Como nunca me he visto en chapines de Señor, no he podido
saber la inteligencia que les dàn, ni què estomago hacen à la vanidad tan necios embustes. Lo que sì me
parece es, que si las personas constituìdas en dignidad
reflexionassen un poco sobre estas lisonjas grosseras, las
pagarìan con desprecio, y enojo. Su orgullo se verìa muy
humillado en esta especie de Ceremonial. Conocerian que los
hombres los creen tan faltos de prendas dignas de su
aprecio, que se vèn en la triste necessidad de apelar al
respeto, y de mirarlos solamente por el lado del poder, y de
la elevacion. Mas claro: Que los creen mas dignos de ser
temidos, que de ser amados; y à fé que el amor proprio no
puede sacar mucha gloria de este modo de pensar. Esto
supuesto, ¿quièn no se admirarà de vèr la tonterìa de los
hombres, que despreciando las señales de amistad, y
estimacion de sus semejantes, y mirandolas como
un baldòn hecho à su carácter, solo piensan en inspirarles
temor, y sumission? El Señor del Universo manda à los
hombres, que lo amen, y se complace de las protestas
sinceras que le hacen de su amor. ¿Y los hombres se ofenden
de que los amen sus semejantes? ¡Què verguenza para el
orgullo humano! Pero quizà este abuso, y corrupcion estàn de
nuestra parte, y de la de los Grandes, y Señores solo la
tolerancia. Es muy antiguo en los hombres el necessitar de
freno para no sufocar con el humo del incienso à los
poderosos.
Pero nada prueba tanto la corrupcion de los hombres
en materia de adulacion, como el proceder de los Obispos
Arrianos, que negaban la eternidad del Hijo de Dios, y daban
à los Emperadores los titulos de Immortales, y Eternos. Es
verdad que los Grandes, y los Señores estàn acostumbrados à
la lisonja, y la miran como una parte essencial de las
atenciones debidas à su nacimiento. No es estraño. Para
vencer las impressiones de la educacion se
necessita un espiritu de orden superior, y éste no està
vinculado en las altas gerarquias. Pero no por esto dexarà
de ser cierto, que los esclavos voluntarios han hecho mas
tyranos, que esclavos forzados hacen los tyranos mismos. No
nos engañemos. Al mayor numero de los hombres les cuesta
poco la sumission, y la bajeza, quando média algun interès.
Para lisonjear à los poderosos en los tiempos de tyranìa, se
emplearon las voces de respeto, y rendimiento, à fin de
darles una especie de igualdad con los tyranos; y estas
frasses, que ofenden la humanidad, han quedado entre
nosotros para memoria de nuestra insensatèz, y de nuestra
corrupcion. Assi, semejantes à los niños, y à los Artifices
idolatras, nosotros tememos al bulto, que hemos formado, y adoramos la estatua, que hicieron
nuestras manos.
Level 4
General account
Verosimilmente el
Ceremonial no se introduxo en la Europa hasta que
los Romanos conocieron la sublimidad Asiatica. Antes
de esta Epoca se trataban por sus nombres, sin mas
ceremonia; y un Romano, escribiendo à su Consul, ò à
su General, se contentaba con poner simplemente Decio Saturnino à Cayo Julio Cesar, como
si un Español se atreviesse à poner Juan Fernandez à
Carlos de Borbon. El Titulo de Señor, este
tratamiento, con que apenas se contenta en nuestros
dias el plebeyo menos acomodado, jamás lo havian
usado en Roma, sino los esclavos, y aun estos lo
limitaban al trato con sus amos. El resto de aquella
immensa Ciudad se mantenia en la sencillèz de su
trato, hasta que, à imitacion de los Pueblos
Asiaticos, que llamaban à sus Soberanos Rey de
Reyes, Astro luminoso, y hermano del Sol, y de la
Luna, y queriendo excederles, como convenìa à la
Magestad del Pueblo Romano, comenzò à tratar de
Deidades à sus Emperadores: à llamar nuestro Señor,
y nuestro Dios à los Tyranos de Roma; y estos à dár nombre de Divinas à las constituciones
de sus predecessores, constitutiones divales, y á
decir nuestra Divinidad numen nostrum, hablando de
sì mismos. Pero esta lisonja, dissimulable entre
gentes, cuyo numero, y calidad de Dioses pendia del
antojo de cada individuo, y que à mas de esto
estaban sujetas à Principes, por la mayor parte,
crueles, y orgullosos, fuè en los principios la
unica excepcion de la regla general, continuandose
en tratar à los Consules, y à los Generales por sus
nombres sobre el piè de la antigua simplicidad.
Llegò el tiempo, en que la ambicion, y el
orgullo, no conociendo limites, los hombres no
pudieron contentarse con un tratamiento, que los
igualaba à los demás; y los lisonjeros, à quienes
nada cuesta el incienso, empezaron à darles titulos,
que no importaba fuessen de esta, ò de aquella
naturaleza, con tal de que los distinguiessen.
Sucediales al piè de la letra lo que cuentan, que
passó entre un Grande de España, y otro de Portugál.
Estaban estos dos Personages en conversacion, y al
tratamiento de Excelencia, que éste daba à cada
instante al Castellano, correspondia aquel con el de
Merced. Cansóse el Portuguès de sufrir esta
impertinencia: empezò à tratarle tambien de Merced,
y al punto nuestro Grande le diò la
Excelencia. ¿Què razon hay (dixo el Portuguès) para
dárme Merced, quando doy Excelencia, y tratarme de
Excelencia, quando trato de Merced? La de que todos
los titulos, y todos los tratamientos me son
indiferentes, (respondiò con mucha humildad el
Castellano) como no haya alguno, que nos iguale.
Esta costumbre de tratarse con titulos pomposos, en
que, sin disputa, ninguna de las Naciones Européas
ha brillado tanto, como la Italiana, y la Española,
debiò radicarse entre nosotros por el trato con los
Sarracenos. Se sabe, que los Arabes son los mas
famosos cumplimenteros del Universo; y puede
inferirse hasta què extremo llevarian este mal gusto
los civilizados, quando los Arabes del desierto, gente tan plenamente sin instruccion,
que ni siquiera saben leer, se hacen cumplimientos
de media hora sobre un cabello, y gastan con una
bella yegua mas ceremonias, y cortesìas, que
nosotros con la Dama mas linda, y mas preciada.
Level 5
Example
Assi vémos, que aun
en tiempo de Augusto, escribiendo Horacio à su
protector Mecenas, le dice buenamente, y sin mas
ceremonia: Te dulcis amice revisam: Yo irè à
verte, querido amigo; y este Mecenas no era nada
menos, que la segunda persona del
Imperio Romano.
Level 4
Example
He leído, que un anciano
Oficial Francès, escribiendo al Marquès de Louvois,
cometiò el grossero error de poner al principio de
la Carta Señor en lugar de Mi Señor. No tuvo
respuesta (como era natural) de su pretension.
Conociò su yerro, y procurò enmendarlo escribiendo
segunda Carta, que empezò por Mi Señor;
pero fuè inutil la enmienda. El Ministro no havia
podido aùn digerir el Señor, y tambien lo dexò sin
respuesta. Escribiò, en fin, tercera, poniendo en la
cubierta A mi Dios: Mi Dios Louvois; y empezando su
Carta por Mi Dios, y mi Criador. No se dice el
efecto que produxo esta impìa lisonja; pero el buen
Oficial havia hecho un gasto excessivo, para que
pudiesse quedar burlada su esperanza.
Level 4
Example
Tiberio, uno de los
mayores enemigos de la libertad pública,
acostumbraba llamar hombres nacidos para la
esclavitud à los Senadores de Roma, fastidiado de
los nuevos dictados, y lisonjas, con que
procuraban grangear su favor. El mismo mandò mudar
el epitheto de sus sagradas ocupaciones en el de
laboriosas;
Level 4
Example
y nuestro Monarca Don
Phelipe II. prohibiò se le diessen los renombres de
Invencible, Triunfante, y Magnifico, con que se
havia acostumbrado lisonjear à sus predecessores.
Metatextuality
La materia es muy vasta. Quede
aqui por ahora, y se continuarà en la semana proxima.